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LIBROS
DEL TIEMPO ALEJANDRO
JODOROWSKY PSICOMAGIA Ediciones
Siruela 1.ª edición:
marzo de 2004 2.ª edición:
marzo de 2004 3.ª edición: mayo
de 2004 PREMIO
NACIONAL
A LA MEJOR LABOR
EDITORIAL CULTURAL 2003 Todos los derechos
reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser
reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún
medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de
fotocopia, sin permiso previo del editor. En cubierta:
Alejandro Jodorowsky, foto de © Chico
de Luigi Diseño gráfico:
Gloria Gauger © Alejandro
Jodorowsky, 2004 © De la
entrevista Lecciones para mutantes, Javier Esteban
Guinea, 2004 © Del apéndice,
Martín Bakero, 2004 © Ediciones
Siruela, S. A., 2004 Plaza de Manuel
Becerra, 15. «El Pabellón» 28028 Madrid.
Tels.: 91 355 57 20 / 91 355 22 02 Telefax: 91 355
22 01 siruela@siruela.com www.siruela.com Printed and made
in Spain Índice Alejandro Jodorowsky 5 PSICOMAGIA Psicomagia. Esbozos de una terapia pánica Nota preliminar (Gilíes Farcet) 12 El acto poético 17 El acto teatral 27 El acto onírico 43 El acto mágico 50 El acto psicomágico 80 Algunos actos psicomágicos 90 Breve epistolario psicomágico 95 La imaginación al poder 111 Lecciones para mutantes Nota preliminar (Javier Esteban) 114 Llaves del alma 116 La estela de la vida 130 Puente invisible 137 Visiones 147 El arte de sanar 157 Entender la vida 163 Curso acelerado de creatividad Introducción 168 Ejercicios de imaginación 174 Técnicas de la imaginación 186 Aplicaciones terapéuticas 189 Apéndice. La psicomagia: poesía aplicada al tratamiento de la locura Martín Bakero 193 Prólogo Habiendo vivido muchos años en la capital de México tuve oportunidad de estudiar los métodos de aquellos a los que se les llama «brujos» o «curanderos». Son legiones. Cada barrio tiene el suyo. En pleno corazón de la ciudad se alza el gran mercado de Sonora, donde se venden exclusivamente productos mágicos: velas de colores, peces disecados en forma de diablo, imágenes de santos, plantas medicinales, jabones benditos, tarots, amuletos, esculturas en yeso de la Virgen de Guadalupe convertida en esqueleto, etc. En algunas trastiendas sumidas en la penumbra, mujeres con un triángulo pintado en la frente frotan con manojos de hierbas y agua bendita a quienes van a consultarles, y les practican «limpias» del cuerpo y del aura... Los médicos profesionales, hijos fieles de la Universidad, desprecian estas prácticas. Según ellos la medicina es una ciencia. Quisieran llegar a encontrar el remedio ideal, preciso, para cada enfermedad, tratando de no diferenciarse los unos de los otros. Desean que la medicina sea una, oficial, sin improvisaciones y aplicada a pacientes a los que se les trata sólo como cuerpos. Ninguno se propone curar el alma. Por el contrario, para los curanderos la medicina es un arte. Le es más fácil al inconsciente comprender el lenguaje onírico que
el
lenguaje racional. Desde cierto punto de vista, las enfermedades son sueños,
mensajes que revelan problemas no resueltos. Los curanderos, con una gran creatividad,
desarrollan técnicas personales, ceremonias, hechizos, extrañas medicinas
tales como lavativas de café con leche, infusiones de tornillos oxidados,
compresas de puré de papas, píldoras de excremento animal o huevos de polilla.
Algunos tienen más imaginación o talento que otros, pero todos, si se les
consulta con fe, son útiles. Hablan al ser primitivo, supersticioso, que cada
ciudadano lleva dentro. Viendo operar a estos terapeutas populares,
que a
menudo hacen pasar por milagros trucos dignos de un gran prestidigitador,
concebí la noción de «trampa sagrada». Para que lo extraordinario ocurra es
necesario que el enfermo, admitiendo la existencia del milagro, crea firmemente
que se puede curar. Para tener éxito, el brujo, en los primeros encuentros, se
ve obligado a emplear trucos que convencen a aquél de que la realidad material
obedece al espíritu. Una vez que la trampa sagrada embauca al consultante, éste
experimenta una transformación interior que le permite captar el mundo desde
la intuición más que desde la razón. Sólo entonces el verdadero milagro puede
acontecer. Pero, me pregunté en aquella época, si se elimina la trampa sagrada,
¿se puede con esta terapia artística sanar a personas sin fe? Por otra parte,
aunque la mente racional guíe al individuo, ¿podemos decir que alguien carece
de fe? En todo momento el inconsciente sobrepasa los límites de nuestra razón,
ya sea por medio de sueños o de actos fallidos. Si es así, ¿no hay una manera
de hacer actuar al inconsciente, como un aliado, de forma voluntaria? Cierto
incidente que ocurrió en uno de mis cursos de psicogenealogía me indicó el
camino: en el momento en que yo describía las causas de la neurosis de fracaso,
un alumno, médico cirujano, cayó al suelo retorciéndose con espasmos de dolor.
Parecía un ataque de epilepsia. En medio del pánico general, sin que nadie
supiese cómo ayudarlo, me acerqué al afectado y sin saber por qué le quité,
con bastante trabajo, del dedo anular de su mano izquierda el anillo de casado.
Inmediatamente se calmó. Me di cuenta de que para el inconsciente los objetos
que nos acompañan y rodean forman parte de su lenguaje. Así como poniéndole un
anillo a una persona se la podía encadenar, quitándole ese anillo se la podía
aliviar... Otra experiencia me resultó muy reveladora: mi hijo Adán, con seis
meses de edad, padecía una fuerte bronquitis. Un médico amigo, fitoterapeuta,
le había recetado unas gotas de aceite esencial de plantas. Mi ex mujer
Valeria, madre de Adán, debía verterle en la boca treinta gotas tres veces al
día. Pronto se quejó de que el niño no mejoraba. Le dije: «Lo que pasa es que
tú no crees en el remedio. ¿En qué religión fuiste educada?». «¡Como toda
mexicana, en la católica!» «Entonces vamos a agregar fe a esas gotas. Cada vez
que se las des, reza un padrenuestro.» Valeria así lo hizo. Adán mejoró rápidamente. Comencé entonces, con gran prudencia en mis lecturas de Tarot, cuando
el consultante se preguntaba cómo solucionar un problema, a recetar actos de lo
que llamé «psicomagia». ¿Por qué no «magia»? Para que su primitiva terapia funcione, el curandero, apoyándose en
el espíritu supersticioso del paciente, debe mantener un misterio, presentarse
como propietario de poderes extrahumanos, obtenidos por una secreta iniciación,
contando para curar con aliados divinos e infernales. Los remedios que da deben
ingerirse sin conocer su composición y los actos recomendados deben realizarse
sin tratar de saber el porqué. En la Psicomagia, en lugar de una creencia
supersticiosa se necesita la comprensión del consultante. Él debe saber el
porqué de cada una de sus acciones. El psicomago, de curandero pasa a ser
consejero: gracias a sus recetas el paciente se convierte en su propio sanador. Esta terapia no me llegó como una iluminación
súbita
sino que se perfeccionó, paso a paso, en el transcurso de muchos años... Al
comienzo parecía tan extravagante, tan poco «científica», que sólo pude
experimentarla con amigos y familiares... De vez en cuando, en mis conferencias
en París, hacía referencia a ella... Cierta vez fui invitado al centro de
estudios fundado por el maestro espiritual Arnaud Desjardins. Este, que se
había enterado de mis búsquedas, me preguntó si podía solucionar un mal que
padecía su suegra, un eczema en la palma de las manos... Pensé que la señora,
al mostrar sus manos afectadas, hacía un gesto de petición, pues se sentía excluida
de la pareja que formaba su hija. Le pedí al Maestro que él y su esposa,
delante de la enferma, escupieran abundantemente sobre un montoncillo de
arcilla verde para esparcir luego la pasta resultante sobre el eczema. El mal
desapareció rápidamente. Gilles Farcet, un joven discípulo de Desjardins, aconsejado
por
su guía vino a verme, con el pretexto
de una entrevista, para conocer mis extrañas teorías. De nuestro encuentro
resultó un pequeño libro en forma de biografía, titulado La trampa sagrada,
que conquistó a un buen número
de lectores. Gilles, entonces, me propuso
desarrollar más extensamente mis ideas al mismo tiempo que, queriendo comprobar
sus efectos, me solicitó un consejo de psicomagia para llegar a ser «un
escritor profundamente espiritual». Le propuse que escribiera un libro de
entrevistas conmigo que se llamaría Psicomagia, y que
se subtituló Esbozos
de una terapia pánica. Mi
joven amigo dudó: no conociendo para nada el tema,
se sentía incapaz de plantearme preguntas interesantes. «Precisamente por eso
te receto este acto. El ave del espíritu debe liberarse de la jaula racional.
Para ello romperemos el orden lógico. En lugar de que tú me preguntes y yo te
responda, primero yo te responderé y luego tú me preguntarás... Es decir, el
efecto vendrá antes que la causa.» Así lo hicimos: Farcet se sentó frente a mí
con una grabadora y yo fui dando respuestas a preguntas inexistentes durante
diez horas seguidas. Por momentos, mi joven entrevistador se dormía aferrado a
su máquina. Gilles dividió luego ese material en fragmentos ordenados y los
encabezó con preguntas. Como se internaba en terrenos desconocidos (me había dicho:
«No sé si se pueden conciliar búsqueda artística y búsqueda terapéutica»), las
escribió en un tono objetivo declarando: «No soy uno de sus fieles. No he
escrito este libro como aprendiz sino como amigo. De ahí la sana perplejidad
que a veces opongo a sus palabras, la que por feliz efecto lo obliga a precisar
su pensamiento». Cuando Marc de Smedt, el director de la colección «Espaces libres»
en
Albin Michel, Francia, aceptó publicar el libro lo hizo con la condición de
cambiarle el título. «Nadie conoce la palabra psicomagia. Mejor llamarlo: Le théâtre de la guérison, une thérapie panique». El teatro de la sanación apareció
en 1995. Provocó un gran interés. Recibí una nutrida
correspondencia pidiéndome actos psicomágicos. Para desarrollar esta técnica,
hasta ahora practicada en forma exclusivamente intuitiva, decidí aceptar dos
consultantes diarios, de lunes a viernes, en sesiones de una hora y media. Después
de establecer
sus árboles genealógicos -hermanos, padres, tíos, abuelos y bisabuelos-, les
aconsejé actos psicomágicos que produjeron resultados notables. Pude así
descubrir cierto número de leyes que me permitieron enseñar este arte a gran
cantidad de alumnos, muchos de ellos ya terapeutas establecidos. Concedí
sesiones privadas durante dos años, al cabo de los cuales comencé a escribir mi
Danza de la realidad. Gilles Farcet realizó su carrera de escritor
espiritual y hoy en día, un noble padre de familia, conduce al redil a muchos
espíritus descarriados colaborando con Arnaud Desjardins en tan ardua tarea. Después de la publicación en España por Siruela de La danza de la
realidad (2001), amén de generosas
entrevistas que Fernando Sánchez Dragó
me hizo en la televisión, la Psicomagia fue conocida por el gran público. No
faltaron entusiastas que temerariamente, sin haber tenido nunca una honesta actividad
artística ni terapéutica, quisieron practicarla dando, por incapacidad
creativa, consejos que eran ingenuas imitaciones de los míos. En el año 2002 di en Madrid una conferencia
para un
público de unas seiscientas personas en un aula universitaria. Hábilmente
conducidos por mi presentador, el joven profesor Javier Esteban, los alumnos
me plantearon sus problemas solicitando consejos de psicomagia para
resolverlos. Al final del acto, Javier me obsequió con un ejemplar de su libro
Duermevela, en el que describe sus sueños. («Voy a una
tienda donde venden
miles de aparejos de pesca gigantescos. El anzuelo me llega por la rodilla. El
hombre que me acompaña me enseña a pescar pero me dice que no hace falta caña
ni aparejo alguno. Los tiro y atravesamos un bosque hasta llegar a un río. Los
peces saltan a nuestras manos.») Considero que sus escritos tienen un sentido
sanador. Javier, a su vez, expresa su adhesión a mis ideas y me pide una cita
con el objeto de hacerme las preguntas que se plantea la juventud, preguntas a
las que no responde el actual sistema educativo. «Los alumnos han mutado,
desgraciadamente los profesores siguen manteniendo su arcaica manera de
pensar», me dice. Viaja a París y me interroga durante algunos días. «Piense
sin límites, hable para los jóvenes mutantes.» Así nacieron la segunda y la
tercera parte de este libro. En apéndice, el testimonio de Martín Bakero, poeta y doctor en
psicopatología, que asistió a un taller mío dado en Santiago de Chile y
después viajó a París para perfeccionar su comprensión de mi trabajo. Tiene el
mérito de haber aplicado la psicomagia a la curación de enfermos mentales.
Gracias a él puedo concebir la esperanza de que este arte de curar sea empleado
un día como complemento de la medicina oficial. Alejandro Jodorowsky PSICOMAGIA Psicomagia. Esbozos de una terapia pánica (conversaciones con Gilles
Farcet) Título original: Psychomagie. Approches d'une thérapie
panique, traducción de
Cristóbal Santa Cruz. Nota preliminar «No soy un borracho, pero tampoco soy un santo. Un
hechicero no debería ser un "santo"... Debería poder descender tan
bajo como un piojo y elevarse tan alto como un águila... Debes ser dios y
diablo a la vez. Ser un buen hechicero significa estar en medio de la tormenta
y no guarecerse. Quiere decir experimentar la vida en todas sus fases. Quiere
decir hacer el loco de vez en cuando. Eso también es sagrado.» Corzo Cojo (brujo siux de la tribu Lakota) Un día, tras muchas veladas en su biblioteca
intentando desvelar el sentido profundo de la psicomagia, pregunté a Alejandro
Jodorowsky si pensaba prescribirme un acto. Él me respondió que el mero hecho
de confeccionar este libro en su compañía constituiría un acto suficientemente
poderoso. ¿Porqué
no? En realidad, Jodorowsky es en sí un acto psicomágico ambulante, un
personaje alta y definitivamente «pánico», cuyo trato
introduce algunas fisuras
en el orden de nuestro
universo, tan previsible en apariencia. Dramaturgo que, con sus cómplices Arrabal y Topor, ha marcado la historia
del teatro con su tan bien denominado movimiento «pánico»; realizador de
películas de culto, como El Topo o La
montaña sagrada, a las cuales
los norteamericanos -impagables- dedican
tesis y sabios estudios; escritor, autor de historietas para cómic que se
permite el lujo de trabajar con nuestros mejores dibujantes; padre atento de
cinco niños con los cuales mantiene actualmente una relación tornasolada,
Jodorowsky es hoy el tarólogo sin normas cuyas intuiciones han dejado a más de
uno boquiabierto; es, además, el payaso convulsivo del Cabaret Místico1
que, en un momento en el que el público parisino da la espalda a las
conferencias, consigue abarrotar sus auditorios con el mejor poder
publicitario del boca a boca; mago internacional -interestelar, podríamos
decir, bajo la influencia de Moebius- al que han consultado estrellas de rock
y artistas del mundo entero... 1 Desde hace muchos años, y sin ninguna
publicidad, Jodorowsky anima cada miércoles en París una conferencia-happening
donde aborda temas terapéuticos. La entrada es libre, quinientos espectadores
asisten cada semana. Al final de la sesión del Cabaret Místico, unos
voluntarios hacen una colecta, lo que permite pagar el alquiler de la sala.
Tres días antes del comienzo de la conferencia, y siempre gratuitamente,
Jodorowsky lee el tarot a unas treinta personas. Estas, una vez concluida la
lectura, y a modo de pago, deben trazar con su índice la palabra «gracias»
sobre las manos de Alejandro. Este chileno de origen ruso, radicado durante muchos años en México
y
ahora enraizado en Francia, es un personaje que los novelistas de hoy,
demasiado gélidos, no podrían crear, un ser que ha llevado la imaginación al
poder en todos los recovecos de su existencia multidimensional. Su casa, sabia alianza de orden y desorden, de organización y caos,
es
un fiel espejo de su huésped o, simplemente, de la vida. Constituye una
experiencia en sí visitar esta cantera sembrada de libros, vídeos, juguetes
infantiles, etc. Allí uno puede toparse con los dibujantes Moebius, Boucq o
Besse, así como con un gato o una mujer venida de no se sabe dónde y que parece
estar cuidando por un tiempo de la casa... Es un lugar de potencia poética, una
concentración de energías sobreabundantes y, sin embargo, dominadas. Sobra decir que trabajar con un personaje pánico no es una sinecura.
Y
esto, en primer lugar, porque Jodorowsky ignora los plannings, las
agendas y otro tipo de apremios temporales que rigen la vida de los terrenales.
Cuando me propuse poner en papel su aventura psicomágica, comprendí que tenía
que dedicarme exclusivamente a tal empresa. Con él no hay previsiones, plazos
fijados de antemano, citas debidamente anotadas: las cosas se hacen al
instante. Todo en él tiene la cualidad del fulgor. No es que sea incapaz de
someterse a una disciplina o plegarse a horarios, todo lo contrario; pero en
fin, ahí hay un misterio: ¿cómo este hombre que, una vez concluidas nuestras
citas psicomágicas, partía a realizar una película de nombre evocador -The
Rainbow Thief (El ladrón del arco iris, 1990)-puede dirigir un rodaje de
gran presupuesto, domar a monstruos sagrados como Peter O'Toole, Omar Sharif o
Christopher Lee, imponer su sensibilidad a productores tan materialistas como
inquietos y, por otra parte, no tomar nota de ninguno de sus compromisos
futuros y aceptar en septiembre una conferencia para marzo sin apuntar el día
en una libreta, razón por la cual, a medida que se acerca la fecha de su
intervención, hay que localizarlo, por miedo a que se haya olvidado de su compromiso
y desaparezca hacia cualquier punto del planeta? Alejandro es un convencido del carácter convulso de la realidad, y
de
ahí ese aspecto fascinante y agotador que le hace ser desmesurado en todas sus
manifestaciones. Cuando alguien le pone un público enfrente, rara vez resiste
la tentación de llevarlo hasta el límite. Rasgo muy sudamericano el de este ser
excepcional que, en privado, sabe mostrarse como la persona más dulce y humilde
y que de pronto puede, en un abrir y cerrar de ojos, transformarse en una ópera
barroca del mismo calibre que sus películas, donde lo grotesco compite con lo
grave, lo obsceno con lo sagrado. Jodorowsky se mantiene siempre en el linde;
baila sobre la sutil frontera que separa la creación de la provocación
gratuita, la innovación del salvaje atentado contra el buen gusto, la audacia
de la indecencia... Moebius, el genial dibujante de El Incal, familiarizado
con estos métodos tras quince años de colaboración, ve en ello «la técnica
empleada por Alejandro a fin de socavar la resistencia del universo...». En cualquier caso, con Jodorowsky las cosas siempre acaban por
arreglarse, pese a los traumas infligidos en los nervios de los organizadores.
Este hombre no tiene parangón en la capacidad de hacer pivotar una situación
que se presentaba bajo los peores auspicios y dar la vuelta a la realidad como
si de un guante se tratara. Mencionaré aquí una anécdota, que más adelante recordaremos [en pág.
53], que ilustra bien esta capacidad de dar la vuelta a la realidad, operación
para la cual conviene estar preparado, si uno tiene la audacia de andar en
compañía de él. Habíamos acordado hacer una actuación conjunta con motivo de una
feria en la que todos los años se dan cita herbolarios biológicos, vendedores de
bañeras de burbujas, esotéricos de todo pelaje, poetas de la madre Naturaleza,
editores y médicos alternativos... ¿Fue un error táctico? El caso fue que,
cuando llegué a Vincennes en busca de mi héroe, lo hallé totalmente absorto en
la elaboración de un guión de historieta que se negaba a abandonar para ir «a
la Mejorana», como decía él, a dar una charla... Yo insistí, alegando que nos esperaban y que no podíamos faltar a
nuestra palabra, hasta que finalmente Jodorowsky aceptó a regañadientes subir
a mi coche, no sin repetirme durante todo el trayecto: «Esto yo no lo siento,
¿comprendes...? No me parece que tengamos algo que hacer en la Mejorana...».
Cuando llegamos al lugar en cuestión, encontramos lo peor: una sala abierta a
los cuatro vientos, sin micrófono ni sillas, y un centenar de personas que
habían venido a escuchar no a Jodorowsky, sino, a causa de un error de
programación, al doctor Woestlandt, simpático autor de best-sellers médico-esotéricos... Mientras yo me sulfuraba, mi genial cómplice, tras captar con una
ojeada la magnitud de la catástrofe, me increpó en tono fatalista: «¿Lo ves?
¡Ya te lo decía yo!», y se dio media vuelta marchándose sin más... Mi compañera corrió detrás de él y le suplicó que hablara de todas
formas. Evidentemente sensible a las razones femeninas, Alejandro volvió sobre
sus pasos y me dijo: «Está bien, esa gente quiere escuchar al doctor
Westphaler; okay, ¿por qué no me presentas como si fuera él?
Diles que
soy el doctor Wiesen-Wiesen y que les voy a hablar...». Tal vez hoy yo hubiera aceptado de buena gana el desafío; pero por
entonces estaba todavía convencido de esa idea tradicional de que el doctor
Woestlandt es el doctor Woestlandt, Gilles es Gilles y Jodorowsky es
Jodorowsky... Ese concepto de lo real hacía imposible que me prestara a tamaña
mascarada. En esas condiciones, improvisé unas sencillas palabras para presentar
a mi peligroso amigo, el cual, plantándose ante su desconcertado público,
comenzó a hablar en tono conciliador: «Miren, yo no soy el doctor Westphallus;
pero eso es lo de menos, la persona no tiene importancia. Imaginen ustedes que
soy el doctor Wiesen-Wiesen y háganme preguntas. Poco importa la persona, yo
les contestaré como si fuera el doctor Wuf-Wuf...». La gente, al comienzo, parecía atónita, pero muy rápidamente se
entregó al sortilegio y entró en el juego de Jodorowsky, que, ante mi mirada
incrédula, consiguió un rotundo éxito. A la hora del coloquio, invitó a sus
improvisados oyentes, con entonación cantarina, a que le contaran sus problemas
y aprovecharan así la suerte que el destino les había deparado: «Atención,
hagan sus preguntas porque ésta es la última vez que vengo a la Mejorana...». Después de visitar el stand de las ediciones Dervy para comprar
el libro del doctor Woestlandt («hay que saber al menos quién es ese doctor
Westphaler, ¿no?»), Alejandro entró en la cafetería, donde, en pocos segundos,
se encontró rodeado de admiradores, y continuó regalando consejos y
observaciones iluminadas, con una amabilidad extraordinaria. Y así fue como una tarde que había empezado siendo un fiasco terminó
en apoteosis. Habría que hablar aquí también de su increíble intuición: no es raro
que Alejandro, al ver por primera vez a una persona, le diga a bocajarro una
verdad que ella creía tener perfectamente oculta, dejando en su interlocutor
la tremenda impresión de estar frente a un mago omnisciente. Un amigo -al que llamaremos Claude Salzmann- nunca podrá olvidar esa
noche, a la salida de una conferencia que ya en sí había sido épica, en que nos
sentamos en la terraza de un café de la Place Saint Sulpice y Alejandro, de
golpe pero con delicadeza, se empeñó en hacerle una de esas revelaciones: «Escucha,
Salzmann, ¿puedo hablarte? Eres amigo de mi amigo, y por eso voy a permitirme
hablarte, ¿de acuerdo? Escucha, Salzmann, cuando te miro, veo a un hombre de
naturaleza dividida: tu labio superior es muy diferente a tu labio inferior».
(Miré a Claude y vi, por primera vez, ese rasgo notable de su fisonomía.) «Tu labio
superior, muy delgado, es el de un hombre serio, espiritual, casi rígido,
labio de asceta... Pero tu labio inferior, grueso, carnoso, es el labio de un
hombre sensual, amante del placer... Sí, en ti coexisten esas dos naturalezas,
Salzmann, y debes conciliarlas...» Aunque en sí parecía una obviedad, el
comentario impresionó a mi amigo, quien precisamente en aquellos días parecía
concentrado como nunca en armonizar esas dos inclinaciones, contradictorias
para la lógica tradicional, pero complementarias para la profunda. ¿A cuántas personas habré escuchado decir que Alejandro, apoyado en
una carta de su tarot o en su sola capacidad de observación, les había
mostrado en una palabra el conflicto al que se enfrentaban en ese momento,
sacando a la luz un misterioso secreto de su personalidad? Un día lo visité con una amiga mía de la cual Alejandro nada sabía.
Recuerdo haber quedado totalmente sorprendido al observar cómo, sin que ella
hubiese preguntado aún, él concentraba en un par de frases, tras sacar ella
las cartas, lo esencial de la situación en que se encontraba. No es extraño,
entonces, que nuestro hombre suscite pasiones y devoción. El rey Jodorowsky impera en su corte, rodeado de un enjambre de
fieles para los cuales el Cabaret Místico representa una verdadera misa.
Algunos, incluso, acuden desde hace años al oficio y siguen con devoción las más peregrinas
ocurrencias del maestro... Creo que huelga precisar que yo no formo parte de esa grey. Lo nuestro
es, sobre todo, un diálogo entre amigos. De ahí esa sana perplejidad con que a
veces recibo sus comentarios, y que también debido a esa amistad tiene el buen
efecto de obligarle a precisar su pensamiento. Porque su extraordinario brillo, que provoca siempre fascinación,
puede también llevar a la duda e incluso a la irritación: por exactas que sean,
muchas veces sus incisivas intuiciones pueden parecer apresuradas. Después de
verlo entregado a sus terapias-relámpago en el marco del Cabaret, donde se
enorgullece de liberar viejos nudos psicológicos en una sola noche, de un solo
golpe de árbol genealógico salpimentado con una punta de «psicomagia», el
espectador bien dispuesto, que a la vez conserva su buen sentido crítico, no
podrá sino oscilar entre la admiración y el escepticismo, la estupefacción y la
duda. Admiración y estupefacción, pues la actuación de este actor sin igual,
su poder para sostener y guiar la energía de quinientas personas en una sala y
la férrea pertinencia de sus observaciones cortan la respiración. Escepticismo
y duda, por otra parte, pues esas veladas llenas de risas y emoción, en las
cuales la miseria humana es colocada en escena con un enorme arrojo, donde
complejos y traumas son sacados a la luz y tratados por el «maestro» con una
sabia mezcla de perspicacia, exageración y benevolencia, son la primicia de un
nuevo género, el del reality-show
analítico-espiritual. De allí
uno sale
convencido e inquieto a la vez, preguntándose sobre el verdadero alcance y
sobre los efectos a largo plazo de ese revoltijo artístico-terapéutico. Hay algo de sacamuelas y de curandero de feria en este visionario que
se autodenomina «tramposo sagrado». Pero, finalmente, esa faceta de «charlatán
trascendente», que es parte importante del personaje Jodorowsky, está puesta
al servicio de una rara energía compasiva. Podría decirse de Alejandro que es
un bodhisattva a la salsa sudamericana, una salsa con mucha
pimienta... No se es tramposo sagrado con sólo empeñarse en serlo; bajo la
desmesura y la aparente desenvoltura de este artista que se aparta de todos los
cánones, hay mucho rigor -un rigor muy particular pero rigor al fin-, un
potencial de creatividad inagotable, una profunda visión poética y, estoy
convencido, mucha bondad. Porque nuestro hombre tiene el corazón puro. Aun siendo rey,
Jodorowsky no abusa del poder casi absoluto que le otorgan muchos de sus
súbditos. Su Majestad es su propio bufón; nunca teme poner sus propias
enseñanzas en tela de juicio con una buena dosis de humor. Aunque no desecha el
homenaje de sus seguidores, tampoco muestra la menor intención de verse
convertido en ídolo. Desinteresado por excelencia -como he podido comprobar en
tantas ocasiones-, Jodorowsky sigue siendo, a mi modo de ver, crucialmente
lúcido, consciente, tanto de sus poderes como de sus limitaciones. Él ha
tenido la suerte de acercarse a verdaderos maestros -como el japonés Ejo
Takata, que lo marcó con el hierro candente del zazén- y, sin embargo, no por
eso se limita a ser gurú en el sentido estricto y noble de la palabra; él es
más bien un genio benévolo e inquietante con el que cada cual puede andar un
trecho del camino. -Crece un poco - dijo un día Jodorowsky a su veinteañera hija Eugenia. A lo que ésta
replicó: -¡Y tú
redúcete un poco! Que el mismo Alejandro cite, no sin orgullo, esa aguda respuesta de
su hija dice mucho del personaje. Servidor de la verdad, aunque a veces con cierto aire de farsante,
saltimbanqui descarado que no pide sino callar e inclinarse ante quien lo
supera, Jodorowsky pertenece, a todas luces, a la raza de los locos sabios. Si
bien el clown místico puede inspirar fascinación o aversión
inmediatas
-y a veces también ambas cosas a la vez-, es mucho lo que se gana conociendo a
este hombre en toda su riqueza interior. Aunque ha publicado varias novelas e infinidad de historietas,
Jodorowsky esperó la edad de la jubilación para escribir sobre lo que más le
importa. Al hilo de nuestras conversaciones, Alejandro me condujo por un viaje
mágico con el arte de un Castaneda que hubiera hecho teatro. A este viaje se
nos invita ahora. Este libro tiene tanto de autobiografía artístico-espiritual
como de guía en una nueva terapia. Ventana abierta a un mundo en el cual la
poesía se encarna en tumultos, en el que el teatro se vuelve sacrificio ritual
y en el que una bruja real, armada de un cuchillo de cocina, cura cánceres,
cambia corazones y alimenta los sueños de la noche, esta obra permanecerá, así
lo espero, como la huella del paso entre nosotros de un ser de una dimensión
poco común.
Gilles
Farcet París: 1989-1993 El acto poético Supongo que el nacimiento de lo que usted llama
psicomagia respondió a una necesidad... Efectivamente, así fue. Durante una época de
mi
vida, en el marco de mi actividad como especialista en tarot, recibía al menos
a dos personas al día para leerles las cartas... ¿Les predecía el futuro? ¡En absoluto! Yo no creo en la posibilidad
real de
predecir el futuro, en la medida en que, a partir del momento en que ves el
futuro, lo modificas o lo creas. Al predecir un acontecimiento, uno lo
provoca: es lo que en psicología social se denomina «realización automática de
las predicciones». Aquí tengo un texto de Anne Ancelin Schutzberger, profesora
de la Universidad de Niza, que evoca precisamente ese fenómeno: «Si se observa
cuidadosamente el pasado de un cierto número de enfermos graves de cáncer, se
advierte que se trata, muchas veces, de personas que durante su infancia
hicieron una predicción sobre sí mismas, que han desarrollado un "guión
de vida" inconsciente (de ellos mismos o de sus familias) relacionado
con su vida y su muerte, a veces incluso con indicación de fecha, momento, día
y edad, y que luego se ven efectivamente en esa situación de murientes. Por
ejemplo a los 33 años -la edad de Jesucristo- o a los 45 -edad en que murió su
padre o su madre, o cuando su hijo cumplió 7 años -porque a esa edad esa
persona quedó huérfana-. Son ejemplos de una especie de realización automática
de las predicciones personales o familiares». Asimismo, como señala Rosenthal,
si un profesor prevé que un mal estudiante continuará igual, lo más seguro es
que nada cambie. Por el contrario, cuando el profesor estima que el niño es
inteligente, aunque tímido, y prevé que a pesar de ello hará progresos, el
niño comienza a progresar... Es una constatación sorprendente pero que ha sido
verificada en varias ocasiones, suficiente para inspirar la mayor desconfianza
respecto de aquellos que, so pretexto de poseer dones sobrenaturales, se
permiten predecir acontecimientos que el inconsciente del consultante
traducirá en deseo personal, con el fin de someterse a las órdenes del vidente.
Como resultado de esto, el consultante asumirá la tarea de realizar estas
predicciones, con consecuencias muchas veces nefastas. Toda predicción es una
toma de poder, mediante la cual el vidente se complace en prefigurar destinos,
torciendo así el curso natural de una vida... Pero ¿por qué ese fenómeno ha de tener
necesariamente consecuencias nefastas? ¿Qué piensa entonces de los videntes
que predicen acontecimientos felices, prosperidad, fertilidad u otros
beneficios? Igualmente ello implica poder y manipulación.
Por lo
demás, estoy absolutamente convencido de que tras la etiqueta de «vidente profesional»
se esconden, con raras excepciones, individuos desequilibrados, deshonestos y
delirantes. En el fondo, sólo serían dignas de confianza las predicciones de
un verdadero santo... Eso explica por qué me niego a dedicarme a la videncia. Volvamos a los orígenes de la psicomagia y
a su
actividad de tarólogo. ¿En qué consistía entonces su práctica? Yo consideraba el tarot como un test proyectivo
que
permitía ubicar las necesidades de la persona y saber dónde residían sus problemas. Es bien sabido que
la mera actualización de una dificultad inconsciente o poco conocida constituye
ya un esbozo de solución. Al trabajar conmigo, las personas tomaban conciencia
de su identidad, de sus dificultades, de lo que las llevaba a actuar. Yo les
hacía pasearse a través de su árbol genealógico para mostrarles el origen
antiguo de algunos de sus malestares. Sin embargo, me di cuenta enseguida de
que no podía haber ninguna curación verdadera si no se llegaba a una acción
concreta. Para que la consulta tuviera un efecto terapéutico, tenía que
desembocar en una acción creativa llevada a cabo en el ámbito real. Para
lograrlo, tuve que indicar a quienes venían a verme uno o dos actos a
realizar. La persona y yo teníamos que, de común acuerdo y con plena
conciencia, fijar un programa de acción muy preciso. Así es como llegué a practicar
la psicomagia. Usted practicó esta terapia durante una década
y
logró resultados totalmente convincentes. ¿Cómo la inventó? Algo así no se inventa; uno lo ve nacer a través
de
uno mismo. Pero este nacimiento tiene raíces muy profundas. Antes de entrar en detalles sobre la psicomagia,
de
examinar sus relaciones con el psicoanálisis, de referir actos precisos o de
sumergirnos en las cartas que le han escrito sus consultantes, sería interesante
remontarnos a las raíces. La primera cosa que vino a ayudarme fue la
poesía,
mi contacto con poetas en los años cincuenta... Tuve la suerte de nacer en
Chile, aunque podría perfectamente haber nacido en otro lugar. Si no hubiera
sido por la guerra ruso-japonesa, mis abuelos no habrían emigrado y yo habría
nacido seguramente en Rusia. Por otra parte, ¿por qué el barco en que se embarcaron
los llevó hasta Chile? Me gusta imaginar que escogemos por adelantado nuestro destino y que nada
de lo que nos sucede es fruto del azar. Ahora bien, si no hay azar, todo tiene
sentido. Para mí, es mi encuentro con la poesía lo que justifica mi nacimiento
en Chile. Sin embargo, no puede decirse que Chile haya
tenido
la exclusividad de la poesía... No, poetas hay en todas partes. Pero la vida
poética, en cambio, es un bien más escaso. ¿En cuántos países existe una atmósfera
realmente poética? Sin duda, la antigua China era una tierra de poesía. Pero
pienso que, en los años cincuenta, en Chile se vivía poéticamente como en
ningún otro país del mundo. ¿Podría explicarlo? La poesía lo impregnaba todo: la enseñanza,
la
política, la vida cultural... El pueblo mismo vivía inmerso en la poesía. Eso
era debido al temperamento propio de los chilenos y más particularmente a la
influencia de cinco de nuestros poetas, que se transformaron para mí en una
especie de arquetipos. Fueron ellos quienes moldearon mi existencia en un
comienzo. El más conocido de ellos era nada menos que Pablo Neruda, un hombre
políticamente muy activo, exuberante, muy prolífico en su escritura y que,
sobre todo, vivía como un auténtico poeta. ¿Qué es vivir como un auténtico poeta? En primer lugar no temer, atreverse a dar,
tener la
audacia de vivir con cierta desmesura. Neruda construyó una casa en forma de
castillo, congregando en torno a él un pueblo entero, fue senador, y casi
llegó a ser presidente de la república... Entregó su vida al Partido Comunista,
por idealismo, porque deseaba realmente llevar a cabo una revolución social,
construir un mundo más justo... Y su poesía marcó a toda la juventud chilena.
En Chile, ¡incluso los borrachos en plena sesión alcohólica declamaban versos
de Neruda! Su poesía era recitada tanto en los colegios como en la calle. Todo
el mundo quería ser poeta, como él. ¡No hablo sólo de los estudiantes, sino de
obreros e incluso borrachos que hablaban en verso! Supo captar en sus textos
todo el ambiente loco del país. Escucha este poema que me viene a la mente y que recitábamos a coro
cuando, en calidad de estudiantes universitarios, nos embriagábamos con el vino
patriótico de nuestra tierra chilena: Sucede
que me
canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y
mi sombra. Sucede que me
canso de ser hombre. Sin embargo
sería delicioso asustar a un
notario con un lirio cortado o dar muerte
a una monja con un golpe de oreja. Sería bello ir por las
calles con un cuchillo verde y dando
gritos hasta morir de frío. Aparte de Neruda, que gozaba de fama mundial,
otros cuatro
poetas fueron de una importancia capital. Vicente Huidobro provenía de un medio
acomodado, en todo caso menos humilde que el de Neruda. Su madre conocía todos
los salones literarios franceses y él recibió una educación artística muy
profunda, por lo que su poesía, de una gran belleza formal, impregnó de
elegancia a todo el país. Soñábamos todos con Europa, con la cultura...
Huidobro nos dio una gran lección de estética. A modo de ejemplo, te leeré este
fragmento de una conferencia dada por el poeta en Madrid, tres años antes de la
aparición del manifiesto surrealista: Aparte de la significación gramatical del lenguaje,
hay otra, una significación mágica, que es la única que nos interesa... El
poeta crea fuera del mundo que existe el que debiera existir... El valor del
lenguaje de la poesía está en razón directa de su alejamiento del lenguaje que
se habla... El lenguaje se convierte en un ceremonial de conjuro y se presenta
en la luminosidad de su desnudez inicial, ajena a todo vestuario inicial convencional
fijado de antemano... La poesía no es otra cosa que el último horizonte, que
es, a su vez, la arista en donde los extremos se tocan, en donde no hay
contradicción ni duda. Al llegar a ese lindero final, el encadenamiento
habitual de los fenómenos rompe su lógica, y al otro lado, en donde empiezan
las tierras del poeta, la cadena se rehace en una lógica nueva. El poeta os
tiende la mano para conduciros más allá del último horizonte, más arriba de la
punta de la pirámide, en ese campo que se extiende más allá de lo verdadero y
lo falso, más allá de la vida y de la muerte, más allá del espacio y del
tiempo, más allá de la razón y la fantasía, más allá del espíritu y la
materia... Hay en su garganta un incendio inextinguible. Había también una mujer, Gabriela Mistral.
Su
apariencia era la de una dama seca, austera, muy alejada de la poesía sensual.
Ella enseñaba en las escuelas populares, y esta pequeña institutriz llegó a
transformarse para nosotros en un símbolo de paz. Nos enseñó la exigencia moral
respecto del dolor del mundo. Gabriela Mistral era para los chilenos una
especie de gurú, muy mística, una figura de madre universal. Ella hablaba de
Dios pero daba fe de un rigor tal... Escucha estos fragmentos de su «Oración
de la Maestra» (la maestra en cuestión era, naturalmente, la institutriz): ¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe;
que
lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra... Maestro, hazme
perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo
de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de
mí cuando me hieren... Hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de
toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida... Dame
sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección
cotidiana... Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. El cuarto se llamaba Pablo de Rokha. Él también
era
un ser exuberante, una especie de boxeador de la poesía a propósito del cual corrían los rumores más locos. Se le
atribuían atentados anarquistas, estafas... En realidad era un dadaísta
expresionista que aportó a Chile la provocación cultural. Era turbulento, capaz
de insultar, y en los círculos literarios tenía un aura terrible y negra. Estas
frases sueltas, que resuenan como salvas, deberían bastar para darte una idea
de su ardor furibundo: Incendiad el poema, decapitad el poema... Escoged
un
material cualquiera, como se escogen estrellas entre lombrices... Cuando Dios
«aún era azul dentro del hombre... Tú, tú estás justo en el centro de Dios,
como el sexo, justo en el centro... El cadáver de Dios, furioso, aúlla en mis
entrañas... Voy a golpear la Eternidad con la culata de mi revólver. Finalmente, el quinto se llamaba Nicanor Parra.
Originario del pueblo, subió los escalones universitarios, se hizo profesor en
una gran escuela y encarnó la figura del intelectual, del poeta inteligente.
Nos dio a conocer a Wittgenstein, el círculo de
Viena, el diario íntimo
de Kafka. Tenía una vida
sexual muy sudamericana... ¿Es decir? Los sudamericanos se vuelven locos con las rubias. De vez
en
cuando, Parra iba a Suecia y regresaba
con una sueca. Nos fascinaba verlo
junto a una
rubia despampanante... Luego, se divorciaba,
volvía a Suecia y regresaba con una nueva criatura. Aparte de su influencia
intelectual, trajo el humor a la poesía
chilena; fue el primero en introducir un elemento cómico. Al crear la
antipoesía, desdramatizó esta forma de arte. Aquí tengo un fragmento de
«Advertencia al lector», de
Parra: Mi poesía
puede perfectamente no conducir a ninguna parte: «¡Las risas
de este libro son falsas!», argumentarán mis detractores «Sus
lágrimas, ¡artificiales!» «En vez de
suspirar, en estas páginas se bosteza» «Se patalea
como un niño de pecho» «El autor se
da a entender a estornudos» Conforme: os
invito a quemar vuestras naves, Como los
fenicios pretendo formarme mi propio alfabeto. «¿A qué
molestar al público entonces?», se preguntarán los amigos lectores: «Si
el propio
autor empieza por desprestigiar sus escritos, ¡Qué
podrá
esperarse de ellos!». Cuidado,
yo
no desprestigio nada O,
mejor
dicho, yo exalto mi punto de vista, Me
vanaglorio
de mis limitaciones Pongo
por las
nubes mis creaciones. Los
pájaros
de Aristófanes Enterraban
en
sus propias cabezas Los
cadáveres
de sus padres. (Cada pájaro
era un verdadero cementerio volante) A mi modo de
ver Ha
llegado la
hora de modernizar esta ceremonia ¡Y
yo entierro
mis plumas en la cabeza de los señores lectores! Esas cinco personalidades marcaron mucho, entiendo,
al joven que usted era entonces... Eran vivos, ¡vivos y peleadores! Eran los mejores
enemigos del mundo, pasaban los días peleando, intercambiándose insultos...
Pablo de Rokha, por ejemplo, publicó una carta abierta a Vicente Huidobro en
la que exclamaba: «Comienzo a estar harto de esta historia, mi pequeño
Vicentito. Por lo demás, no soy de esos cobardes que golpean a una gallina que
cacarea porque dice haber puesto un huevo en Europa». ¿Sabes lo que decía de
Neruda? «Pablo Neruda no es comunista, es nerudista -el último de los
nerudistas, o el único, probablemente...» Estas personas se exponían, no tenían miedo de vivir su pasión. En
cuanto a nosotros, abrazábamos la causa de uno, luego la del otro... Estábamos
inmersos en la poesía desde la mañana hasta la noche, ella estaba realmente en
el centro de nuestras vidas. Estos cinco poetas formaban para nosotros un
mandala alquímico: Neruda era el agua, Parra el aire, De Rokha el fuego,
Gabriela Mistral la tierra y Huidobro, en el centro, la quintaesencia.
Queríamos ir más allá de nuestros predecesores, los cuales, por lo demás, ya
habían anticipado nuestras búsquedas. ¿Y eso cómo era? Todos estos poetas realizaban actos. Huidobro
decía:
«Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas! Hacedla florecer en el poema»; Neruda
sedujo a una mujer del pueblo prometiéndole un maravilloso regalo y luego
mostrándole un limón del tamaño de una calabaza. Habían comenzado a salir de la
literatura para participar en los actos de la vida cotidiana con la postura
estética y rebelde propia de los poetas. Sus amigos y usted quisieron entonces ir más
lejos en esa dirección. Tuve la suerte de tener la misma edad que el
famoso
poeta Enrique Lihn, hoy fallecido. Un día, con él y otros compañeros,
encontramos en un libro sobre el futurismo italiano una frase iluminadora de
Marinetti: «La poesía es un acto». A partir de ese momento, decidimos
prestarle más atención al acto poético que a la escritura misma. Durante tres o
cuatro años, nos dedicamos a realizar actos poéticos. Pensábamos en ellos
durante todo el día. ¿En qué consistían esos actos? Por ejemplo, Lihn y yo decidimos un día caminar
en línea
recta, sin desviarnos nunca. Caminábamos por una avenida y llegábamos frente a
un árbol. En vez de rodearlo, nos subíamos al árbol para proseguir nuestra
conversación; si un coche se cruzaba en nuestro camino, nos subíamos encima,
caminábamos sobre su techo... Frente a una casa, tocábamos el timbre,
entrábamos por la puerta y salíamos por donde pudiéramos, a veces por una
ventana. Lo importante era mantener la línea recta y no prestar ninguna
atención al obstáculo, hacer como si no existiera. Esto debía de causarles más de un problema... En absoluto, ¿por qué? Olvidas que Chile era
un país
poético. Recuerdo haber tocado el timbre de una casa y haber explicado a la
señora que éramos poetas en plena acción y que, por lo tanto, teníamos que
cruzar su casa en línea recta. Ella lo entendió perfectamente y nos hizo salir
por la puerta trasera. Esta travesía de la ciudad en línea recta fue para
nosotros una gran experiencia, en la medida en que logramos sortear todos los
obstáculos. Poco a poco, fuimos derivando hacia actos más fuertes. Yo estudiaba
en la facultad de Psicología. Un día estaba realmente harto y decidí realizar
un acto para expresar mi hartazgo. Salí de la clase y fui tranquilamente a
orinar frente a la puerta de la oficina del rector. Por supuesto, corría el
riesgo de ser expulsado definitivamente de la universidad. Cosa mágica, nadie
me vio. Hice mi acto y me retiré increíblemente aliviado, en todos los
sentidos de la palabra. Otro día, pusimos una gran cantidad de monedas en un
maletín agujereado y recorrimos con él el centro de la ciudad: ¡era
extraordinario ver a todo el mundo agachándose detrás de nosotros, la calle repleta
de cuerpos doblados! También decidimos crear nuestra propia ciudad imaginaria
junto a la ciudad real. Para eso tuvimos que proceder a celebrar
inauguraciones. Nos dirigíamos al pie de una estatua, de un monumento célebre e
iniciábamos una ceremonia de inauguración, de acuerdo con nuestra fantasía. Es
así como para nosotros la Biblioteca Nacional se transformó en una especie de
café intelectual. Sin duda ése es el germen del Cabaret Místico. Lo importante
era nombrar las cosas: al
atribuirles nombres diferentes, nos parecía que las transformábamos. También nos dedicábamos a actos muy inocentes y no menos poderosos,
como poner en la mano del revisor que venía a reclamarnos nuestro billete de
autobús una hermosa concha... El hombre se quedaba tan estupefacto que seguía
de largo sin decir nada. Usted apenas tenía veinte años. ¿Con qué ojos
miraba
su familia todas esas excentricidades? Como sabes, provengo de una familia de inmigrantes
que se pasaban ocho horas al día dentro de una tienda. Cuando la poesía entró
de esta forma en mi vida, se quedaron con la boca abierta. Un día mis amigos y
yo cogimos un maniquí y lo vestimos con ropa de mi madre. Luego lo recostamos
como un cadáver, rodeado de candelabros, e iniciamos un velatorio en el salón
familiar. Como hacíamos teatro, disponíamos del atrezzo necesario, y la
impresión era sobrecogedora. ¡Cuando mi madre llegó, se vio siendo velada!
Todos mis amigos comenzaron a presentar sus condolencias... Fue naturalmente un
impacto enorme para mi familia. Otra vez, llenamos la cama de mis padres de
gusanos. Pero eso es muy cruel, resultaba usted un hijo
odioso... Yo los amaba, pero quería, con toda la locura
de mi
juventud, hacer estallar los límites. Estos actos los sacudían, los obligaban
a abrirse. ¿Qué más podían hacer ante lo imprevisto? La vida es así,
¿comprendes?: totalmente impredecible. Crees que la jornada va a acontecer de
tal o cual manera y, en realidad, puedes ser atropellado por un camión en la
esquina, encontrarte con una antigua amante y llevarla al hotel a hacer el
amor o caérsete el techo sobre la cabeza mientras trabajas. El teléfono puede
sonar para anunciarte la mejor o la peor de las noticias. Nuestros actos de
jóvenes poetas no hacían sino evidenciar esto, a contracorriente del mundo
rígido de mis padres. Abrir la cama y encontrarse con un hervidero de gusanos
es una situación que simboliza con fuerza lo que nos sucede a todos, todos los
días. Mi padre practicaba la psicomagia sin saberlo: estaba convencido de
que cuantas más mercancías tuviera, más vendería. Había que dar a los clientes
una imagen de sobreabundancia. Hubo un tiempo en el que él tenía detrás de sí
una hilera de cajones supuestamente llenos de calcetines. Hacía sobresalir un
calcetín de uno de los cajones para dar la sensación de que estaban
atiborrados, cuando, en realidad, no había absolutamente nada dentro. Un día
en que la tienda estaba llena de clientes, uno de mis amigos, borracho, se puso
a abrir todos los cajones. Luego hizo un poema proclamando que mi padre era un
hombre excepcional, comparable a los grandes místicos: ¡al igual que ellos
vendía puro vacío! Su padre debió de ponerse furioso... En realidad, no. Cada vez que ocurría un acto
así,
mi familia sufría un gran impacto, seguido de un silencio y de una gran
perplejidad. Estaban completamente sobrepasados, y eso resultaba tan
extraordinario para ellos que creían estar viviendo un sueño despiertos, algo
fuera de los límites de su existencia habitual. Todos estos actos estaban
impregnados de una cualidad onírica, impregnados de locura. Recuerdo que Lihn y
yo nos fijábamos objetivos extraños: cuando estábamos hartos de la
universidad, partíamos a Valparaíso en tren, decididos a no regresar hasta que
una señora de edad nos invitara a tomar una taza de té. Cumplido nuestro
objetivo, regresábamos triunfantes a la capital. Un día, acompañado de otro amigo, fui a un buen restaurante, íbamos
ambos vestidos muy elegantemente y pedimos un bistec a la pimienta. Una vez
servidos, nos frotamos todo el cuerpo con la carne, mancillando nuestra
vestimenta. Y una vez concluida la operación, pedimos de nuevo lo mismo y
repetimos el acto. Lo hicimos cinco o seis veces seguidas hasta que todo el
restaurante fue presa del pánico. Un año más tarde volvimos al mismo
establecimiento, pero el maître
nos salió al paso: «Si piensan
repetir
lo que hicieron la otra vez, ni hablar, no permitiré que entren en el
restaurante». El acto lo había impactado tanto que era como si el tiempo se
hubiera detenido. Había transcurrido un año, pero para él era como si eso
hubiera sucedido una semana antes. Sus palabras me hacen recordar un episodio
de cuando
yo tenía quince o dieciséis años. Yo estaba en plena lectura de Dostoievski, y
estos rusos exaltados que pasaban instantáneamente del abatimiento a la
exaltación, que se encendían por una causa, que se revolcaban por el suelo, me
fascinaban. Un día dije a mis amigos: ¿para qué seguir avanzando? ¿Qué
sucedería si todo el mundo decidiera detener el movimiento?: ¿adonde vamos? Y
decidimos tumbarnos en el suelo, en medio de la calle, sin movernos. Los peatones
pasaban por encima de nosotros, algunos hacían comentarios. Si no me equivoco,
se trataba de un acto poético... ¡Por supuesto! Y estoy seguro de que nuestros
lectores, si se ponen a pensar, recordarán momentos similares de
cuestionamiento de la realidad obligatoria. Nosotros también nos acostamos una
vez frente a un banco, sucios y harapientos para dar la impresión a la gente de
que una crisis económica es siempre posible, que la miseria puede surgir en
cualquier instante. Pero, una vez más, todo esto sucedía en Chile, en ese país
presa de una forma de locura colectiva. Seguramente no podríamos haber llegado
tan lejos en otro contexto. La mayoría de los burócratas chilenos vivía
correctamente hasta las seis de la tarde. Una vez fuera de la oficina, se
emborrachaban y cambiaban de personalidad, casi de cuerpo. Abandonaban su
personalidad burocrática para asumir su identidad mágica. La fiesta estaba por
todas partes, el país entero era surrealista sin saberlo. ¿El temperamento chileno explicaría por sí
solo esta atmósfera? Las personas llamadas razonables, aquellas
que creen
en la solidez de este mundo, no plantean actos locos. ¡Pero en Chile la tierra
temblaba cada seis días! El suelo mismo del país era, por decirlo así,
convulsivo. Esto hacía que todo el mundo estuviera sujeto a un temblor, físico
y existencial. No habitábamos un mundo macizo regido por un orden burgués
supuestamente bien implantado, sino una realidad temblorosa. ¡Nada permanecía
fijo, todo temblaba!... (Risas.)
Todos vivían precariamente,
tanto en el
plano material como relacional. Nunca se sabía cómo terminaría una fiesta: la
pareja casada a las seis de la tarde podía deshacerse a las seis de la mañana,
los invitados podían tirar los muebles por la ventana... Naturalmente, la angustia
habitaba en el corazón de toda esa locura. El país era pobre, las clases
sociales muy diferenciadas... Han transcurrido ya varias décadas... Con la
distancia del tiempo, ¿cómo ve hoy esos actos? Más allá de lo pintoresco, ¿qué
le enseñaron? La audacia, el humor, una aptitud para cuestionar
los postulados mediocres de la vida ordinaria y un amor por el acto gratuito.
¿Y cuál es la definición del acto poético? Debe ser bello, estético y
prescindir de toda justificación. Puede también acarrear cierta violencia. El
acto poético es una llamada a la realidad: hay que enfrentar a la propia
muerte, a lo imprevisto, a nuestra sombra, a los gusanos que hormiguean dentro
de nosotros. Esta vida que nosotros quisiéramos lógica es, en realidad, loca,
chocante, maravillosa y cruel. Nuestro comportamiento, que pretendemos lógico
y consciente, es, de hecho, irracional, loco, contradictorio. Si observáramos
lúcidamente nuestra realidad, constataríamos que es poética, ilógica, exuberante.
En aquellos tiempos yo era, sin duda, inmaduro, un joven descerebrado
insolente; eso no quita que dicho período me enseñara igualmente a percibir la
enloquecida creatividad de la existencia y a no identificarme con los límites
dentro de los cuales la mayoría de la gente se encierra hasta que no aguanta
más y revienta. La poesía no respeta un ordenamiento estereotipado
del mundo... ¡No, la poesía es convulsiva, está ligada al
temblor
de la tierra! Ella denuncia las apariencias, atraviesa con su espada la
mentira y las convenciones. Recuerdo que una vez fuimos a la facultad de
Medicina y, con la complicidad de un amigo, robamos el brazo de un cadáver. Lo
escondimos dentro de la manga de nuestro abrigo y jugamos a darle la mano a la
gente, a tocarla con esta mano muerta. Nadie se atrevía a comentar que estaba
fría, sin vida, porque nadie quería reconocer la cruda realidad de que ese
miembro estaba muerto. Al hablarte, me doy cuenta de que en cierta manera
estoy confesándome. Sé que todo esto puede parecer fantasioso. Para nosotros,
se trataba ciertamente de un juego, ¡pero también de un acto profundamente
dramático! El acto creaba otra realidad en el seno mismo de la realidad
ordinaria. Nos permitía acceder a otro nivel, y sigo convencido de que con
actos nuevos se abre la puerta de una nueva dimensión. ¿El acto concebido así no tiene un valor purificador
y terapéutico? ¡Claro que sí! Si uno lo piensa, nuestra historia
individual está constituida de palabras y de actos. La mayor parte del tiempo
la gente se contenta con pequeños actos inocuos, hasta que un día «revienta» y,
sin control alguno, se pone furiosa, lo rompe todo, profiere insultos, se
abandona a la violencia, llega incluso al crimen... Si un criminal en potencia
conociera el acto poético, sublimaría su gesto homicida poniendo en escena un
acto equivalente. Pero eso podría llevar a ciertos extremos no
exentos de peligro... Efectivamente. La sociedad ha puesto barreras
para
que el miedo y su expresión, la violencia, no surjan a cada instante. Por ello,
cuando se realiza un acto diferente de las acciones ordinarias y codificadas,
es importante hacerlo conscientemente, medir y aceptar de antemano las
consecuencias. Realizar un acto es un proceso consciente que apunta a
introducir voluntariamente una fisura en el orden de la muerte que perpetúa la
sociedad, y no la manifestación compulsiva de una rebelión ciega. Conviene no
identificarse con el acto poético, no dejarse llevar por las energías que éste
libera. Bretón, por ejemplo, cayó en la trampa cuando, llevado por su entusiasmo,
declaró que el verdadero acto poético consistiría en salir a la calle armado de
un revólver y disparar sobre la gente. Se arrepintió mucho, después. ¡Y eso que
no hubo paso al acto! Pero esta declaración era en sí el signo de un arrebato. El
acto poético permite expresar energías normalmente reprimidas o dormidas
dentro de nosotros. El acto no consciente es una puerta abierta al vandalismo,
a la violencia. Cuando las multitudes se enardecen, cuando las manifestaciones
degeneran y la gente comienza a incendiar automóviles o a lanzar piedras, se
trata también de una liberación de energías reprimidas. No por ello esas
manifestaciones ameritan el calificativo de actos poéticos. ¿Eran conscientes de ello, usted y sus comparsas? Terminamos siéndolo, después de observar algunos
actos peligrosos perpetrados por seres arrebatados... Mis amigos y yo nos
sentimos sacudidos por esas experiencias y eso nos hizo interrogarnos
seriamente. Un haiku japonés nos proporcionó una clave: el alumno le lleva al
maestro su poema, en el cual dice: Una mariposa: le quito las alas ¡y se vuelve pimiento! La respuesta del maestro fue inmediata: «No,
no; eso
no es así, déjame corregir tu poema»: Un pimiento: le pongo unas alas ¡y se vuelve mariposa! La lección es clara: el acto poético debe siempre
ser positivo, ir en el sentido de la construcción y no de la destrucción... Sin embargo, muchas veces es indispensable
destruir
para poder posteriormente construir... ¡Sí, pero cuidado con la destrucción como fin
en sí!
El acto es acción y no reacción vandálica. En ese caso, ¿cómo calificaría algunos de los
«actos» que ha comentado? Muchos de ellos no eran, efectivamente, sino
reacciones o, digamos, intentos más o menos torpes en dirección a un acto digno
de ese nombre. Eso hizo que decidiese realizar un examen de conciencia.
Comprendí claramente que, en vez de vaciar todos los cajones de mi padre,
deberíamos haber llegado en procesión con un cargamento de calcetines y haberle
llenado sus cajas para que su sueño se hiciera realidad. ¡En lugar de poner
gusanos en la cama de mis padres, deberíamos haberla tapizado con monedas de
chocolate envueltas en papel dorado. En vez de simular el velatorio de mi
madre, podríamos haber representado una escena en la que ella se hubiera
podido admirar en plena gloria, como la virgen durante la asunción. El choque
causado por el acto debe ser positivo. Tras esta toma de conciencia, ¿se sintieron
ustedes
culpables, experimentaron algún arrepentimiento? No, y sigo diciendo que la culpabilidad es
inútil.
El error está permitido, siempre que se cometa una sola vez y dentro de una
búsqueda sincera de conocimiento. Ésa es la condición humana: el hombre busca el conocimiento, ¿y qué es el hombre
en busca de algo sino, por definición, un ser errático? El error es parte
integrante del camino. Abandonamos esas experiencias negativas, pero sin
arrepentimiento alguno. Nos habían abierto la puerta del verdadero acto
poético. Para hacer una tortilla hay que romper los huevos. El acto teatral Hemos evocado la dimensión metafísica del acto,
pero
volvamos a su aspecto artístico. Si la poesía es ante todo acto, ¿qué lugar
ocuparía la escritura? ¿Escribían usted y sus amigos, o bien se contentaban con
realizar actos? Lihn siguió escribiendo y llegó a ser uno de
los
grandes poetas del país, tanto que hoy ya nadie se acuerda de sus actos. Los
chilenos se sorprenderían de saber a qué juegos se entregaba en su juventud su
poeta nacional. Por lo que a mí concierne, abandoné la poesía propiamente
dicha para dedicarme al teatro. ¿Cómo tuvo lugar esa transición? El amor al acto me llevó a crear objetos. Entre
otros, unos títeres de los que pronto me enamoré. Ante todo, veía en el títere
una figura esencialmente metafísica. Me encantaba ver que un objeto que yo
había fabricado con mis propias manos se me escapaba. Desde el momento en que
metía la mano en el títere para animarlo, el personaje empezaba a vivir de una
manera casi autónoma. Yo asistía al desarrollo de una personalidad
desconocida, como si el muñeco se valiera de mi voz y de mis manos para tomar
una identidad que ya le era propia. Me parecía realizar un oficio de servidor más que de
creador.
¡Finalmente, tenía la impresión de estar siendo dirigido, manipulado
por el muñeco! Esta relación tan profunda con los títeres hizo nacer en mí el
deseo de convertirme en uno de ellos, es decir en actor de teatro. ¿De verdad cree que un actor se parece a un
títere?
Me parece discutible... En cualquier caso, ésa era mi idea del teatro
y del
oficio de cómico. No me gustaba el teatro psicológico, dedicado a imitar la
«realidad». Para mí, ese teatro llamado realista era una expresión vulgar en la
que, pretendiendo mostrar algo de lo real, se recreaba la dimensión más
aparente y también la más vacua y tosca del mundo tal como es percibido
normalmente. Lo que se llama en general «realidad» no es sino una parte, un
aspecto de un orden mucho más amplio. Me parecía -y
me parece aún- que el teatro
autodenominado realista se desentiende de la dimensión inconsciente, onírica y
mágica de la realidad. Porque, insisto, la realidad no es racional, por más
que así lo queramos creer para tranquilizarnos. En general, los comportamientos
humanos están motivados por fuerzas inconscientes, cualesquiera que puedan ser
las explicaciones racionales que les atribuyamos luego. El propio mundo no es
homogéneo, sino una amalgama de fuerzas misteriosas. No retener de la realidad
más que la apariencia inmediata es traicionarla y sucumbir ante la ilusión,
aunque se disfrace de «realismo». Detestando como detestaba el teatro
realista, empecé a sentir repulsión hacia la noción de autor. No quería ver a
unos cómicos repetir un texto escrito previamente, prefería asistir a un acto
teatral que no tuviera nada que ver con la literatura. Me dije: «¿Por qué
apoyarse en un texto llamado teatral, en una obra? Todo puede interpretarse y
escenificarse. Yo podría poner en escena el periódico del día, montar un drama
maravilloso a partir de la primera plana de un diario». Así empecé a trabajar
y a experimentar una libertad creciente. Como no pretendía imitar la realidad, podía moverme a mi antojo, hacer
los ademanes más extravagantes, aullar... Pronto, el escenario en sí se me
apareció como una limitación. Quise sacar al teatro del teatro. Por ejemplo,
imaginé una obra dentro de un autobús. El público esperaba en las paradas y
subía al autobús que recorría la ciudad. De repente había que apearse y entrar
en un bar, una maternidad, un matadero; en suma, entrar donde estuviera
ocurriendo algo y reanudar la marcha... Las experiencias que realicé fueron
después retomadas por otros. Cuando estaba anunciado que mi espectáculo se
desarrollaría en un teatro, a veces me llevaba a los espectadores a los sótanos,
a los aseos o a la azotea. Más adelante, se me ocurrió la idea de que el teatro
podía prescindir de los espectadores y no debía comportar más que actores.
Entonces organicé grandes fiestas en las que todo el mundo podía interpretar.
Finalmente, me pareció que interpretar un personaje era inútil. El actor,
pensé entonces, debe intentar interpretar su propio misterio, exteriorizar lo
que lleva dentro. Uno no va al teatro para escapar de sí, sino para restablecer
el contacto con el misterio que somos todos. El teatro me interesaba menos como
distracción que como instrumento de autoconocimiento. Por ello, sustituí la
«representación» clásica por lo que llamé «lo efímero pánico». ¿Qué es exactamente «lo efímero pánico»? Llegados a este punto, debería referirme a
un texto
que publiqué en 1973 en un libro concebido por Fernando Arrabal titulado Le
Panique. En él formulé lo
esencial de mi proceso y de mis concepciones
teatrales: «Para llegar a la euforia pánica hay que, en primer lugar, liberarse
del edificio teatro». Desde el punto de vista arquitectónico, sea cual sea la
forma que tengan, los teatros están concebidos para actores y espectadores;
obedecen a la ley primordial del juego, que consiste en delimitar un espacio,
es decir, aislar la escena de la realidad, y por eso mismo imponen (principal
factor antipánico) una concepción a priori de las relaciones del actor y del
espacio. Antes que nada, el actor debe servir al arquitecto y después al autor.
Los teatros imponen movimientos corporales, aunque, en general, sea el gesto
humano el que determina la arquitectura. Al eliminar al espectador en la fiesta
pánica, se elimina automáticamente la «butaca» y la «interpretación» ante una
mirada inmóvil. El lugar donde acontece «lo efímero» es un espacio no
delimitado, de tal manera que no se sabe dónde comienza la escena y dónde
comienza la realidad. La «compañía pánica» escogerá el lugar que más le plazca:
un terreno baldío, un bosque, una plaza pública, un quirófano, una piscina,
una casa en ruinas o bien un teatro tradicional, pero empleando todo su
volumen: manifestaciones eufóricas en el patio de butacas, en los camerinos o
en los baños, desbordándose a lo largo de los pasillos, en el sótano, el tejado,
etc. También puede hacerse un «efímero» bajo el mar, en un avión, en un tren
rápido, un cementerio, una maternidad, un matadero, un asilo de ancianos, en
una gruta prehistórica, en un bar de homosexuales, un convento o durante un
velatorio. Puesto que lo «efímero» es una manifestación concreta, no se puede
evocar en él problemas de espacio y de tiempo: el espacio tiene sus medidas
reales y no puede simbolizar otro espacio: es lo que es en el instante mismo.
Algo similar sucede con el tiempo: no se puede figurar la edad en él. El tiempo
que pasa corresponde realmente a lo que duran las acciones realizadas en ese
momento. En ese tiempo real y ese espacio objetivo se mueve el ex actor. El actor
es un hombre que reparte su actividad entre una «persona» y un «personaje».
Antes del pánico, podían contarse de una manera clara y precisa dos escuelas
teatrales: en una, la persona-actor tenía que fundirse totalmente en el
«personaje», mentirse a sí mismo y a los demás, con tal dominio que llegara a
extraviar su «persona» para volverse otro, un personaje con límites más
concisos, fabricado a golpe de definiciones. En la segunda escuela, se enseñaba
a actuar de una manera ecléctica, de modo que el actor, a la vez que persona,
era simultáneamente personaje. En ningún momento uno debía olvidar que estaba actuando, y la persona, durante
la representación, podía criticar a su personaje. El ex actor, hombre pánico, no actúa en una representación y ha
eliminado totalmente el personaje. En lo «efímero», este hombre pánico intenta
alcanzar a la persona que está siendo. Que dentro de una obra de teatro se esté representando otra, les
encanta a los dramaturgos. Sucede muchas veces que sobre una escena se monta otra
escena en la que otros actores actúan ante los primeros actores. El pánico piensa que en la vida cotidiana todos los «augustos»
caminan disfrazados interpretando un personaje y que la misión del teatro es
hacer que el hombre deje de interpretar un personaje frente a otros personajes,
que acabe eliminándolo para acercarse poco a poco a la persona. Es el camino inverso de las antiguas escuelas teatrales; en vez de ir
de la persona al personaje -como creían hacer dichas escuelas-, el pánico intenta
llegar desde el personaje que es (por la educación antipánica implantada por
los «augustos») a la persona que lleva encerrada dentro de sí mismo. Este
«otro» que despierta en la euforia pánica no es un fantoche hecho de
definiciones y de mentiras, sino un ser con limitaciones menores. La euforia
de lo «efímero» conduce a la totalidad, a la liberación de las fuerzas
superiores, al estado de gracia. En resumen: el hombre pánico no se esconde detrás de sus personajes,
sino que intenta encontrar su modo de expresión real. En vez de ser un
exhibicionista mentiroso, es un poeta en estado de trance. (Entendemos por
poeta no al escritor de sobremesa, sino al atleta creador.) ¿Cómo concretó usted este programa-manifiesto? Promoví en los espectadores-actores la práctica
de
un acto teatral radical que consistía en interpretar su propio drama, en
explorar su propio enigma íntimo. Fue para mí el comienzo de un teatro sagrado
y casi terapéutico. Luego me di cuenta de que si había logrado, en mi actividad
teatral, hacer estallar las formas,
el espacio, la relación actor-espectador, aún no había atacado al tiempo. Aún
estaba preso en la idea según la cual el espectáculo debe ser ensayado e
interpretado en múltiples ocasiones. En la época en que los happenings comenzaban
a surgir en los Estados Unidos, yo inventé, pues, en México, lo que denominé
«lo efímero pánico». Consistía en montar un espectáculo que sólo podía verse
una vez. Había que introducir en él cosas perecederas: humo, frutas, gelatina,
animales vivos... Se trataba de realizar actos que no podrían ser repetidos
jamás. En suma, yo quería que el teatro, en lugar de tender hacia lo fijo,
hacia la muerte, volviera a su especificidad misma: lo instantáneo, lo
fugitivo, el momento único para siempre. En esa medida, el teatro está hecho a
imagen de la vida, en la cual, según la cita de Heráclito, uno no se baña jamás
en el mismo río. Concebir así el teatro era llevarlo al extremo, ir al paroxismo
de esta forma de arte. A través del happening redescubrí
el acto teatral
y su potencial terapéutico. ¿Cómo lo llevaba a cabo? ¿Cuáles eran los
ingredientes de esos happenings? Bueno, yo elegía un lugar, podía ser cualquiera
salvo un teatro: la escuela de Bellas Artes, un psiquiátrico, un sanatorio,
una escuela para personas con síndrome de Down... Escogía lugares existentes y
situaba en ellos la acción. ¿Le dejaban realmente instalar lo efímero pánico
en
semejantes lugares? ¡Sí, eso es lo maravilloso de México! La disciplina
es inexistente, te permiten hacer ese tipo de cosas. Un día montamos un gran
ballet en un cementerio: fue un acto fuerte, la danza de los vivos entre los
muertos... Luego, una vez seleccionado el lugar, yo recurría a un grupo de
personas deseosas de expresarse. En ningún caso me dirigía a actores, sino a
personas dispuestas a realizar un acto público y gratuito. Ahí se reunían todas las condiciones para el
advenimiento de lo efímero... Lo efímero, tal como usted lo practicaba, tenía,
si no
me equivoco, algo de grandioso: tenía todos los ingredientes de una fiesta
suntuosa. ¿Cómo conseguía los medios necesarios para financiar tales acontecimientos? Siempre encontré el dinero. Para mí un efímero
pánico tenía que ser precisamente una fiesta. Ahora bien, cuando uno hace una
fiesta, no cobra a sus invitados por las bebidas o los alimentos que consumen.
Yo me las arreglaba siempre: recibía dinero por derechos de autor, montaba
piezas más clásicas, muchas veces bajo otro nombre... ¡El hecho es que, al
igual que Gurdjieff, nunca tuve problemas financieros, lo que, viendo cómo
funcioné siempre, es realmente milagroso! Por lo demás, creo en el milagro, o
más bien en la existencia de una ley: si mis intenciones son puras y hago lo
que debo hacer, el dinero llegará, de una manera u otra. Tal vez nunca seré lo
que se llama una persona rica, pero dispondré siempre de los medios
financieros que requiera cada momento. Cuando había dinero en mis arcas, lo
invertía en un happening. Le preguntaba a algún conocido mío qué deseaba
expresar y yo le proporcionaba los medios para hacerlo. Esta manera de abordar
el happening tenía ya, por lo tanto, un valor terapéutico. Era también una
manera de continuar en la línea de los actos poéticos de los que hemos hablado. ¿Qué enseñanzas extrajo de sus happenings? Me di cuenta de que muchas personas llevan
dentro un
acto que las condiciones ordinarias no les permiten realizar. Pero en cuanto
a alguien se le ofrece la posibilidad concreta de expresar públicamente y en
circunstancias favorables el acto que duerme en él, es muy raro que la persona
dude. Si yo te preguntara qué acto te gustaría realizar en público, estoy
seguro de que se te ocurriría inmediatamente una respuesta, y si yo reuniera
las condiciones propicias para la realización de ese gesto, tú estarías
encantado de participar en el juego. Bueno... Voy a darte algunos ejemplos: en los años sesenta
yo
había fundado en México un grupo Pánico, no con actores y otros artistas, sino
con personas entusiastas en búsqueda de una manera auténtica de expresarse,
lejos de todo conformismo. Habiendo conseguido el patio central de la escuela
San Carlos, propuse a mis amigos que imaginaran el acto que les gustaría
realizar, y yo les procuraría los medios para llevarlo a cabo. El célebre
pintor Manuel Felguérez se unió a la manifestación pánica y decidió ejecutar
una gallina públicamente con el fin de confeccionar un cuadro abstracto con las
tripas y la sangre del animal, mientras a su lado su esposa, vestida con un
uniforme nazi, devoraba una docena de tacos de pollo. Qué muestra de buen gusto... Realmente exquisito.
¿Hay alguno más? ¡Cientos! Una joven muchacha quiso bailar desnuda
al
son de un ritmo africano mientras un hombre barbudo le cubría el cuerpo de
espuma de afeitar. Otra quiso aparecer como una bailarina clásica, con tutú
pero sin bragas, y orinar mientras interpretaba la muerte del cisne. Un
estudiante de arquitectura utilizó un maniquí de escaparate y lo golpeó
violentamente con un hacha en el vientre y el sexo. Una vez destruido el maniquí,
sacó de su interior varias ristras de chorizo y cientos de bolas de cristal.
Otro estudiante apareció vestido de profesor de matemáticas con una gran bolsa
llena de huevos. A medida que recitaba sus fórmulas algebraicas, se partía un
huevo tras otro en la frente. Otro llegó con una tinaja de hierro blanco y
varios litros de leche. De pie en la tinaja, se puso a recitar un clásico poema
del Día de la Madre mientras vaciaba las botellas de leche sobre su cabeza. Una
mujer de larga cabellera rubia, vestida con medias negras decoradas con perlas
en los tobillos, apareció caminando con muletas y gritando a pleno pulmón:
«¡Soy inocente! ¡Soy inocente!». Al mismo tiempo, sacaba de entre sus senos
trozos de carne cruda que lanzaba sobre el público. Luego se sentó sobre una
silla de niño y se hizo rapar completamente la cabeza por un peluquero. Frente
a ella había un coche lleno de cabezas de muñecas de todos los tamaños, sin
ojos ni pelo. Una vez rapada, la mujer comenzó a lanzar las cabezas sobre el
público chillando: «¡Soy yo! ¡Soy yo!». Un muchacho vestido con esmoquin empujó
hacia el centro del escenario una tina de baño cubierta con una toalla. Por el
peso, podía adivinarse que estaba llena de líquido. Salió del escenario y
regresó llevando en sus brazos a una mujer joven vestida de novia. Sin
soltarla, retiró la toalla: la tina estaba llena de sangre. Sin dejar de
sujetar a la novia, comenzó a acariciarle los senos, el pubis y las piernas
para acabar, cada vez más excitado, por sumergirla en la sangre. Se puso
inmediatamente a frotarla con una víbora viva mientras ella cantaba un aria de
ópera. Una mujer sumamente atractiva, con aires de vampiresa hollywoodiense,
con un vestido largo dorado que le moldeaba el cuerpo, apareció sobre el
escenario con un par de tijeras grandes en la mano. Varios hombres morenos se
arrastraban hacia ella, ofreciéndole cada uno un enorme plátano que ella
cortaba con sus tijeras riéndose a carcajadas... Son ejemplos suficientes. Algunos verían en
estas
descripciones barrocas una colección de fantasmas... Usted habla en primer
lugar del valor terapéutico de esos actos; ¿pero acaso no corre uno el riesgo
de caer lisa y llanamente en el exhibicionismo? En México estaba prohibido realizar en público
un
acto que tuviera connotaciones abiertamente sexuales. Como no quería tener
problemas con la justicia, ejercía algún tipo de control y descartaba a
aquellas personas cuyos actos hubiesen podido ser vistos como atentados contra
las buenas costumbres. Asimismo, siempre procuré mantenerme alejado de las
historias de drogas. Pero, insisto, la censura sólo se ejercía en esos dos
dominios: un chiflado se empeñó un día en comerse sobre el escenario una paloma
viva. Su acto produjo un revuelo general, desmayos, artículos de protesta en
los periódicos, pero no pudieron mandarme a la cárcel, lo cual habría ocurrido
si se hubiese tratado de un escándalo sexual. Fuera del sexo, todo estaba
permitido. Habla usted de un límite impuesto desde el
exterior
por la ley del país. ¿Qué habría hecho de no existir esas restricciones? En Estados Unidos era frecuente, en el marco
de los
happenings, entregarse a especies de orgías colectivas en las que los
participantes procedían a acariciarse mientras fumaban marihuana. Fui invitado
en múltiples ocasiones a ese tipo de festejos, en Nueva York o en otros
lugares, pero siempre decliné la invitación porque me di cuenta rápidamente de
que esa vía era un callejón sin salida. Todo eso finalmente se traducía en una
forma solapada de pornografía. Ahora bien, la pornografía no es constructiva
sino destructiva: bajo la apariencia de libertad, lo que en realidad nos
propone es una nueva forma de esclavitud. Volvamos a la historia del pimiento y de la
mariposa... Si el acto es una acción y no una reacción, ¿dónde se sitúa el
límite entre el hecho de soltar los monstruos que duermen en lo profundo de
nosotros, con el consiguiente riesgo de que nos devoren, y la realización
consciente de un acto liberador? Se trata de una frontera muy sutil y ahí radica
precisamente el peligro de ese tipo de prácticas. Pronto descubrí que se me
acercaban personas para las cuales la pornografía o el vandalismo constituían
actos. No los alenté a seguir porque la experiencia adquirida durante los
actos poéticos me había enseñado a dirigir sólo cosas positivas. Sin embargo,
lo «positivo» es muy difícil, es decir, aquello que va en el sentido de la vida y de su expansión; por lo «negativo»
entiendo aquello que va en el sentido de la muerte y de la destrucción cuando
los «actos» se llevan a escena. El acto en sí mismo implica conectarse con lo
oscuro y violento, inconfesable y reprimido que uno lleva dentro. Por positivo
que sea, todo acto arrastra consigo cierta «negatividad». Lo importante es que esas energías destructivas, que de todas maneras
cuando permanecen estancadas nos carcomen por dentro, puedan ventilarse en una
expresión canalizada y transformadora. La alquimia del acto logrado transmuta
las tinieblas en luz. ¡Su responsabilidad es, cuando menos, aplastante!
¿No corre el riesgo de jugar al aprendiz de brujo? Ya no. No estoy a salvo de todo riesgo, porque
el
peligro es parte de la vida. ¡Si uno quiere permanecer doblado en su pequeño
mundo sin cuestionar su funcionamiento, no vale la pena intentar un acto que
implique exponerse! Mejor quedarse en casa mirando la televisión... Pero el
trabajo que propongo actualmente está fundado en una larga experiencia,
experiencia que yo no tenía en aquella época lejana de los happenings. Por lo
demás, no me correspondía hacer de terapeuta: era en primer lugar en mi calidad
de artista, hombre de teatro en busca de una expresión total, como yo
exploraba esa forma de arte en la que veía, por añadidura, efectos terapéuticos.
Hay que resituar esas experiencias en su contexto. Dicho esto, admito haber
cometido en ese momento algunos fallos. Por ejemplo, la devoración pública de
la paloma me parece hoy un error de recorrido, un acto puramente destructor.
¡Pero yo no me lo esperaba! No me imaginé que ese hombre pudiese realizar algo
semejante, nunca me declaró que ésa era su intención. Cuando lo vi llegar con
ese animal vivo, me impactó fuertemente y me sentí sobrepasado... Reconozco mi
locura de esa época. Pero uno se vuelve sabio sólo en la medida en que
atraviesa su propia locura. ¿Alguna vez sintió miedo de perder el control
de una
energía que usted había generado? ¿Hubo momentos en los que lo efímero pánico
se transformó en pánico puro y simple? (Risas.) Hubo
instantes extremos, pero creo haber estado siempre
misteriosamente protegido. Me impresionó mucho ver a Jerry Lee Lewis quemar su
piano al final de sus conciertos; eso me llevó a prender fuego a un piano y
generar un movimiento de pánico en la sala. En otra ocasión, en el Centro
Americano de París, durante un efímero que hizo historia, tenía una canasta
llena de víboras que yo me disponía a lanzar sobre el público. ¿Puedes imaginar
el Apocalipsis al que habríamos asistido? Pero en el instante en que iba a
pasar al acto, una especie de sexto sentido me advirtió sobre el peligro. Tuve
súbitamente la visión de un pánico espantoso, ataques al corazón, personas
pisoteadas o aplastadas en la estampida hacia la salida... Podría haber sido
una verdadera catástrofe... ¿Podría darme un ejemplo de happening desmedido
que
tenga para usted un valor iniciático? En aquel entonces yo era joven y bastante apuesto.
Tenía, por tanto, algunas admiradoras. Cuatro de ellas quisieron poner en
escena una extraña prestación: en México se acostumbra beber tequila
acompañado de una especie de jugo de tomate picante llamado sangrita. Por
ello, siempre hay dos botellas, una de tequila y otra de sangrita. Las
señoritas subieron al escenario a ofrecerme una botella de tequila, pidiéndome
que bebiera de ella. Una vez que lo hube hecho, vino un médico y le extrajo un
poco de sangre a cada una. Esa sangre fue vertida en un vaso que me presentaron
diciendo: «Ahora bebe la sangrita; bebe la sangrita de tus discípulas»...
Supuso para mí un verdadero impacto. Me embarqué en un largo discurso sobre el
pan, el vino, la cena, la última cena de Cristo, a la vez que me decía que
puesto que había sido lo suficientemente osado como para organizar esos
happenings, ahora tenía que enfrentarme a las consecuencias de mis propios
actos. ¡Cuando finalmente me decidí a beber la sangre, estaba coagulada! En mi
calidad de creador de lo efímero pánico, me era imposible escabullirme: por lo
tanto, no bebí, sino que me comí la sangre de mis seguidoras... Más allá del carácter desmedido o escandaloso de tales experiencias,
éstas tienen un valor iniciático. Te obligan a ir, aunque sea por un instante,
más allá de la atracción y de la repulsión, de los condicionamientos
culturales, de los criterios de belleza y de fealdad... Estas mujeres me pusieron contra el muro, y tuve que abandonar los
discursos y la estética pura. Fue una enseñanza. Admito que todos esos actos
no eran siempre realizados a conciencia y que se trataba de un período
experimental, pero es introduciéndose en la jaula como se doma el tigre. Desde el punto de vista artístico, esas prácticas
le
valieron una reputación más bien controvertida... La polémica fue considerable. Recibía muchas
cartas
en las que el ditirambo se codeaba con el insulto, incluso la amenaza. El
mundo del teatro mexicano se vio revolucionado. De México me vine a París,
donde tuvo lugar ese extraordinario happening del Centro Americano. Tal vez podría hablarnos de ello, en la medida
en
que fue para usted una especie de apoteosis, un acto convulsivo y purificador. Sí, fue una fiesta grandiosa, una celebración
donde
las fuerzas de las tinieblas salieron de la trampa para luchar a plena luz con
las fuerzas luminosas, un combate entre ángeles y bestias, un ritual saturado
de sabiduría y de locura... Ese espectáculo pánico había sido minuciosamente
preparado. Yo había adquirido cierta experiencia y ya no me movía a tientas:
los riesgos eran asumidos con pleno conocimiento de causa. Al montar este
acontecimiento, yo era consciente de estar encaminándome hacia una muerte, un
rito de transición del cual sólo podría salir destruido o transformado... Para
mí no se trataba de divertirme entregándome a una pequeña masturbación
intelectual frente a un público escogido. ¡Yo no tenía nada que ver con las
elucubraciones vanguardistas provenientes de cerebros desmedrados de algunos
pseudoartistas autosuficientes! Me preocupaba tan poco de ello entonces como
ahora del medio temeroso de la «espiritualidad», de la opinión de esas
personas constantemente asustadas que buscan refugio en un nirvana de pacotilla
para evitar tener que enfrentarse a las monstruosidades de la vida, la
dimensión pánica de lo cotidiano... No se trataba de montar un pequeño
espectáculo simpático cuya audacia fuera aplaudida por la crítica de moda,
sino de cuestionarme por completo. Quería exponerme, poner en juego la vida, la
muerte, la locura, la sabiduría, realizar una especie de sacrificio ritual. ¿Qué sucedió? La primera parte estaba basada en unas creaciones
de
Topor, Arrabal y Alain-Yves Leyaouanc. Topor me pasó cuatro dibujos que yo
puse en escena con la compañía de ballet de Graciela Martínez, con trajes de
tela blanca sobre los cuales el artista en persona dibujó, y personajes
recortados en madera. El público pudo así asistir al ballet de Topor, que
transcurrió lentamente sobre un fondo negro. Figuraba las etapas de la
iniciación de una muchacha muy joven: el primer par de medias, traído en una
pequeña carretilla por una anciana sin piernas, el primer par de zapatos, el
primer sostén (dos personajes tipo Chaplin se abalanzaban a patadas sobre un
enorme seno hecho en yeso, levantando una nube de polvo), el primer lápiz de
labios, las primeras joyas... Arrabal me entregó una comedia de cuatro páginas: la historia de una
princesa enamorada de un príncipe con cabeza de perro que acaba engañándolo con
un príncipe con cabeza de toro. Para esta escena, yo había llenado el
escenario de miles de pollitos que
piaban produciendo un ruido infernal. La princesa masturbaba un cuerno del toro
hasta que salía un chorro de leche condensada. Estas dos primeras partes constituían
a mi entender el prólogo cómico-poético del «Melodrama sacramental». Algunos
de los poetas norteamericanos más célebres de la generación beat, entre ellos
Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, asistieron al acontecimiento. Este último
se mostró tan impresionado que me pidió para su City Lights Journal una
descripción del melodrama sacramental, precedida de un breve prólogo
explicativo. Voy a leerte ese documento, publicado en San Francisco en 1966.
Redactado al calor de aquel evento, expresa mejor toda la locura y belleza de
este efímero pánico de lo que podrían hacerlo mis recuerdos actuales. La finalidad del teatro: provocar accidentes. El teatro debería fundarse sobre aquello que hasta ahora hemos
denominado «errores»: accidentes efímeros. Al aceptar su carácter efímero, el
teatro descubrirá lo que lo distingue de las otras artes y, por ende, se abrirá
a su propia esencia. Las otras artes dejan páginas escritas, grabaciones,
telas, volúmenes: huellas objetivas que el tiempo borra sólo muy lentamente.
El teatro, por su parte, no debería durar ni siquiera un solo día de la vida
de un hombre. Apenas nacido, debería morir enseguida. Las únicas huellas que
dejará estarán grabadas al interior de los seres humanos y se manifestarán en
cambios psicológicos. Si la finalidad de las otras artes es crear obras, la
finalidad del teatro es directamente cambiar a los hombres: si el teatro no es
una ciencia de la vida, no puede ser un arte. MELODRAMA SACRAMENTAL Un efímero pánico presentado el 24 de mayo de 1965 en el Segundo Festival de Expresión Libre de París Un espacio escénico del cual han sido retiradas
todas las cuerdas, los decorados, etc. En otras palabras, un escenario
desprovisto de todas sus futilidades: muros desnudos. Todo está
pintado de blanco, incluso el suelo. Un automóvil negro (en buen estado); los vidrios están rotos de manera
que se puedan guardar objetos dentro, utilizar ese espacio como vestuario, como
lugar para descansar, etc. Dos cajas
blancas sobre las que están dispuestos objetos blancos. Un mesón de
carnicería, una pequeña hacha. Un frasco con
aceite hirviendo sobre una cocinilla eléctrica. Antes de
levantar el telón, se quema gran cantidad de incienso. Todas las
mujeres tienen los senos desnudos. Dos de ellas, tendidas en el suelo, están completamente pintadas de
blanco. Otra mujer, pintada de negro, está sobre el
techo
del automóvil negro. Junto a ella, otra, pintada de rosado. Ambas tienen los
pies inmersos en una pequeña tinaja de plata. Una mujer, con un vestido largo plateado y
el
cabello peinado en forma de media luna, se apoya sobre dos muletas. Su rostro
entero está enmascarado, incluso su nariz y su boca. Dos agujeros en el vestido
revelan sus pezones, otro revela su vello púbico. Lleva consigo un gran par de
tijeras de plata. Otra mujer más, que usa una capucha de verdugo, grandes botas de
cuero, un cinturón grueso. Tiene un látigo en la mano. Sus senos están
recubiertos con un chal negro. Grupo de rock'n'roll: seis muchachos con el pelo a la altura de los
hombros. Nadie debe
haber ingerido drogas, excepto los músicos. Una rampa une el escenario con el público. Los objetos y trajes
utilizados durante el espectáculo serán lanzados a los espectadores. Apertura súbita y estruendosa del telón. La calma antes de la tempestad. Aparezco, vestido con un traje de plástico negro brillante, pantalones
altos como los de un basurero, botas de caucho, guantes de cuero, lentes
gruesos de plástico. Sobre mi
cabeza, un casco de moto, blanco, como un gran huevo. Dos ocas blancas. Les corto la garganta. Estalla la música: cascada
de
guitarras eléctricas. Los pájaros deambulan, agónicos. Las plumas vuelan. La sangre
salpica
sobre las dos mujeres blancas.
Trance. Bailo con ellas. Las golpeo con los cadáveres. Ruido de muerte.
Sangre. (Había previsto degollar las aves sobre el mesón de carnicería. Pero
en mi estado de trance, llevado por una fuerza extraña, les arranqué el cuello
con mis manos con la misma facilidad con que le habría sacado el corcho a una
botella.) La mujer rosada, con los pies siempre en la tinaja, ondula las caderas
mientras que la negra, como una esclava, comienza a cubrir su cuerpo con miel. Destruyo las
ocas sobre el mesón de carnicería. La mujer plateada abre y cierra violentamente sus tijeras. ¡Ah, ese
ruido metálico! Les pasa las tijeras a las dos mujeres blancas, que comienzan a recortar
el plástico negro. Destruyen mi traje. Pierdo mis botas y mis guantes. Curiosamente
poseídas también, las dos mujeres terminan desgarrando mi traje con sus puras
manos. Mi cuerpo es entonces revestido con 20 libras de bistec, cosidas como
camisa. Aullando, las mujeres se abalanzan sobre la carne roja y la despedazan
en trozos pequeños. Le entregan los trozos a la mujer plateada. Con una enorme
cuchara plateada, ésta introduce calmadamente los bistecs en el aceite
hirviendo. (La proximidad de la cocinilla y de los cuerpos sudorosos de las
mujeres produce golpes eléctricos.) Cada trozo de carne frito es puesto sobre un plato blanco; las mujeres
ofrecen los platos a la vista del público. Yo sigo vestido con un pantalón de cuero negro. Un falo hecho con la
misma materia está colgado perpendicularmente al suelo. Tengo brazaletes de
cuero en las muñecas y en los tobillos: homenaje a Maciste, el Hércules del
pueblo italiano. Concentración. Karate-kata. Recojo el hacha y recorto en tajadas mi falo de cuero sobre la mesa
de carnicería. La mujer negra, consciente de su esqueleto, danza, mueve sus huesos
como un títere, mientras que yo rompo los platos blancos a martillazos. Las mujeres blancas danzan sin parar. Cuando se sienten cansadas,
adoptan la postura de zazen. Acerco un cuadro de metal. Lentamente, levanto el chal negro que cubre
los senos del verdugo. Su piel no está pintada. Tiene unos pechos fuertes y
sanos, un cuerpo poderoso. Me paso el cuadro alrededor del cuello, dándole la espalda al público. La mujer me propina un latigazo. Trazo una línea roja sobre su seno
derecho con un lápiz labial. Segundo latigazo. La línea comienza en su plexus solar y desciende
hasta su vagina. (El primer latigazo fue fuerte, pero no lo suficiente: necesitaba más.
Buscaba un estado psicológico que me era desconocido hasta ese entonces.
Necesitaba sangrar para trascenderme, para romper mi propia imagen. El segundo
golpe me marcó instantáneamente. Luego el verdugo perdió el control, porque
muchas veces había soñado con dar latigazos a un hombre. La tercera vez,
completamente excitada, me dio latigazos con todas sus fuerzas. La herida
tardó dos semanas en curar.) La mujer quiere seguir golpeándome; me empuja con todas sus fuerzas.
Con el aparato alrededor del cuello, doy vueltas y caigo al suelo. (Podría
haberme roto las vértebras cervicales, pero en el extraño estado emocional en
que me encuentro, el tiempo se vuelve lento, y, como si me encontrara dentro de
una película a cámara lenta, pude levantarme sin la menor herida.) Le pincho
el seno para sosegarla. Calma. La mujer
negra me trae limones. ¡Ah, ese color amarillo! Los dispongo
en círculo en el suelo. Me arrodillo al centro. Un peluquero profesional, casi paralizado por el miedo, se acerca
para cortarme el pelo. La mujer cubierta de miel se baja del techo del automóvil. Bailo con
ella. Deseo sexual, con una fuerza onírica. Sus medias parecen resumir toda
la hipocresía social. Las saco sin preámbulo. Resbalan por sus muslos llenos de
miel. Abejas. El impacto de su pubis negro. La sumisión de la mujer. Sus ojos
semicerrados. Su aceptación natural de la desnudez. Libertad. Pureza. Ella se arrodilla junto a
mí. Sobre su cuerpo, y partiendo desde el vientre, pego los cabellos que me cortan. Quiero dar la impresión de que sus vellos púbicos crecen como un
bosque e invaden todo su cuerpo. Las manos del peluquero están paralizadas por
la ansiedad. Es el verdugo quien tiene que terminar de afeitar mi cabeza. Dos modelos de Catherine Harley, ajenas a todo lo que está sucediendo
y llenas de pánico ante la idea de ensuciar sus vestidos de seda muy costosos
(arrendados para la ocasión), van y vienen, trayendo al escenario 250 grandes
panes. En ese momento, mi cerebro está en llamas. Saco de un frasco de plata
cuatro serpientes negras. En un principio, trato de pegármelas con tela
adhesiva sobre mi cabeza a modo de cabellos, pero cedo a la tentación de
disponerlas sobre mi pecho cual dos cruces vivas. Mi transpiración me lo
impide. Las serpientes ondulan alrededor de mis manos como agua viva. Bodas. Persigo a la mujer rosada con las serpientes. Ella se esconde en el
automóvil, como una tortuga en su caparazón. Baila en su interior. Me sugiere
un pez en un acuario. Asusto a una de las dos modelos. Ella deja caer su pan y salta hacia
atrás. Un espectador ríe. Le lanzo el pan a la cara. (Durante una recepción,
algunos días después, esta mujer se me acercó y me dijo que al recibir ese pan
en pleno rostro había sentido la sensación de comulgar, como si yo le hubiera
introducido una gigantesca hostia a través del cráneo.) De pronto, lucidez: veo al público sentado ahí en las butacas, personas
paralizadas, histéricas, excitadas, pero inmóviles, sin participación
corporal, aterradas por el caos que está a punto de devorarlos: tengo que
lanzarles las serpientes o hacerlos explotar. Me contengo.
Rechazo el escándalo fácil de un pánico colectivo. Calma.
Violencia de la música. Los amplificadores a todo volumen. Me visto con un pantalón, una camisa y unos zapatos naranja. El color
de un budista quemado vivo. Salgo y vuelvo con una pesada cruz hecha con dos vigas de madera.
Sobre la cruz, un pollo crucificado cabeza abajo, el culo hacia arriba, con dos
clavos en sus patas, como un cristo decapitado. Lo he dejado pudrirse durante
una semana. Sobre la cruz, dos letreros del tránsito: abajo, un letrero con una
flecha y la mención «Salida por arriba»; encima del pollo, un letrero con la
mención: «Prohibido salir». Le entrego la cruz a la mujer plateada. Traigo
otra. Dos letreros indicadores: siempre uno abajo que indica hacia arriba;
siempre uno arriba que prohibe salir. Le paso la cruz a una de las mujeres de blanco. Traigo una tercera
cruz. Se la entrego a la otra mujer de blanco. Las dos mujeres cabalgan sobre las cruces, transformándolas en
gigantescos falos; luchan entre ellas; una de ellas introduce la punta de la
cruz a través de la ventana del automóvil y simula los movimientos de un acto
sexual con el automóvil. Dispongo la tinaja frente a la cruz. El pollo crucificado es sacudido
por encima de las cabezas de los espectadores. Dejamos caer las cruces. Escojo entre los músicos a aquel que tiene los cabellos más largos.
Lo
levanto. Está más tieso que una momia. Lo visto con un traje de papa. Lo cubro
de estola. Las mujeres, de rodillas, abren la boca y sacan la lengua lo más lejos
posible. Aparece un nuevo personaje: una mujer vestida con un traje tubular,
como una lombriz de pie. A través de este traje, quiero sugerir la idea de una
«forma papal» en descomposición. Un papa transformado en camembert. El músico, imitando los gestos de un sacerdote, abre una lata de
frutas en almíbar. Pone medio durazno amarillo dentro de la boca de cada una de
las mujeres. Estas lo tragan de un solo bocado. ¡Hostia
bañada en almíbar! Una mujer encinta hace su aparición. Estómago de cartón. El papa se
percata de que tiene una mano de yeso. Coge el hacha y la rompe en mil
pedazos. Le abre el estómago valiéndose de una piocha (tengo que controlarlo
para evitar que la hiera realmente). Pone las manos dentro de su estómago, del cual extrae ampolletas
eléctricas.
La mujer grita como si
estuviera pariendo. Se levanta, saca de su seno un bebé de caucho y golpea con
él al papa en pleno pecho. La muñeca cae al suelo. La mujer se retira. Recojo
el bebé. Abro su vientre con un escalpelo y extraigo de su interior un pez vivo
en las convulsiones de la agonía. Fin de la música. Solo de batería brutal. El pez sigue retorciéndose; el baterista sacude unas botellas de
champán hasta que explotan. Al ver cómo la espuma lo recubre todo, el papa tiene un ataque de
epilepsia. El pez muere. La batería se calla. Lanzo el animal por encima de la
rampa; cae en medio del público. Presencia de la muerte. Todo el mundo
sale del escenario, salvo yo. Música judía.
Himno atroz. Lentitud. Dos manos blancas inmensas me lanzan una cabeza de vaca. Pesa ocho
kilos. Su blancura, su humedad; sus ojos, su lengua... Mis brazos sienten su gelidez. Yo mismo me vuelvo gélido. Por un
segundo, me transformo en esa cabeza. Siento mi cuerpo: un cadáver bajo la forma de una cabeza de vaca.
Caigo de rodillas. Quiero aullar. Me es imposible hacerlo porque la boca de la
vaca está cerrada. Introduzco mi índice en sus ojos. Mis dedos resbalan sobre
las pupilas. No siento nada aparte de mi dedo -satélite sensible girando
alrededor de un planeta muerto-. Me siento como la cabeza de la vaca: ciego.
Deseo de ver. Agujereo la lengua con un punzón; abro las mandíbulas. Tiro de la
lengua. Dirijo la cabeza, con la boca abierta, hacia el cielo, al mismo tiempo
que yo alzo la mía, con la boca abierta. Un aullido sale, pero no de mí, sino del cadáver. Una vez más, veo al
público. Inmóvil, gélido, hecho de piel de vaca muerta. Todos somos el
cadáver. Lanzo la cabeza en medio de la sala. Esta se vuelve el centro de
nuestro círculo. Entra un
rabino (las manos blancas inmensas eran las suyas). Lleva puesto un abrigo negro, un sombrero negro, una barba blanca tipo
Viejo Pascuero. Camina como Frankenstein. Está de pie sobre una tinaja de
plata. Extrae tres botellas de leche de una maleta de cuero. Las vierte sobre
su sombrero. Froto mi mejilla contra la suya. Su rostro es blanco. Tomamos un baño
de leche. Bautizo. Me coge por las orejas y me da un beso apasionado en la boca. Sus
manos agarran mis nalgas. El beso dura varios minutos. Temblamos, electrizados.
Kaddish. Con un lápiz negro, traza dos líneas desde los rincones de mi boca
hasta mi mentón. Mi mandíbula parece ahora la de una muñeca ventrílocua. Él
está sentado sobre el mesón de carnicería. Una de sus manos está apoyada sobre
mi espalda como si él quisiera pasar a través de ella, cortar la columna
vertebral, introducir sus dedos dentro de mi caja torácica y presionarme los
pulmones para forzarlos a gritar o a rezar. Me obliga a moverme. Me siento como
una máquina, como un robot. Angustia. Tengo que dejar de ser una máquina. Deslizo mi mano entre sus piernas. Abro su bragueta. Introduzco mi
mano y con una fuerza inusitada extraigo una pata de chancho, semejante a la
imagen que yo tenía del falo de mi padre cuando yo tenía cinco años. Retiro mi
otra mano empuñando un par de testículos de toro. Abro los brazos en forma de
cruz. El rabino aúlla como si hubiera sido castrado. Parece muerto. La música judía se vuelve más fuerte; cada vez se vuelve más melancólica. Aparece un carnicero, vestido con un sombrero, un abrigo, tiene una
barba negra, su delantal cubierto de sangre. Tiende al rabino y comienza la autopsia: introduce sus manos en el abrigo
y saca un enorme corazón de vaca. Olor de carne. Clavo el corazón en la cruz.
Largo pedazo de tripas. Lo clavo. Sale el carnicero. Aterrado, levanto el sombrero del rabino. Saco un
cerebro de vaca. Lo reviento sobre mi cabeza. Cojo la cruz y la pongo cerca del rabino. Saco de la maleta una cinta
larga de plástico rojo y amarro al hombre a la cruz cubierta de tripas. Levanto todo el armazón: madera, carne, ropas, cuerpo y lo dejo caer
por la rampa que baja hasta el público. (El peso total es de 125 kilos: pero,
pese a la violencia del golpe, el hombre no sintió nada ni sufrió el menor
rasguño.) Entran las
mujeres blancas, negras, rosadas y plateada. Se
arrodillan. Espera. Entra un nuevo personaje: una mujer cubierta de satén negro
cortado
en triángulos. Una especie de
telaraña. Un bote de neumático de tres metros de largo va amarrado a su traje
y parece una enorme vulva. Plástico naranja inflado con aire. El fondo de la
balsa es de plástico blanco. Símbolo: el
himen. Danza. Ella me hace señas. Cuando me acerco, ella me rechaza. Cuando
me alejo, ella me sigue. Se encarama sobre mí. La balsa me cubre completamente.
Cojo el hacha. Rompo el fondo blanco. Aullido. Rajo la tela y me refugio en la
vagina. Permanezco entre sus piernas, escondido en el satén negro. De un saco
escondido junto a su vientre, extraigo cuarenta tortugas vivas que lanzo al
público. Parecen
surgir de la enorme vagina. Como piedras vivas, diríase. Comienzo a nacer. Gritos de una mujer que da a luz. Caigo al suelo
en
medio del vidrio de las ampolletas eléctricas, de los trozos de plato, de las
plumas, de la sangre, de los estallidos de los fuegos artificiales (mientras
me rapaban la cabeza, encendí 36 fuegos, uno por cada año de mi vida), charcos
de miel, trozos de durazno, limones, pan, leche, carne, harapos, astillas de
madera, clavos, sudor: renazco en este mundo. Mis gritos asemejan los de un
bebé o un anciano. El viejo rabino, mediante enormes esfuerzos, ejecuta
pequeños saltos a diestra y siniestra, amarrado a la cruz como un cerdo
agónico. Se libera de la cinta de plástico. El sale. La mujer-madre empuja hacia mí a la mujer negra. La levanto. La llevo
hacia el centro del escenario, ella tiene los brazos abiertos en forma de cruz.
Un cadáver-cruz: la pintura negra sugiere una cremación: mi propia muerte. Al darme la vida, la mujer ha lanzado la muerte en mis brazos.
Manchado con el maquillaje de mi pareja, comienzo a volverme completamente
negro. Mi rostro parece el de un quemado. Las mujeres nos amarran el uno al otro con vendas. Estoy ligado a ella
por la cintura, los brazos, las piernas y el cuello. Este cadáver huesudo está
incrustado en mí y yo estoy incrustado en ella. Parecemos dos siameses: como
si fuéramos una sola persona. Lentamente, improvisamos una danza. Nos dejamos
caer al suelo. Los movimientos no son ni los suyos ni los míos, sino los de
ambos al mismo tiempo. Podemos controlarlos. Las mujeres blancas y rosadas nos salpican con jarabes de menta, de
casis
y limón. El líquido viscoso, verde, rojo y amarillo nos recubre; mezclado con
el polvo, forma una especie de barro. Magma. El telón comienza a bajar lentamente. Nuestros dos cuerpos se agarran
el uno del otro, como dos columnas.
Queremos levantarnos, caemos. Se baja el
telón. (Todos los ingredientes empleados en el melodrama sacramental fueron
lanzados al público: trajes, hachas, recipientes, animales, pan, piezas de
automóvil, etc. Los asistentes se pelean como aves de rapiña las reliquias. No
quedó nada.) Me pregunto si lamento haberme perdido ese
happening
o si me felicito de haberme librado de él... ¡Espera, ahí no acaba la cosa! Mientras el
público
se disputaba las tortugas vivas, las vísceras, los bistecs, los cabellos, etcétera,
volví a subir al escenario y me dirigí al público en los siguientes términos:
«Generalmente uno paga caro su butaca en el teatro para recibir poco a cambio.
Hoy la entrada fue gratuita, ustedes no pagaron nada pero recibieron mucho. Es
medianoche. Para presentarles la última parte del poema, necesito un par de
horas de preparación. Vayan a tomarse un café y vuelvan a las dos de la
mañana». Todo el mundo aplaudió y abandonó la sala. Dos horas más tarde, el
teatro estaba nuevamente lleno. Entonces comencé el ceremonial que me había
propuesto Alain-Yves Leyaouanc. Vestido con un traje de los años veinte, rasuré
el pubis de su joven esposa al son de una música sagrada. Sobre su cuerpo, ella
había pegado unos dominós. Era un acto muy emocionante, y el espíritu con que
era realizado generaba inmediatamente una atmósfera religiosa. Había también
una réplica del Pensador de Rodin en la cual hacíamos agujeros con un
martillo. Chorros de tinta china salían de la cabeza del pensador, luego
soltamos en la sala dos mil pajaritos. Al final del happening estaba tan limpio
de mí mismo que los pájaros venían a posarse sobre mi cabeza sin que yo me
percatara de ello. ¿Cuál era el sentido de esa manifestación pública? Era como una ordenación, el sacrificio ritual
de lo que
durante tanto tiempo había conformado mi vida. Este happening, a la vez que
pasó a la historia, cerró toda una etapa de mi vida. Salí agotado de él,
exangüe, y pensé mucho en él. Veía siempre merodear a mi alrededor el espectro
de la destrucción tenebrosa y sentía, más que nunca, que el teatro tenía que
ir en el sentido de la luz. Sin embargo, me decía a mí mismo: «No olvides
nunca que la flor de loto surge del cieno». Hay que explorar el fango, tocar
la muerte y el barro para subir hacia los cielos límpidos. Desde ese momento,
mi preocupación consistió en promover un teatro positivo, iluminador y
liberador. Me di cuenta de que tenía que cambiar hacia una forma totalmente
distinta y comencé a practicar el teatro-consejo: si alguien -cualquier persona-
deseaba hacer teatro, yo le comunicaba la siguiente teoría: el teatro es una
fuerza mágica, una experiencia personal e intransmisible. No pertenece a los
actores, sino a todo el mundo. Basta con una decisión, un atisbo de resolución
para que esa fuerza transforme la vida. Ya es hora de que el ser humano rompa
con los reflejos condicionados, los círculos hipnóticos, las autoconcepciones
erróneas. La literatura universal concede un lugar importante al tema del
«doble» que, poco a poco, expulsa a un hombre de su propia vida, se apropia de
sus lugares favoritos, de sus amistades, de su familia, de su trabajo, hasta
transformarlo en un paria e incluso a veces asesinarlo, según algunas
versiones de ese mito universal. En lo que a mí respecta, creo que somos el
«doble» y no el original. ¿Quiere decir que nos identificamos con un
personaje
que no es sino una caricatura de nuestra identidad profunda? Exactamente. Nuestra autoconcepción... En otras palabras: la idea que nos hacemos
de nosotros mismos... Sí, nuestro ego -poco importa el nombre que
le demos
a ese factor de alienación- no es más que una copia pálida, una aproximación de
nuestro ser esencial. Nos identificamos con ese doble tan irrisorio como
ilusorio. Y de pronto aparece «el Original». El amo del lugar vuelve a tomar el
sitio que le corresponde. En ese momento, el yo limitado se siente perseguido,
en peligro de muerte, lo que es totalmente cierto. Porque el Original acabará
por disolver el doble. En cuanto humanos identificados con nuestro doble, tenemos
que comprender que el invasor no es sino uno mismo, nuestra naturaleza profunda.
Nada nos pertenece, todo es del Original. Nuestra única posibilidad es que
aparezca el Otro y nos elimine. No sufriremos de ese crimen, pero
participaremos en él. Se trata de un sacrificio sagrado en el cual uno se
entrega entero al amo, sin angustia... ¿En qué medida el teatro puede ayudar a una
persona
a volver al «Original»?, por usar la expresión que usted utiliza. Puesto que vivimos encerrados en lo que yo
llamo
«nuestra autoconcepción», la idea que tenemos de nosotros mismos, ¿por qué no
adoptar un punto de vista totalmente distinto? Por ejemplo, mañana tú serás
Rimbaud. Te levantarás siendo Rimbaud, te cepillarás los dientes, te vestirás
como él, pensarás como él, recorrerás la ciudad como él... Durante una semana,
veinticuatro horas al día, y para ningún espectador salvo tú mismo, serás el
poeta, actuando como otra persona con tus amigos y conocidos sin darles ninguna
explicación. Lograrás ser un autor-actor-espectador, produciéndote, no en un
teatro, sino en la vida. Si entiendo bien, le explicaba esa teoría a
sus
consultantes y luego les fijaba un programa... ¡Efectivamente! Establecía un programa, un
acto o
una serie de actos para realizar en la vida en un tiempo dado: cinco horas,
doce horas, veinticuatro horas... Un programa elaborado en función de su
dificultad, destinado a romper el personaje con el cual se habían identificado
para ayudarlos a restablecer los lazos con su naturaleza profunda. A un ateo,
le hice adoptar durante semanas la personalidad de un santo. A una madre
indiferente, le asigné el deber de imitar durante un siglo el amor maternal. A
un juez, le di la tarea de disfrazarse de vagabundo para ir a mendigar frente a
la terraza de un restaurante. De sus bolsillos, tenía que extraer puñados de
ojos de cristal sacados de muñecas. Creaba de este modo un personaje destinado
a implantarse en la vida cotidiana y a mejorarla. Es en ese estadio donde mi
búsqueda teatral fue adquiriendo poco a poco una dimensión terapéutica. De
director me transformé en consejero teatral, dándole instrucciones a las personas
para tomar su lugar en cuanto personaje en la comedia de la existencia. Confieso cierto escepticismo en cuanto a los
efectos
de esa terapia teatral, aunque la idea en sí sea muy interesante. ¿Cómo una
madre indiferente podría decidir adoptar el personaje de una madre amante y,
sobre todo, conseguirlo a lo largo de toda su existencia? En primer lugar, no olvides que todos los consultantes
sufrían de estar sometidos a su doble. Si se me acercaban, era precisamente
porque se sentían mal en su función y presentían la naturaleza radicalmente
distinta del Original en ellos. El proceso se fundaba, pues, en un deseo real
de cambiar. La madre indiferente, por ejemplo, sufría de no poder transmitir
mucho amor a su hijo. Por lo demás, creo en las virtudes de la imitación, en el
buen sentido de la palabra. Un santo avanzará por la vía de la «imitación de
Jesucristo». ¿Por qué un ateo harto de su incredulidad no podría comenzar a imitar
a un santo? ¿Por qué no?, efectivamente. Ahora bien, toda imitación de ese tipo
-que equivale a lo que se denomina una ascesis o práctica espiritual- realmente
no es tan fácil de llevar a cabo día a día... De acuerdo. Pero si la madre fuera un poco
menos
indiferente gracias a este proceso y el ateo diera un paso hacia la santidad,
¿acaso no sería algo de por sí maravilloso? El acto onírico La interpretación de los sueños ocupa un lugar
preponderante en el quehacer del artista-chamán-director teatral-clown místico
en la búsqueda de esa otra forma de locura que es la sabiduría. Sí, aunque la interpretación de los sueños
es una
práctica tan vieja como el mundo. Con el tiempo, sólo han cambiado las formas
de interpretación, desde el sistema simplista que consiste en atribuir
sistemáticamente un significado simbólico concreto a tal o cual imagen hasta el
concepto de Jung, según el cual no se trata de explicar el sueño, sino de
seguir viviéndolo, mediante el análisis, en estado de vigilia, a fin de ver
adonde nos conduce. La etapa siguiente, situada más allá de toda
interpretación, consiste en entrar en el sueño lúcido, en el que sabes que
estás soñando, conocimiento que te da la posibilidad de trabajar sobre el
contenido del sueño. Es la práctica que se ha dado a conocer gracias
a
Carlos Castaneda... Él la popularizó, pero no la inventó. En realidad,
el primer libro consagrado al sueño lúcido, que yo sepa, se publicó en Francia:
Les rêves et les moyens de
les diriger, de Hervey de
Saint-Denis. Ya en
1867, este autor acertaba en lo esencial de la cuestión, como podrás apreciar en este fragmento que quiero
leerte: Ya que un sueño es como un reflejo de la vida
real, los
hechos que parecen ocurrir en él siguen generalmente, incluso en su incoherencia,
ciertas leyes cronológicas coherentes con la secuencia normal de todo hecho
verdadero. Quiero decir que si, por ejemplo, sueño que me he roto el brazo, me
parecerá que lo llevo en cabestrillo o haré uso de él con precaución, o si
sueño que se cierran los postigos de una habitación, me parecerá que se ha
interceptado la luz y que alrededor de mí se hace la oscuridad. Por lo tanto,
imaginé que, si en sueños hacía el ademán de ponerme la mano sobre los ojos,
obtendría, en primer lugar, una ilusión semejante a lo que me ocurriría
verdaderamente estando despierto si hacía el mismo ademán, es decir, que haría
desaparecer las imágenes de los objetos que me parecía ver delante de mí.
Luego me pregunté si, después de producir esta interrupción de la visión, no
podría mi imaginación evocar más fácilmente los nuevos objetos en los que yo
tratara de fijar el pensamiento. La experiencia demostró que el razonamiento
era correcto. La colocación, en el sueño, de una mano delante de mis ojos borró
en ese momento la visión de un campo que antes había tratado inútilmente de
cambiar sólo mediante la fuerza de la imaginación. Estuve sin ver nada durante
un instante, exactamente como me habría ocurrido en la vida real. Hice entonces
un nuevo llamamiento enérgico al recuerdo de la famosa irrupción de los
monstruos y, como por arte de magia, este recuerdo, nítidamente colocado ahora
en el foco de mi pensamiento, se dibujó de pronto claro, brillante, tumultuoso,
sin que, antes de despertarme, tuviera yo percepción de la manera en que se
había operado la transición... Si conseguimos establecer de modo terminante
que la voluntad puede conservar, durante el sueño, la fuerza suficiente para dirigir
la trayectoria de la mente a través del mundo de las ilusiones y las
reminiscencias (como durante el día dirige al cuerpo a través de los
acontecimientos del mundo real), podremos deducir que cierto hábito de ejercer
esta facultad, unido al de tomar conocimiento, en sueños, de su verdadero
estado, llevarán poco a poco, al que persista en el esfuerzo, a resultados
concluyentes. No sólo reconocerá, en primer lugar, la acción de su voluntad
consciente en la dirección de los sueños lúcidos y tranquilos, sino que pronto
descubrirá la influencia de esta misma voluntad en los sueños incoherentes y
apasionados. Los sueños incoherentes se coordinarán notablemente bajo esta
influencia; y en los sueños apasionados, llenos de deseos tumultuosos o
pensamientos dolorosos, el resultado de este conocimiento y esta libertad de
espíritu adquiridos será la facultad de ahuyentar las imágenes desagradables y
favorecer las ilusiones felices. El temor a las visiones desagradables
disminuirá en la medida en que se aprecie su iniquidad, y el deseo de ver
aparecer imágenes gratas será más activo al reconocer la capacidad de
evocarlas; el deseo será pronto más fuerte que el temor y, puesto que la idea
dominante es la que hace aparecer las imágenes, el sueño agradable será el que
prevalezca. Tal es, al menos, la manera en que me explico, teóricamente, un
fenómeno experimentado por mí de forma constante. Apasionante, ¿verdad? No sé si Castaneda se
inspiraría en este libro, o sus descubrimientos coinciden con los del autor casualmente.
Lo cierto es que este texto de finales del siglo XIX muestra
con claridad el método que luego explicaría
Carlos. Fue André Bretón quien me recomendó su lectura. ¿Comenzó a tener sueños lúcidos después de
haberlo
leído o ya le era familiar esa experiencia? Yo tuve la gran suerte de tener mi primer sueño
lúcido a los diecisiete años. En ese sueño yo estaba en un cine en el que se
proyectaba una película de dibujos animados, digna de Dalí. De pronto me vi
sentado en el centro de la sala y supe que estaba soñando. Miré hacia la
salida, pero, como no era más que un adolescente carente de toda cultura
espiritual o psicoanalítica, pensé: «Si cruzo esa puerta, entraré en otro mundo
y moriré». ¡Y sentí pánico! Mi única solución era despertarme, por lo que hice
enormes esfuerzos por salir del sueño, hasta el momento en que sentí que
ascendía desde las profundidades hacia mi cuerpo, que parecía estar situado en
la superficie. Me reintegré a mi envoltura y desperté. Así fue mi primera experiencia,
y me pareció francamente aterradora. A partir de entonces, empecé a
familiarizarme con el sueño lúcido. ¿Cómo
se puede estar seguro de que se está soñando?
Al fin y al cabo yo también podría decidir ahora, mientras hablamos, que estoy
soñando... Al comienzo yo hacía una comprobación. Me apoyaba con las dos manos en el aire, como en una tabla invisible, y me impulsaba. Si ascendía era porque estaba soñando. Luego hacía un looping, y me ponía a trabajar en mi sueño. Puedo leerte un sueño lúcido que anoté en mi cuaderno amarillo en 1970 y que fue especialmente importante para mí, ya que en él puse en práctica por primera vez la técnica que he descrito: Estoy solo en una casa desconocida. Todo me
parece completamente
real pero, sin saber por qué ya que nada me lo indica, pienso: «Quizás esté
soñando... Si estoy soñando, puedo volar...». Hago un esfuerzo, me apoyo en el
aire con las palmas de las manos, y me lanzo hacia arriba. Floto en la
habitación. «¡Es un sueño!», me digo. Decido aprovechar la oportunidad para
perfeccionar mi vuelo, y no sólo verme
volar sino sentirme volar.
Doy una vuelta de campana, subo y bajo. Quedo satisfecho. Decido planear por
toda la casa. Vuelo por un pasillo y llego a un salón oscuro. En un rincón veo
a dos niños de unos cinco años. Avanzo hacia ellos para verlos más nítidamente:
no son niños sino dos gnomos viejos, flacos y arrugados. Se ríen y se esconden.
Son los espíritus de la casa. Tienen un aire inquietante. Me evitan.
Desaparecen entre las sombras y se ríen de mí. No me atrevo a buscarlos. El
sueño me absorbe, pierdo la lucidez... Viajo en un autobús sin conductor ni
pasajeros. Miro por la ventanilla y veo un bosque petrificado. Me digo:
«Probablemente es un sueño. Voy a comprobarlo». Vuelo, salgo del autobús
atravesando el cristal y planeo en el bosque. Otra vez pierdo mi lucidez. Ahora
me encuentro en un sótano, ante una ventana opaca. No tardo en darme cuenta de
que sueño, y me digo: «Seguro, esto es un sueño». Intento salir volando por la
ventana, pero no lo logro. Tengo la sensación de que las paredes tienen varios
metros de espesor. Pero debo atravesarlas. Siento que es imposible. Me obligo a
intentarlo. Atravieso la pared sin dificultad y salgo al espacio: afuera hay un
cielo azul, floto entre las nubes. Mientras me dejo llevar por una brisa suave,
pienso: «Debo aprovechar este sueño para ver a mi Dios interior...». De
pronto, siento que me invade un profundo cansancio que, evidentemente, antecede
a un gran miedo. Me doy explicaciones: «Es una prueba demasiado dura, aún no
estoy preparado para ese encuentro, lo dejaré para otro día». Y despierto. Por
una parte me siento contento de haber descubierto una técnica que me permite
saber si sueño, pero, por otra, estoy irritado a causa de mi debilidad y mi
falta de valor. En mi cuaderno de sueños escribo este comentario: «Creo que ha
llegado el momento de ir más allá en el sueño lúcido. Correr riesgos. Pero todavía
tengo miedo de morir, no me atrevo... Pude haber entrado en mi inconsciente
hasta hallar al Dios interior; confiar en El... Debí perseguir a los gnomos,
hacerles frente, hablarles sin turbarme por sus mofas, establecer contacto real
con ellos, conocer sus secretos. Debí crear mundos, atravesar la muerte, llegar
al centro de mi ser, vencer monstruos y terrores... Deseo ser más valiente la
próxima vez y dominar mi miedo. También tengo que encontrar aliados y aceptarlos,
no hacer siempre todo el trabajo yo solo». Supongo que su práctica del sueño lúcido habrá
pasado por distintas fases... Comencé dirigiendo un juego. Me decía: «Quiero
ver
pasar elefantes en África». Y a los pocos segundos estaba en África, viendo
pasar una manada de elefantes. Podía cambiar de decorado, desear ir al Polo
Sur y luego ver miles de pingüinos... Esto me producía tanta felicidad que
acababa por despertarme. Después he experimentado todo tipo de vivencias sobre
mí mismo. Una vez quise saber qué era morir: me arrojé desde lo alto de un
edificio y me estrellé contra el suelo. Inmediatamente, me encontré vivo en
otro cuerpo, entre la multitud que miraba el cadáver del suicida. Así descubrí
que el cerebro desconoce la muerte. Otra vez decidí dejarme poseer por un dios
mítico. ¿Tuvo un orgasmo femenino? La experiencia de esta penetración fue más
completa
que la de una relación sexual corriente. No olvides que yo trabajaba con
imágenes oníricas que sobrepasan los límites de la realidad. Para que
entiendas mejor mi práctica te puedo leer el sueño tal como lo anoté
detalladamente en mi cuaderno, con fecha 9 de abril de 1978: «Estoy en un
dormitorio, tendido en el suelo entre dos camas gemelas. Tengo la espalda
apoyada en la pared. Delante de mis pies aparece un imbunche...». ¿Un imbunche? Sí, te lo explico: la tarde anterior al sueño
yo
había estado en un café con un exiliado chileno al que pregunté sobre el
folklore mapuche. Él me contó que, según la leyenda, los brujos de Chiloé
robaban niños y los mutilaban para que, convertidos en monstruos, les
sirvieran de ayudantes con el nombre de «imbunches». Continúo: «... un enano
ciego, desnudo, con piel de pollo desplumado, pico de pájaro, muñones que hacen
las veces de brazos, el torso contrahecho y las piernas arqueadas: una especie
de feto grande, tan horrible como inquietante. Y entonces pienso: "Es un
dios con el que tengo que entrar en relación. Su fealdad debe engendrar algo en
mi espíritu". Ahora sé que estoy soñando y que tengo el poder de orientar
mi sueño. Decido trabajar en ese monstruo con el objeto de transformarlo en divinidad
positiva. Y lo consigo. El imbunche adquiere buena estatura, facciones
regulares y se convierte en un ser bellísimo, indescriptible, como una estatua
viva. Salgo de entre las camas y me tiendo boca arriba en el centro de la
habitación. Sé que debo ser inseminado por el dios. Busco mi feminidad y por
eso levanto mis piernas. Un tubo transparente, de unos cuarenta centímetros de
largo, sale de entre las piernas del dios. Decido entregarme sin resistencia
para que él me introduzca el tubo entre el sexo y el ano, ese lugar del perineo
que el tantra llama chakra muladhara. Sé
que no tengo vagina, y no pretendo experimentar una penetración anal. El dios
se arrodilla entre mis piernas abiertas y empieza a penetrarme. Su órgano sube
por mi columna vertebral hasta que lo siento entrar en mi cerebro. Mi
conciencia estalla». Impresionante... Si llamas «orgasmo -femenino» a esta explosión
cataclísmica, entonces sí, Gilles, lo he experimentado, y fue una sensación
maravillosa. Me sentí muy emocionado dejándome poseer por este dios creado a
partir de mi propia monstruosidad. Después me dediqué a realizar deseos no
alcanzados en el estado de vigilia, especialmente deseos sexuales, por
supuesto. En sueños me entregué a orgías fantásticas con mujeres semihumanas,
semipanteras. Permíteme leerte otra de las anotaciones que hice después de uno
de estos sueños. Aunque quisiera insistir en un punto: antes de lograr el
sueño lúcido, en el que yo controlaba las imágenes, tenía que vencer una serie
de obstáculos que aparecían como otras tantas pruebas de iniciación. Sólo una
vez superados merecería el derecho de ser dueño y señor de mis sueños. Este
pasaje, extraído de mi cuaderno, muestra bien este aspecto del proceso: «Estoy
en un mundo industrial, sin naturaleza, únicamente compuesto por inmuebles. Es
una frontera. No tengo documentos de identidad. Tres soldados me impiden el
paso. Salto la barrera y echo a correr, perseguido por los militares. Tras
abrir las puertas de un garaje, me encuentro frente a un pozo de miles de
kilómetros de profundidad. Al borde de este abismo, me doy cuenta de que estoy
soñando. Los perseguidores han dejado de existir. Decido arrojarme al fondo,
sabiendo ya que nada puede ocurrirme. Salto y caigo a gran velocidad. No siento
miedo. Siento el deseo de detener la caída. La caída cesa. En la pared aparece una puerta. Entro, y ahora estoy en
el pórtico de una catedral. Comprendo que tengo el poder mágico de hacer surgir
ante mis ojos lo que yo quiera. Entonces siento el deseo de realizar una
experiencia erótica. Creo tres mujeres-bestia, mitad panteras mitad hembras
humanas, que están en cuclillas o a cuatro patas. Beso a una en la boca, y sus
labios largos parecen ninfas de vulva. Pruebo a introducirles mi dedo índice
en el sexo, bajo la cola. Poseo a una mientras las otras me arañan de modo
agradable y trato de llegar al orgasmo. Pero inevitablemente dejo de estar
lúcido, y el sueño me absorbe y, finalmente, se transforma en pesadilla.
Despierto con palpitaciones...». ¿Dónde reside en estas experiencias la dimensión
iniciática? En la particularidad de que, en el momento
en que
empezaba a hacer el amor con esas mujeres animales, el deseo se apoderaba de
mí, haciendo que perdiera la lucidez y el sueño escapara a mi control. Olvidaba
que estaba soñando. Me pasaba lo mismo con la riqueza. Cuando me dejaba
fascinar por el dinero, mi sueño dejaba de ser lúcido. Cada vez que trataba de
satisfacer mis pasiones humanas, el guión me absorbía y perdía la lucidez. Fue
un gran aprendizaje: comprendí finalmente que, en la vida como en el sueño,
para permanecer lúcido es necesario distanciarse, no identificarse con la
acción. Es un viejo principio espiritual que el sueño lúcido me hizo recordar.
El deseo y el miedo son las dos caras de nuestra identificación, así lo afirman
todas las tradiciones. El sueño me enseñó también a actuar frente a mis temores. Hubo un
tiempo en el que frecuentemente tenía la misma pesadilla: estaba en un
desierto y desde el horizonte surgía, como una nube inmensa de negatividad, un
ente psíquico decidido a destruirme. Me despertaba gritando y empapado en
sudor... Un día me cansé y decidí ofrecerme en sacrificio al ente. En el apogeo
del sueño, en un estado de terror lúcido, me dije: «De acuerdo, voy a dejar de
querer despertarme. No tienes más que venir a destruirme». El ente se acercó y, de repente,
desapareció. Desperté unos segundos y volví a dormirme plácidamente. Entonces
comprendí que somos nosotros mismos quienes alimentamos nuestros terrores.
Aquello que nos atemoriza pierde toda su fuerza en el momento en que dejamos de
combatirlo. Es una de las enseñanzas clásicas del sueño lúcido. Varias veces
he logrado controlar el miedo al tránsito final atravesando mi propia muerte. ¿Podría añadir otros ejemplos de ese proceso? Sólo tengo que buscar en mi cuaderno... Por
ejemplo:
«Tengo unas ganas enormes de orinar. Siento mi vejiga llena. En una bañera
blanca, orino un grueso chorro de sangre. Me digo: "El líquido es rojo
porque hago demasiado esfuerzo. No puedo parar de orinar; pero me relajo y, por
mi voluntad, transformo el rojo en amarillo". En ningún momento me dejo
dominar por la angustia. Poco a poco, transformo el color. Después, la pesadilla
me domina nuevamente y otra vez orino sangre. Retomo el control del sueño, sin
perder la serenidad, y el chorro adquiere definitivamente su color ámbar». Otro sueño: «Me encuentro en un café, en una plaza pública, sentado
en un rincón entre otros clientes. De pronto, en medio de la terraza, un
muchacho barbudo, loco y agresivo, saca una pistola. Con una carcajada
estremecedora, apoya el arma en la sien de un camarada. Furioso, me levanto y
le grito que debería ser más delicado. Le recuerdo que, hace poco, su amigo ha
intentado suicidarse disparándose a la cabeza y que, por esa razón, su pesada
broma podría traumatizarlo. Me mira entonces y me apunta, murmurando en tono
sádico: "Muy bien, ¿y ahora qué?". Él espera que yo comience a
temblar, pero no siento miedo. Da una vuelta a mi alrededor pero yo no me
inmuto. Sé que no disparará y se lo digo: "Sé que no lo harás."
"¿Y por qué no?", me pregunta. "Porque soy muy pequeño para tus
delirios de grandeza", le digo. Y
efectivamente, sé que este
loco, ofuscado, absorto en su propio
espíritu, no podrá interesarse verdaderamente en mí lo bastante como para
aniquilarme. Despierto feliz: lo que podría haber sido una pesadilla no me ha
causado miedo». Otro sueño en el que domestico a mi monstruo:
«Camino por un descampado y llego a un agujero circular parecido a una inmensa
boca de alcantarillado. De él surge un monstruo gigantesco, espantoso, de unos
veinte metros de altura. Controlo rápidamente mi sentimiento de repugnancia
porque entiendo que esa criatura horrible es una parte de mí, una oscura
energía de mi espíritu. Decido no destruirla sino transformarla. Entonces, en
ese mismo instante, se cubre de plumas blancas, se hace luminosa, abre seis
alas y se eleva. Convertido en una bellísima entidad angélica, se ofrece a llevarme
consigo al Cosmos. Pero controlo igualmente esa tentación. El ángel es una
energía luminosa de mi espíritu que tengo que absorber. Hago que me cubra y lo
aspiro por todos los poros de la piel. Ahora soy yo el que, convertido en un
ser pleno de energía y luz, se eleva tranquilamente. Despierto, dichoso». Ahora voy a leer un sueño muy poético en el que me veo entrando con
los ojos abiertos en el reino de los muertos: «Estoy en la antesala de la
muerte. Sentado en un banco, frente a mí, está el cantante Carlos Gardel,
muerto hace cuarenta años. Lo saludo diciendo: "Vamos, ten valor; decídete
a morir...". Entramos en otra sala en la que diviso una puerta por la que
se va directamente a la muerte. Un tétrico portero nos palpa a todos los
presentes y decide quiénes van a franquear o no la última puerta. Llegan antes
que nosotros dos adolescentes. Después de cachearlos, el portero los rechaza y
ellos se van, desolados por tener que seguir viviendo. Gardel es declarado
muerto, ahora me toca a mí. El portero me palpa y me declara difunto. Carlos
Gardel vacila, tiene miedo. Le digo: "¿Qué importa? ¡Mejor! ¡Ahora
sabremos por fin qué hay detrás de esa puerta!". Con decisión y firmeza,
lo empujo para que entre conmigo en esa otra dimensión. Al cruzar la puerta, el
cantante desaparece en una explosión de luz. Apenas he cruzado la frontera de
la muerte, me encuentro en
un paisaje de colinas verdes. Estoy en compañía de personas muy agradables.
Lanzo al aire sobres de papel vacíos que caen llenos de golosinas y objetos
preciosos. Puedo hacer milagros, porque domino esta dimensión y sé que los
sobres que lance al aire caerán siempre llenos. Hago regalos a las personas
que me rodean y despierto muy feliz». Y veamos un último sueño en el que, como en tantos otros, me encuentro
una vez más frente al monstruo: «Tengo que cruzar un sótano lóbrego con suelo
de tierra apisonada. Un desconocido me espera para dejarme entrar. Siento en
la penumbra la presencia de un animal. Sé que se trata de una pantera negra y
que el desconocido es su domador. Me indica con una seña que cruce en línea
recta, sin temor. Le obedezco, pero la pantera salta sobre mí, me lanza al
suelo... y, con las zarpas delanteras, me inmoviliza la cabeza. Me mordisquea
el cráneo sin herirme, como un gato que juega con su ratón. Veo la cara descompuesta
del domador, que al verme a merced de su fiera se siente impotente. Sin
embargo, no me abandono al miedo en ningún momento. Sin moverme, dejo que la
pantera me acaricie el pelo con sus fauces. Sé que tengo que entregarme,
fundirme con ella, aceptar la situación con amor; disolverme en la pantera.
Empiezo a vibrar de amor y me hago uno con ella. En ese instante, la pantera
desaparece. Me levanto, cruzo el sótano y sigo mi camino. Me despierto lleno de
gozo». Si he comprendido bien, aplicó usted las enseñanzas
recibidas en sueños a su vida diurna y, posteriormente, las incorporó a la
práctica de la psicomagia... Absolutamente. He hecho un gran esfuerzo por
mantenerme fiel día a día a lo que me era permitido comprender en sueños.
Porque ¿de qué sirve recibir enseñanzas si no las aplicas cuando te encuentras
ante las dificultades cotidianas? Una enseñanza no se hace operante, no
adquiere toda su fuerza transformadora, hasta el momento en que es aplicada. ¿Podría dar un ejemplo de aplicación a la vida
diaria de un principio recibido en sueños? Bueno, como decía, el sueño lúcido me enseñó
a
enfrentarme al monstruo. Está permitido huir mientras uno no sienta las
fuerzas necesarias para hacerle frente; pero hay un momento en que debes
mirarlo a los ojos. Entonces frecuentemente sucede que el monstruo así
desafiado se convierte en aliado. Nuestro miedo alimenta la animosidad del
adversario, mientras que nuestra voluntad de hacerle frente con amor lo
desarma, es decir, le hace cambiar de orientación. Cuando estaba en México
rodando La montaña sagrada,
se produjeron rumores escandalosos:
como
rodábamos delante de una catedral, se comenzó a decir que había celebrado
misas negras allí mismo. También se murmuraba que ridiculizaba al ejército y a
la policía mexicanos... Un día se presentaron dos policías diciéndome: «El
ministro tal quiere verlo». Me llevaron al despacho de ese ministro, el cual,
poco más o menos, me dijo: «Escuche, Jodorowsky, el presidente le conoce bien y
admira su trabajo; tiene usted en él a un amigo. Pero tenga cuidado: un
gobierno puede ser un gran amigo, pero, si se le contraría, puede convertirse
en un enemigo temible... No haga aparecer ningún uniforme en la película,
suprima todos los símbolos religiosos y vivirá tranquilo». En México, estas palabras, en boca de un ministro, equivalían a una
amenaza de muerte. Aquella noche, al volver a casa, oí voces que gritaban en el
jardín: «Jodorowsky, ten cuidado o te despellejamos...». Había en México un
grupo paramilitar llamado Los Halcones que se encargaba de los trabajos sucios.
Comprendí que aquello podía acabar mal y, al día siguiente, llevé a toda mi
familia a Estados Unidos, decidido a terminar allí el rodaje. Sin embargo, me
oponía a que ese ministro siguiera siendo para mí un enemigo y que en mi
inconsciente permaneciera el recuerdo de una amenaza de muerte. Una vez
terminada la película, reuní todas las buenas críticas de La montaña sagrada
publicadas en Europa y Estados
Unidos, regresé a México y pedí una
audiencia con el ministro, que para entonces resultó estar enojado conmigo
porque me había marchado con todo mi equipo. Y, tendiéndole los recortes de
prensa, le dije: «Mire lo que mi película hace por México; en todo el mundo se
habla de este país». Al ver que me había atrevido a meterme otra vez en la boca
del lobo, sonrió y me dio una palmada en la espalda: «Muy bien, Jodorowsky,
eres valiente, te felicito». ¡No sólo no me puso más dificultades, sino que
hasta me hizo regalos! Es una anécdota verídica que muestra en qué medida es
saludable a veces atreverse a desafiar al monstruo. El principio esencial es,
en la medida que puedas, no dejar nunca una cuenta pendiente con un enemigo.
Porque si quedan cosas larvadas, el odio se nutre de sí mismo, con peligro de
proliferar. Una bomba con la mecha muy larga puede tardar años en explotar;
pero el día en que se produce el descalabro los daños son cuantiosos. Por lo
tanto, es mejor desarmar la bomba, no dejar amenazas de muerte sueltas a nuestro
alrededor o en nuestro inconsciente. Pero no hay que matar al adversario: es
mucho mejor convertirlo en un aliado. Otro principio del sueño lúcido consiste en
cambiar
el contenido del sueño. ¿Cómo lo ha aplicado en el curso de su existencia
diurna? Ya te he contado cómo me gustaba cambiar de
escenario en sueños, pasar de África a Estados Unidos, por ejemplo, transformar
el entorno... También aprendí que en mi vida diaria no tenía por qué dejarme
atrapar en un marco. La realidad cotidiana no es rígida, o no lo es más que en
nuestra mente, en el concepto que tenemos de ella. Si nos sentimos atados,
cansados de movernos siempre dentro del mismo entorno, ¡tenemos la facultad
de cambiar! ¿Quién dice que es imposible? El sueño lúcido me enseñó a moverme
por el interior de una realidad dúctil en la que siempre puede producirse
cualquier mutación, cualquier transformación. Ello no depende sino de mi
intención: en el sueño lúcido, el solo deseo de encontrarme en África, entre
las manadas de elefantes, era suficiente para transportarme hasta allí. En este
otro modo de sueño que es la «realidad», también es mi cerebro, la forma en
que yo me represento el mundo, lo que determina lo real. La «realidad» no
existe por sí misma; instante a instante, creamos nuestra realidad, alegre o
funesta, monótona o apasionante. ¿Por ejemplo? El otro día, al entrar en mi casa, observaste
que lo
había cambiado todo. Estaba cansado de la vieja decoración. Compré muebles y
dejé en la calle todo lo que tenía y ya no quería ver más. Aquella evacuación
se convirtió en una especie de fiesta, la gente empezó a llevárselo todo...
Días después, unos vecinos me gritaron: «¡Ya sabemos quién es usted!». «Vaya
-respondí-, ¿y cómo lo saben? ¿Por mis historietas, por mis películas...?»
«¡Por sus desperdicios! Recuperamos cosas increíbles frente a su casa.» Es
decir, no sólo cambié mi decoración sino que, en cierta medida, transformé el
ambiente del barrio. De acuerdo, pero siempre es más fácil cambiar
de
muebles, si se dispone de dinero, que trasladarse a África junto a los
elefantes... No; el principio fundamental es el mismo, ello
tiene
lugar dentro de la mente, en nuestra concepción de la realidad. La realidad
puede percibirse como una pesadilla, y bien sabe Dios que, en el orden de las
fatalidades, cualquier cosa puede ocurrir. Pero es dentro de esa misma
realidad donde uno puede agudizar su lucidez y realizar actos que transforman
el campo negativo en contexto positivo. Habrá quien piense que eso es un tema económico:
si
se tiene dinero, puedes tomar un avión y en unas horas estar en África o
visitando Nueva York. ¡Sí, pero hay que atraer la vida! Tu vida
corresponde a la idea que te haces de ella... Por ejemplo, yo nunca he sido
millonario, ni siquiera muy rico, pero siempre he aplicado a mi vida diurna el
principio del sueño lúcido: ¿por qué no transportarme a otro sitio? De modo
que, cuando he experimentado una verdadera necesidad, he atraído las
circunstancias favorables para que mi necesidad se realizara. Hace pocos días
sentía el deseo de hacer una pequeña escapada. Me habían invitado a un
festival de cine de Chicago y allá me fui, en secreto, tres días. Salí el
viernes y regresé el domingo... Nadie se enteró. (Risas.) Recuerdo que un día un amigo multimillonario me preguntó: «¿Qué haces
este fin de semana?». «Nada», contesté. «¿Quieres ir a Acapulco?» Y ¡ya está!,
su reactor privado nos llevó a Acapulco, a pasar el fin de semana. Oyéndole parece muy sencillo, pero no todo
el mundo
tiene amigos multimillonarios... Ya veo que quieres tirarme de la lengua, pero
sabes
tan bien como yo, por tu propia experiencia, que cada cual crea su realidad...
Yo tenía verdaderamente la necesidad de irme a pasar el fin de semana al otro
lado del mundo, estaba íntimamente convencido de la maleabilidad de la vida y
ésta me envió a un multimillonario con avión privado, eso es todo. En tu caso, por ejemplo: a ti lo que más te gustaba de la vida era
conocer a sabios y escuchar rock'n'roll. Deseabas vivamente conciliar estos
dos aspectos de tu existencia, aparentemente dispares. Y bueno, como no tenías
una idea rígida de la realidad, favoreciste las circunstancias más propicias y,
finalmente, las encontraste en Arizona cuando conociste a un verdadero sabio
que, no satisfecho con haber fundado un ashram, además lideraba
un grupo
de rock'n'roll. Es muy probable que no haya otra persona en el planeta que
combine estas dos actividades. Hasta entonces, ese hombre era muy poco
conocido en Estados Unidos y desconocido por completo en Europa, pero a pesar
de eso la magia de la vida te lo envió. También, de adolescente, ibas a ver
todas mis películas y coleccionabas los artículos que hablaban de mí; y ahora somos amigos y disfrutamos
haciendo libros juntos. Con inocencia y determinación, se pueden promover
circunstancias estadísticamente poco
probables. De acuerdo... Te contaré otra historia: en 1957, antes de
teorizar
sobre todas estas cosas, un día le pregunté a mi mujer: -¿Adonde te
gustaría ir de vacaciones? -Me gustaría
mucho ir a Grecia -respondió. -Muy bien -le
dije-. ¡Iremos a Grecia! -Pero ¿cómo?
No tenemos ni un céntimo... -¡Iremos a
Grecia! En aquel momento, llamaron a la puerta de la
buhardilla donde vivíamos. Era un amigo que formaba parte de un grupo de música
sudamericana muy conocido en aquel entonces, Los Guaranís de Francisco Marín, y
me dijo: -Dentro de tres días nos vamos de gira a Grecia con un espectáculo
folklórico, y uno de nuestros bailarines se ha puesto enfermo. ¿Quieres
sustituirlo? -Pero no
conozco los bailes... -No importa,
mi mujer te los enseñará. Aprendí inmediatamente dos, Bailecito y Carnavalito, y nos
fuimos a Grecia. Después de vivir aquello, ¿cómo no considerar la realidad un
sueño que vamos creando sobre la marcha? Estoy de acuerdo por lo que respecta al principio,
pero me parece que sus anécdotas y su planteamiento pueden prestarse a
confusión. Después de todo, el mundo está lleno de personas que no piden sino
realizar sus sueños sin esforzarse demasiado... La experiencia enseña que no
basta con desear, hay que merecer. Lo que acabas de señalar me parece muy importante.
Pero estas cosas que explico me han sucedido realmente, y puedo afirmar que mi
vida está en consonancia con mis sueños más fantásticos. Creo verdaderamente en la magia de la vida.
Ahora bien, para que esta magia sea efectiva, cada cual debe cultivar en sí
mismo cierta cantidad de virtudes que pueden parecer contradictorias en
principio: inocencia, autodominio, fe, valentía... Poner en movimiento esta
magia exige mucha audacia, también pureza y un profundo trabajo con uno mismo.
Tengo que insistir en que yo he consagrado mi existencia a perfeccionarme, a
conocerme, a hacerme accesible interiormente. Es imprescindible no abandonar
en ningún momento la disciplina, sin la cual este enfoque de la realidad no
sería más que una ilusión. ¡La vida no está ahí para satisfacer los deseos del
primer perezoso que se presente! La vida no te corresponde sino en la medida
en que te entregas a ella y te esfuerzas en superar tu egocentrismo. ¿Podría verse, entonces, este trabajo de ascesis
como la aplicación de las enseñanzas recibidas del sueño lúcido? Lo digo porque
la ascesis requiere esfuerzo, frente al sueño lúcido, en el que basta con
formular un propósito para que éste se realice... En realidad mantenerse consciente durante el
sueño
lúcido requiere un esfuerzo muy considerable. Por otra parte, las emociones que
se experimentan durante el sueño son reales. Si estás aterrado, lo sientes de
verdad, experimentas terror; y es difícil hacerle frente. En el fondo, la gran
enseñanza del sueño lúcido está menos en el descubrimiento de la magia cotidiana
que en esta exigencia de lucidez, porque no hay que olvidar que sin lucidez
nada es posible. Como digo, desde el momento en que te dejas llevar por la
experiencia que estás viviendo, el sueño te absorbe y pierdes la lucidez, que
es lo único que sostiene la dimensión mágica. La magia que hemos evocado no
opera sino gracias al distanciamiento. Lo que permite el juego es la lucidez
del testigo, por el contrario, la identificación empequeñece la existencia,
limita el campo de posibilidades. En el sueño rigen las mismas leyes que en la
vida cotidiana: cuanto más te distancias, más puedes gozar de la existencia y sentirla como un gran patio
de recreo. Si
no consigues distanciarte, la vida puede convertirse en un callejón sin
salida. Así pues, paradójicamente, el sueño me ha enseñado a velar, a
mantener el hilo de la existencia, una corriente de lucidez, incluso a costa
de grandes esfuerzos. ¡Porque bien sabe Dios lo maravillosa que puede ser la
vida a veces, sobre todo si te abres un poco a su magia! Sin embargo, al mismo
tiempo que te vas abriendo, aumenta la tentación de dejarte absorber, el
peligro de identificarte. Por otro lado, la lucidez se refuerza también con la
práctica. Otra enseñanza del sueño lúcido a la que ya
hemos
aludido, otra faceta de la magia, es el descubrimiento de la flexibilidad de la
realidad. No sólo no se concibe la vida como un proceso rígido, sino que uno
mismo adquiere flexibilidad. Así es. Intento no autodefinirme excesivamente,
no
encerrarme en una visión estrecha de mí mismo. En el sueño puedo percibirme
como un hombre de sesenta años, pero también como un muchacho joven o un
anciano, incluso como una mujer, ¿por qué no? En el sueño se expresan diversas
facetas de mi ser. En la realidad, trato de dejar que estas facetas se
expresen e intento responder a las exigencias de la situación sin aferrarme a
una idea preconcebida de lo que soy o debería ser. Cuando viajo, mucha gente se
interesa por mi nacionalidad. Si en un avión alguien me dice: «¿Es usted
italiano?», contesto: «Sí». Si me toman por griego, francés, ruso, israelí,
etcétera, siempre respondo afirmativamente. Mi interlocutor, encantado de
haber acertado, me trata entonces como a un italiano, un ruso, un griego, un
chileno, y esto no cambia nada... ¿Recuerdas lo que nos sucedió hace poco en
la Mejorana?, pues eso constituye un buen ejemplo de esta actitud. Cuando
llegamos, el público no me esperaba a mí sino que había ido a escuchar al
doctor Westphaler. Bueno, al doctor Woestlandt... »Ellos se sitúan cada uno debajo de una de
mis
axilas, a modo de muletas humanas, para ayudarme a avanzar hacia una escalera
de piedra negra de veintidós peldaños que se levanta en el centro del patio,
como un pedestal. "Ya me siento capaz de afrontar solo a la Divinidad",
les digo entonces a mis amigos. Y como sé que los dos son parte del sueño, los
hago desaparecer de un empujón y empiezo a subir la escalera. Otra vez soy
presa del terror: quizá vea surgir ante mí una imagen horrible... Los peldaños
están mojados y tengo que hacer enormes esfuerzos para no resbalar. De pronto,
aparece frente a mí una fotografía animada en la que un actor gigantesco hace
muecas de payaso. Me cuesta creerlo: "¿Una foto, un actor, la
Divinidad...? ¡No es posible!". El actor desaparece y en su lugar aparezco
yo. Tengo sesenta años y aspecto de viejo profesor de universidad. Llevo
americana de cachemir y unas gafas en la punta de la nariz. Pienso que esta
imagen inmensa de mí mismo es una pantalla necesaria, la proyección de ideales
antiguos, que me permitirá vivir sin angustia mi primer encuentro con la
Divinidad. La foto se anima y empieza a hablarme con simpatía. Me comunica un
mensaje, una lección. Retengo poco, apenas cinco o seis palabras: "El
tesoro de la humanidad...". Me alegra mucho esta pequeña experiencia, que
me permite dar un primer paso en la búsqueda del Dios interior, del guía, del
maestro íntimo, del yo impersonal, poco importa el nombre que se le dé; y,
además, sin sentir miedo. Reúno todas mis fuerzas, me apoyo en el aire y
empiezo a flotar: con una embestida de carnero, atravieso la pantalla y me
lanzo al firmamento, inmensidad cuajada de estrellas. Otra vez deseo contemplar
mi Dios interior. Frente a mí aparecen dos pirámides imbricadas, tan grandes
como la de Keops, similares a una estrella de David en relieve. Me digo que no
debo conformarme con mirarlas -una es negra y la otra blanca- sino que debo
fundirme con ellas. Penetro en su centro y estallo como un universo en llamas». Éste es el sueño tal como lo anoté. Basándome en esta vivida
experiencia, escribí el guión de El
Incal. Entonces, la práctica del sueño lúcido consiste
en
montar un acto dentro del contenido onírico. ¿Se puede ir más allá del sueño
lúcido? Sí. Es posible pasar a lo que yo llamo «el
sueño
terapéutico», dentro del cual la lucidez es utilizada para curar una herida o
consolar de una carencia que se experimenta en el estado de vigilia. Citaré
cuatro ejemplos sacados de mi cuaderno: Me encuentro en compañía de Teresa, mi abuela
paterna, a la que, por desavenencias familiares, no tuve ocasión de conocer. Es
una mujercita algo gruesa y con la frente ancha. En el sueño, me doy cuenta de
que, en realidad, no nos conocemos, que nunca nos hemos hablado, que no hemos
paseado juntos ni una sola vez. Le digo: «¿Cómo es posible que tú, mi abuela,
nunca me hayas tenido en brazos?». Comprendo que esto es una falta de
delicadeza y rectifico: «Mejor dicho, ¿cómo es posible, abuela, que yo, tu
nieto, nunca te haya dado un beso?». Le propongo dárselo ahora y ella acepta.
Nos abrazamos y nos besamos. Despierto con un nítido recuerdo del sueño,
contento de haber encontrado este arquetipo familiar. Estoy en mi dormitorio, tal como es en realidad,
de
pie frente a mi padre. Le digo: «En toda mi vida, no me has besado como hace un
padre. Hiciste que te temiera y nada más. Pero ahora que soy mayor voy a darte
un abrazo». Y, sin temor, lo abrazo, lo beso y lo mezo. Y al mecerlo siento la
fortaleza sorprendente de su espalda. Y exclamo, contento: «¡Tienes noventa
años y aún eres tan fuerte!». Sigo meciéndolo, con audacia y ternura, y le
digo: «Como tú nunca te comunicaste conmigo por el tacto, yo también le he
negado todo contacto corporal a mi hijo Axel». Y aparece Axel, con la edad que
tiene hoy, 26 años. Lo abrazo y le pido que me meza, como acabo de mecer yo a
mi padre. Me despierto. Durante el día, charlo con Axel y le explico el sueño
alegremente. Le pido que me abrace y que me meza. Al comienzo, él está tímido,
lo hace de mala gana, pero poco a poco se conmueve y acabamos por establecer un
contacto que nos ofrece una sensación de bienestar y de paz para ambos. De esta
forma, en sueños, realicé algo que había faltado en mi relación con mi padre y, en la realidad, le permití a mi
hijo subsanar esa falta en su relación conmigo. Tengo problemas económicos y sueño que van
a
contratarme como actor en una compañía teatral. Me dirijo al empresario para
hablar de mi sueldo. Le explico que tiene que pagarme muy bien porque,
conociéndome como me conozco, no me contentaré con interpretar, sino que
procuraré que el espectáculo en su conjunto marche a la perfección. Supervisaré
las luces, la música, el vestuario, el trabajo de mis compañeros, etcétera. En
suma, me ocuparé de todo. El empresario me comprende y me fija un buen sueldo,
el que merezco. Me despierto tranquilo y habiendo recuperado la confianza en
mí mismo. Sé que las dificultades económicas se resolverán. Hace tres días que sufro de fuertes dolores
de
estómago, probablemente a causa de una infección intestinal. Duermo mal y no
quiero tomar antibióticos. Me acuesto y sueño: estoy en mi cama, sufriendo
los mismos dolores que tengo cuando estoy despierto. Llega Pachita, la
curandera. Se acuesta encima de mí y chupa el lado derecho de mi cuello
diciendo: «Voy a curarte, hermanito». Haciendo un esfuerzo supremo, desliza su
mano izquierda entre nuestros cuerpos y la apoya en mi vientre. Después, se
eleva en el aire sin separarse de mí. Levitamos un rato horizontalmente, y
luego bajamos a la cama. Ella se desvanece lentamente. Me despierto curado,
sin sentir dolor alguno. Me parece que, por decirlo de algún modo, he asumido
a la curandera y por fin puedo acceder a un médico interior, una especie de
Divinidad. Recuerdo que en México, antes de morir, Pachita hizo aparecer un
anillo en la palma de su mano, lo puso en mi anular izquierdo y me dijo:
«Vendré a visitarte en sueños». Como podrás imaginar, este tipo de sueños resulta
tremendamente positivo. Son sueños reparadores en todo el sentido de la
palabra y en los que el inconsciente canaliza su fuerza para curar. Si es posible utilizar ese conocimiento adquirido en la práctica del
sueño
lúcido para llegar al sueño terapéutico,
¿se podría llegar aún más lejos, alcanzar a través del sueño una dimensión de
sabiduría? Es lo que yo llamo «el sueño humilde». Un día
dejé
de proponerme actos, a fin de asistir al sueño en calidad de simple
observador. En esos casos dejo que el sueño se desarrolle, que siga su curso,
pero sin ser absorbido por él, permaneciendo lúcido. Soy espectador de mi
sueño y me abstengo de toda intervención. Es más, creo que últimamente he
alcanzado un nivel aún más sutil, que llamo «sueño sabio». El protagonista del
sueño al que asisto en calidad de espectador es un sabio. Pronuncia frases que
yo anoto al despertar: frases que, por lo demás, no tienen nada de original y
podrían ser extraídas de cualquier texto sagrado. Pero surgen desde lo más
hondo del inconsciente, tal como observo lúcidamente durante el sueño. ¿Puede contar alguno de esos sueños sabios? Sí, pero con reticencias... ¿Por qué? ¿Se trata quizá de pudor? ¡No, no se trata de eso! Temo, sencillamente,
que no
se me crea, (Jodorowsky saca
de su biblioteca un cuaderno enorme que parece
un libro de oro.) En este
otro cuaderno anoto mis sueños más positivos.
Puedo abrirlo y leer un ejemplo de sueño sabio; pero ¿aceptarán nuestros
lectores que un hombre pueda tener sueños semejantes? Quizá debería antes dar
mi palabra de honor... ¿Por qué no? Sería casi surrealista: «Declaro
por mi
honor haber soñado sabiamente...». ¡De acuerdo, entonces certifico por mi honor
haber
tenido estos sueños! Cada cual es libre de creerme o no. ¿Tan inauditos son esos sueños? No; en realidad son muy simples. Lo que tienen
de
inaudito es precisamente ese elemento que los hace sueños sabios. Todo está en
el clima interior del sueño. (Jodorowsky
lee de su gran cuaderno.) «Me
encuentro
en una clase de artes marciales. El maestro me dice: "Déjate caer en mis
brazos relajado". Entonces me viene el pensamiento: "Vaya, voy a
conseguir una relajación total", y me dejo caer sin reservas. El maestro
me sostiene y me tiende en el suelo. Entonces intenta hacerme una llave. Es
tal mi abandono que no lo consigue. Entonces dice a su ayudante:
"Imposible luchar con él. Está como muerto, y contra un muerto no se puede
hacer nada"». Éste es un ejemplo de sueño sabio en el que conseguí la relajación
total. Otro ejemplo: «Salgo a la calle con un traje muy estrecho que me da
un
aspecto enclenque. Entonces pienso: "Es bueno que la gente me vea débil,
porque me sé y me siento muy fuerte por dentro"». O este otro sueño:
«Asisto a la clase de un profesor de filosofía que declara: "El secreto
es ser con el pensamiento". A lo que yo respondo: "Si no has aceptado
que tienes que morir, no has conseguido nada. Sólo la aceptación del sepulcro
nos libra del pensamiento de la muerte"». Otros dos más: «Unos gitanos me llevan a su almacén, en el que guardan
toda clase de muebles. Quieren consultarme y me enseñan, en una caja de cartón,
una copa grande, parecida a la del as del tarot de Marsella. Piensan
utilizarla en sus experimentos de alquimia para descubrir el disolvente
universal, la sustancia capaz de disolver todas las demás materias. Yo les
pregunto sonriendo: "¿Saben cuál es el disolvente universal?". Al ver
que no conocen la respuesta, les digo: "Es la sangre de Cristo. Una gota de
la sangre de Cristo en el corazón disuelve todos los demás sentimientos.
Después de eso sólo queda el amor"». Y por último: «Un niño triste me
dice: "Soy muy poca cosa. No valgo nada. Dios no me ve, está ocupado en
cosas más importantes". Yo le contesto: "Imagina la superficie de una
esfera compuesta por infinidad de puntos. Ahora imagina el centro de esa
esfera: es un solo punto que se comunica con todos los demás"». Esperaba unos sueños más delirantes, una
proliferación de símbolos mágicos, como en sus películas o en sus historietas.
Los sueños que relata son de una sobriedad inusual en usted... Bueno, mis historietas y mis películas corresponden
más al sueño lúcido. Como puedes apreciar, la mayoría de estos sueños son muy
cortos. Lo especial en ellos está en su impacto y en cómo me veo en ellos: en
el sueño, soy sabio, sereno y feliz, sensación que subsiste durante un tiempo
al despertar. Ahora me gustaría que diera ejemplos de «sueño
humilde»... Éste es otro tipo de sueño, en el que admiro
el
valor ajeno. Por ejemplo: «Estoy en casa de amigos. En la casa hay una mujer
de pueblo pero de porte distinguido. No tiene más de 58 años. La considero muy
educada, simpática y humana. Al cabo de un momento me pregunta: "¿Sabes
quién soy?". Contesto negativamente. Me dice entonces: "Soy Cristina.
Yo te cuidaba cuando eras pequeño". Entonces descubro que estoy en presencia
de mi primera niñera. Digo a mis amigos: "¿Os dais cuenta? ¡Es la primera
mujer a la que he amado en mi vida!". Saber que aún vive y comprobar el
grado de refinamiento que ha conseguido me produce gran alegría. Cristina y yo
nos besamos y luego ella se va. Mis amigos me dicen entonces, en tono de
admiración: "¡Tiene 80 años y, a pesar de ello, qué joven se la ve!".
Despierto lleno de alegría». Otro más: «Una revuelta estudiantil me sorprende en plena calle. Los
jóvenes queman coches y hay policías por todas partes. Suenan ráfagas de
metralleta y yo me lanzo al suelo pero sin sentir miedo. Me detiene un policía
y me lleva a la comisaría. Allí me interrogan. Conservo la sangre fría. Tengo
los bolsillos llenos de panfletos antimilitaristas y de recortes de prensa
con sucesos en los que policías y militares hacen un papel ridículo. Explico que soy profesor de tarot
y me sueltan. Voy por la calle, tengo el traje hecho jirones y hasta he perdido
los zapatos. Me calzo una funda de gafas a modo de chancleta. Entro en un café
a preguntar por mi calle. Entre los clientes hay una mujer de pueblo gordita y
con cara bondadosa que me mira con lástima, como si fuera un vagabundo. Y
murmura: "Hay que ver cómo está ese pobre hombre, tenemos que hacer algo".
Me toma por mendigo. Me parece tan buena y me conmueve tanto su compasión que
decido no sacarla de su error y aceptar el papel que me atribuye, a fin de no
decepcionarla y permitirle ejercitar tan buenos sentimientos. Abro mi maletín
negro y busco un pequeño juego de tarot para regalárselo. Entre los tarots hay
frascos de píldoras. Son vitaminas, pero la mujer está convencida de que
transporto droga, lo que hace aumentar su compasión. Sin saber nada de tarot,
echa una carta, el Mago. "Malo", dice. "No debería llevar esta
carta. Mire, este hombre tiene una píldora entre los dedos..." Ella cree
que el círculo amarillo que el mago tiene entre los dedos es alguna droga. Le
doy las gracias por sus buenas intenciones, le prometo no volver a drogarme y
salgo del café. En ningún momento he sentido la tentación de darme
importancia. Al contrario, me he humillado gozoso». ¿Distingue aún más formas de sueños? ¡Por supuesto! Es posible lograr el «sueño
generoso», en el que compartes con el resto de la humanidad lo que has aprendido.
Por ejemplo: «Me encuentro en un espacio inmenso, sobrevolando una marcha por
la paz a la que asisten miles de manifestantes. Al percibir que estoy soñando,
comienzo a girar en el aire para llamar la atención. La gente, admirada,
observa cómo levito. Entonces les pido que se den las manos y formen una
cadena, a fin de volar conmigo. Al tocarlos, los hago elevarse y trato de
hacerlos volar por la fuerza de mi pensamiento, pero ellos no se mueven. Tengo
que tomarlos con ternura y no soltarlos. Entonces, ellos vuelan hacia mí y
empezamos a evolucionar por el aire
formando figuras, todos en cadena, hasta que despierto». Aprender no solamente a dar sino también a recibir, aceptar el favor
que pueda hacernos el otro es también una forma de generosidad, como comprendí
en el siguiente sueño: «Estoy en París. Los periódicos tienen un problema con
el gobierno, que no les suministra la materia prima para imprimir. France-Soir
tiene que salir con la primera
plana escrita a mano e impresa por un
procedimiento primitivo, a base de azúcar. Al lado del quiosco de revistas,
sentada a una mesa de madera, está Bernadette, la difunta madre de Brontis, mi
hijo mayor. Me siento frente a ella y la veo bella y feliz como pocas veces en
la vida. Ahora siento confianza, sé que puedo contar con ella. Dándome cuenta
de que estoy soñando, me digo: "Bernadette murió, pero en el sueño vive.
No me da miedo hablar con una muerta. Confío en ella. Es un arquetipo que puede
servirme porque ella conoce bien los asuntos políticos que yo ignoro por
completo, y siempre estará disponible cuando quiera consultarle sobre
esto". Bernadette comienza a explicarme por qué la situación es tan tensa
y por qué el presidente se equivoca al confiar en el ministro que acaba de
nombrar. Después me habla del futuro: "Vivimos con la idea de que el
futuro no nos pertenece -me dice-, que no es para nosotros... Y sin embargo,
estamos ligados a él. En el futuro seremos muy activos". Pienso que se
refiere al futuro en general, a los millones de años que aún ha de conocer el universo». Después de este sueño, plenamente lúcido, me alegré de haberme
reconciliado con la madre de mi hijo, especialmente después de todos los
conflictos que vivimos. Bernadette se ha convertido en una aliada que se ofrece
a colaborar con lo mejor de sí misma
en el perfeccionamiento de mi espíritu. Así pues, gracias al sueño, acepté una
nueva presencia suya en mi vida. Sueño lúcido, sueño terapéutico, sueño sabio,
sueño
humilde, sueño generoso... ¿Qué es
para usted lo último del sueño, el nec plus ultra onírico? El sueño mágico, creativo. Durante todos estos
años
de exploración onírica no he conocido más que uno, a saber: «Estoy en mi
dormitorio. Apoyándome en el aire con las palmas de las manos, alzo el vuelo.
Entonces, decido sentir toda la potencia de mi voz. Dejando que el canto brote
de mí, emito con una fuerza casi ilimitada unos sonidos que van mucho más allá
de la ópera. No he de esforzarme en emitir la voz, la invoco y viene. Solamente
debo dejar que me salga por la boca para descubrirla, viva y mágica...
Profundamente emocionado, siento que me abro a una dimensión de mí desconocida
hasta ahora. Con plena lucidez, abro los ojos y despierto. Siento mi corazón
latir con fuerza. Sin moverme, rememoro todos los detalles del sueño. De
pronto, llega a mis oídos un canto que no es cercano ni lejano. No es emitido
por una voz humana, pero no por ello deja de tener sonoridad humana, es como si
todo un barrio de la ciudad cantara. Me parece que el canto llega desde otra
dimensión. Pienso que todavía estoy medio dormido y tengo que observar más
lúcidamente lo que ocurre. El fenómeno se repite y me abandono a la escucha, a
pesar de que el carácter totalmente nuevo de la experiencia modifica mi ritmo
cardíaco. Por un lado, me siento víctima de una alucinación; por otro, me
parece que se abre una puertecita hacia lo que podríamos llamar el tercer
oído, no el tercer ojo, el oído de la "clariaudición". Me duermo
profundamente y, en sueños, me veo en una calle de Montmartre. Camino murmurando:
"Era una voz divina, la voz de una diosa. No salía de una garganta, sino
que era exhalada por la realidad misma. Provenía de las calles, de las casas y
del aire"». Formidable. Pero ahora volvamos a ese sueño
que se
llama realidad. ¿Podemos, como afirman algunos sabios, ver nuestra vida como un
sueño del que habría que despertarse? Yo diría más bien que de este sueño inconsciente
que
suele ser nuestra vida hay que hacer un sueño lúcido. Hubo un tiempo en que,
antes de dormir, tenía la costumbre de pasar revista a todos los sucesos del
día. Visualizaba la película de mi jornada, primero de principio a fin y,
después, a la inversa, según el consejo de un viejo libro de magia. Esta
práctica de la «marcha atrás» tenía el efecto de permitir ubicarme a cierta
distancia de los sucesos del día. Después de haber analizado, juzgado y
tomado partido en el primer examen, volvía a repasar el día en sentido inverso
y entonces me encontraba distanciado. La realidad así captada presentaba las
mismas características que un sueño lúcido. ¡Entonces me di cuenta de que, al
igual que todo el mundo, en buena medida yo soñaba mi vida! El acto de pasar
revista a la jornada por la noche equivalía a la práctica de rememorar mis
sueños por la mañana. El solo hecho de acordarme de un sueño es ya como organizarlo. Yo no
veo el sueño completo, sino aquello que he seleccionado de él. Análogamente,
al repasar las últimas veinticuatro horas, no tengo acceso a todos los actos
del día, sino a los que he retenido. Esta selección constituye ya una interpretación
sobre la cual baso luego mis juicios y apreciaciones. Para hacernos más
conscientes, podemos empezar por distinguir nuestra percepción subjetiva del
día de aquello que constituye su realidad objetiva. Cuando ya hemos dejado de
confundirlas, somos capaces de asistir como espectadores al desarrollo de
la jornada, sin dejarnos influir por
juicios y apreciaciones. Desde esta actitud de testigo se puede interpretar la
vida como se interpreta un sueño. Por ejemplo: un día Guy Mauchamp, un alumno
mío, me pidió consejo; no sabía qué hacer para que unos inquilinos jóvenes y
desaprensivos desalojaran una casa que era de su propiedad. Después de expresar
mi extrañeza porque no hubiera acudido a la policía, puesto que la ley estaba
de su parte, le dije: «En cierto modo, esta situación te conviene. Gracias a
ella, expresas una vieja angustia. Te propongo este planteamiento: considera
esta situación como un sueño que hubieras tenido y trata de interpretarla como
interpretarías un sueño de la noche anterior. ¿Tienes un hermano menor?». Me
contestó que sí, y entonces le pregunté si, de niño, no se sentía postergado
cuando ese nene captaba toda la atención de sus padres, y él respondió que así
era, efectivamente. Después le interrogué sobre las relaciones que ahora
mantenía con su hermano. Como yo imaginaba, Guy me confesó que no mantenían
buenas relaciones ni se veían nunca. Entonces le expliqué que era él mismo
quien propiciaba la invasión de los inquilinos, a fin de exteriorizar la
angustia que en su niñez le causaba la presencia de su hermano. Añadí que, si
quería que se resolviera la situación, era preciso que perdonara a su hermano,
que lo tratara bien e hicieran las paces. Le di un consejo de psicomagia y, al
cabo de una semana, recibí una postal de Estrasburgo («Fuegos artificiales en
la catedral, explosión de sagrada alegría») con el siguiente mensaje: «En
respuesta a mi consulta, me prescribió un acto de psicomagia y, para
concluirlo, le doy el resultado. Tenía que ofrecer un ramo de flores a mi
hermano y almorzar con él, a fin de establecer una relación fraternal y dejar
a un lado el pasado en el que me sentía desplazado por su causa. El objetivo
era conseguir la marcha de los inquilinos ilegales de mi casa. Envié las
flores a mi hermano y hablé con él el viernes a mediodía. El viernes por la
noche los dos inquilinos se marchaban... ¡llevándose mis muebles! Pero, en
fin, se fueron, y pude recuperar mi casa. Gracias». Interesante, ¿no? Llevarse
los muebles era como llevarse una parte de su pasado. Es decir, usted indujo a ese joven a interpretar
una
situación real como si se tratara de un sueño lleno de símbolos que
descifrar... Exactamente. Puesto que soñamos nuestra vida,
vamos
a interpretarla y descubrir lo que trata de decirnos, los mensajes que quiere
transmitirnos, hasta transformarla en sueño lúcido. Una vez conseguida la lucidez,
tendremos libertad para actuar sobre la realidad, sabiendo que si sólo
tratamos de satisfacer nuestros deseos egoístas seremos arrastrados, perderemos
la ecuanimidad, el control y, por lo tanto, la posibilidad de hacer un acto
verdadero. Para lograr divertirnos actuando, tanto en el sueño nocturno como en
este sueño diurno que llamamos vida,
hemos de estar cada vez menos implicados. Ese distanciamiento que no impide ni la acción
ni la
compasión, pero no autoriza ni la codicia ni la sensiblería, se parece mucho a
la sabiduría. ¡Desde luego! ¿De qué puede servirte vivir
con tus
sueños y hacer un esfuerzo para conseguir la lucidez sino para encontrar la
sabiduría? La realidad es un sueño en el que debemos trabajar a fin de pasar
progresivamente del sueño inconsciente, carente de toda lucidez, y que puede
ser una pesadilla, a lo que yo llamo el sueño sabio. ¿Y el Despertar? Las tradiciones espirituales
hablan
de los que han despertado... Despertar es dejar de soñar, desaparecer de
ese
universo onírico para convertirse en aquel que lo sueña. El acto mágico Para empezar, ¿qué es el acto mágico según
Jodorowsky? ¿Cómo pasar del acto onírico al acto mágico? Bueno, como ya he dicho, fue en México donde
adquirí
cierto dominio del acto onírico. Si Chile era un país poético, México es un
país totalmente onírico en el que el inconsciente no cesa de aflorar.
Cualquier persona un poco sensible percibirá allí esta dimensión, sentirá la
presencia del sueño en la textura misma de la realidad mexicana. Aunque también
se puede vivir diez años allí sin captar siquiera el México mágico. En la misma
ciudad de México hay todo un mundo de brujos al que a los extranjeros
desinformados les cuesta mucho entrar. Cuando la gente no se encuentra bien, o
tiene dificultades en los negocios, acude a una bruja que realiza una especie
de limpieza purificadora. Con ese fin, te frota todo el cuerpo con hierbas
empapadas en agua bendita. Es una práctica muy corriente, y no solamente entre
gentes del pueblo. Intelectuales y políticos no dudan en entregarse a ella,
puesto que la brujería forma parte de la vida mexicana. Entre estos brujos pueden
encontrarse, desde luego, curanderos expertos en hongos alucinógenos y plantas
medicinales. Los hay que conocen hasta tres mil hierbas. Otros utilizan
exclusivamente excrementos de animales. Existen también criaturas extrañas que
provocan fenómenos tan peculiares
que no se sabe si son magia o superchería. Por ejemplo, recuerdo a una mujer
de un pueblecito remoto que se presenta siempre apenas cubierta con una
camiseta, mostrando unas puntas de acero que brotan de todo su cuerpo. También
se practica la magia negra y hay muchos brujos que hacen maleficios. Si quieres
echar una maldición a tu enemigo, puedes recurrir a ellos. He sido testigo de
cosas curiosas. Por ejemplo, en una función, me burlé de una mujer muy
influyente a la que todos llamaban la Tigresa y que, según se afirmaba, era
amante del presidente. Los artistas de mi compañía no querían salir a escena
pues estaban convencidos de que la Tigresa había echado una maldición contra el
teatro. Entonces me fui a buscar al ayudante de una bruja para que deshiciera
el maleficio. Confieso que me reía al verle rociar todo el teatro con agua
bendita. Pero, después, mientras tomábamos café, el hombre empezó a quejarse,
porque le estaba saliendo un furúnculo inmenso en el ano. Aquella erupción
repentina adquirió tales proporciones que el hombre tuvo que ir al hospital. Él
no tenía la menor duda de que su cuerpo había absorbido el maleficio lanzado
contra el teatro. ¿Puede haber sido una reacción psicosomática? Es posible. Pero, de todos modos, a veces ocurren
cosas extrañas... Un día, el director de una escuela de Bellas Artes con el que
acababa de firmar un contrato me dijo: «Eres un ingenuo. Estás enamorado de
México, todo te parece maravilloso. Pero si te atreves a mirar en este cajón
descubrirás otro aspecto del país». Me acerqué al cajón, lo abrí e
inmediatamente sentí un dolor de cabeza atroz. ¿Qué contenía ese cajón infernal? Horribles figuritas de cera, utilizadas por
las
brujas para torturar a distancia a las víctimas indicadas por sus
consultantes. Eran tan espantosas que sólo verlas me produjo malestar. Si las expusieran en el Centro Pompidou
o en el
Louvre, el público descubriría cuál puede ser el poder benéfico o maléfico de
una obra de arte. Un objeto tan cargado de energía afecta directamente al
organismo de quien lo contempla. Aunque en sí misma la experiencia fue desagradable,
tuvo la virtud de hacerme reflexionar. Me preguntaba dónde estaría el artista
bienhechor; el mago bueno cuyas obras estuvieran cargadas de una fuerza
positiva tan grande que llevara al éxtasis al espectador. Es un principio del
que me he servido después en psicomagia. ¿Podría citar un ejemplo? Un día recibí la visita de una mujer que tenía
un
hijo homosexual. Aquella mujer no había podido superar el hecho de que su hijo
fuera diferente. Aunque seguía manteniendo hacia él un gran cariño, al mismo
tiempo sentía una profunda vergüenza. El hijo quería ser pianista, pero, cada
vez que se presentaba a un examen o daba un concierto, su madre sentía pánico
de que fracasara. El pobre muchacho lo notaba, y eso lo afectaba a tal punto
que finalmente fracasaba. Enseguida comprendí que la carrera de pianista
representaba para aquella mujer una actividad afeminada, de carácter
homosexual. Entonces le indiqué un ejercicio. Los brujos que hacen maleficios
confeccionan figuritas con la efigie de la víctima que después acribillan con
alfileres. Pedí a aquella madre que utilizara el mismo procedimiento. Fabricó
una figura a imagen de su hijo y le puso trocitos de uña, cabellos y retales de
ropa del muchacho, a fin de que el objeto estuviera realmente impregnado de
su energía. Siguiendo mis instrucciones, la mujer pegó un luis de oro debajo de
cada pie y vertió una gotita de oro sobre cada uno de los siete chakras o
centros vitales del cuerpo. Después roció la figura con agua bendita, la puso
al lado de un piano que tenía las teclas untadas de miel -símbolo de dulzura y
suavidad-, dejó en la habitación una vela encendida y rezó allí una hora cada
día por el éxito de su hijo. El concierto siguiente fue un éxito, y las relaciones entre madre e hijo
cambiaron positivamente. ¿Magia blanca? ¡No, psicomagia! Más adelante volveremos sobre
los
principios de la psicomagia; si he dado ahora este ejemplo es para mostrar que
me he inspirado en las prácticas de magia negra tan comunes en México. Pero
decidí invertir el proceso: si se puede hacer el mal a distancia, ¿por qué no
se ha de poder hacer el bien? Sí, pero no basta con tener buenas intenciones
ni
con invertir los maleficios populares. ¿Cómo es posible que semejantes
prácticas resulten eficaces? Madre e hijo están conectados psíquicamente.
Si la
madre da aunque tan sólo sea un paso encaminado a adoptar otra actitud
interior, y el acto en sí en cierto modo denota el cambio, dicho acto cobra una
solidez y una materialidad que de otra forma no tendría; el hijo, por su parte,
tiene que percibirlo necesariamente, aunque en ese momento se encuentre muy lejos.
Y tiene que reaccionar. Como la madre no podía aceptar racionalmente la
homosexualidad de su hijo ni perdonársela, le di la posibilidad concreta de dar
un paso en este sentido, ajustándose a un ceremonial minuciosamente prefijado
de antemano. Éste es un lenguaje que el inconsciente comprende. En el análisis
tradicional se trata de descifrar e interpretar en lenguaje corriente los
mensajes enviados por el inconsciente. Yo actúo a la inversa: envío mensajes al
inconsciente utilizando el lenguaje simbólico que le es propio. En psicomagia,
corresponde al inconsciente descifrar la información transmitida por el
consciente. Si le he entendido bien, en psicomagia hay
que
aprender a hablar el lenguaje del inconsciente para luego, conscientemente,
enviarle mensajes. Exactamente. Y si te diriges al inconsciente
en su
propio lenguaje, en principio te responderá. Pero ya volveremos sobre esto.
Por el momento, me gustaría explicar cómo el acto mágico ha contribuido al
advenimiento de la psicomagia. Cuando, en México, descubrí el poder de la
brujería maléfica, naturalmente, me planteé la posibilidad de la brujería
benéfica. Si unas fuerzas semejantes pueden movilizarse al servicio del mal,
¿no podrían ser utilizadas al servicio del bien? Me puse a buscar a un brujo
bienhechor. Un amigo me habló en esos días de la famosa Pachita, una anciana de
80 años a la que mucha gente venía a ver desde lejos, con la esperanza de
encontrar curación. Me sentía muy inquieto ante la perspectiva de conocer a
aquella bruja famosa, así que me preparé para ello. ¿Por qué se sentía «inquieto»? Estaba receloso. Al fin y al cabo, nada me
garantizaba que aquella mujer no fuera también maléfica. Porque en México hay
brujos muy peligrosos que pueden entrar subrepticiamente en el inconsciente de
un paciente sensible y echarle un maleficio de efecto retardado. Vas a verlos,
al principio no sientes nada raro, pero al cabo de tres o de seis meses,
empiezas a agonizar... De modo que me protegí bien antes de visitar a Pachita.
Porque no era una bruja cualquiera: en los días de consulta podía atraer
fácilmente a tres mil visitantes. Te diré que a veces había incluso que
evacuarla en helicóptero... Por lo tanto, convenía tomar precauciones... ¿Qué hizo usted? ¿Cómo se protege uno de la
influencia de una bruja? En cierta forma puede decirse que ése fue mi
primer
acto psicomágico. Al principio sentí que lo más urgente era borrar mi
identidad. Ir a su encuentro con mi vieja identidad era exponerme a lo peor.
Así pues, empecé por vestirme y calzarme con prendas nuevas. Era importante que
aquellas prendas no las
hubiera elegido yo, de modo que pedí a un amigo que me comprara toda la ropa
variada que quisiera, para extremar la despersonalización y que el atuendo
obtenido no reflejara el gusto de un individuo en particular. Calcetines, ropa
interior, todo tenía que ser absolutamente nuevo. No me puse mi ropa nueva
hasta el momento de salir hacia la casa de Pachita. Además, yo mismo me hice
un documento de identidad falso: otro nombre, otra fecha de nacimiento, otra
foto... Compré una chuleta de cerdo, la envolví en papel de plata y me la puse
en el bolsillo a modo de recordatorio. Así, cada vez que metiera la mano en el
bolsillo, el contacto insólito de la carne me recordaría que me hallaba ante
una situación especial y que no debía dejarme atrapar de ninguna manera. Cuando
llegué al piso en el que Pachita operaba ese día, me encontré en presencia de
unas treinta personas, algunas de buena posición social. Debo decir que las
circunstancias en las que iba a producirse mi encuentro con Pachita eran un
verdadero privilegio, lejos de las multitudes que se agolpaban a su alrededor
cuando operaba en un lugar público. Porque yo formaba parte de la
intelectualidad. Aunque Pachita no iba al cine, sabía que yo era director y que
había hecho una película de la que se había hablado mucho, El Topo. Me
acerqué finalmente y vi a una viejecita enjuta y con una nube en un ojo. La
frente abombada, la nariz ganchuda acababan de darle un aspecto de monstruo.
Apenas atravesé el umbral, ella me taladró con la mirada y me llamó:
«¡Muchacho, tú, muchacho!». Me pareció raro oír que me llamaran «muchacho»
teniendo yo más de 40 años. «¿De qué tienes miedo?», dijo. «¡Acércate a esta
pobre vieja!» Lentamente, fui hacia ella, estupefacto. Aquella mujer había
encontrado la palabra justa para dirigirse a mí pues yo no había madurado aún.
Aunque no era un niño, mi grado de madurez no era el que corresponde a un
hombre de mi edad. Interiormente seguía siendo un adolescente. «¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres de esta pobre vieja?», me preguntó.
«Eres sanadora, ¿verdad?», le pregunté. «Me gustaría verte las manos.» Ante el
estupor de todos, que se preguntaban por qué me concedía aquella preferencia,
ella puso su mano en la mía. Y aquella mano de vieja tenía una suavidad, una
pureza... ¡Parecía la de una niña de 15 años! No podía creer a mis sentidos.
«¡Oh, tienes mano de muchacha, de muchacha bonita!» En ese momento, me invadió
una sensación difícil de describir. Frente a esa anciana deforme, creía encontrarme
ante la adolescente ideal que el hombre joven que aún habitaba dentro mí había
buscado siempre. Ella tenía la mano levantada, con la palma hacia mí, y yo
comprendía claramente que iba a recibir alguna cosa. Me sentía desorientado, no
sabía qué hacer. Un murmullo se elevó de entre los asistentes: me decían que
aceptara el don. Yo pensé rápidamente que el don de Pachita era de naturaleza
inefable, pero yo quería hacer un gesto que denotara que aceptaba el regalo
invisible. Así que hice ademán de tomar algo de su mano. Al acercarme vi que
algo brillaba entre su anular y su dedo corazón. Tomé el objeto metálico, era
un ojo dentro de un triángulo, precisamente el símbolo de El Topo... Empecé
a hacer deducciones de aquella experiencia inaudita: «Esta mujer es una
prestidigitadora extraordinaria. Al poner su mano sobre la mía yo no había
notado que escondiera ningún objeto. El golpe estaría preparado de antemano,
pero ¿cómo se las había ingeniado para hacer salir ese ojo de la nada? ¿Y cómo
sabía ella que ése era el símbolo de mi película?». Entonces le pregunté si
podía servirle de ayudante y ella aceptó inmediatamente. «Sí», me dijo, «hoy me
leerás tú la poesía que me hará entrar en trance». Empecé a recitarle un poema
consagrado a Cuauhtémoc, héroe mexicano divinizado. En ese instante, aquella
vieja arrugada emitió un grito tremendo, como un rugido de león, y comenzó a hablar
con voz de hombre: «¡Amigos, me alegro de estar entre vosotros! ¡Traedme al
primer enfermo!». Empezaron a desfilar los pacientes, cada uno con un huevo en
la mano. Después de frotarles con él todo el cuerpo, la bruja lo rompía y
examinaba yema y clara, para descubrir el mal... Si no hallaba nada grave,
recomendaba infusiones o, a veces, cosas más extrañas como lavativas de café
con leche. También aconsejaba comer huevos de termita o aplicar cataplasmas de patata cocida y
excrementos humanos. Cuando el problema le parecía grave, proponía una
«operación quirúrgica». Yo fui testigo de estas intervenciones y vi cosas
irrepetibles; comparadas con ellas, las operaciones de los curanderos filipinos
parecen manipulaciones anodinas. ¿Por ejemplo? Podría relatar cientos de operaciones, pues
seguí
ejerciendo de ayudante durante algún tiempo. Quería estar en primera fila,
para estudiar lo que allí sucedía, y fui testigo de cosas increíbles. Por
ejemplo el ambiente: casi siempre, Pachita operaba en su casa, una o dos veces
por semana. El piso estaba impregnado de un olor pestilente, debido a que
Pachita acogía a todos los animales enfermos del barrio, que vivían con ella
temporalmente y hacían sus necesidades por todas partes. Era un suplicio esperarla
oliendo caca de perro, de gato, de loro... A pesar de todo, en cuanto ella
entraba en la sala para operar, el olor parecía esfumarse por efecto de su sola
presencia. Sin duda, era su prestancia increíble, su porte de reina, lo que nos
hacía olvidar aquellos vapores nauseabundos. Aquella viejecita tenía el aura de
un gran lama reencarnado. ¿Qué cree que la hacía tan impresionante? Muchas veces me he hecho esa misma pregunta.
¡Y es
que Pachita impresionaba tanto a sus seguidores como a los incrédulos! Lo
cierto es que disponía de una energía superior a la normal. Un día, la esposa
del presidente de la República de México la invitó a una recepción que se daba
en el patio del Palacio del Gobierno, en el que había numerosas jaulas con
pájaros de distintas especies. Cuando Pachita llegó, aquellos pájaros que
dormitaban hasta entonces despertaron y se pusieron a trinar como si saludaran
al alba. Muchos testigos confirmaron el incidente. Pero ella no sólo utilizaba
su carisma, sabía crear a su alrededor el ambiente adecuado para cautivar tanto
al visitante como al enfermo. Su casa estaba en penumbra, unas gruesas
cortinas impedían que se filtrara la luz, de modo que, al llegar de la calle,
tenías la sensación de entrar en un mundo de tinieblas. Varios ayudantes, todos
convencidos de la existencia real del Hermano, como llamaba Pachita al espíritu
con el que al parecer contactaba y que, según ella, realizaba las curaciones,
conducían al recién llegado por un itinerario que éste tenía que hacer a
ciegas. Creo que aquellos ayudantes desempeñaban un papel clave en el
desarrollo de las «operaciones». ¿Quiere decir que ayudaban a la bruja a hacer
juegos de manos? Es posible que Pachita fuera una genial prestidigitadora.
En realidad, eso nunca se sabrá. Lo cierto es que los ayudantes, cualquiera que
fuera el papel que desempeñaran, no eran cómplices de una superchería; todos
tenían una fe enorme en la existencia del Hermano. A los ojos de aquellas buenas
gentes, esto era lo que importaba. Pachita no era sino una excelente
sanadora, un «canal», como diríamos hoy en día, un instrumento de Dios. Ellos
respetaban a la anciana, pero cuando no estaba en trance no la veneraban. Para
ellos, el ser desencarnado era más real que la persona de carne y hueso a
través de la cual se manifestaba. Esta fe que envolvía a Pachita generaba una
atmósfera mágica que contribuía a convencer al enfermo de sus posibilidades de
sanarse. ¿Cómo se desarrollaba una consulta «normal»
en casa de Pachita? La gente, sentada en una sala en penumbra,
esperaba
su turno para entrar en la habitación en la que operaba la bruja. Todos los
ayudantes hablaban en voz baja, como si estuvieran en un templo. A veces, uno
de ellos salía de la «sala de operaciones» escondiendo en las manos un paquete
misterioso. Entraba en el baño y, a través de la puerta semiabierta, se
percibía el fulgor del objeto que se quemaba en el fuego. El ayudante salía y
nos advertía en un murmullo: «No entren hasta que el daño se haya consumido. Es
peligroso acercarse a él mientras está activo. Podrían pillarlo...». ¿Qué era
realmente ese «daño»? No lo sabíamos, pero el mero hecho de tener que
abstenerse de orinar mientras se producía una de aquellas inmolaciones con fuego
provocaba una impresión extraña. Poco a poco, uno abandonaba la realidad
habitual para dejarse arrastrar hacia un mundo paralelo totalmente irracional.
Después, de pronto, salían de la sala de operaciones cuatro ayudantes
portando un cuerpo inerte envuelto en un lienzo ensangrentado y lo depositaban
en el suelo, como si fuera un cadáver. Porque, una vez terminada la operación y
colocados los vendajes, Pachita exigía del paciente inmovilidad absoluta
durante media hora, so pena de muerte instantánea. Los operados, temerosos de
ser aniquilados por fuerzas superiores, no hacían ni el menor gesto. Inmóviles,
petrificados, parecían realmente muertos. No es necesario agregar el efecto que
ejercía esa escenografía sobre el candidato. Cuando Pachita lo llamaba en voz
baja, utilizando siempre la misma fórmula, «Ahora te toca a ti, hijito de mi
alma», el paciente se echaba a temblar de pies a cabeza y regresaba a la
infancia. Por eso tal vez se puede decir que esta bruja no atendía a adultos
sino a niños, porque así los trataba, cualquiera que fuera su edad. Recuerdo
haberla visto dar un caramelo a un ministro mientras le preguntaba con su voz
grave y cariñosa: «¿Qué te duele, mi niño?». La gente se abandonaba a ella en
cuerpo y alma, tomándola como antídoto de su terror. Acaba de describir el ambiente, los preliminares,
muy importantes, sin duda. Pero me gustaría saber cómo se desarrollaba en
general la operación misma... Como «ayudante», usted tuvo que ser un testigo
privilegiado. ¡No sé hasta qué punto, porque al igual que
todos
estaba bajo el poder de la magia del ambiente! Pachita hacía tenderse al
paciente en un catre, siempre a la luz de una vela, ya que, según ella, la luz
eléctrica podía dañar los órganos internos. Luego, señalaba el lugar del cuerpo
que iba a «operar», lo rodeaba de algodón y derramaba un litro de alcohol
encima. El olor del producto se extendía por la habitación, creando un ambiente
de sala de operaciones. Ella siempre estaba acompañada por dos ayudantes -con
frecuencia, yo era uno de ellos-y media docena de discípulos que tenían
terminantemente prohibido cruzar las piernas, los brazos o los dedos, para facilitar
la libre circulación de la energía. De pie, a su lado, yo mismo vi cómo hundía
el dedo casi por completo en el ojo de un ciego, o cómo «cambiaba el corazón» a
un paciente, al que parecía abrirle el pecho con las manos, haciendo correr la
sangre... Pachita me obligaba a meter la mano en la herida, yo palpaba la
carne desgarrada y retiraba ensangrentados los dedos. De un tarro de cristal
que tenía al lado, le pasaba un corazón llegado no se sabía de dónde -del
depósito o del hospital-, que ella procedía a «implantar» en el cuerpo del
enfermo de forma mágica: nada más ser colocado sobre el pecho, el corazón
desaparecía bruscamente, como aspirado por el cuerpo del paciente. Este
fenómeno de «aspiración» era común a todos sus «implantes»: por ejemplo,
Pachita tomaba un trozo de intestino, lo colocaba sobre el «operado» y en ese
mismo instante desaparecía en su interior. La vi abrir una cabeza y meter las
manos. Podías sentir el olor de los huesos chamuscados, oías ruido de
líquido... La operación no estaba exenta de violencia y constituía un
espectáculo bastante crudo, a la mexicana, pero al mismo tiempo Pachita
mostraba una dulzura extraordinaria. ¿Qué papel desempeñaban los adeptos presentes? La bruja contaba mucho con ellos. A veces,
parecía
que la operación se complicaba, entonces Pachita y el propio enfermo pedían la
ayuda activa de todos los presentes. ¿Podría dar un ejemplo? Recuerdo operaciones durante las cuales el
Hermano
exclamaba de pronto por boca de Pachita: «El niño se enfría, pronto, calentad
el aire o lo perderemos...». Todos corríamos inmediatamente, histéricos, en
busca de un radiador eléctrico... Al conectarlo, ¡comprobábamos que habían
cortado la electricidad! «¡Hagan algo o el niño entrará en la agonía!», bramaba
el Hermano mientras el enfermo, al borde de la crisis cardíaca, viéndose sin
duda con el vientre abierto y las tripas al aire, gemía, helado de terror:
«¡Hermanos, os lo suplico, ayudadme!». Y todos arrimábamos la boca a su cuerpo
y soplábamos con todas nuestras fuerzas, angustiados, olvidándonos de nosotros
mismos, tratando desesperadamente de calentarlo con nuestro aliento. «Muy bien,
queridos hijos», decía de pronto la voz del Hermano, «ya sube la temperatura,
ya pasó el peligro, ahora puedo continuar». ¿Nunca se les murió alguien? No. Que yo sepa, nadie murió debido a las
intervenciones de Pachita, a pesar de que muchas de ellas implicaban momentos
críticos. En cierto modo, eso parecía formar parte del proceso. ¿Quienes eran operados sufrían? Yo diría que sí. La operación podía ser bastante
dolorosa. Cuando murió Pachita, el don pasó a su hijo Enrique, que empezó a
operar como su madre. Asistí a una de sus operaciones y observé que el Hermano
hablaba con más dulzura y que el cuchillo ya no hacía daño. Así lo hice
observar a uno de los ayudantes, que me respondió: «De encarnación en encarnación,
el Hermano va progresando. Últimamente ha aprendido a no hacer sufrir a los
pacientes». Dice que Pachita mostraba mucha dulzura, a
pesar de
su gran cuchillo. Usted fue atendido por ella, ¿verdad? Sí, me dolía el hígado y sentía curiosidad
por experimentar
en mí mismo la operación. Pachita me dijo que tenía un tumor en el hígado y
aceptó atenderme. Yo me presté al juego, diciéndome que no podía matarme.
Porque, con toda la gente a la que había operado, si hubiera ocurrido un
percance a alguno de sus pacientes, ya haría tiempo que habría estado en la
cárcel. ¿No tenía miedo a sufrir, al dolor? No, porque, para mí, aquello era teatro. Yo
quería
someterme a la operación para ver qué ocurría, y así lo hice. Pero cuando me
vi en la cama, frente a Pachita, que tenía en la mano un gran cuchillo y
estaba rodeada de fieles que rezaban, empecé a sentir miedo. Me hubiera gustado
marcharme pero ya era tarde. Noté que me cortaba con sus tijeras... ¡Sentí el dolor que siente una persona a la que le cortan la carne con
unas tijeras! Corría la sangre y pensé que me moría. Después, me dio una
cuchillada en el vientre y tuve la sensación de que me abrían las tripas... En
mi vida me había sentido tan mal. Durante unos ocho minutos sufrí atrozmente y
me quedé blanco. Pachita me hizo una infusión y sentí cómo la sangre volvía a
correrme por el cuerpo. Después ella hizo como si me arrancara el hígado...
Finalmente, me pasó las manos por el vientre para cerrar la herida ¡y al
momento desapareció el dolor! Si fue prestidigitación, la ilusión era perfecta:
no sólo los presentes vieron correr la sangre y abrirse el vientre sino que el
mismo paciente sintió el dolor. Desde entonces, el hígado no ha vuelto a
molestarme. Dejando aparte la curación, aquélla fue una de las grandes
experiencias de mi vida. Aquella mujer era una montaña, tan impresionante como
un mítico lama tibetano. Nunca sentí tanto pánico, ni tanta gratitud, como en
el momento en que ella me dijo que estaba curado y que podía marcharme. En aquel instante, vi en ella a la
Madre universal. ¡Qué shock
psicológico! Pachita era una
gran psicóloga,
conocía el alma humana. ¿Llegó a sentir miedo con Pachita? ¡Oh, sí! Ella sabía muy bien cómo utilizar
una
terapia del terror. A este respecto, me gustaría citar un testimonio redactado
por Valérie Trumblay, mi ex esposa, que fue ayudante de la curandera en ese
mismo tiempo: Después de sufrir un aborto —había perdido
a la
criatura por bailar demasiado durante un ensayo teatral—, tenía dolores de
ovarios. Los médicos no hallaban la causa y veían en los síntomas los efectos
psicosomáticos de un sentimiento de culpa. Fuera lo que fuere, el dolor era
real, insoportable, y hacía meses que duraba... Decidí consultar a Pachita.
Ella me tocó el vientre, sin hacerme desnudar siquiera, y me dijo: «Estabas
embarazada de gemelos. Aún llevas dentro un feto muerto. Tendré que operarte.
Ven el viernes por la tarde en ayunas con un paquete de algodón, una venda y
un litro de alcohol. Toma esta infusión durante los tres días que precedan a
la operación». El viernes, Pachita, en trance, me hizo asistir a una operación
antes de intervenirme. El Hermano abre un cuerpo, saca el corazón que palpita,
mete otro que dice haber comprado en un hospital, me hace tocar las vísceras,
cierra la herida con una sola imposición de la mano y ordena a los ayudantes
que lleven al operado a la sala de recuperación. «Ahora tú», me dice entonces
la bruja. Yo me pongo a temblar de pies a cabeza, me castañetean los dientes,
sudo. Cuando la veo levantar el cuchillo ensangrentado, me caigo al suelo y me
quedo sentada, aterrada. Entonces el Hermano me dijo severamente por boca de
Pachita, que de repente adquirió una voz ronca de hombre: «Cálmate y échate
aquí, si no, no podré hacer nada y se te gangrenarán los ovarios». Me levanté
con la boca seca, con mucha dificultad, y me tendí en el catre. Mientras un
ayudante me bajaba la falda para descubrir el vientre, los otros se pusieron a
rezar bajo el retrato de Cuauhtémoc, el emperador venerado que, según ellos, no
era otro que el espíritu que
poseía a la bruja. Ésta empapó en alcohol unos algodones y me los puso sobre el
vientre alrededor de la zona que se disponía a cortar. Después, muy
rápidamente, con un golpe frío de cirujano, me abrió el vientre. Sentí un vivo
dolor, oí ruidos de líquidos, percibí el olor de la sangre y me creí muerta.
Los tres minutos de la operación me parecieron interminables; mi corazón latía
a mil por hora, tenía las tripas al aire y todo el cuerpo helado. Pero ella, o
mejor dicho el Hermano, estaba imperturbable: ni una palabra, ni un gesto
inútil, una precisión impresionante. De pronto sentí un dolor agudo, como si
me arrancaran un trozo de víscera, y Pachita me enseñó una cosa negra y
viscosa parecida a un pequeño pulpo. «Esto es el feto, está podrido.» El olor
era insoportable. «Traedme una bolsa», ordenó. Los ayudantes corrieron a la
cocina y volvieron con una bolsa de plástico de supermercado. Pachita hizo un
paquete con cuidado, lo ató con una cinta roja y lo dio a su hijo diciendo:
«Esta noche lo tirarás al canal, a las aguas oscuras, dándole la espalda, y te
irás sin volver la cara. Las cosas malignas se prenden de la mirada...». Luego
cerró la herida con sus manos, y el dolor desapareció en un instante, al mismo
tiempo que el miedo. Me vendó el vientre y me ordenó que guardara reposo
durante tres días y que tomara un agua preparada especialmente para mí. Como yo
era la última paciente del día, a esa hora Pachita debía recuperar su propio
cuerpo y hacer que el Hermano volviera a su reino. Yo me puse a llorar, tan
fuerte que mis sollozos parecían sobrepasar la pequeña habitación. Mientras los
ayudantes rezaban para que Pachita volviera a ser mujer, escuché una vocecita
que gritaba llorando en el pasillo: «Mamá, mamá...». Me parecía que únicamente
podía oírla yo, y exclamé: «Ahí fuera hay un niño que llama a su madre». Me
ordenaron severamente callar y dejar irse al vampiro. Después de un mes pude
caminar normalmente. Un dolor muy agudo me perforaba el vientre al menor movimiento
brusco. Pero el resultado de la operación fue tajante: nunca más volví a
padecer dolor de ovarios, después de tanto sufrir. Desde entonces, me convertí
en una incondicional de Pachita, y, en compañía de Alejandro, he asistido a
muchas operaciones. No podría afirmar categóricamente si lo que vi era real o
ilusión, pero sin embargo vi que esa mujer curaba a los que tenían fe en ella
y,
sobre todo, en el Hermano. Pachita consagró su
vida entera a los que sufrían. Si aquello era trampa, tenía que ser una «trampa
sagrada», como diría Alejandro. Ahora me gustaría relatar un fracaso que, me
parece,
se debió a la falta de fe o a la mala fe del paciente. Yo conocía a una mujer
norteamericana, rica y divorciada, que sufría manía persecutoria. Ella estaba
convencida de que la muerte la perseguía, que circulaba a través de ella
utilizándola a modo de canal. Su asistenta se había ahogado en la piscina, su
madre había muerto en un accidente aéreo cuando iba a visitarla, un amigo suyo
se había suicidado, etcétera. La llevé a casa de Pachita, después de haber
avisado a ésta de que iba a presentarle a una posesa. La norteamericana llegó a
casa de la bruja en un estado de ánimo ambiguo. Yo intentaba persuadirla para
que creyera, pero ella se cerraba en la desconfianza de la mujer blanca que
visita un poblado indio. Entró en la sala de operaciones con aire de
repugnancia y desprecio. Al verla entrar, el Hermano encarnado en Pachita
enrojeció y, echando espuma por la boca y blandiendo el cuchillo con expresión
asesina, se lanzó sobre ella, decidido a matarla. Entre los ocho que estábamos
allí presentes sujetamos a la bruja, que luchaba con una fuerza tan grande que
parecía casi imposible reducirla. Entonamos un encantamiento y, al cabo de varios
minutos de completo pánico y crisis de cólera rayana en la epilepsia, el
Hermano se calmó. Se puso a acariciar la cabeza de la norteamericana, que de
pronto estaba muy sumisa, como una niña amedrentada. «Ya lo ves, hijita»,
murmuraba el Hermano por boca de Pachita, «estás poseída por un demonio
criminal. Sin saberlo, tú das la muerte. Tú deseas matar. No te engañes, sé
sincera y date cuenta de que, por miedo al mundo y por rencor, estás llena de
una sed de destrucción. Si quieres liberarte, debes seguir mis instrucciones
al pie de la letra». El Hermano le ordenó que fuera al mercado de hierbas
medicinales y mágicas y comprara siete cintas de colores diferentes y un trozo
de coral. Durante veintiún días, al acostarse, debía envolverse el cuerpo con
las siete cintas y dormir cubierta como una momia, con el coral en el pecho,
como un medallón. Para mí, el mensaje estaba claro: debía dormir cada noche
envuelta en el arco iris,
símbolo de la alianza con Dios, y purificada por la belleza humilde del coral.
Pero la paciente no lo veía así. Terminada la consulta, volvió a asumir su
antigua personalidad y creó todos los obstáculos imaginables para no seguir
las instrucciones de ir al mercado. Primero se rompió un dedo del pie, después
propuso comprar las cintas en una tienda del centro, ya que el mercado le
parecía un lugar sucio, lleno de indios piojosos... Al cabo de dos o tres
semanas, la convencí para que me acompañara al mercado. Una vez allí, demostró
una cicatería absurda, regateó en el precio del coral y de las cintas hasta
llegar a enojarse por unos cuantos céntimos. Finalmente dejamos el mercado
llevando el paquete en la mano, pero estuvo a punto de olvidarlo en el taxi sin
demostrar el más mínimo interés por recuperarlo. Ya hastiada, decidí cortar
nuestro vínculo y nunca más volví a verla, la dejé en su mundo sin fe ni amor,
víctima de sí misma... Años más tarde me enteré por la prensa de que había
asesinado a su amante. Tenía razón Pachita: aquella mujer era una asesina. El
Hermano, al tratar de abalanzarse sobre ella para matarla, actuaba como un
espejo. Ella se aferraba a sus sufrimientos, no quería cambiar, por lo que no
pudo beneficiarse de la sabiduría transmitida por Pachita, a la que fue a
consultar únicamente porque yo se lo pedí, sin tener fe verdadera en su poder.
Con todo esto quiero decir que era necesario colaborar con la hechicera. El
Hermano no podía curar a quien no lo deseara profundamente y se negara a
colaborar. Podía ocurrir que una persona tuviera fe pero
no
deseara recobrar la salud. Recuerdo, por ejemplo, a una mujer llamada
Henriette, paciente de un médico amigo nuestro a la que no le daban más de dos
años de vida. Henriette estaba enferma de cáncer y ya le habían extirpado los
dos pechos. A instancias de su médico, que era partidario de intentarlo todo,
me acompañó a México. Aunque muy deprimida, se declaró dispuesta a dejarse
operar por Pachita. Ésta le propuso purificarle la sangre inyectándole dos
litros de plasma procedentes de otra dimensión, materializados por el Hermano.
Llegó el día y, tras el consiguiente ceremonial, Henriette se encontró tendida
en la cama. El Hermano le clavó el cuchillo en el brazo y oímos caer la sangre
en un cubo metálico, era un chorro espeso y maloliente. Después, el Hermano
introdujo en la herida el extremo de un tubo de plástico de un metro de largo,
levantando en el aire el otro extremo para conectarlo con lo invisible. Pudimos
oír el sonido de un líquido que manaba suavemente desde un lugar incierto, y en
ese momento el Hermano dijo: «Recibe el plasma santo, hijita, no lo rechaces».
Al día siguiente de la operación, Henriette estaba triste. No creía en los
efectos de la «transfusión» y se sentía abatida. Intenté hacerla reaccionar,
pero fue imposible. Estaba petulante como una niña, arisca y egoísta. Me
culpaba de querer sustraerla de su calvario. Dos días después, le salió en el
brazo un gran absceso purulento. Muy asustada, llamé a Enrique, el hijo de
Pachita, quien, después de consultar a su madre, me dijo: «Tu amiga tiene fe en
la medicina, pero la rechaza. Quiere deshacerse del plasma santo. Que esta
noche haga sus necesidades en un orinal y mañana por la mañana se aplique el
excremento en el brazo, para que explote el foco de la infección». Transmití
el mensaje a Henriette, que se encerró en su habitación. No sé si siguió el
consejo o no, pero la verdad es que el absceso reventó dejando un agujero muy
grande, tan profundo que se veía el hueso. Inmediatamente la llevé a casa de
Pachita, que, convertida en el Hermano, dijo a la enferma con su voz de
hombre: «Te esperaba, hijita, voy a darte lo que deseas. Ven...». La curandera
la tomó de la mano como a una niña, la llevó a la cama y, sorprendentemente,
se puso a tararear una vieja canción francesa, mientras balanceaba el cuchillo
ante los ojos muy abiertos de la enferma. Tuve la impresión de que la
hipnotizaba. Entonces le preguntó: -Dime, ¿por
qué quisiste que te cortaran los pechos? A lo que
Henriette, con su voz de niña, contestó: -Para no ser
madre. -Y ahora, mi querida
niña, ¿qué quieres que te corten? -Los ganglios
que se me hinchan en el cuello. -¿Por qué? -Para no
tener que hablar con la gente. -¿Y después,
hijita? -Me cortarán
los ganglios que se me hinchan debajo de los brazos. -¿Por qué? -Para no
tener que trabajar. -¿Y después? -Me cortarán los que se me hinchan cerca del sexo, para que pueda
estar sola conmigo misma. -¿Y después? -Los ganglios de las piernas, para que no puedan obligarme a ir a
ningún sitio. -¿Y qué
quieres después? -Morirme... -Muy bien, hijita, ahora ya conoces el camino que seguirá tu enfermedad.
Elige: o seguir ese camino o curarte. Pachita le puso un emplasto en el brazo, y a los tres días la herida
había cicatrizado. Henriette decidió regresar a París, y murió dos semanas
después. Cuando di la triste noticia a Pachita, me respondió: «El Hermano no
viene sólo a curar. También ayuda a morir a quienes lo desean. El cáncer y las
otras enfermedades graves se presentan como guerreros, siguiendo un plan de
conquista preciso. Cuando le muestras a un enfermo que busca aniquilarse a sí
mismo el camino que lleva su enfermedad, se apresura a seguirlo. Por esta
razón, la francesa, en lugar de estar dos años sufriendo, dejó de luchar. Se
rindió a su enfermedad y la ayudó a realizar su plan en dos semanas». Aprendí
la lección: antes yo creía que, para salvar a una persona, bastaba con hacerla
consciente de su impulso de autodestrucción. Este caso me hizo comprender que
ese descubrimiento también podía acelerar su muerte. En efecto, el testimonio de Valérie es muy
interesante, en concreto por lo que se refiere a la relación entre la curación
y la fe, y a la importancia del deseo de vivir. ¿Qué opina usted? ¿Había que
tener fe para curarse? No necesariamente. Todo lo que cuenta Valérie
es
rigurosamente cierto, pero no se puede extraer de ello un principio general.
Sin duda, era preferible tener fe, pero no era una condición sine qua non. Por
otra parte, Pachita parecía saber bien cómo convencer a los escépticos, tal
como hizo cuando me puso en la mano el emblema de mi película. Un día le llevé
a Jean-Pierre Vignau, un
especialista de cine. Era un coloso, campeón de karate, no creía en estas
cosas y no pretendía dejarse embaucar por una vieja mexicana. Tenía una lesión
en una pierna y le aconsejé que fuera con mi mujer a casa de Pachita. Él se
mostraba reacio pero, como yo lo acusaba de tener miedo, finalmente aceptó,
aunque jurando que no se dejaría tomar el pelo. ¿Y cuál fue el resultado del enfrentamiento
entre la
anciana hechicera y este héroe de película? Resulta que Vignau quedó tan impresionado con
la
historia que él mismo la cuenta en sus memorias Corps d'acier, publicadas
en 1984 por Robert Laffont. Leeré el pasaje. Este testimonio de un escéptico confirma
lo que he dicho sobre Pachita: Durante aquella estancia en México, en casa
de
Alejandro, conocí a la persona más insólita de toda mi existencia. La más
insólita y, al mismo tiempo, la más real. Hacía meses que yo padecía un desgarro
en el muslo. Y no era pequeño sino un bulto como de dos puños, con un orificio
en el centro. En París, había estado semanas visitando médicos y especialistas
para que me lo arreglaran. Pero no había forma. Lisa y llanamente me decían que
dejara el karate, porque aquello no tenía remedio. Una noche, Jodorowsky dijo a
Valérie, su esposa, que tal vez podrían llevarme a visitar a Pachita, una vieja
curandera de México. Aquí la llamaríamos bruja. Y una mañana temprano salgo
rumbo a casa de Pachita con Valérie, que lleva en la mano un huevo crudo,
imprescindible para el tratamiento. Llegamos a una callecita no muy ancha. Un portalón de madera. Valérie
llama. La puerta se entreabre y se asoma un buen hombre al que mi amiga explica
el motivo de nuestra visita. El hombre nos deja entrar. El patio está lleno.
Hombres, mujeres y niños de todas las clases sociales, sobre todo pobres,
indios, mestizos, mexicanos típicos con capazos, comida y críos colgados a la
espalda, gente que conversa, discute, vocifera. Al fondo del patio, sobre un
montón de leña, un aguilucho contempla la escena con mirada penetrante y
tranquila. Esperamos. Pasados unos veinte minutos, se abre una puerta de la casa
que rodea el patio. Sale una viejita, una señora anciana. Se parece a muchas
de las mujeres que están en el patio. Es muy bajita, gruesa, encorvada, tiene
una nube en un ojo, con el que parece ver mejor que con el otro, ver lo que no
ve con el bueno. Imposible calcular su edad. Podrían ser cien años o
cincuenta. Mira a los que estamos en el patio, elige a un hombre, le tiende la
mano. Tú... El hombre se levanta y la sigue a la casa. Después de un rato, un
buen rato, sale. Ella vuelve a mirar a los reunidos y me señala con el dedo.
Tú... Es a mí. Noto que adopto una actitud mental de apertura frente a esta
persona insólita. Me digo: «No conozco nada ni sé nada. Por lo tanto, me abro.
De todos modos, peor no va a quedar mi pierna». Algo sorprendido por pasar antes que otros -Alejandro luego me explicó
que Pachita considera que los hombres deben pasar antes que las mujeres, porque
soportan peor el dolor y las mujeres pueden esperar-, fui tras ella, acompañado
de Valérie, que le explicaba mi caso en español. De pronto, la viejita se vuelve hacia mí y me hace dos o tres movimientos
de karate muy rápidos, mirándome con su ojo blanco. En aquel momento, si me
hubiesen preguntado su edad, yo habría dicho veinte años. Luego, toma el huevo
crudo que ha traído Valérie, lo casca y me lo frota por todo el cuerpo: la
cara, las mangas, la camisa, el pantalón. A continuación, hace lo mismo con un
líquido blanco que saca de una botella enorme que tiene detrás. Estoy embadurnado
de pies a cabeza. Me toca la pierna, los bultos del desgarro. Luego se vuelve,
se acerca a una especie de altarcito, como un pequeño nacimiento, con figuritas
y velas, y se pone a rezar en voz baja. Yo escucho; no comprendo nada, pero
escucho. La habitación está en penumbra, iluminada por tres o cuatro velas. Una
mesa en la que los pacientes se acuestan para ser operados, dos o tres ayudantes
que están allí para aprender o para que ella les transmita su don. Y Pachita
que reza. Luego deja de rezar, se vuelve hacia sus ayudantes y les dicta una
lista de productos, hierbas, plantas. Dan la lista para mí a Valérie. Yo la
miro. -Y a todo
esto, ¿cuánto tengo que darle? -Dale lo que
quieras, un peso, dos... Metí la mano en mi bolsillo y saqué lo primero que encontré, un billete que equivalía a no sé cuántos pesos, lo he olvidado, y volvimos a salir al patio. Nos fuimos a uno de esos grandes mercados mexicanos en los que todo es color, griterío y movimiento, y donde al ver la vitalidad de la gente uno piensa, al igual que en África, que no sienten el calor. En aquel mercado un poco demencial, compramos lo que necesitábamos. Cuando volvimos a casa de Alejandro, Valérie cocinó un potaje con todo e hizo una cataplasma que me puso en el muslo. La llevé puesta durante tres semanas. Con ella hacía mi vida normal e incluso entrenaba. Después de tres semanas, me la quité. ¡Había desaparecido completamente! No sentí más dolor que el tirón al quitar la cataplasma, que me arrancó el vello. El desgarro estaba curado. Y nunca más he vuelto a sentirlo. Evidentemente, aquellos que no han vivido una situación similar pueden cuestionar la veracidad de la minoría que sí lo ha hecho. Pero yo afirmo que Pachita me había curado realmente. Éste es el testimonio de Jean-Pierre. Interesante,
¿no te parece? ¡Por supuesto! ¿Y qué puede deducirse de todo
ello? Yo nunca diría que las manipulaciones de Pachita
fueran
verdaderas operaciones; pero tampoco diría lo contrario. Y finalmente, saqué
la conclusión de que eso no era importante. En realidad, lo que hace que estas
cosas nos intranquilicen es nuestra creencia en un mundo «objetivo», nuestra
mentalidad moderna autodenominada racional. Siempre pretendemos situarnos como
observadores distantes de un fenómeno supuestamente externo cuyos mecanismos
deben ser nítidamente delineados. En la mentalidad «chamánica», por el
contrario, este problema ni se plantea. No hay ni sujeto observador ni objeto
observado, sólo está el mundo, sueño hormigueante de signos y símbolos, campo
de interacción en el que confluyen fuerzas e influencias múltiples. En ese
contexto, saber si las operaciones de Pachita son «reales» o no resulta
incongruente. ¿Qué realidad?
Desde el momento en que entras en el campo energético de la bruja, te integras
en su realidad y ella a su vez entra en la tuya, ambos evolucionan en una
realidad donde las prácticas de curación son operantes. ¡Y el hecho es que muchas
personas se han curado realmente! Por otro lado, ateniéndome al punto de vista
llamado «objetivo», nunca pude descubrir el «truco», a pesar de haber estado a
su lado semana tras semana durante horas... En cualquier caso, no se puede sino
reconocer el genio de Pachita. ¡Si lo suyo era teatro, qué gran actriz! ¡Si era
ilusionismo, esta buena mujer fue la ilusionista más grande de todos los
tiempos! Y qué psicóloga... ¿Qué le enseñó? ¿Qué ha rescatado de todo ello
para
integrarlo luego en la práctica de la psicomagia? En primer lugar aprendí a tratar a las personas.
Gracias a ella, comprendí que todos -o casi todos- somos niños, a veces
adolescentes. Lo primero que hacía Pachita era tocar con sus manos a todo el
que acudía a ella, con lo que establecía una relación sensorial e infundía
confianza a las personas. Se producía un fenómeno extraño: desde el momento en
que sentías en ti sus manos, se transformaba para ti en una especie de madre
universal y no podías resistirte. Así me sucedió también a mí, a pesar de que,
por entonces, yo rechazaba a los maestros y me negaba a someterme. Sin embargo,
al tocarla mi resistencia se derretía como la nieve al sol. Pachita sabía
encontrar en el adulto, incluso en el más seguro, un niño dormido, ansioso de
amor, y el contacto era más eficaz que las palabras para establecer confianza y
abrir su estado receptivo. Este contacto también parecía permitirle hacer el
diagnóstico. Recuerdo, por ejemplo, la ocasión en que le llevé a un amigo
francés. Hacía tiempo que sentía dolores, y los médicos franceses habían
necesitado seis meses para diagnosticarle un pólipo en el intestino. Pachita le
pasó las manos por el cuerpo e inmediatamente detectó la presencia de un bulto
en el intestino. ¡Mi amigo se quedó atónito! Pero, aparte de manifestar estas facultades casi adivinatorias,
aquella bruja practicaba a veces lo que hoy me parecen actos psicomágicos
maravillosos: un día recibió a un hombre que estaba al borde del suicidio
porque no soportaba la idea de quedarse calvo a los 30 años. Había probado
todos los tratamientos posibles sin éxito. El Hermano le preguntó por boca de
la anciana: «¿Crees en mí?». El hombre respondió afirmativamente, y de hecho,
tenía fe en Pachita. El espíritu le dio entonces estas instrucciones:
«Consigue un kilo de excrementos de rata, orina encima y mézclalo bien hasta
obtener una pasta que te aplicarás en la cabeza. Este remedio te hará crecer el
pelo». El hombre se quejó suavemente pero Pachita insistió, diciendo que, si
quería evitar la calvicie no había más remedio. Él decidió entonces someterse a
este insólito tratamiento. Tres meses más tarde volvió a visitarla y le dijo:
«Es muy difícil encontrar excrementos de rata, pero al fin localicé un
laboratorio en el que crían ratas blancas. Convencí a un empleado para que me
guardara los excrementos. Cuando reuní el kilo, oriné encima, hice la pasta y
entonces me di cuenta de que me daba lo mismo no tener pelo. Por lo tanto, no
usé el ungüento y decidí aceptar mi suerte». Yo vi en aquello un acto de psicomagia elemental. Pachita le pidió un
precio que él no estaba dispuesto a pagar. Cuando se encontró ante la acción
misma, comprendió que podía perfectamente aceptar su destino. Ante la
exigencia real, prefirió seguir siendo calvo. Salió de su mundo imaginario para
mirar de frente al mundo real. Estas instrucciones, absurdas a primera vista,
le dieron ocasión de madurar, le hicieron pasar por todo un proceso al final
del cual le fue posible aceptarse tal como era. Así concibo yo la psicomagia.
Muchas veces, Pachita inducía a las personas a realizar un acto insólito que, a
fin de cuentas, se orientaba a reconciliarlos con un aspecto de ellos mismos.
Recuerdo a una persona para quien el dinero representaba un gran problema, una
persona incapaz de ganarse la vida. La vieja le impuso un extraño ceremonial:
el «paciente» debía orinar todas las noches en un orinal, hasta que estuviera lleno. Después, tenía que dejar
el orinal
debajo de la cama y dormir treinta días encima de su orina. Yo fui testigo de
la consulta y, por supuesto, me pregunté cuál sería su significado. Poco a
poco fui encontrando su sentido: si una persona que no sufre ninguna
disminución física ni intelectual no consigue ganarse la vida es porque no lo
quiere. Una parte de sí misma se opone a ello y se encuentra en conflicto con
el dinero. Ahora bien, seguir las instrucciones de Pachita podía implicar exponerse
a un verdadero suplicio: no hace falta mucho tiempo para que la orina
conservada día tras día bajo la cama apeste. El paciente que es obligado a
dormir encima del orinal queda impregnado de sus propios efluvios, descansa
junto a la maceración de sus desperdicios. Por otra parte, este ejercicio
requiere un espíritu de sacrificio y desarrolla la fuerza de voluntad. Porque
es necesario tenerlos para soportar todas las noches el encuentro con la propia
orina... Sin duda, pero ¿qué relación tiene eso con
el dinero? En primer lugar una relación simbólica: la
orina es de
color amarillo, como el oro. Pero, al mismo tiempo, es un desecho... Producir
desechos es una necesidad fisiológica, y la necesidad de orinar o defecar es en
sí misma producto de otra necesidad, la de comer y beber. Ahora bien, para
atender a esas necesidades, hay que ganar dinero. El dinero, en la medida en
que representa energía, tiene que circular..., y aquella persona no se ganaba
la vida porque sentía repulsión por el dinero, que consideraba sucio, vil...
En esa persona, el concepto del dinero como energía estaba bloqueado. Lo
necesitaba, pero no quería verse activa en su manipulación. Una parte de ella
se negaba a intervenir en el movimiento que hace que el dinero entre y salga,
se transforme en alimentos... Le asqueaba reconocer el legítimo lugar del
«oro» en esta red que constituye toda existencia. Pachita le obligó a dominar
ese miedo. Al encontrarse cada noche solo con su orina estancada, el paciente
tuvo la visión de que el oro-excremento no es «sucio» si circula. Si uno se
niega a verlo y lo mete debajo
de la cama, empiezan los problemas... El «oro» hedía porque esa persona le
había asignado un lugar vergonzoso. Finalmente, como te decía, el solo hecho de
practicar el ejercicio hasta el fin le obligó a ejercer su voluntad, cualidad
imprescindible para ganarse la vida normalmente. A propósito, ¿Pachita requería algún pago a
sus pacientes? No; no exigía honorarios, pero la gente le
hacía
donativos. Cuando operaba, siempre tenía cerca de ella un cesto con una gran
bolsa en donde los pacientes ponían lo que querían. No se podía acusar a
Pachita de estar al frente de un business.
Aunque, por supuesto, los
que tenían dinero le pagaban bien; porque, sin duda, era una experiencia
impagable hacerse atender por esa mujer... Ella no curaba para ganar dinero,
ganaba dinero porque curaba. Volvamos a su experiencia y a lo que supuso
para
usted ese encuentro con ella, en cuanto a la psicomagia. Su contribución a la psicomagia es tan simple
como
esencial: observándola, descubrí que, cuando se simula una operación, el
cuerpo humano reacciona como si sufriera una verdadera intervención. Si yo te
comunico que abriré tu vientre para extirparte un trozo de hígado, si te obligo
a tenderte en una mesa y reproduzco
exactamente todos los sonidos, todos los olores y las manipulaciones, si
sientes el cuchillo en la piel, si ves saltar la sangre, si tienes la sensación
de que mis manos te revuelven las entrañas y extraen algo de ellas, estarás
«operado». El cuerpo humano acepta directa e ingenuamente el lenguaje
simbólico, al modo de los niños. Pachita lo sabía y era una maestra suprema en
el arte de utilizar ese lenguaje de manera operativa, nunca mejor dicho. Así pues, ¿Pachita era ante todo una especialista
en
comunicación simbólica? Absolutamente. Además, observaba con mucha
atención
los objetos, las joyas que llevabas. Recuerdo a una mujer con una pulsera
ovalada, en la cual, en un orificio también ovalado, estaba incrustado un
reloj. Aquello tenía que ser, sin duda, un regalo de su madre, y Pachita descubrió
inmediatamente que esa mujer no resolvería sus problemas hasta que se librara
de la influencia de su madre. Era evidente además que aquel orificio
simbolizaba a la madre, en el seno de la cual se mantenía aún la hija-reloj.
Intuitivamente, Pachita descifró el mensaje simbólico y recomendó todo un
ritual para deshacerse del objeto. Para ella nada era insignificante, el mundo
era como un bosque de símbolos en relación permanente. Estando en contacto con
ella me abrí al lenguaje de los objetos, al significado que encierran, por
ejemplo, los regalos: todo obsequio tiene un sentido, se inscribe en una
dinámica de posesión y comunicación. Olvidar una cosa en casa de un amigo, por
ejemplo, o en un sitio público no tiene nada de gratuito. La brujería primitiva
conoce el mecanismo de estas interacciones y las domina más o menos. Pero se
trata, desde luego, de un conocimiento intuitivo, no intelectual ni
científico. El brujo o chamán probablemente sería incapaz de describir
rigurosamente su propia práctica; para ello tendría que situarse en el
exterior, verse actuar y descifrar su funcionamiento. Ahora bien, su poder está
precisamente en el hecho de mantener con el mundo una relación interna. Él no es espectador de un mundo «objetivo» inanimado, sino parte integrante
de un universo subjetivo en el que todo está vivo. La misma Pachita entendía
las enfermedades como seres animados: el tumor era una criatura maléfica que
merecía ser quemada viva, y de pronto oías como trinos de pájaros. A veces
extirpaba del cuerpo enfermo una forma en movimiento que veías agitarse en la
penumbra como un títere. Ella materializaba la enfermedad, que así perdía su
poder como enemigo invisible -y por ello tanto más amenazador-, y la encarnaba
en una figura vagamente grotesca, que merecía recibir la muerte. Del vientre
de un homosexual vi cómo sacaba un falo negro que resoplaba como un sapo... Algo digno de uno de sus happenings... Lo que
usted
describe son realmente escenas «pánicas». ¡Digno de Goya! No sé cómo lo hacía para llevarnos
a
ese mundo barroco... ¿Trance, alucinación colectiva, prestidigitación genial?
De todos modos, si había trampa, era una trampa sagrada. Quiero decir que sus
actos mágicos resultaban eficaces. Pachita aliviaba a la mayoría de los que
iban a verla, por eso quise observarla y aprender de ella... Pero situándose en una lógica un poco diferente:
a
diferencia de un Castaneda, que después de recibir el mensaje de don Juan se
convierte él mismo en chamán, usted no pretende ser brujo. Usted se contenta
con asimilar ciertos principios universales para transportarlos a una actuación
no mágica, sino «psicomágica». Es cierto, porque yo no provengo de una cultura
«primitiva». En mi opinión, salvo excepciones -no me pronuncio sobre el caso
de Castaneda, a quien conocí en México en aquella época-, no puedes
convertirte en chamán o brujo si no has nacido en un contexto primitivo. Con la
mejor voluntad y la mayor amplitud de criterio del mundo, no se libera uno tan
fácilmente de todo su bagaje occidental y racional. Castaneda es un personaje inaprensible al que
pocos
pueden ufanarse de haber visto. ¿En qué circunstancias lo conoció? En aquel entonces, en los años setenta, yo
era muy
conocido en ciertos medios, gracias a mi película El Topo, que
para
muchos era una especie de referencia en materia de cine mágico. Castaneda
había visto El Topo dos veces, y le había gustado. Yo me encontraba
en
México en un restaurante en el que sirven unos filetes espléndidos y se bebe buen
vino. Iba acompañado de una actriz mexicana que reconoció en el local a una
amiga que estaba con un señor. Castaneda -que no era otro el señor-, al
enterarse de quién era yo, envió a su amiga a nuestra mesa. La mujer me preguntó si quería conocer a Castaneda.
«Desde luego», respondí. «¡Soy un gran admirador suyo!» Ella dijo que él
vendría a sentarse a mi mesa, pero yo insistí en ir a la suya. Una coincidencia novelesca... ¡La vida es novelesca! Propuse a Castaneda
ir a su
casa, pero él quiso venir a mi hotel. Éramos como dos chinos, rivalizando en
cumplidos. Él no paraba de darme la preferencia, y yo hacía otro tanto, por
supuesto... ¿Y no dudó de si realmente estaba en presencia
de Castaneda? Ni un instante. Más adelante, en Estados Unidos
se
publicó un libro en el que aparece un retrato suyo, un dibujo. Y es el retrato
del hombre al que conocí. ¿Cuál fue su primera impresión? En México, es fácil determinar la clase social
a la
que pertenece un hombre sólo con verle el físico. Castaneda tiene aspecto de
camarero. ¡Cómo! Sí, tiene aspecto de hombre del pueblo; no
es
grueso, pero sí fornido, con el pelo crespo y la nariz un poco achatada: un mexicano
de las clases populares. Pero, en cuanto abre la boca, se transforma en
príncipe; detrás de cada palabra suya se percibe una gran cultura. ¿Da impresión de sabiduría? Más que de sabiduría, de simpatía. Enseguida
nos
hicimos amigos. Vestía con sencillez y estaba despachando un buen filete,
regado con Beaujolais... No se parecía a don Juan sino al Castaneda que se
manifiesta en los libros. Yo volvía a encontrarme con su tono, con su voz, por
así decirlo... Según usted, ¿sus libros narran hechos reales
o son ficción? Me es difícil pronunciarme. Mi impresión es
que se
funda sobre una experiencia real a partir de la cual elabora e introduce
conceptos extraídos de la literatura esotérica universal. En sus libros
encuentras el zen, las Upanishads, los tarots, el trabajo sobre los sueños...
Una cosa es segura: que recorre realmente México para hacer sus
investigaciones. ¿Cree en la existencia de don Juan? No; creo que este personaje es un invento genial
de Castaneda,
que desde luego ha conocido a varios brujos yaquis. ¿Cómo se desarrolló su conversación en la habitación
del hotel? En primer lugar, llamó para avisarme de que
llegaría
con cinco minutos de adelanto. Me conmovió tanta delicadeza. Luego, cuando llegó,
le dije: «No sé si eres un loco, un genio, un granuja o si dices la verdad». Él
me aseguró que no decía más que la verdad, y a renglón seguido me contó una
historia increíble, de cómo don Juan, con una simple palmada en la espalda, lo
había proyectado a cuarenta kilómetros de distancia... porque se había dejado
distraer por una mujer que pasaba por allí... También me habló de la vida
sexual de don Juan, que era capaz de eyacular quince veces seguidas. Por otra
parte, me parece que al propio Castaneda le gustan mucho las mujeres. Me
preguntó si no podríamos hacer una película los dos juntos. Hollywood le había
ofrecido mucho dinero, pero él no quería que don Juan fuera Anthony Quinn...
Entonces empezó a tener diarrea, con mucho dolor en el vientre, algo que, me
dijo, no le ocurría nunca. También yo sentía fuertes dolores, en el hígado y en la pierna derecha. Era extraño
que nos vinieran aquellos dolores cuando empezábamos a plantearnos un proyecto.
El dolor hacía que nos arrastráramos por la habitación. Llamé a un taxi y lo
acompañé al hotel. Después, fui a hacerme operar por Pachita. Había instado a
Castaneda a que fuera a conocer a aquella mujer excepcional, pero no compareció.
Tuve que guardar cama durante tres días. Una vez restablecido, lo llamé al
hotel, pero ya se había marchado. No he vuelto a verlo, la vida nos separó. Un
guerrero no deja huella. Es decir, que le parece a la vez un tramposo
y una
persona muy interesante... Me contó sus historias de don Juan con tanta
convicción... Yo estoy acostumbrado al teatro, a los actores, y no me pareció
que mintiera. ¿Quizá esté loco y sea un genio? Según usted,
¿cuál ha sido la aportación de Castaneda? Su aportación ha sido inmensa: él creó una
fuente de
conocimiento diferente, la fuente sudamericana. Hizo revivir el concepto del
guerrero espiritual... Volvió a poner de actualidad el trabajo sobre el sueño
despierto. Sin duda, ha publicado demasiado, pero los editores norteamericanos
hacen firmar contratos por una decena de libros. Y siempre, a pesar de todo,
tiene algo nuevo que decir, sus libros revelan muchas cosas olvidadas. De
manera que, verdad o mentira, poco importa. Si es trampa, es una trampa
sagrada... En tanto que chileno de origen ruso con largos
años de
vida en México, ciertamente no es usted el prototipo del occidental adorador
de la diosa Razón... Es verdad, soy un poco loco, como tú sabes...
Pero
mi locura, mi desmesura, permanecen enraizadas en una cultura, pese a todo,
moderna. Queriéndolo o no, soy el producto de una sociedad materialista que pretende mantener con el mundo
una relación objetiva. Mis audacias más extremas se sitúan siempre dentro de
ese contexto del que no podemos salir. Tal vez lo expanden, hacen salir a flote
sus contradicciones y callejones sin salida, pero no los anulan. Para ser
brujo o chamán, hay que habitar un mundo chamánico. En lo que a mí respecta no
creo lo suficiente en la magia primitiva como para hacerme mago yo mismo. Por
eso si bien quise aprender de Pachita, nunca aspiré a recibir su don para
convertirme en sanador a mi vez. Es más, diría que siempre me resistí a ello. Será que no cree en la magia lo suficiente
como para
hacerse mago, pero cree en ella a pesar de todo... Lo cierto es que no puedo decir que sea verdad
ni
que sea mentira. Pero enseguida comprendí que, si quería aprender de Pachita,
tenía que adoptar una actitud inequívoca y hacer como si no creyera en
absoluto. ¿Por qué? Si hubiera partido del principio de que todo
aquello
podía ser verdad, de que la magia como tal podía ser una realidad, pronto
habría llegado a un callejón sin salida. Me habría esforzado en seguirla por
su vereda mágica, en convertirme yo mismo en mago para conseguir unos
resultados sólo parciales o mediocres, ya que, repito, uno no puede cambiar de
piel y convertirse en chamán porque se diga que todo esto podría ser verdad.
De modo que me obligué a hacer
como si no pudiera ser más que falso. Por
«falso» no quiero decir inexistente -había que reconocer las curaciones y los
fenómenos extraños que se producían en torno a ella-, sino más bien que pueda
ser explicado por un conjunto de leyes psicofisiológicas. De este modo, me
encontraba en disposición de aprender de esta mujer algo que después yo podría
utilizar en mi propio contexto. ¿Como por ejemplo el qué? La forma de manejar el lenguaje de los objetos
y el
vocabulario simbólico, a fin de producir ciertos efectos en la gente; en
síntesis, el modo de dirigirse directamente al inconsciente en su propio
lenguaje, ya fuera a través de palabras, de objetos o de actos. Eso aprendí de
Pachita. Pachita era excepcional, sin duda, pero se
inscribía
en una tradición... Desde luego. Por ello, después de conocerla,
descubrí el lugar que ocupa la magia en todas las culturas primitivas. Leí
centenares de libros sobre el tema, para intentar extraer los elementos
universales dignos de ser utilizados de manera consciente en mi propia
práctica. No voy a extenderme sobre eso, pero daré algunos ejemplos. En todas
las culturas se encuentra la idea del poder de la palabra, la certeza de que el
deseo expresado en la forma adecuada provoca su realización. Pero con
frecuencia el nombre de Dios o del espíritu se refuerza por su asociación a una
imagen. Los antiguos sabían intuitivamente que el inconsciente no sólo es
receptivo al lenguaje oral, sino también a las formas, a las imágenes, a los
objetos. Por otra parte, los egipcios concedían importancia capital a la
palabra escrita. Más que decir había que escribir. En psicomagia, yo acostumbro
pedir a la gente que escriba cartas, no tanto por lo que digan en ellas cuanto
porque el solo hecho de escribir y enviar la misiva posee efectos terapéuticos.
Otra práctica universal es la de la purificación, las abluciones rituales. En Babilonia, durante las ceremonias de curación, los exorcistas
ordenaban al paciente que se desnudara, que tirara todas sus ropas viejas,
símbolos del yo antiguo, y se pusiera vestiduras nuevas. Los egipcios
consideraban la purificación requisito preliminar para recitar las fórmulas
mágicas, tal como atestigua este texto antiguo, del que he olvidado su
procedencia, pero que me ha servido de inspiración: «Si un hombre pronuncia
esta fórmula para uso propio, debe untarse de óleos y ungüentos y tener en la
mano el incensario lleno; debe tener natrón de cierta calidad detrás de las
orejas y una calidad diferente de natrón en la boca; debe vestir dos prendas
nuevas después de haberse lavado en las aguas de la crecida, calzar sandalias
blancas y haberse pintado la imagen de la diosa Maat en la lengua con tinta
fresca». También yo pido a muchos de los que vienen a consultarme que tomen
baños y procedan a ciertos lavatorios, porque sé que este acto, ingenuo en apariencia,
influirá notablemente en su psicología, los situará en una disposición
distinta. Si alguien teme ir a hablar con su madre, le recomiendo que antes de
la entrevista se enjuague la boca siete veces y que se llene los bolsillos de
lavanda. Bastarán esos detalles para que aborde la entrevista de diferente
manera. Los antiguos atribuían también un papel benefactor a numerosos objetos
simbólicos: los textos mágicos se recitaban sobre un insecto, un animal
pequeño o, incluso, un collar. También se utilizaban bandas de lino, figuritas
de cera, plumas, cabellos... Después de encontrar en los textos antiguos referencias
a estas prácticas, me entregué a una reflexión acerca de las proyecciones que
las personas hacen sobre los objetos y me pregunté cómo usarlas de modo
positivo. Los magos grababan el nombre de sus enemigos en vasijas que luego
rompían y enterraban, destrucción y desaparición que debían acarrear las de
tales adversarios... En las suelas de las sandalias reales se pintaban las
efigies de los «malvados», para que el rey pisoteara a diario a los posibles
invasores. En psicomagia, yo recurro a los mismos principios «primitivos», pero
con fines exclusivamente positivos. Aconsejo a la gente que «cargue» un objeto,
que inscriba un nombre... En este mismo orden de cosas, los brujos hititas me
hicieron descubrir los conceptos de sustitución e identificación: en realidad,
el mago no destruye el mal, sino que se apodera de él descubriendo sus orígenes
y lo extirpa del cuerpo o del espíritu de la víctima para devolverlo a los
infiernos. Según un antiguo texto, «se atará un objeto a la mano derecha y al
pie derecho del oferente, después se desatará y se atará a un ratón, mientras el oficiante
dice: 'Yo te he extirpado el mal y lo he atado a este ratón"; y entonces
se liberará al ratón». Así extirpaba Pachita el mal para instilarlo en una
planta, un árbol o un cactus, eso hacía que la planta muriera ante nuestros
ojos. También se puede sustituir a la víctima por un cordero o una cabra: es
el viejo método del sacrificio de sustitución, en el que el animal ocupa el
lugar del enfermo: se amarra el turbante de éste a la cabeza de la cabra, a la
que se le corta el cuello con un cuchillo que antes habrá tocado el cuello del
enfermo. Según la magia judía es posible engañar, burlar e inducir a error a
las fuerzas del mal. Para ello se disfraza a la persona en la que éstas se
ensañan, se le cambia el nombre... Yo mismo he tenido ocasión de comprobar los
benéficos resultados que se obtienen con la modificación del nombre, aunque
sólo sea la ortografía. Aplico la misma idea a una carta del tarot: la Torre
(«la Casa de Dios» /La Maison
Dieu/ en francés) en principio
indica una
catástrofe, pero ¿por qué no ver en ella «el Alma y su Dios» /L'Âme et son
Dieu/ (que suena igual en
francés) y darle así una carga positiva? Estos
viejos rituales me han enseñado también a sugerir sepultar algo en la tierra
cuando se quiere purificarlo. Estos no son sino ejemplos de principios universales del acto mágico
que he recuperado para utilizarlos en el acto psicomágico o, en otras palabras,
en una acción terapéutica. El acto psicomágico ¿En el contexto mágico que rodea a una bruja
como
Pachita, la fe juega un papel esencial? Bueno, en vez de hablar de «fe» utilicemos
la
palabra «obediencia». Quiero decir sencillamente que, aunque no se crea en el poder
de la bruja, es conveniente permanecer imparcial y darle todas las
posibilidades de actuar. Dicho de otra manera, tengas o no tengas fe, debes
ser lo bastante honesto como para seguir al pie de la letra las instrucciones
recibidas. Si acudes a un médico y al salir de su consulta no te molestas en
comprar ni tomar los medicamentos que te ha recetado, ¿cómo podrás
pronunciarte después sobre la eficacia de su tratamiento? Si Pachita recomienda
un acto, la persona cree en él y lo cumple sin tratar de comprender. Obedece,
eso es todo, por misteriosa que pueda ser la práctica recomendada. Como ya
hemos indicado, todo esto forma parte de una cultura radicalmente distinta de
la nuestra. El director de una importante revista mensual parisiense, afectado
por un cáncer, me preguntó en aquellos años si podía presentarle a Pachita. Lo
llevé a su casa, ella lo operó y le dijo: «Estás curado, pero cuidado: no se lo
digas a nadie hasta que hayan transcurrido seis meses». Él no obedeció. Apenas
regresó a Francia, se hizo examinar por una serie de médicos, con la esperanza
de que le confirmaran el veredicto de la bruja. Éstos le dijeron que no estaba
curado, y murió tres meses después. Por el contrario, un amigo francés,
secretario de prensa de una gran compañía cinematográfica, que había tenido
varios infartos, a instancias mías fue a ver a Pachita para que le «cambiara el
corazón». Terminada la operación, la bruja le pidió que esperara tres meses, y
él así lo hizo. Al cabo de ese período, se sometió a varios exámenes, y el
electrocardiograma reveló una gran mejoría. Han transcurrido años y él sigue
vivo... También podría citarte el caso de la asistente del cineasta François
Reichenbach. A consecuencia de un accidente de tráfico, parecía condenada a la
parálisis. Pachita la operó y volvió a andar. Hace un tiempo vino a verme para
darme las gracias por haberle presentado a la bruja. Aproveché la ocasión para
pedirle que testificara en una conferencia que yo daría en la Sorbona ante un
auditorio de unas quinientas personas. Permíteme que te lea parte de su testimonio,
tal como fue grabado y transcrito: -(Jodorowsky:) Así pues, voy
a interrogarte. ¿Cómo te llamas? -Claudie. -¿De qué
director francés eras asistente? -Era
asistente de Reichenbach. -¿Tuviste un accidente? -Sí, en Belice. Tenía la columna vertebral hecha migas, nervios
seccionados en la espalda y nueve vértebras rotas. Estuve tres meses en coma.
Cuando recobré el conocimiento, me dijeron que estaba paralítica y que no
podría volver a andar. Entonces me llamó Reichenbach y me dijo: «Estoy con
Alejandro Jodorowsky, te lo paso». Para mí, en aquel entonces, Jodorowsky era
una persona que había hecho una película completamente delirante. Me pregunta:
«¿Qué te pasa?», y yo le contesto: «Estoy paralítica». «No es grave», me dice
entonces. «Tienes que ir a México a ver a la bruja Pachita.» Fui a operarme, a
pesar de que no creía. No creía en su cuchillo, ni creía en nada. Me hizo un
daño de mil demonios. Aquello dolía mucho. Me abrió desde la nuca hasta el
cóccix. Yo le había dado cien francos de la época para que comprara vértebras. -(Alguien del
público:) ¿Cómo? -(Jodorowsky:) Sí, deben
saber que Pachita compraba vértebras en el hospital o en el depósito de
cadáveres, no sé muy bien... A veces, aparecía con un corazón en un frasco... -¡Sí, así fue! Pero he de decirles algo: yo estaba segura de que un
día me levantaría y volvería a andar. No creía en Pachita y me parecía que
Alejandro estaba loco, pero estaba segura de que volvería a andar, y lo
conseguí a través de ella. Pero ante todo creía en mí misma. -¡Cuenta tu
operación! -Bien, con el cuchillo me abrió de arriba abajo la columna vertebral.
Lo sentí perfectamente. Después, sentí como si golpeara con un martillo. Luego,
me dio la vuelta... Ah, no, antes me puso alcohol de noventa grados. Había un
olor inmundo a sangre caliente. El alcohol me escocía de un modo horrible. ¡La
mordí! ¡Sí, la mordí! Me pasó por delante un brazo y, desde luego, no
desperdicié la ocasión. En aquel momento estaba a punto de desmayarme. En
realidad, no era tanto por el dolor como por el olor a sangre, no lo soportaba.
Me puso boca arriba. Yo me dije: «Pero ¿qué hace?», y dejé de verle las manos.
Ya no había manos. Estaban dentro de mi vientre, y yo no sentía nada. -Esto es lo
que vio... -Eso es lo
que vi. -¡Eso es! A veces, amigos, esto es como la transferencia. No sé si han
visto ustedes una emisión sobre aikido2: llega el maestro y,
con el ki, parece invencible. No lo es porque ante una
persona que no
sea discípulo suyo no puede hacer nada. Es necesario que haya una
transferencia. Es decir, que transferimos a ciertos arquetipos fuerzas que
llevamos dentro y, en virtud de esta transferencia, hacemos de esa persona un
maestro, un gurú, alguien que posee una fuerza inmensa. Alguien invencible.
Ello se debe a nuestra transferencia. Es completamente útil y necesario, pero
se trata de una transferencia. Con Pachita lo curioso era que todo el que iba a
verla hacía esa transferencia. Interesante... Claudie no creía, pero se sometió plenamente, a diferencia
del director de la revista, que hizo lo que se le antojó. Sí. Para que la práctica funcionara, ante todo
había
que prestarse al juego sin tratar de comprender. No obstante, por lo que a mí
respecta, me esforcé en descubrir algunos de los mecanismos que actuaban en el
proceso de curación, a fin de poder reutilizarlos después. Recuerdo, por
ejemplo, a un amigo que se sentía muy débil. Pachita le dijo que no tomara más
vitaminas. Le ordenó que entrara en una carnicería, robara un trozo de carne y
se lo comiera. 2 Arte marcial de origen japonés
utilizado como defensa personal. Consiste en usar la energía del atacante para así vencerlo.
(N. del E.) Debía proceder a este ritual una vez a la semana. Por supuesto, el hombre recuperó toda su energía y, a mi modo de ver, por una razón muy simple: cometer un robo semanal era para aquel pobre hombre tímido un acto de una audacia inaudita. Tenía que movilizar todas sus energías. Entonces descubrió que era más fuerte y decidido de lo que creía y, desde el momento en que tuvo otra percepción de sí mismo, su vida cambió. Al menos, así es como yo me lo explico. Entre captar algunos de los sutiles mecanismos
psicológicos presentes en la brujería practicada por Pachita y recomendar
actos uno mismo, media una gran distancia. ¿Cómo salvó usted esa distancia?
¿Cómo pasó de una reflexión sobre el acto mágico a la práctica de la
psicomagia? Como sabes, he estudiado a fondo el tarot y
gozo de
cierta reputación como tarotista. Pero yo soy autor de historietas para cómic
y director de teatro y de cine, por lo que nunca he tratado de ganarme la vida
con las cartas. Sin embargo, en un momento determinado, quise profundizar en mi
estudio del tarot. Para ello tenía que comunicarme con los demás, practicar la
lectura de las cartas. Me fui entonces a una librería de la rué des Lombards
que se llama Arcane 22 y que está especializada en tarot. Como los dueños me
respetaban, les propuse que me acondicionaran un cuartito en la trastienda,
comprometiéndome, a cambio, a recibir a dos personas al día durante seis
meses, para echarles las cartas de forma profesional. Los dueños de la librería
pusieron un cartelito y empezaron a llegar consultantes. No voy a extenderme
aquí sobre mi concepto del tarot. Sólo diré que yo no leo el futuro, sino que
me conformo con el presente y centro la lectura en el conocimiento de uno
mismo, partiendo del principio de que es inútil conocer el futuro cuando se
ignora quién es uno aquí y ahora. En suma, aquellas sesiones suscitaron en mí
ciertas reflexiones. Cuanto más avanzaba, constataba con más fuerza que todos
los problemas desembocaban en el árbol genealógico. ¿Qué quiere decir con eso? Acceder a las dificultades de una persona es
acceder
a su familia, penetrar en la atmósfera psicológica de su medio familiar.
Todos estamos marcados, por no decir contaminados, por el universo psicomental
de los nuestros. Así, muchas personas asumen una personalidad que no es la
suya, sino que proviene de uno o de varios miembros de su entorno afectivo.
Nacer en una familia es, por decirlo así, estar poseído. Esta posesión suele ser transmitida de generación en generación: el
embrujado se convierte en embrujador, proyectando sobre sus hijos lo que fue
proyectado sobre él... a no ser que una toma de conciencia logre romper el
círculo vicioso. Al cabo de una consulta de dos horas, muchos exclamaban: «¡No
había descubierto tantas cosas ni en dos años de psicoanálisis!». Esto me
dejaba muy satisfecho y convencido de que bastaba con ser consciente de una
situación problemática para resolverla. Sin embargo, no era verdad. Para
superar una dificultad no basta con identificarla claramente. Una toma de
conciencia que no es seguida de un acto resulta completamente estéril. Poco a
poco, fui dándome cuenta de eso y llegué a la conclusión de que tenía que
aconsejar a la gente. Pero me resistía a hacerlo. ¿Con qué derecho podía
entrometerme en la vida de los demás, ejercer una influencia en su
comportamiento? ¡Yo no quería convertirme a mi vez en embrujador! Era una
posición difícil, ya que las personas que venían a consultarme no pedían otra
cosa: habría tenido que convertirme en padre, madre, hijo, marido, esposa...
Pero no estaba dispuesto a convertirme en director espiritual de nadie, a
inmiscuirme en la existencia de los demás. Entonces se me ocurrió una idea:
para que las tomas de conciencia fueran eficaces, yo debía hacer actuar al
otro, inducirle a cometer un acto muy preciso, sin por ello asumir la tutela ni
el papel de guía respecto a la totalidad de la vida de esa persona. Así nació
el acto psicomágico, en el que se conjugan todas las influencias asimiladas en
el transcurso de los años y de las que hemos hablado en nuestras charlas. ¿Cómo procedía usted? Ante todo, estudiaba a la persona, exigía que
me lo
contara absolutamente todo. En lugar de tratar de adivinar por el tarot lo que
pudiera ocultarme, simplemente la sometía a un interrogatorio. Preguntaba a mi
consultante por su nacimiento, sus padres, sus abuelos, sus hermanos, su vida
sexual, su relación con el dinero, su vida sentimental, su vida intelectual,
su salud... En suma, una verdadera confesión. ¡Absolutamente! Y pronto fui depositario de
unos
secretos terribles: robos, violaciones, incestos... Un hombre me confesó que,
siendo niño, al finalizar el año escolar, esperó encima de un muro a un
profesor al que detestaba para arrojarle una gran piedra sobre la cabeza. Quizá
el profesor se murió, pero el chico no se quedó allí para comprobarlo... Un día
recibí a un padre de familia belga, y enseguida noté que era homosexual. «Sí»,
me confiesa, «y tengo relaciones sexuales con diez personas al día en las
saunas, cada vez que vengo a París. ¿Sabe cuál es mi problema? Que me gustaría
hacerlo con catorce, como
mi amigo...». Empezaron a salir los trapos sucios. Recibía las confidencias
más oscuras y extravagantes. El incesto estaba a la orden del día: una mujer me
confesó que el padre de su hija no era otro que su propio padre; un chico
seducido por su madre me contó todos los detalles... Sadomasoquismo, fijaciones
homosexuales, obsesión por el placer solitario... ¡Por allí aparecía de todo!
La gente se desahogaba porque sentía confianza y me juzgaba capaz de
proponerles una terapia adaptada a su herencia social y cultural. ¿Por qué era importante para usted que fuera
tan
detallada la confesión? Porque, antes de emprender cualquier cosa,
es
imprescindible conocer el terreno. Aprendí ese principio de Miyamoto Musashi,
el autor del Libro de los cinco
anillos. Antes del combate,
dice, hay
que ir al terreno muy temprano y adquirir de él un perfecto conocimiento.
También hay médicos que aplican este método. La familiarización con el terreno
psicoafectivo de la persona me parecía un requisito previo para la recomendación
de cualquier acto psicomágico. ¿Y qué función cumple el tarot en todo esto
? Si una
persona se confiesa, ya no es necesario adivinar nada. Las personas suelen hacer sólo medias confesiones.
Se guardan lo mejor para después, por decirlo así... El tarot me ayudaba a
sacar a la luz secretos inconfesables en un primer momento. De ese modo,
disponiendo de todos los elementos, estabas en condiciones de proponer un acto
a la vez irracional y racional: irracional en apariencia, pero racional en la
medida en que la persona sabía por qué tenía que realizarlo. Por otra parte,
todo acto psicomágico tiene efectos perversos, es decir, incontrolados, que
constituyen precisamente su riqueza. Explíquelo, por favor. Daré un ejemplo: un día recibí la visita de
una
señora suiza cuyo padre había muerto en Perú cuando ella tenía 8 años. Su madre
hizo desaparecer todo rastro de aquel hombre, quemando cartas y fotos, por lo
que mi consultante seguía siendo, en el plano emocional, una niña de 8 años.
Con más de cuarenta de vida, hablaba como una niña y tenía graves problemas.
Le prescribí un acto: debía ir a Perú, a los sitios en que había vivido su
padre, y traerse algo, un recuerdo, una prueba palpable de su existencia.
Cuando regresara a Europa, debía colocar el o los recuerdos en su habitación,
encender una vela y después ir a la casa de su madre y darle una bofetada. Es
preciso decir que su madre la maltrataba e insultaba. Como puedes ver, el
cumplimiento de este acto exigía un compromiso. La mujer se fue a Perú,
encontró la pensión en que había vivido su padre y, por una de esas sincronías
que emanan de lo que yo llamo «danza de la realidad», encontró cartas y fotos.
El padre las había entregado a la dueña de la pensión, confiando en que un día
su hija iría a buscarlas. Varios decenios después, mi paciente encontró unos
recuerdos en virtud de los cuales su progenitor, por así decirlo resucitaba. Al
leer aquellas cartas y contemplar aquellas fotografías, la mujer dejó de ver en
su padre una especie de fantasma y sintió por fin que había sido un ser de
carne y hueso. Cuando regresó a su casa, puso las cartas y las fotos en su
habitación, encendió una vela y se fue a ver a su madre, con intención de darle
una buena bofetada. Madre e hija tenían una relación muy difícil. Pero mi
paciente se llevó una sorpresa al comprobar que su madre -a la que había
anunciado su visita- estaba esperándola y, por una vez, le había preparado una
comida. Asombrada al verla tan amable, se sintió muy turbada por tener que
abofetearla, ya que por una vez su madre no le daba motivo para hacerlo. Pero
el acto psicomágico constituye un contrato ineludible que ella sabía que debía
respetar. Durante el postre, mi paciente abofeteó a su madre por sorpresa y
sin razón aparente, temiendo una reacción violenta de la madre, a quien siempre
había temido. En cambio, ésta se limitó a preguntarle: «¿Por qué lo has hecho?». Ante tanta ecuanimidad, la hija
por fin encontró palabras para expresar todas las quejas que tenía de ella. Y
ésta fue la sorprendente respuesta de su madre: «Me has dado una bofetada...
¡Pues deberías haberme dado otra más!». Por fin, entre las dos mujeres nació la
amistad. Parece casi un milagro... Podría darte pruebas de la veracidad de esta
historia. La he contado para que se vea que el acto sigue su propia lógica. No
se puede prever cómo va a desarrollarse ni cuáles serán sus efectos. Pero si
está prescrito sobre la base de un buen conocimiento del terreno, sus efectos,
cualesquiera que sean, no pueden ser sino positivos. Así que pasó de leer el tarot a prescribir
actos psicomágicos... Enseguida tuve que hacer frente a una fuerte
demanda: estaban mis consultantes del tarot, los que habían seguido mis cursos
de masaje, los que asistían a mis conferencias semanales en el Cabaret
Místico... Una multitud. Eso me impulsó a adoptar tres fórmulas de trabajo:
una individual, otra en grupos de treinta a cuarenta, y otra en el marco del
Cabaret, donde somos unas cuatrocientas o quinientas personas. De todos modos,
el procedimiento esencial no varía: alguien me expone una dificultad y yo le
recomiendo un acto. Ahora bien, la mayoría de los actos han sido prescritos en
el curso de conversaciones privadas. Al recomendar un acto establece un contrato
con la persona... Sí, y este acuerdo mutuo tiene mucha importancia.
En
primer lugar, la persona se compromete a realizar el acto tal y como yo se lo
prescribo, sin cambiar nada en absoluto. Siempre en esa línea, y para evitar
deformaciones debidas a fallos de la memoria, la persona debe tomar nota
inmediatamente del acto y del procedimiento a seguir. Una vez realizado el
acto, debe enviarme una carta en la que, en primer lugar, transcribe las
instrucciones recibidas de mí; en segundo lugar, me cuenta con todo detalle la
forma en que las ha ejecutado y las circunstancias e incidentes ocurridos
durante el proceso; y en tercer lugar, describe los resultados obtenidos. El
envío de esta carta constituye mis únicos honorarios por la prescripción del
acto. ¿Eso significa que no percibe dinero en calidad
de psicomago? Siempre he querido dispensar los actos gratuitamente
por lo menos desde el punto de vista estrictamente financiero, ya que la
escritura y el envío de la carta son también una forma de retribución. Al
realizar el esfuerzo de escribirme extensamente, la persona paga un precio,
que yo percibo. ¿Cómo reaccionan sus consultantes a estas particulares
exigencias? Hay tantas reacciones como consultantes, desde
luego, pero es posible distinguir ciertos tipos de actitud. Hay personas que
tardan un año en enviarme la carta; otras discuten, no quieren hacer
exactamente lo que les digo y regatean..., encuentran toda clase de excusas
para no seguir las instrucciones al pie de la letra. Ahora bien, cuando se
cambia algo, por mínimo que sea, ya no se respetan las condiciones
indispensables para el logro del acto, y los efectos pueden ser incluso
negativos. Hay que decir que hablar de forma tan directa al inconsciente
supone ejercer en él una presión: uno trata de hacerle obedecer. Ahora bien,
sólo tenemos los problemas que queremos tener. Estamos amarrados a nuestras
dificultades. No tiene nada de asombroso, pues, que algunos traten de
tergiversar y sabotear el acto: en realidad, no quieren curarse. Salir de
nuestras dificultades implica modificar en profundidad nuestra relación con
nosotros mismos y con todo nuestro pasado. En estas condiciones, ¿quién está realmente
dispuesto a cambiar? La gente quiere dejar de sufrir, pero no está dispuesta a
pagar el precio, o sea a cambiar, a no seguir definiéndose en función de sus
preciados sufrimientos. En mi calidad de consejero, cuanto menos acepto el
regateo más beneficio obtienen los demás. A ellos corresponde aceptar o
rechazar mis condiciones. Que el sí sea sí, que el no sea no... ¡Exactamente! Es sabido que el psicoterapeuta se autoriza
a sí
mismo a tomar pacientes. ¿Qué sucede con el psicomago? ¿Cómo puede autorizarse
a sí mismo a prescribir actos que atañen directamente al inconsciente? Daré una respuesta irracional: en el momento
en que
prescribo el acto, si no dudo, soy justo. Sin duda usted actúa con justicia, pero ¿cómo
puede
estar seguro de ello? Al fin y al cabo, es mucho lo que está en juego... A ese respecto sólo cabe una pregunta: ¿quién
prescribe el acto? He trabajado tanto para dejar de identificarme con mi yo
que, cuando dispenso un consejo psicomágico, no soy yo el que habla sino mi
inconsciente. ¡Todo el mundo es así! Unos y otros reaccionan
como
títeres, movidos por impulsos inconscientes... Cierto, pero el hombre que es movido por sus
automatismos nunca deja de identificarse consigo mismo. Yo no pretendo haber
alcanzado la sabiduría, porque no estoy «desidentificado» las veinticuatro
horas del día; pero cuando prescribo un acto, cuando desempeño mi papel de
psicomago y me encuentro en trance o en autohipnosis, o como quieras llamarlo,
el que habla no es mi pequeño yo. Siento que lo que hay que decir brota de las
profundidades. Considero que he trabajado
en mí mismo lo suficiente como para ser capaz de conseguir esta puntual
disociación de mí mismo. Por supuesto, nos movemos en un medio sutil y
subjetivo que no tiene relación con el razonamiento sino con la fe. Un santo
sabe que hace el bien; en lo más profundo de sí, se sabe sincero y animado de
una fuerza positiva, aunque algunos lo critiquen y vean en él a un ser con
malos instintos. Cada vez que doy un consejo psicomágico, estoy convencido de
que se trata de la respuesta apropiada para el problema de esa persona. Es sólo
en una segunda fase cuando ya se lo expongo y explico de manera racional. El
consejo brota sin mediación de mi inconsciente, en conexión directa con el
inconsciente de aquel o aquella que me consulta. Esta aptitud para hablar desde la profundidad
no ha
sido dada a todo el mundo. ¡En mi caso, es fruto del trabajo de toda una
vida!
He pasado buena parte de mi existencia meditando y estudiando las enseñanzas
tradicionales para encontrar en mí, poco a poco, un espacio impersonal. No
hablemos de santidad, sino más bien de impersonalidad, de un estado situado más
allá o más acá del pequeño yo. Por lo tanto, el acto no lo prescribe Alejandro
sino la no-persona que hay en mí. Entonces me siento animado de un sentimiento
totalmente positivo y desinteresado: en mi calidad de «psicomago», no busco
sino hacer el bien. No pido dinero a mis pacientes, sino esfuerzo. Su voluntad
de cambiar constituye mi retribución, y por ello la psicomagia no se ha
convertido en un negocio. Créeme: es tan fuerte la demanda que me habría sido
muy fácil vivir holgadamente con mis consultas. La gente prefiere pagar, sacar
el monedero, antes que dar un poco de sí misma. Pero yo puedo mantener a mi
familia con el cine y las historietas de cómic, y prefiero que por mis
servicios de psicomago no se me retribuya en francos ni en dólares, sino de
otro modo. ¿No es gratificante esta actividad? Por lo
menos,
hace que se sienta reconocido. ¡No utilizo la psicomagia para obtener reconocimiento! Entonces, ¿por qué ha querido que se publique
un
libro consagrado a esta disciplina? Mi motivación es muy diferente: aunque escriba
novelas y guiones de películas e historietas, no me parece que deba redactar
yo mismo un tratado de psicomagia; por otra parte, sería una lástima que esta
particular disciplina desapareciera después de mi muerte, que no quedara
huella. Además, me parece que ha llegado el momento de fijar las cosas por
escrito y difundir esta actividad. Son cada vez más las personas que hablan de
Pachita, que escriben, con más o menos talento y sensibilidad, libros y
artículos relacionados con lo que fue mi inspiración, esas energías con las
que me encontré en contacto directo. Y he sentido la necesidad de puntualizar,
de explicar cómo llegué a la psicomagia pasando por el acto poético, el acto
teatral, el acto onírico y el acto mágico -en primer lugar, para dar
testimonio de cierto enfoque de la realidad del que se deriva la práctica
psicomágica y, en segundo lugar, para proporcionar a las personas interesadas
unas coordenadas, un texto que les sirva de referencia. Al concebir este libro
contigo no me mueve sino un espíritu de servicio. En suma, la psicomagia es un ejercicio puramente
espiritual... Así es. Me concentro en la acción, en el mero
hecho
de dar, de aliviar el dolor prescribiendo un acto, no me preocupo de lo que
pueda conseguir a título personal. Por esta razón, la psicomagia no podría
limitarse a parámetros médicos o paramédicos. Reposa sobre todo en el
desprendimiento del que la practica. ¿Le será posible mantener siempre ese
desprendimiento? Son muchos los terapeutas que caen en la trampa: cuando ya
logran vivir de su consultorio, la necesidad material los induce a tomar más y
más pacientes, sin mostrar siempre prueba de discernimiento... Aunque la demanda me impulsara a hacer de la
psicomagia una práctica profesional, nunca me encontraría en una situación de
dependencia económica de ella, por la simple razón de que las historietas y el
cine me permiten vivir bien. ¡Además, no tengo la menor intención de abandonar
la creación artística! Desde el punto de vista material, el desprendimiento consiste
en ejercer sabiendo que uno puede dejarlo en cualquier momento sin por ello
encontrarse sin recursos. ¿Podría precisar qué entiende por «desprendimiento»,
no sólo desde el punto de vista material, sino en la práctica de la psicomagia
en sí? Para estar en condiciones de ayudar a una persona,
no hay que esperar nada de ella y se tiene que entrar en todos los aspectos de
su intimidad sin sentirse uno involucrado ni desestabilizado. Un ejemplo: una
participante en uno de mis cursos de masaje no soportaba que nadie le tocara el
pecho. En cuanto un hombre, incluso aunque ella deseara mantener relaciones
sexuales con él, hacía ademán de rozarle los senos, se ponía a gritar. Esta
situación la hacía sufrir mucho, y ella ansiaba librarse de su pánico
irracional. Le propuse que se descubriera el pecho, y así lo hizo, mostrando
unos hermosos senos que no tenían nada de monstruoso o insólito. Luego le
pregunté si confiaba en mí y me respondió que sí. Entonces le dije: «Me
gustaría tocarte de un modo particular que en nada se parece ni a las caricias
de un hombre deseoso de gozar de tu cuerpo ni al tacto de un médico que te
examinara fríamente. Me gustaría tocarte con mi espíritu. ¿Crees que podría
tocarte, establecer contigo un contacto íntimo que no tenga nada de sexual?».
Me respondió que «quizá» y entonces puse mis manos a tres metros de sus senos y
le dije suavemente: «Mira mis manos. Voy a acercarme lentamente, milímetro a
milímetro. En cuanto te sientas agredida o incómoda, di que me detenga y dejaré
de avanzar». Acerqué mis manos con mucha lentitud. Cuando estaba a diez centímetros
de sus senos me pidió que me detuviera. Obedecí y, al cabo de un largo rato,
pasé muy cerca de la zona dolorosa, despacio, muy despacio, y volví a acercarme
muy atento a su reacción. Ella, tranquilizada por la ternura de la atención que
le dedicaba, percibiendo que actuaba con toda delicadeza, no emitió la menor
protesta. Por fin, mis manos se posaron en sus senos, sin que ella sintiera
dolor alguno, lo que le produjo un vivo asombro. Esta anécdota es un ejemplo
de ese distanciamiento que, a mi modo de ver, es indispensable para quien desee
realmente ayudar a los demás. Pude tocar, palpar los senos de aquella mujer
situándome fuera de mi yo sexual, sin pensar ni un momento en obtener placer.
En realidad, la toqué con el espíritu. En aquel momento yo no era un hombre,
sino una entidad. Hay que ser capaz de tocar el cuerpo del otro, de entrar en
contacto con su espíritu, sin que esta proximidad despierte en nosotros
problemas aún no resueltos. He citado el caso de esta mujer hermosa, pero tal
vez debería precisar que he tocado a toda clase de gente, viejos, jóvenes, guapos,
feos, a veces deformes o enfermos... Lo importante es situarse en un estado
interior que excluya toda tentación de aprovecharse del otro, de abusar del
poder que uno tiene sobre él... Porque, a fin de cuentas, se trate de tarot,
de masajes o de psicomagia nada adquiere sentido sino por una fuerza única: la
energía desinteresada que a veces impulsa a un ser humano a acudir en ayuda de
otro ser humano. Se trata de una energía pura, simple y sutil. Desde el momento
en que interfiere la voluntad personal, el deseo o los temores, la relación de
ayuda pierde su justificación y se convierte en una mascarada. No digo que en
mí no puedan surgir estas manifestaciones del ego cuando actúo, pero las
reconozco inmediatamente por lo que son y las dejo pasar, como se deja pasar a
los sentimientos en la meditación zen, se desvanecen al instante y en nada influyen en mi relación con la
persona que me ha dado la oportunidad de ayudarla. Soy consciente de la
necesidad de una purificación interior, de esas abluciones rituales preconizadas
por muchas tradiciones y que no sólo atañen al aseo corporal sino, ante todo, a
la limpieza del corazón y del espíritu. Pero, por otra parte, ¿de qué me sirve
romperme la cabeza preguntándome si estaré ya lo bastante purificado, lo
bastante transparente? Recuerdo una historia zen acerca de esto: durante un
paseo por un paisaje nevado un discípulo dice «Maestro, los tejados están
blancos, ¿cuándo dejarán de estarlo?». El maestro tarda en contestar. Se
concentra en su hara y al fin le dice con voz grave: «¡Cuando los
tejados están blancos, están blancos. Cuando no están blancos, no están
blancos!». ¡Es genial! Lo importante es aceptarse uno mismo. Si mi condición
actual me produce malestar, es señal de que la rechazo. Entonces, más o menos
conscientemente, trato de ser distinto del que soy; en definitiva, no soy yo.
Si por el contrario acepto plenamente mi estado de este momento, estoy en paz.
No me lamento por creer que debería ser más santo, más bello, más puro de lo
que soy aquí y ahora. Cuando soy blanco, soy blanco; cuando soy oscuro, soy
oscuro, y punto. Ello no impide que trabaje en mí, que trate de ser un
instrumento mejor; esta aceptación de uno mismo no limita las aspiraciones sino
que las sustenta. Porque sólo se puede avanzar a partir de lo que se es
realmente. Lo que dice nos conduce a contemplar posibles
riesgos
de tergiversación; si he entendido bien, sólo puede dispensar consejos
psicomágicos una persona que haya trabajado mucho sobre si misma. Incluso diría
que este tratamiento es, esencialmente, de usted y que por ser fruto de su
trayectoria particular, difícilmente podría ser aplicado por otros, aunque sí
que podría servirles de inspiración; de hecho usted tiene seguidores que
pretenden emularlo. Sus veladas del Cabaret Místico atraen a toda clase de
personas, algunas de las cuales, creyéndose mucho más preparadas de lo que
están, utilizan sus palabras y sus enseñanzas por su cuenta... Desgraciadamente, es verdad. Sólo citaré un
caso:
después de haberme oído hablar de psicomagia, cierto individuo se sintió
autorizado para ponerse a practicarla inmediatamente. Organizó un cursillo y,
con gran aplomo, prescribió a todas las mujeres asistentes el mismo acto: ¡cada
una debía comprar unas tijeras grandes y enviarlas como regalo a su madre! ¡Catastrófico!
Tiene que haber tantos consejos como personas, además los actos no se pueden
prescribir «al por mayor». El supermercado psicomágico es una aberración. Cada
acto se prescribe «a medida», después de una atenta escucha y, como he
explicado, de un contacto espontáneo con el propio inconsciente, lo cual sólo
es posible merced a una disociación del yo, que a su vez es fruto de un largo
trabajo espiritual. Prescribir el mismo acto a todo un grupo, sin escuchar a la
persona y sin un amor verdadero, me parece pernicioso. Imagina la reacción de
las madres al recibir unas tijeras por correo... El efecto tuvo que ser
negativo a la fuerza. Yo prescribo un acto aparentemente agresivo sólo cuando
tengo la certeza de que las consecuencias serán positivas. Siempre se trata de
actos esencialmente creativos. Por el contrario, este hombre ejerció una
influencia destructiva. El mismo individuo pidió a sus víctimas que se identificaran con una
muñeca, que vertieran en ella todos sus dolores, toda su carga negativa y la
depositaran en la casa de él, en un saco. Después vino a verme una mujer muy
angustiada, presa de una psicosis, convencida de que ahora aquel hombre
detentaba un poder sobre ella... Además, ni siquiera podía devolverle la muñeca
para tranquilizarla porque, una vez que se marcharon sus consultantes, lo tiró
todo a la basura. En resumen, se trataba de un comerciante que se dedicó a
ganar dinero explotando mi trabajo y la credulidad de un grupo de mujeres. Se
ha de denunciar públicamente a aquellos que se sirvan mal de mi nombre para
practicar con otros la psicomagia. Esto es un gran escollo. Pero ¿cómo evitar
esa clase de adulteraciones? La solución consiste en formar a unas cuantas
personas en las que yo tenga verdadera confianza y a las que conozca desde
hace tiempo, como ya hago en mis cursos de masaje, tarot o psicogenealogía, a
los que suelen acudir psicólogos y psicoanalistas. Pero formar psicomagos es
más delicado. Para ejercer esta disciplina es preciso haber realizado un
profundo trabajo espiritual, haberse desprendido de las pasiones o, por lo menos,
no ser ya presa de ellas... Vuelvo a insistir en que esto es el trabajo de toda
una vida. Algunos actos psicomágicos Me gustaría que la última parte de nuestra
conversación fuese más distendida y la dediquemos a la descripción de algunos actos
psicomágicos. No tengo inconveniente, pero debo hacer una
advertencia: describir un acto psicomágico equivale a penetrar directamente en
el lenguaje del inconsciente. Y no es éste un proceso anodino. Es posible que
tú u otras personas os sintáis turbados al escucharlo o leerlo. No es que con
estos actos yo trate de resolver enigmas extraordinarios, me conformo con
atender pequeños problemas humanos, pues ¿qué hay más misterioso e irracional
que los pequeños problemas de unos y otros? Nuestras dificultades cotidianas
ocultan abismos, no son sino la punta de un enorme iceberg. De acuerdo. Denos algunos ejemplos... Por ejemplo, una bailarina amiga mía tuvo una
hija
con un hombre que tenía el mismo nombre de pila que el padre de ella. Esto es
ya muy significativo. Pero es que, además, ¡la bailarina se llamaba igual que
la madre de su amante! Es como si cada uno buscara en el otro,
respectivamente, a su padre y su madre... Curioso, ¿no? En realidad, muchas veces la
gente se
enamora de un nombre o de una profesión que les recuerda a los del padre o la
madre. Siendo aún niña, esta bailarina se quedó sola con su madre, totalmente
apartada del padre. No sólo tuvo que encontrar posteriormente a un hombre que
se llamara como su padre, sino que también se las ingenió para que éste la
abandonara y desapareciera, a fin de que su hija tuviera una infancia parecida
a la de ella. Por supuesto, todo esto no fue urdido conscientemente por ella;
se trata de una estrategia inconsciente y, no obstante, de lo más burda.
Cuando empezó a darse cuenta de los daños causados, vino a verme para pedirme
que le prescribiera un acto que le permitiera perdonar a su padre y vencer así
su odio a los hombres. Le rogué que me dijera en qué momento su padre había
roto toda relación con ella. «Poco después de mi primera regla», me respondió.
Es frecuente que un padre se aparte de su hija cuando ésta se hace mujer. Le
parece haber perdido a la niña que sentaba en sus rodillas y le duele tener que
renunciar a cierta forma de intimidad, de contacto. Después le pregunté dónde
estaba enterrado su padre, le propuse que fuera a su tumba y le dije: «Allí,
lo más cerca posible del cadáver, entierra un algodón empapado en tu sangre
menstrual y un tarro de miel». Sangre y miel... Miel para instilar dulzura, para indicar que
no se
trata de un acto agresivo sino de una aproximación amorosa, de un intento de
comunicación. Es un ejemplo de acto psicomágico muy sencillo que permite
reactivar una relación cortada brutalmente y, al mismo tiempo, proseguir una
evolución emotiva interrumpida traumáticamente. Aunque adulta, la mujer seguía
en el estadio de la adolescente que tuvo que afrontar sus primeras reglas y la
separación de su padre. Otro ejemplo, por favor. La joven Chantal se encontró a los 4 años interna
en
un colegio que dirigía la hermana de la madre de su madre... Es decir, su tía-abuela... Exactamente, una tía-abuela que tiranizaba
sádicamente a esta niña. En su trabajo conmigo, Chantal descubrió todo el odio
que sentía hacia aquella mujer. No podía perdonarla, pero tampoco podía
vengarse, puesto que su tirana ya había dejado este mundo. Por lo tanto, le
aconsejé que fuera a la tumba de aquella mujer y, una vez allí, diera rienda
suelta a su odio: que pateara la tumba, que gritara, que orinara y defecara,
pero con la condición de que analizara minuciosamente las reacciones que
provocaba la ejecución de su venganza. Chantal siguió mi consejo y, después de
desahogarse sobre la tumba, sintió desde el fondo de sí misma el deseo de
limpiarla y cubrirla de flores. Y, poco a poco, tuvo que rendirse a la evidencia
de que en realidad sentía amor por su tía-abuela. ¿Y eso usted lo había adivinado? Claro, era evidente que todo aquel odio no
era sino
la cara deformada de un afecto no correspondido. Yo sabía que Chantal, una vez
que hubiera expresado su pulsión de odio, sentiría la necesidad de dejar que se
manifestara el amor que durante tanto tiempo había contenido por una mujer que,
en aquel siniestro internado, representaba su único vínculo familiar. Otro ejemplo, por favor. Una señora padecía un mareo constante. Un simple
charco de agua bastaba para hacerle sentir vértigo. Le aconsejé que pusiera los
pies entre los muslos de una mujer y restregara la planta contra la vulva. ¿Y cuál fue el resultado de este tratamiento
de choque? Este acto le provocó una crisis de llanto, seguida de una revelación
salvadora. Brevemente, el significado simbólico de sus vértigos era miedo a ser
engullida por su madre, pavor ante el sexo materno, etcétera. ¿Cómo se le ocurren semejantes ideas? Se me ocurren, no olvides mi trayectoria como
artista ni las diversas etapas creativas de mi existencia, que me han formado
y han desarrollado mi imaginación. ¿Alguna vez se ha encontrado con la mente en
blanco
frente a un paciente? Hasta el momento, nunca. Siempre se me ha ocurrido
una respuesta. Supongo que mis consejos varían en calidad y en eficacia, pero
esto no puedo decirlo yo. Son las personas que vienen a consultarme quienes
han de realizar el acto y juzgar por sí mismas. En realidad, no me imagino a mí
mismo mudo frente a una persona. ¡Al fin y al cabo, se es mago o no se es! Si
vienes a consultarme, forzosamente tendré algo que decirte. Mis palabras
siempre serán bienintencionadas y no carecerán de eficacia. En cuanto a su
grado de acierto, eso es algo que no puedo precisar. Una cosa debe quedar
clara: yo no me sitúo en un terreno científico, sino en un plano artístico. La
psicomagia no pretende ser una ciencia, sino una forma de arte que posee
virtudes terapéuticas, lo que es totalmente diferente. Picasso realizó más de
diez mil dibujos. Todos son más o menos buenos, ninguno está totalmente
desprovisto de valor; pero no todos son obras maestras. Sin embargo, cada uno
de ellos es Picasso, es decir, producto del talento de un artista completo.
«Yo no busco, yo encuentro», decía precisamente Picasso. Encontrar es un
hábito, una segunda naturaleza. Quien no ha adquirido el hábito de encontrar no
sabe lo que es ese chorro espontáneo que brota de la profundidad, pero quien
está conectado con su fuente creativa la deja fluir, simplemente. ¿Es posible imaginar a un maestro zen que no
aceptara el desafío que encierra la pregunta de un discípulo? Esta seguridad no
proviene de la ciencia ni de la megalomanía, sino de la fe, de la evidencia. Continuemos con nuevos ejemplos... Un muchacho se lamenta de «vivir en las nubes»,
me
explica que no consigue «poner los pies en la realidad» ni «avanzar» en pos de
la autonomía financiera. Tomo sus palabras al pie de la letra y le propongo que
consiga dos monedas de oro y se las pegue a las suelas de los zapatos, de
manera que esté todo el día pisando oro. A partir de ese momento, él baja de
las nubes, pone los pies en la realidad y avanza... En este caso, incluso me
sirvo de las palabras utilizadas por el consultante. Para finalizar, me
gustaría hablar de un acto que concierne a mi hijo mayor, Brontis. Le escucho. Cuando Brontis tenía 7 años intervino en mi
película
El Topo. Es necesario precisar que Bernadette, su madre,
nunca vivió
realmente conmigo. Cuando lo concebimos, yo me creía estéril. Mi padre
detestaba a su propio padre y jamás firmaba «Jodorowsky». Como no tenía el
menor deseo de reproducir este apellido, había conseguido convencerme, de
manera sutil, de que yo nunca tendría hijos y que, por lo tanto, era el último
Jodorowsky. Un día, una actriz con la que yo trabajaba me dijo que estaba
convencida de mi fecundidad, a lo que respondí que en mi destino no estaba
inscrita la procreación. Finalmente, tuvimos relaciones sexuales y, algún
tiempo después, ella me anunció que estaba embarazada de mí. Como confiaba en
ella, al saber que la criatura era mía, experimenté una especie de revolución
personal, tanto interna como externa. La mujer con la que vivía se fue y me
encontré solo frente a esta responsabilidad para la que no estaba en absoluto
preparado. Acepté la llegada del niño -para mí estaba excluido el recurso del
aborto-, pero me sentía desconcertado, en una disposición de ánimo muy
distinta de la de un padre. Además, era pobre y no podía prestar ayuda
económica a la madre y al niño, hasta el extremo de que cuando nació Brontis no
pude regalarle más que un oso de peluche. Poco después, la actriz se fue a
trabajar a Europa, llevándose al niño. Transcurridos seis o siete años
experimenté una profunda crisis de conciencia y volví a ponerme en contacto
con la madre de mi hijo para decirle que ahora sí tenía una mejor situación
económica y que, si lo deseaba, podía enviarme a Brontis. El niño llegó con su
oso de peluche y una foto de su madre. Entonces decidí hacerlo participar en El
Topo. La película empieza
así: yo llego tocando la flauta, acompañado del
niño, y le digo solemnemente: «Ahora ya tienes 7 años, eres un hombre. Entierra
tu primer juguete y el retrato de tu madre». El niño obedece, entierra el oso
en la arena, mete la foto en el hoyo y luego ambos nos alejamos. Pasaron los años, y me daba cuenta de que Brontis y yo teníamos dificultades
de comunicación en el plano espiritual. Tuve que reconocer que había cometido
errores y traté de repararlos. Brontis había hablado varias veces del juguete
que yo le había pedido que enterrara cuando vino a vivir conmigo. Aquel oso
había sido su primer juguete, yo se lo había regalado cuando nació, antes de
que nos separáramos durante siete años. Cuando terminamos la película, no
fuimos a recuperar el oso. Comprendí que lo había separado brutalmente de su
infancia y de su madre: una vez que hubo enterrado el retrato al lado del
juguete, no volvió a hablar de Bernadette y dejó de escribirle. Después me
confesó: «No sufrí, porque imaginé que las hormigas irían a vivir dentro del
oso, que él sería su casa». De este modo se había consolado el niño... Un día,
mucho después, cuando Brontis tenía 24 años, imaginé un acto nuevo para
reparar el anterior. El día de su cumpleaños, me dije: enterraré un oso de
peluche en el jardín de nuestra casa, lo cubriré de arena y a su lado pondré
una foto de la madre. Después me pondré un sombrero negro, parecido al que llevaba en El
Topo, pediré a Brontis que
se desvista y que venga al jardín -en la
película, el niño aparecía desnudo- para desenterrar el oso y la foto. Le diré:
«Hoy cumples 7 años y tienes derecho a ser niño. Ven a desenterrar tu primer
juguete y el retrato de tu madre». Y decidí pasar a la acción, pero tropecé
con algunos imponderables: pensaba comprar un oso lo más parecido posible al
otro, un juguete duro, relleno de paja. Pero la industria había progresado y
todos los osos de peluche eran blandos. Por lo tanto, el viejo oso rígido se
convirtió en un oso suave y flexible. En cuanto a la foto, la que Brontis
había enterrado a los 7 años era en blanco y negro; cuando busqué un retrato de
su madre para realizar el acto -Bernadette había muerto en un accidente de
aviación-, sólo encontré una en color, por lo que mi hijo, que había enterrado
una foto gris, sacaría ahora una imagen en color. En realidad, estas
modificaciones debidas al «azar» contribuyeron en gran medida al éxito del
acto. Lo que me lleva a decir que los imponderables, los elementos que no
podemos controlar, también desempeñan un papel importante en la psicomagia. Es
preciso esforzarse en cumplir el acto según las instrucciones recibidas y en
las mejores condiciones y, en esta disposición de ánimo, considerar los
imprevistos y otros cambios ajenos a nuestra voluntad como si formaran parte
del proceso. En El Topo, yo protegía a Brontis del sol abrasador del
desierto con una sombrilla negra; pero el día en que realizamos el acto ya
aquí en Francia, estaba lloviendo, y tuve que protegerlo con un paraguas negro.
En realidad, él no sabía lo que yo iba a hacer, pero, al verme imitar el trote
de un caballo como si cabalgara con él a la grupa, comprendió, se encaramó a mi
espalda y fuimos, bajo la lluvia, al lugar en el que yo había enterrado el
oso. Curiosamente, me dijo: «No he traído paraguas. Sabía que tú me esperarías
y me cobijarías», como si presintiera lo que iba a ocurrir. Desenterró el oso y
la foto en color de su mamá, nos abrazamos y lloró largamente, con la cabeza en
mi hombro, lágrimas de gratitud, como un niño lleno de ternura. Ese día
decidió enviarme por correo un poema cada
día,
y desde entonces recibo diariamente un texto suyo. Guardo sus poesías en una
caja especial. Sobra decir que la comunicación entre nosotros ha mejorado
mucho y ahora mantenemos una hermosa relación. Es una historia muy bella. En ese acto usted
reprodujo voluntariamente una situación ocurrida en la infancia... Sí, pero haciéndola justa. Retomé los mismos
elementos asociados a una carga sentimental negativa y les insuflé una carga
positiva. De este modo pagué mi deuda psicológica. Breve epistolario psicomágico Una vez que la persona ha realizado el acto,
dice
que la única remuneración que le pide es que le envíen una carta relatándole
los pasos de la ejecución. Me gustaría que explicara algunos detalles acerca
de ese correo psicomágico que se establece. Exijo la carta, por dos motivos: ya que un
acto
psicomágico presenta todas las características de un sueño, si no se anota de
inmediato se olvida rápidamente. Por otra parte, lo que se recibe debe
compartirse. La mejor manera de retribuir a un terapeuta es demostrarle cómo,
gracias a su ayuda, uno ha recuperado la salud. Saber dar las gracias es una
señal de salud espiritual. Estas cartas son, pues, parte integrante del acto
psicomágico. Lo juzgan y lo completan, por decirlo de algún modo. Esto aumenta mi curiosidad. ¿Podría mostrarme
alguna? Sí, claro. Como no es posible mostrar un acto,
nos
serviremos de las cartas. Para que se pueda entender bien el proceso,
comentaré la primera carta frase por frase. Después, cuando lea otras, dejaré
que cada cual adivine las razones que hay detrás de unos actos tan
irracionales a primera vista. ¿Empezamos? No hay que olvidar que en estas cartas no soy
yo
quien habla sino la persona a quien he prescrito un acto, acto del que él o
ella me da cuenta por este medio. Ésta es la primera e iré comentándola sobre la
marcha3: Soy psicólogo y fui a verle porque no lograba
trabajar en mi profesión. No ganaba ni un céntimo. Usted me impuso el
siguiente acto de psicomagia: tomar un tiesto en forma de doble cuadrado... [Le
dije que tomara un tiesto en forma de cuadrado doble, como el de las cartas
del tarot: doble cuadrado mágico, es decir, espíritu y cuerpo. Tenía que
trabajar con los dos.] ...de un color significativo. [¿Qué color? La persona
debía elegir un color que tuviera para ella una fuerza simbólica, a fin de que
el objeto le 3 Los comentarios de Alejandro Jodorowsky
están intercalados en el texto entre corchetes. Para facilitar su lectura, se
han hecho en las cartas pequeñas modificaciones gramaticales o de estilo. La mayoría
de los originales están en poder de Jodorowsky, pudiéndose comprobar su
autenticidad. sugiriese algo.] Dividirlo en dos partes y plantar trigo. [Aquí había
un juego de palabras: en francés hay un refrán que sugiere la idea de que
cuando plantas trigo, te crece trigo en el bolsillo, porque se llama blé, trigo,
al dinero.] En uno de los lados, el trigo debía ser plantado en cuatro hileras,
dos hileras pares y dos impares. [Para mí, hacer hileras pares e impares
simboliza el reconocimiento del hombre y de la mujer que todos llevamos
dentro: en todos los ritos de iniciación, los números impares son masculinos y
los pares, femeninos. Prestar la misma atención al hombre y a la mujer es
reconocer a la pareja que hay dentro de nosotros.] En el otro lado, el trigo sería plantado desordenadamente. [Por lo
tanto, hay un lado ordenado que simboliza la necesidad del intelecto de
trabajar con método, y otro lado en desorden, que indica la confianza dada al
inconsciente. Esta disposición espacial manifiesta que el orden perfecto sólo
existe junto al desorden.] El 7 de febrero, al volver a casa después de haber permanecido dos
días fuera, me doy cuenta de que el trigo germina. Pero el lado izquierdo
de los dos cuadrados está casi yermo, sólo
con uno o dos brotes. [Sólo ha crecido el trigo en el lado derecho... ¡Qué
misterio! ¿Por qué en el derecho sí y en el izquierdo no? Sabemos que, en
nuestra sociedad patriarcal, el lado izquierdo es el femenino: el lado pasivo
del cuerpo está simbolizado por la izquierda. En la India, la mano derecha es
la mano de Dios y la izquierda, la de la tierra, la que se utiliza para
limpiarse el trasero, mientras que con la derecha se come. Y cuando uno
escupe, siempre ha de hacerlo hacia la izquierda, nunca hacia la derecha. En
este caso, debemos comprender el mensaje que se transmite a la mujer interior:
ella niega su feminidad. Y la psicomagia, que opera a través de la sincronía o,
si se prefiere, de la poesía, se lo manifiesta a través de estos cuadros de
trigo: «Vigila tu feminidad, no descuides tu intuición, ¡atiende a tu mujer
interior!». Es como si el trigo le dijera: «No crezco porque tú no amas la
tierra. Y no amas la tierra porque no te amas a ti mismo en tu dimensión femenina».]
Me dijo que pusiera arcilla en las zonas estériles y que las regara con agua
bendita por la noche... [Para mí, la arcilla es el cuerpo humano. Se dice que
Dios hizo a Adán tomando arcilla de los cuatro puntos cardinales, y con esa
arcilla procedente de los cuatro puntos de la tierra, hizo un hombre equilibrado.
Estos cuatro lados están también en nosotros: si el ser humano no ha
establecido un equilibrio entre sus necesidades corporales, sus deseos, sus
emociones y su intelecto, no puede sentirse bien. En un ser humano bien desarrollado,
estas cuatro energías están en equilibrio. En cuanto al agua bendita, se
prescribe a fin de que el cuerpo esté bendito. Es lo primero que debe hacerse
para reanudar el contacto con la dimensión femenina en uno mismo: al pedir a
esta mujer interior que bendiga su cuerpo, la invito a que lo sacralice, a que
deje de despreciarlo, a que vuelva a tomar posesión de él], y que hiciera
pequeños corazones de alambre y los pusiera en las cuatro esquinas de la
habitación; después me pidió que rezara a mis antepasados femeninos. Compro
arcilla verde. La pongo en los lados izquierdos y, por la noche, la riego con
agua bendita, que previamente había dejado en mi altar, cerca del Buda.
También conseguí alambre para fabricar los corazones. [Le impuse un trabajo, ya
que para encontrar trabajo era necesario que aprendiera a trabajar. De ahí esas
pequeñas tareas que debía realizar y que le decían: «Aprende a amar el trabajo
o no trabajarás jamás».] El 20 de febrero
hago los corazones y los pongo según me ordenó usted. Pongo más arcilla, agua
bendita y rezo a las mujeres de mi árbol genealógico para que vengan en mi
ayuda. El día 24 sigo poniendo arcilla, agua bendita y rezando. Aparece algún
que otro brote, pero no como en el lado derecho. [Aquí él expresa su diferenciación
entre izquierdo y derecho. Establece una competencia. Es como si dijera: «Una
mujer no es como un hombre. Está disminuida, es inferior». Y cuando observa:
«No es como el lado derecho», hay que contestarle: «¡Claro que no, puesto que
es el lado izquierdo!».] Hace un mes que
no sucede nada... [En realidad ya ha sucedido todo.] Después de haber puesto
arcilla y agua bendita de vez en cuando, vi que había crecido trigo. [Resulta
curioso: dice que no pasa nada, pero en cambio ha crecido trigo.] Los lados
estériles están menos tupidos que los otros. [Siempre está la comparación...
Pero aunque no hubiera crecido más que una sola planta minúscula, en un puñado
de tierra robada de un cementerio, en pleno invierno, con unos granos
comprados en una tienda de productos dietéticos, habría sido una maravilla. En
su habitación crece trigo: ¡qué milagro!] Tengo dos
hileras de seis plantas y dos de cinco. [Eso suma 22... Recordemos que yo le
dije que usara un tiesto que fuera un cuadrado doble, a fin de que formara una
carta del tarot. Y en este cuadrado en forma de carta de tarot hay 22 plantas,
tantas como arcanos mayores. ¡Milagro!] Encontré trabajo
el 2 de marzo y sigo trabajando. Gracias por su ayuda. Consiguió su objetivo. Me gustaría conocer
otra historia. Ésta no voy a comentarla. Su autor, un escritor
norteamericano llamado R. M. Koster, atravesaba una etapa de sequía creativa y
se encaminaba hacia el alcoholismo. Su esposa conocía mi trabajo e intuyendo
que yo podría ayudarle a recuperar su creatividad le indujo a hacer el viaje
desde Panamá, donde
residían, hasta París, para que yo le impusiera un acto de psicomagia. Debo
precisar que este hombre llevaba unos diez años sin escribir un libro. Te leo
la carta que me escribió después de liberarse del alcoholismo y empezar a
escribir de nuevo, ambas cosas tras haber realizado el acto. Muy interesante el caso. Koster escribe con un desenfado que no oculta
la
dimensión trágica de su vivencia, como veremos ahora. Situación en marzo de 1987: durante los años
setenta
escribí tres novelas, las tres muy buenas, estaban ambientadas en un país centroamericano
imaginario, metáfora del Panamá. Sin que yo lo sospechara, estas novelas
prefiguraban la historia de la República de Panamá, porque, una vez que las
hube escrito, Dios decidió plagiarme: lo imaginado se convirtió en realidad. Un
artista predice el futuro, porque a diferencia de los demás conoce el presente.
Mientras trabajaba en la tercera novela, perdí el valor, angustiado por los
militares. Decidí no escribir más sobre aquel país imaginario que se llamaba
Tiniebla y, en las últimas páginas, lo destruí con un terremoto. Terminé
aquella novela en septiembre de 1978 y no he vuelto a escribir desde entonces,
he perdido confianza en mis aptitudes literarias y me he aficionado a la
bebida. Cuando nos encontramos usted y yo, le dije: «Sin confianza no se puede
trabajar. Escribir una novela es como arrojarse desde lo alto de un edificio.
Escribes sin saber adonde irás a parar. Quizá te recojan los bomberos, quizá
no. Pero, si buscas ante todo la seguridad, tienes que bajar por la escalera.
Ahí estás seguro, pero no escribes una novela. Cuando uno pretende vivir la
vida bajando por la escalera, no la vive. Llega un momento en el que hay que
lanzarse». Usted me contestó: «Estás poseído por un viejo yo. Cuando escribías
ese libro, quien escribía era otro, los personajes que hablaban también eran
otros. Pero esos personajes existen en tu inconsciente, son parte de ti. ¿Y qué
has hecho tú? Has roto con ellos, los has asesinado. Por lo tanto, esos seres
están enfadados contigo porque no llevaste tu novela a donde debía llegar. En la creatividad,
hay que obedecerse. Cuando se crea, hay que entregarse, dejar que la creación
crezca como un hongo. Hay que obedecer a lo que crece en nosotros, y tú no lo
hiciste, y así cortaste tu creatividad». Acepté su análisis, porque siempre estuve convencido de que es el
libro el que busca al escritor, al igual que es la hembra la que busca al
macho y no a la inversa. Me recomendó: 1.
Quemar mis
cuatro proyectos posteriores a la tercera novela, los que no pude terminar. La
quema debía realizarse en la habitación en la cual trabajo. 2.
Utilizar una
bebida alcohólica para encender el fuego, con objeto de cortar mi consumo excesivo
de alcohol. 3.
Como la
habitación está en el primer piso y, puesto que yo había utilizado la metáfora
del escritor que se tira desde lo alto de un edificio, es decir, que se entrega
por completo a su libro, me sugirió que, una vez terminado el rito, saliera por
la ventana en lugar de bajar por la escalera. Y precisó otros detalles que aparecerán a medida
que
describa mi acto. Reuní todo el material necesario y lo metí en un cubo de hierro:
los cuatro manuscritos inacabados, un litro de vodka, el cordel verde para atar
las hojas, un alfiler para pincharme en el dedo y derramar una gota de sangre
sobre cada manuscrito... Le prendí fuego. Inmediatamente, una horrible humareda
llenó la habitación. Cogí el cubo, a pesar de que ya estaba caliente, y lo llevé
al baño para no tiznar la habitación. Por otra parte, no quería que alguien al
ver el humo llamara a los bomberos. Cerré la puerta del baño, puse el cubo en
la taza y empecé a toser de asfixia. Salí rápidamente, cerré la puerta y,
durante los quince minutos siguientes, volví de vez en cuando para asegurarme
de que no se apagaba el fuego. Mientras tanto, empecé a preparar mi salida por
la ventana. Al igual que todas las ventanas de este país tropical, ésta tiene
una persiana de láminas de vidrio y una mosquitera. En primer lugar
desatornillé la mosquitera, y después desmonté parte de la persiana para poder
pasar, operación delicada que exigió que retirara la pieza metálica que
sostiene el vidrio. Una vez quemado el montón de manuscritos y abierta la puerta,
me envolvió la humareda. No podía respirar y saqué el cubo por la ventana,
puesto que me estaba prohibido utilizar la escalera. Lo dejé en un saliente que
hay inmediatamente debajo de la ventana y corrí a cerrar la puerta del baño
para evitar que el humo se esparciera por la casa. Por alguna misteriosa
razón, encima de la tapa de la taza quedó una hoja. Salí por la ventana, crucé
el tejado y bajé al patio. Tiré a la basura lo que quedaba de los manuscritos.
Cuando al día siguiente entré en el baño, descubrí que todavía estaba lleno de
humo y que las paredes, antes blancas, se habían puesto negras. Cuando levanté
el papel que había quedado en la taza, vi que la parte que estaba debajo
seguía blanca. Mandé limpiar el baño, pero aún hoy, al cabo de seis meses,
persiste el olor a humo y se observa la diferencia entre el rectángulo blanco
y el resto, que ahora es gris. Resultados de la psicomagia: 1.
Escribí un
artículo sobre Panamá que fue publicado por Harpers´ Magazine en
su
número de junio de 1988. 2.
Busqué un
agente literario. Este agente vendió en setenta mil dólares un proyecto de
libro escrito por mí a partir del material proporcionado por G.
Sánchez-Borbón, un exiliado. 3.
Entre enero y
abril de 1988, escribí las treinta y cinco mil soberbias palabras de este
libro. Conclusiones: Hasta ahora, ningún libro de ficción ha tocado a mi
puerta para pedirme que lo escriba, pero estoy escribiendo con mucho éxito
sobre los acontecimientos panameños. Parece que a su magia le tiene sin cuidado
el género y sólo se guía por el tema. Ya ves... Escribí una postal a Koster para
felicitarlo, haciéndole observar que no había quemado la hoja que había
quedado en la tapa. También le decía que, si quería escribir ficción, podía
proponerle otro acto psicomágico. A lo que él me contestó: «Por el momento, no
deseo más actos, porque tengo mucho trabajo. Me bullen en la cabeza muchas
ideas: cine, etcétera. Uno sabe cuándo está vacío. Ahora estoy lleno. Gracias». Se tenga o no se tenga fe en la psicomagia,
es
cierto que usted expone hechos comprobables, lo cual es impresionante. ¿Todos
sus consultantes le contestan con cartas tan prolijas como la de esta última
persona? En general, sí. Pero a veces me ocurre que,
digamos
por deformación profesional, en el curso de una conversación amistosa
propongo un acto sin que me lo hayan pedido. En esos casos, prácticamente
nunca recibo respuesta, sencillamente porque, en general, el acto no se
realiza. La persona no lo ha solicitado, lo escucha con indiferencia, quizá
entre divertida y curiosa, pero sin darle importancia. De nuevo subraya la importancia que tiene la
motivación, decisiva en toda terapia. Lo que importa es que la persona
realmente desee cambiar... Por supuesto. Si existe verdadero deseo y también
confianza, todo es posible. Voy a leer una carta muy larga que ejemplifica
ese principio: un acto de lo más simple puede adquirir una dimensión milagrosa
si se realiza con fe: Me
llamo Jacqueline. Ya le conté que mi padre se suicidó cuando yo tenía 12 años
tomando cincuenta tabletas de optalidón. También le dije que, con tantos
problemas de dinero arrastrados desde hace años, muchas veces he adoptado
actitudes suicidas. Me explicó que mi padre se había suicidado de un modo suave
(con tabletas) y que yo misma estaba suicidándome poco a poco, que en eso
imitaba a mi padre. También
le dije que mi madre había muerto tres semanas después que mi padre (padecía
una degeneración cerebral desde hacía años). Yo necesitaba expresar con un acto
algo que me asfixiaba desde hacía tiempo. Necesitaba una liberación y creo en
los milagros. Me propuso el
siguiente acto: ir a una residencia de ancianos, comprar una docena de hermosas
naranjas (grandes), regalárselas a 12 personas y hablar 12 minutos con cada una
de ellas. Enseguida, llamarle para contarle lo experimentado. Puesto que mi
padre había muerto un sábado, me dijo que realizara el acto en sábado. Traté de
comprender qué me proponía. Pensé que la residencia me situaba en la edad de mi
padre (en un principio, no se me ocurrió asociar el acto a mi madre), que las
naranjas eran símbolo de fecundidad y que, al ir a ver a personas que tenían
aproximadamente la misma edad que mi padre, yo dejaría de rechazarlo. Si en
esta ocasión le daba la vida, también yo misma me autorizaría a vivir y dejaría
de sentirme impulsada a reproducir su acto. Además, 12 naranjas, 12 personas,
eso era para mí un símbolo del arcano del Ahorcado del tarot. Por lo tanto,
tenía que ir hasta un extremo de mi árbol, hasta un extremo de mi dolor, para
lograr encontrar la alegría; quizá fuera necesario que muriese de una vez para
renacer y ocupar mi verdadero lugar. Los días que precedieron al acto no
fueron muy agradables; me encontraba mal, tenía palpitaciones y sensación de
angustia y ahogo. Busqué una residencia pública, porque pensé que tal vez sus
ocupantes fueran personas más necesitadas, peor provistas que los ancianos de
una institución privada. Tuve que desplazarme a una población situada a 43
kilómetros de la ciudad donde resido, una población que tiene el mismo nombre
que mi marido (!), donde se encuentra la residencia geriátrica comarcal. Por
consejo de un amigo, antes llamé por teléfono a la directora y le expliqué que
era psicóloga y que estaba haciendo un trabajo que trataba de la soledad de los
ancianos, para lo que necesitaba cambiar impresiones con una docena de
personas. Nada más llegar, descubrí que aquello era algo para lo que no me
había preparado. Todas las personas presentes parecían tener un comportamiento
curioso, anormal. La mayoría padecía trastornos mentales. Yo tenía razón en un
punto, porque me reencontraba con un elemento de mi pasado que me había hecho
sufrir mucho: mi madre también «se había visto trastornada» varios años antes
de su muerte, algo que yo me había negado a reconocer siempre. Allí volví a
enfrentarme con algo muy doloroso. No había elegido aquel lugar por casualidad.
A pesar del dolor, no podía dar media vuelta, tenía que seguir adelante. El
dolor me ahogaba, había tanto desvalimiento en aquellas personas... Tenía la
impresión de que estaban pidiéndome ayuda. Sentí un gran amor por todos
aquellos «viejos». Me resultaba difícil medir el tiempo que pasaba con cada
persona. Sé que hay que respetar escrupulosamente hasta el menor detalle de un
acto de psicomagia, para no «estropearlo». Usted me había indicado 12 minutos
por persona; en mi consultorio paso unas cinco horas con la persona que viene a
verme y nunca miro un reloj; allí tenía que concentrarme (lo mismo que un
ahorcado), pero era bueno, sin duda, incluso imprescindible para mí. Esto me
forzaba a situarme en un presente, a mantenerme vigilante, a darme cuenta de
que el amor que uno da es percibido por el otro, que los mensajes transmitidos
no tienen por qué ser más largos para ser más intensos. Había personas
sin dientes, por lo cual no podían comer la naranja y no querían aceptarla.
Les decía entonces que la regalaran a quien quisieran. A otras no les gustaban
las naranjas y también les decía que la regalasen. Esto debió de ocurrir
cuatro o cinco veces. Hubo un momento en que sentí mucho miedo porque un
hombre que estaba completamente trastornado se negó a tomar la naranja, incluso
a regalarla. Como con aquel hombre había discutido, no sabía si podía contarlo
como una de las 12 personas (puesto que me sobraba su naranja), lo cual
complicaba mucho el acto y temía equivocarme. El hombre me siguió mientras yo
hablaba con otras personas y por fin pude convencerle de que se quedara con la
naranja. De pronto, el hombre se cayó. Tenía las piernas deformes y para andar
se ayudaba con un aparato. Todo el mundo miraba, pero nadie se movía. Como
buenamente pude, le ayudé a incorporarse, pero se negaba a quedarse sentado
mientras yo iba en busca de una enfermera. Una vez erguido, se empeñaba en
avanzar. Había personas que decían que quería ir a su habitación, que estaba en
otro pabellón. Seguí sosteniéndolo mientras subía una escalera para ir a donde
él quería. Yo me mantenía detrás de él, para que no cayera hacia atrás y se
desnucara. Quizá parezca raro, pero yo no temía que su cuerpo me cayera encima
y me hiciera rodar por las escaleras. Sentía en torno a nosotros la fuerza de
ese amor que nos envuelve a todos. Por fin, el hombre consiguió llegar a donde
quería. Ya era mediodía,
la hora del almuerzo, y todavía me quedaba una naranja, es decir, tenía que
hablar con otra persona. Otra vez tuve miedo
de que mi acto no fuera válido. Debía interrumpirlo durante una hora y luego
volver para hablar con la última persona y regalarle la fruta. ¿Y si la interrupción
lo echaba todo a perder? Salí, me
encontré con mi marido que me esperaba y hablamos de todo ello. Había dedicado
12 minutos a cada persona y tenía la impresión de haber repartido felicidad,
de haber contribuido a aliviar sufrimientos. ¡Pero cuánto me habían dado
también a mí aquellas once personas! Quizá parezca curioso, tratándose de
personas disminuidas psíquicamente, pero todas me agradecieron que hubiese ido
a verlas. Cada vez que decía «adiós» me contestaban con un «gracias». Creo que
aunque el intelecto pierda todo o parte de lo que se llama «sentido de la
realidad», el corazón percibe igualmente el amor que se le ofrece. Por lo
menos, eso sentí en ese lugar. Al cabo de una
hora, volví para ver a la duodécima persona con mi duodécima naranja. Era un
hombre al que le habían amputado una pierna y que estaba sentado en una silla
de ruedas. Después me marché, sabiendo que aquel acto me había hecho
consciente de que hay lugares en el mundo en los que habita un sufrimiento
enorme que cada uno de nosotros podría contribuir a aliviar. En aquel asilo me
encontré frente a mi padre y mi madre. Al fin y al cabo, mis padres murieron
con tres semanas de intervalo cuando yo era todavía una niña y me sentí
totalmente abandonada; tras mi visita a la residencia, tenía la impresión de
haberles dado vida a los dos. Una vez realizado este acto, le llamé por
teléfono a usted, tal como me había pedido, para decirle lo que había sentido.
Después de escucharme, me propuso que hiciera lo siguiente: «Ve al sitio donde
compraste las naranjas la primera vez, a mediodía -las 12, me puntualizó-, y
compra una naranja, la más hermosa». Le pregunté qué día debía hacerlo y usted
me dijo que qué día fui a la residencia. Era un sábado. Entonces me ordenó:
«Hazlo un sábado. Siéntate a la puerta de una iglesia y cómete la naranja
lentamente, durante 12 minutos. Eso es todo». El sábado, 14 de
julio, fui al mercado. La víspera había preguntado si habría venta a pesar de
ser festivo. A las 12 en punto, elegí la naranja que me pareció más hermosa y
la compré. Monté en mi bicicleta y, acompañada de mi marido, busqué una
iglesia a cuya puerta pudiera sentarme. Había una iglesia, llamada Nuestra
Señora de la Paz, en la que nunca había estado porque no
me atraía su arquitectura moderna. Está en las afueras y yo no tenía más que
una preocupación: la de que pudiera estar cerrada con llave, como suelen estar
las iglesias cuando no hay oficios. De modo que dejé la bicicleta y, ¡oh,
milagro!, al empujar la puerta descubrí que no estaba cerrada. En su interior
la iglesia forma un cuarto de círculo, hay muchas vidrieras de colores
-modernas, desde luego, pero me sentía a gusto-. Era una iglesia cálida. Me
senté a rezar y a dar gracias antes de irme a comer la naranja. Entonces llegó
el sacerdote, rezó y se puso a arreglar la iglesia. Yo deseaba que se marchara
porque no me atrevía a comerme la naranja en la puerta. Cogí la bicicleta y,
junto con mi marido, que me esperaba fuera, nos apartamos un poco. Al salir, había
dejado abierta la puerta. Tenía la sensación de que ese acto tenía que hacerse
con la puerta abierta; sentía que, si no, me estaría vedado el acceso a la
felicidad. Esperamos un
poco y volvimos a la iglesia, donde vimos con alivio que ya no estaba el coche
del sacerdote. Pero volví a sentir miedo de que la puerta estuviera cerrada con
llave. No sólo no estaba cerrada con llave, sino que seguía abierta de par en
par, tal como yo la había dejado. De modo que, con gran alivio y mucha alegría,
me senté delante de la puerta abierta. A las 13:12 horas empecé a pelar la
naranja. Durante la semana, me decía que 12 minutos era demasiado tiempo para
comerse una naranja. Y es que yo no saboreo la comida, sino que la engullo. A las 13:12
empezaba para mí una hermosa revolución, la forma de terminar con aquella parte
de mí misma para ir hacia una transformación total. Empecé degustando la
primera cuarta parte. Lo que sentí entonces nunca lo olvidaré. Ahora, mientras
escribo estas líneas, experimento la misma emoción. Iba comiendo aquella cuarta
parte, despacio, a pequeños bocados. Estaba
conmovida, tenía ganas de llorar, pero de alegría. Esta vez comprendía que
hacía un bien y, quizá por primera vez, me autorizaba a vivir. Era la vida lo
que estaba saboreando, lo que entraba por mí, se deslizaba dentro de mí. Sentía
realmente que antes me había prohibido algo muy importante. La vida, sin
duda... Allí comprendí que la puerta de Dios siempre había estado abierta para
mí y que era yo quien la había cerrado. Me sentía en plena
comunión con Dios. Fue una emoción intensa. Después de degustar la primera
cuarta parte, miré el reloj: habían transcurrido cuatro minutos. El tiempo
pasaba rápidamente, luego tuve que apurarme un poco. La emoción seguía siendo
fuerte. Después de experimentar cierto dolor, seguía comiendo mi naranja con
verdadero placer. Creo que hasta entonces no había descubierto el sabor de una
naranja. Fue una revelación. En realidad, fue como si comiera por primera vez.
Me hubiera gustado que el tiempo pasara más lento, para saborearla aún más. Pero
el acto es el acto y, a las 13:24, terminé mi naranja. Entonces volví a entrar
en la iglesia y me quedé unos minutos, sin pensar en nada. En mí se había hecho
el vacío, pero era un vacío agradable, indispensable, desde luego, para que se
asentara una fuerza nueva. Después me fui con mi marido, que me esperaba en un
banco, muy cerca, porque necesitaba su compañía aquel día. Y me doy cuenta
de que, al pedirme que le escriba, sigue ayudándome. ¿Cómo lo diría? Cuando me
comía la naranja, experimenté una sensación de aceptación de la vida en mí.
Quizás correspondía al momento en que fui concebida, porque al escribirle -he
redactado la carta varias veces—, he tenido la sensación de parirme a mí misma.
Tengo el deseo de sanarme de mi pasado y debo decirle que, por el momento, es
mi hija, que tiene 12 años, quien me ayuda a avanzar en esa dirección. Ella es
lo que más quiero, y deseo que sea feliz, pero sé que no podrá encontrar la
felicidad si no le ofrezco una buena imagen de alguien que desea vivir. Es una carta conmovedora en muchos sentidos,
sobre
todo como testimonio de la fe de esa mujer en la psicomagia. El inconveniente
que presenta la «dificultad de vivir» es que se trata de un mal muy difuso.
Después de la lectura de esta larga misiva, me alegro de que esta persona
pudiera sentirse renacer, pero me gustaría que encontrara una carta más breve
donde se expusiera la resolución gracias a la psicomagia de una dificultad más
concreta, más fácil de precisar. Leeré la carta de Armelle, hija de una francesa
y de
un vietnamita. Muy acomplejada entre los franceses, vivía mal su feminidad
porque no aceptaba sus rasgos orientales. Su padre, muy marcado por la guerra,
rechazaba su país de origen. Aconsejé a esta joven que fuera a ese país en
busca de sus raíces. Previamente, en Navidad, tenía que comerse un mango,
guardar el hueso y hacerlo germinar en un vaso de agua para después plantarlo
en un tiesto treinta y tres días. A continuación, tenía que llevarlo a Vietnam
y plantarlo en un jardín de la familia paterna. Lo siguiente es lo que me
escribió una vez realizado el acto: Salí hacia Vietnam el 5 de agosto de 1986.
El vuelo
fue muy tranquilo, pero apenas empezamos a sobrevolar Vietnam entramos en una
zona de turbulencias que sacudía el avión. Entonces me sentí enferma y
mientras estábamos sobre Vietnam no hice más que vomitar en el baño. Tenía la
sensación de que una parte de mí rechazaba ese país (quizá a causa de la
aversión de mi padre hacia su propia raza). Cuando aterrizamos, me parecía reconocer a mi padre en todos los niños
con los que me cruzaba (mi padre salió de Vietnam a los 14 años). Luego,
curiosamente, me sentí angustiada de tener la regla, experimentaba la misma
sensación que en mis primeras menstruaciones. Creo que entonces restablecí el
contacto con mi feminidad. También tuve ocasión de observar la feminidad de las
vietnamitas, su naturalidad, su fragilidad, su encanto. Me sorprendió que no me tomaran por vietnamita, y entonces, por
primera vez, advertí con claridad mis raíces francesas. El 13 de agosto llegué a la ciudad natal de mi padre. Estaba muy
emocionada y lloré durante casi toda la noche, sintiendo una inmensa soledad y
una fuerte indignación contra mi padre. Al día siguiente fui a ver la casa de
mi bisabuela; fue maravilloso, porque hacía años, un 14 de agosto, había
muerto mi tatarabuela y ahora toda la familia se había reunido allí para
celebrar el culto a los antepasados. Quemamos incienso delante de los altares
de todos los antepasados. Sentí una viva emoción ante la tumba de mi
bisabuela, a la que por cierto no conocí. Después planté el mango en un jardín,
con ayuda de toda la familia. Fue un momento extraordinario: cavar la tierra amarilla de Vietnam
para plantar aquel arbolito que tenía las raíces impregnadas de tierra negra de
Francia... El contraste entre las dos tierras era un símbolo maravilloso.
Además, qué coincidencia, el jardín estaba lleno de mangos. Aquel viaje fue muy importante. Me permitió reconocer mi feminidad,
analizar y valorar la herencia de esta cultura, descubrir que había fundado mi
complejo racial en una quimera. Gracias. ¿Por qué tenía Armelle que comerse el mango
en
Navidad y luego enterrar el hueso precisamente 33 días después? Aquella muchacha no sólo tenía un complejo
a causa
de su doble origen, sino que además se encontraba entre dos religiones. Por lo
tanto, yo debía convencer a su inconsciente de que aceptara como un don sus dos
culturas, uniéndolas en ella. Cristo nació en Navidad y murió a los 33 años
para después resucitar. Y es este ciclo lo que transportó Armelle a Vietnam en
forma de planta. ¿Ha tenido ocasión de «curar» otros complejos
raciales? Sí, por supuesto. Un día me visitó un hombre
que era
hijo de padre africano y madre francesa, y casi inmediatamente después recibí a
una mujer que estaba en la misma situación. No se conocían, vinieron a
consultarme cada cual por su lado. Ambos sentían una gran amargura a causa de
su doble origen. Decidí unirlos en un acto psicomágico que realizarían juntos.
Me dije que a través de aquel acto simultáneo, realizado por dos personas de
distinto sexo, se encararían el hombre y la mujer interiores, animus y
anima. No tenían la piel ni
muy clara ni muy oscura. Les pedí que se
maquillaran uno de negro y el otro de blanco; que fueran en automóvil al Arco
del Triunfo y bajaran a pie por los Campos Elíseos; que regresaran al punto de
partida; que volvieran al lugar en el que se habían maquillado e
intercambiaran los papeles; que el negro se convirtiera en blanco y viceversa;
y que finalmente hicieran el mismo
recorrido. Leeré la carta del muchacho, que se llamaba Sylvain: Sábado por la mañana: ante mis ojos hay dos
tubos de
maquillaje. Uno tiene la inscripción «carne», el otro, «negro». El cuarto de
baño es pequeño y la muchacha que está a mi derecha me incomoda. Le falta
energía, flexibilidad, da la impresión de que va a ponerse a llorar. Ha
elegido maquillarse primero de mujer blanca. Por lo tanto, yo me maquillo de
negro. Tengo retortijones, hasta que me digo: «No pasa nada, esto no es nada.
Será divertido». En realidad, de divertido no tiene nada. Me acuerdo de lo que
me ha impulsado a aceptar bajar por los Campos Elíseos disfrazado de negro y,
después, de blanco. Me acuerdo de quince o veinte años de vida acomplejada por
mi sensación de inferioridad racial, mi confusión, mi aversión a mí mismo, mi
insatisfacción. Pienso en Laurence gritando de repugnancia en un pasillo del
colegio, hará veinte años por lo menos, al saber que yo estaba enamorado de
ella. Miro mi imagen en un espejo y me digo, finalmente, que me gusta la idea.
El automóvil nos deja en la parte alta de los Campos. Llevo peluca y gorra de rasta.
Mi acompañante es blanca y
viste de negro. Avanzamos, al comienzo rápidamente,
como con ganas de echarnos a correr, pero enseguida aflojamos el paso. Yo llamo
la atención. Nadie parece fijarse en la mujer que va a mi lado. Muchos me miran
sonriendo y me siento muy pequeño, encogido dentro de mí. Oigo comentar a la
gente: «Hey, rasta man!». Sonrío. No siento el cuerpo, no siento el
suelo que piso. Tengo la impresión de soñar, estoy incómodo. Me dan ganas de
arrancarme la peluca y borrar el color de mi piel, de gritar: «¡Este no soy
yo!». Entramos en una galería, hay poca luz y me calmo un poco. Cuando salimos,
me siento mejor. El resto del recorrido me parece más fácil y compruebo una
cosa: cualquiera que sea la imagen que la gente tenga de mí, no es más que una
imagen. Nadie puede verme tal como soy si yo no decido mostrarme. E incluso
así, ¿quién sería capaz de verme realmente? Llegamos al final de nuestro primer
recorrido. Al regresar al coche, pienso nuevamente en esta idea de la imagen y
me digo que sería interesante jugar un poco con la mía. Ya estamos otra vez en
el cuarto de baño. Me froto la cara y el color negro se va, se escurre por el
lavavo. Recuerdo que, durante toda mi infancia, me hubiera gustado ver
escurrirse así el color de mi piel. Ahora me toca hacer de blanco. El maquillaje me parece más difícil.
Me cuesta trabajo imitar el aspecto de la piel blanca. Tengo una apariencia
vulgar. La imagen que me he dado esta vez es la de una especie de fan de heavy
metal con gorra rock. El maquillarme de blanco me hace sentir que cometo un
sacrilegio. Es interesante, porque antes no sentí eso. Bajamos otra vez por
los Campos, ahora nadie parece fijarse en mí, pero muchos miran a la muchacha
que va a mi lado. Es muy negra y viste de blanco. Durante todo el recorrido me
pregunto si la gente se sentiría tan incómoda como me siento yo en este
momento, si supieran lo que estoy haciendo... Sin embargo, a fin de cuentas, todo es muy impersonal. Nadie ve nada.
La gente es indiferente, cada cual va a lo suyo. Una vuelta por Virgin
Megastore y fin del viaje. Me siento muy liviano. Siento unas ganas locas de
gastarme un dineral en ropa nueva. Es como si concluyera un sueño. Muy interesante, pero la carta no menciona
los
efectos posteriores del acto. Tanto Sylvain como Nathalie, la muchacha, tuvieron
reacciones muy positivas. Algún tiempo después los dos encontraron pareja:
Sylvain, una mujer blanca, y Nathalie, un hombre de color. Que yo sepa, las dos
parejas funcionan bien. Hasta aquí ha evocado complejos dolorosos,
pero
principalmente psicológicos: un hombre incapaz de ganarse la vida, un escritor
que no escribe, personas que no se habían reconciliado con su origen racial.
¿Sería efectiva la psicomagia en personas que hubieran sufrido un trauma
externo concreto...? Pienso, por ejemplo, en un aborto, una experiencia
traumática muy corriente, por desgracia. Pues leeré una carta relacionada con ese problema.
Brigitte se sentía culpable por un aborto que había tenido en ausencia de
Michel, su compañero. Estaba deprimida y no se resignaba. La relación de la
pareja estaba en crisis, se alejaban cada vez más uno del otro. Le propuse un
acto, pensando en que los dos juntos pudieran hacer ese funeral y enterrar por
fin al feto. Brigitte y Michel debían fabricar entre los dos una caja de madera
noble, que evidentemente simbolizaba el ataúd, y tapizarla con una tela de la
mejor calidad. Por otra parte, de común acuerdo, debían elegir una fruta que
simbolizaría el feto. Eligieron un mango. Brigitte, desnuda, debía colocarse la
fruta sobre el vientre, sujetándola con un vendaje fuerte. Michel debía cortar
las vendas con unas tijeras, como si fuera un cirujano, y tomar el mango.
Brigitte debía revivir todos los sentimientos que había experimentado durante
la operación y expresarlos en voz alta. Después de poner el «feto» en la caja,
debían enterrarlo en un lugar muy hermoso. A continuación, Brigitte tenía que
besar a Michel e introducirle en la boca, con la lengua, dos canicas de mármol,
una negra y la otra roja. Michel debía escupir en primer lugar la canica
negra. Éste era el acto prescrito. Y ésta es la carta de Brigitte: La búsqueda de los materiales se hizo con un
poco de
precipitación, como la que hubo durante la hora que precedió a la interrupción
voluntaria del embarazo. Elijo el mismo día en que ésta se realizó, un sábado
a las 18:15. El acto tiene lugar en el quirófano, con las piernas levantadas,
desnuda y con el mango encima del vientre, sujeto por una venda. Michel se
acerca. Viste de blanco, igual que el cirujano. Procede rápidamente y yo
grito, doy alaridos, siento el desgarro en el vientre, lloro mucho, lo odio,
está mutilándome. Michel ha cortado las vendas y puesto el mango en la caja. De
pronto, siento una duda: ¿había que cortar también el mango con las tijeras?
Michel quiere hacerlo, pero se lo impido. Lloro mucho. Michel me dice: «De
todos modos, el mango no puede vivir una vez arrancado». Después se sienta a mi
lado y me acaricia la frente. Noto que me odia. Está a mil leguas de mí. Ahora
hay que encontrar el lugar donde enterrar la caja. Llegamos en moto a St.
Germain-en-Laye con una lluvia torrencial. Siento a la vez amargura y un gran
alivio. Finalmente, paramos en Marly le Roi, en el parque del castillo
favorito de Luis XIV. Un sitio magnífico. Lloro
desconsoladamente. Michel me sostiene, pero sigue estando distante. Hacemos el
hoyo con las manos, donde nadie puede vernos. Casi ha anochecido. Nos besamos.
Meto a Michel las dos canicas en la boca. El escupe una, la roja, que cae al
suelo. Me pongo histérica. Michel reacciona, encuentra la canica roja y me la
da. Yo vuelvo a metérsela en la boca. Según está prescrito, él escupe primero
la canica negra, me besa y me devuelve la roja. Arrojo la negra al estanque
del parque y me siento muy aliviada. Con la roja, me haré un anillo, como usted
me aconsejó. Se reproducen reacciones psicosomáticas -rojez intensa en la
mejilla izquierda- análogas a las que se presentaron después de la intervención.
Me siento muy liberada de culpabilidad y con nuevas energías. Estoy tranquila y
serena y acepto lo que pueda llegar. Recupero la confianza en mí y en Michel.
Elijo la vida, pase lo que pase. Mis energías internas están como regeneradas,
ya no siento pánico morboso. ¿Qué significado tiene el beso con las dos
piedras de colores? Utilizo los símbolos de la vida y de la muerte
(rojo
y negro), así como la casualidad. Al darle un beso, manifestación de amor,
Brigitte proporciona a Michel la ocasión de dar la vida o la muerte. Si escupe
primero la bola negra, Michel manifiesta su deseo de matar al feto, de no ser
padre. Él mismo recoge la bola y, al metérsela de nuevo en la boca, busca otra
oportunidad. Y esta vez opta por escupir la bola roja, la vida, que deposita
en la boca de su compañera. De este modo manifiesta su aceptación de otro niño
que pueda venir. Al arrojar la bola negra a un estanque, Brigitte devuelve a
su inconsciente sus impulsos de muerte, recupera la confianza en Michel y se
libera de sus temores y de su culpa. Ahora por su cuerpo circula la vida, no
la muerte. En lo sucesivo, su sexo será centro de creación, no de destrucción. Este acto ilustra la técnica consistente en
«utilizar el lenguaje del inconsciente». Ése es, si he comprendido bien, el
resorte esencial de la psicomagia. Sí, pero también doy consejos sencillos y lógicos
que puede comprender cualquier persona al instante. ¿Esos consejos, cómo operan? Para que sean eficaces, tengo que aprovechar
la
oportunidad, o provocarla, encontrar el momento propicio para dispensarlos.
Es una cuestión de ajuste, por así decirlo. El mismo consejo, dado en un mal
momento, puede resultar ineficaz. El proceso puede compararse al fútbol: si
lanzas a la portería sin que haya hueco suficiente, por preciso que sea el
tiro, no pasará la barrera de la defensa. Por el contrario, si aprovechas un
momento de vacilación, una debilidad del portero, la pelota entrará. Asimismo,
cuando una persona baja un poco la guardia, yo trato de meterle un gol
psicológico. Hay que tener presente que el que cae en un vicio se mantiene
constantemente a la defensiva. El ego se niega a ceder. Por lo tanto, tengo que
aprovechar o provocar un momento de distracción, a fin de hacer pasar una orden
a través de las líneas de la defensa, hasta el inconsciente. Para que el
consultante haga suyo el consejo, hay que perforar su yo obstinado y tocarlo
en una zona de sí mismo mucho más impersonal. ¿Tiene alguna carta que ilustre ese principio? Aunque no sea una carta propiamente dicha,
servirá
este testimonio redactado por el célebre dibujante Jean Giraud, alias Moebius. Conocí a Alejandro a mediados de los años setenta.
Trabajábamos en la película Dune.
Hacía dos meses que cada día
me daba
una sorpresa con su manera totalmente surrealista de proponer, no ya la
creación de una obra, sino también cualquier pensamiento o situación. En esos
días, uno de los problemas que más me agobiaba era el del tabaco. ¿Cómo pasar
largas horas con aquella apasionante persona sin puntuar mis reflexiones con
grandes bocanadas de humo azul?
Imposible cualquier transgresión: Alejandro, invocando supuestas crisis de
asma mortal, había hecho del cigarrillo un tabú en el plato, y yo tenía que
aislarme, como un colegial culpable, en el patio que colindaba con nuestro
edificio. Un día, conversando alegremente con varios compañeros del equipo de
producción, mientras tomábamos un refresco en la terraza de un café, interpelé
a Alejandro en tono festivo, pensando tal vez en ponerle en un aprieto, o quizá
tan sólo por decir algo: «Alejandro, tú que has tratado a tantos magos y que
incluso te las das de mago -en aquel entonces, yo tenía de la magia ideas
confusas que aderezaba con ironía-, ¿no podrías, con un encantamiento o
sortilegio, ayudarme a dejar el tabaco?». ¿Qué esperaba? Una respuesta-pirueta que provocara la risa y
consignara mi pregunta a las brumas del olvido. Pero, para mi completo
desconcierto, Alejandro, en lugar de escabullirse, me contestó que sí, que
conocía una magia poderosa, infalible, que él me mostraría en aquel mismo
momento, si yo quería. Pero antes tenía que estar seguro de que mi propósito de
dejar de fumar era real porque el hechizo era fuerte, y tenía que hacerme a la
idea de que, cuando la magia empezara a obrar, yo no volvería a fumar ni una
sola vez en toda mi vida. Alrededor de la mesa se hizo el silencio, la atención estaba concentrada
en lo que yo acababa de promover. Alejandro me miraba con una hilaridad
discreta y amistosa. Yo pensaba en el humo amigo, compañero impalpable, siempre
disponible, discreto, eficaz y tranquilizador, en el chasquido alegre del
encendedor, en el rasgueo del fósforo... ¿Estaba dispuesto a abandonar estos
placeres, aparentemente indispensables? Pero también pensaba en el gris de la
ceniza que parece invadirlo todo, en la respiración fatigosa, en la tos ronca y
dolorosa de la mañana... Decidí dar el paso. Además, sentía curiosidad. No
sólo vería a Alejandro proponer un acto mágico, sino que yo sería el objeto. Me
incitaba otra cosa: los compañeros presentes esperaban mi decisión. ¿Iba a
defraudarlos privándolos de ver la magia en acción? -De acuerdo,
estoy preparado. -¿Ahora? -Ahora. -Muy bien.
Dame tu paquete de cigarrillos. Saqué mi paquete de Gauloises, del que me había fumado la tercera parte.
¿Le echaría un sortilegio, lo transformaría en calabaza? Después de murmurar
extraños encantamientos, Alejandro dijo muy serio: -Mi magia es poderosa pero muy simple. Para dejar de fumar, basta con
tomar la decisión y tú ya lo has hecho. La clave está en acordarse de esa
decisión, y aquí interviene la magia. ¿Quién tiene un lápiz? Le tendí el que tenía y contemplé, fascinado, los ademanes seguros
con que mi amigo retiraba la envoltura de celofán. Tomó el lápiz... Ahora
vería qué signo cabalístico, qué poderoso sortilegio transformaría mi paquete
de cigarrillos empezado. -Muy sencillo: en una cara escribo esta palabrita: «No», y en la otra,
esta frasecita: «Yo puedo». Alejandro volvió a poner el paquete en la bolsa de celofán y me lo
devolvió como si fuera una bomba preparada para hacer explosión o nada menos
que el Santo Grial envuelto en el vellocino de oro. Me dijo que guardara el
paquete media docena de semanas, hasta que, liberado de todo deseo de fumar, se
lo regalara a un necesitado (que debió de preguntarse qué significaba aquello
de «No» y «Yo puedo»). Y desde entonces no he vuelto a sentir el menor deseo de encender un
cigarrillo. Bueno, en este caso se puede decir que lo que
salva
es la fe. Sin embargo... A veces, un acto en apariencia absurdo puede
ayudar
a curar una enfermedad, porque un acto «habla» al inconsciente, y éste toma
los símbolos por realidades. La enfermedad es síntoma de una carencia. Si el
inconsciente siente que esta falta se ha subsanado, deja de quejarse por medio
de los síntomas. Por ejemplo escucha la carta de esta mujer, Sonia Silver: Fui a verle al Cabaret Místico el 30 de octubre
de
1992 y le hice una
pregunta: «Hace dieciocho meses que siento un fuerte dolor en la nuca. ¿Este dolor
puede ser efecto de una regresión desde un punto de vista espiritual?». Había
consultado a médicos, acupuntores, masajistas, osteópatas, ensalmadores,
curanderos y, desde luego, tomado antiinflamatorios, cortisona,
infiltraciones, etcétera. Nada había hecho efecto. La noche del miércoles 30
de octubre, usted me indicó un acto psicomágico: debía sentarme en las
rodillas de mi marido y él tenía que cantarme en la nuca una nana. Pero lo que
usted no sabía es que mi marido es cantante de ópera. Me cantó una canción de
Schubert. Estoy curada, ya no me duele y no me cansaría de darle las gracias... ¿Qué había pasado? Muy sencillo: hice una ecuación entre la nuca,
el
pasado y el inconsciente. Intuí que la relación de Sonia con su padre no había
podido desarrollarse adecuadamente. Al sentarla en sus rodillas, el marido,
simbólicamente, desempeñaría el papel del padre y ella volvería a su infancia.
Por otra parte, cantándole una nana a la altura del punto doloroso, realizaría
un deseo de la niñez que no había sido satisfecho, es decir, que el padre la
durmiera y se comunicara con ella en el plano afectivo. Una síntesis impresionante... De todas formas,
no
sanó a Sonia de la carencia que experimentaba a causa de su relación frustrada
con su padre. No, ni lo pretendía. Pero la psicomagia la
curó de
uno de los síntomas engendrados por esa carencia. Ni más ni menos. Aunque
alguna vez también he conseguido aliviar directamente el sufrimiento causado
por la ausencia del padre, como se puede ver en la carta de este hombre llamado
Patrick: Desde niño, siempre había sentido cierto malestar
en
relación con mis padres. Tengo 45 años y, hace ocho, mi madre me reveló que era
hijo ilegítimo. Ella no se lo había dicho a nadie. A la muerte de su marido -el hombre al que yo había
considerado mi padre y que me educó- mi madre destruyó todas las fotos y se
deshizo de todos los recuerdos de mi progenitor, muerto cuando yo tenía 3 años
y del que no me acuerdo en absoluto. Experimenté una viva cólera al pensar que
nunca vería su cara. Asistí a una de las conferencias que usted pronunció
acerca del árbol genealógico y le pregunté qué se podía hacer cuando una
persona no ha conocido a su padre ni tiene ninguna foto de él. Usted me
contestó que, si yo no había sido reconocido por mi padre, pero sabía dónde
estaba enterrado -esto sí me lo había dicho mi madre—, tenía que ir a su tumba
para declararme hijo suyo introduciendo una foto dentro de la sepultura. Así lo
hice después de ciertas vacilaciones. Poco a poco mi rabia se fue atenuando. Acepté la idea de no ver nunca
sus facciones. Hace quince días mi madre, que estaba convencida de haber
destruido hasta el último recuerdo de aquel hombre, encontró una foto y me la
dio. Este encuentro con mi padre fue y sigue siendo una gran alegría para mí.
Por primera vez en mi vida tengo conocimiento de mi identidad. Ahora me siento
reconciliado y lleno de amor hacia mis dos padres y también hacia mi madre. Su
consejo fue providencial. Gracias de todo corazón. Este ejemplo ilustra una de mis convicciones,
a
saber, que la realidad funciona como un sueño. En el mismo instante en que
Patrick pone su foto en la sepultura de su padre, su inconsciente infunde
realidad al símbolo y lo une a la figura paterna. Entonces ésta puede surgir
en el sueño que es la vida. No habiendo podido impedir esta unión, es decir, la
aparición de la verdad, la madre colabora, encuentra la foto y da a su hijo la
imagen que hará que él se sienta completo. Para mí, todos los acontecimientos
están íntimamente ligados entre sí. Un acto bien realizado repercute sobre el
conjunto de la realidad. La madre colaboró en el acto inconscientemente. Por eso es preciso que las personas implicadas
en un
acto estén informadas de su objetivo,
a fin de poder participar con fervor en su realización. Daré un ejemplo de una
colaboración consciente y bien lograda. A Gérard, un hombre a quien su
constante exigencia afectiva le provocaba un gran sufrimiento con respecto a su
mujer, le aconsejé que comprara dos cirios grandes y un ovillo de lana roja
para realizar un acto con ayuda de su madre. Esta es su carta: El lunes de Pascua, después de desayunar juntos,
mi
madre y yo fuimos a Notre-Dame a comprar los dos cirios. Había mucha gente.
Después, la invité a almorzar en un restaurante chino. Hablamos mucho, de
Dios, de la vida, de la familia. Después volvimos a casa. Poco antes de la
medianoche, fuimos a su habitación (ella y mi padre duermen en habitaciones
separadas). Pusimos los cirios encendidos en la chimenea. Estaban orientados en
sentido norte-sur. Yo los tenía detrás, uno a la izquierda y el otro a la
derecha. Luego nos atamos firmemente el uno al otro con la lana roja. Nos
atamos todo el cuerpo: pies, piernas, tronco, brazos, manos, cabeza...
Quedamos unidos de modo que cuando uno se movía, el otro tenía que seguir su movimiento. En ese instante reviví el vínculo que tuve con mi madre durante mi
infancia y adolescencia. En aquella época, me creía obligado a seguir todo lo
que ella indicaba, a ver las cosas como ella, a pensar como ella, a actuar
como ella... Entonces sentí, a la altura del vientre, un calor que desapareció
al poco rato. Permanecimos así atados hasta la medianoche. Los dos estábamos
muy tranquilos. A medianoche, empecé a cortar la lana, primero por abajo, los
pies, la infancia... Cada uno cortó la mitad de los nudos, de las ataduras,
pero ella quiso que yo cortara alguno más. Cuando pudimos separarnos pensé:
«Ahora, a partir de este instante, soy libre». Le di las gracias y un beso. Nos
quedamos hablando un buen rato, pero ella estaba cansada. Soplé los cirios,
tomé uno y me fui a mi casa. La última parte de mi acto consistía en hacerle un
regalo que antes tenía que soñar. Un día tuve una idea: el único regalo que podía
compensar la ruptura provocada por el acto era agradecerle todo lo que me
había dado. El sábado 9 de mayo, a medianoche, le escribí con sangre: «Te doy
las gracias por todo lo que me has dado. Te quiero. Que Dios te bendiga».
Después sellé la carta con la cera del cirio de Notre-Dame que había encendido
antes de escribir. Aquel acto transformó mi vida; a partir de aquel momento,
dejé de agobiar a mi esposa como había hecho hasta entonces a causa de una
exigencia afectiva que venía de mi infancia. Ahora me gustaría mostrar otra carta que trata
de un
problema de identificación con la madre. La escribe una pintora, víctima de
fuertes crisis de asma. Aquí me serví del elemento onírico que utiliza la
artista en su propia pintura. Además, esta carta también es interesante porque
presenta el caso de una persona que ya había recurrido a la psicomagia y se
había sentido aparentemente curada hasta sufrir una recaída, que requirió un
nuevo acto. A veces un acto puede hacer desaparecer una dificultad sin extirparla
de raíz, y entonces es conveniente prescribir un nuevo acto: ...Le pregunté por qué, después de visitar
un osario
de apestados en Nápoles, sufrí una fuerte crisis de asma, al cabo de un año de
no haber tenido recaídas. También le pregunté por qué, desde el día de la
inauguración de mi exposición sobre los «ángeles», que tuvo lugar casualmente
el 8 de junio, víspera del vigésimo aniversario de la muerte de mi madre, había
vuelto a tener crisis de asma frecuentes y había vuelto a tomar diariamente
medicamentos que había creído no necesitar más. Y es que, después de enterrar,
por consejo suyo, todos los medicamentos bajo la tumba de mi madre, hacía
exactamente un año, me consideraba definitivamente sanada. En verdad, no había
tenido ni una sola crisis, hasta aquel día en Nápoles. Me contestó que
probablemente no me autorizaba a mí misma a tener éxito en la profesión que
amaba porque mi madre había muerto después de una larga enfermedad sin haber
podido alcanzar su plenitud. Me aconsejó entonces que pintara un esqueleto y
que encima dibujara un ángel, cuya túnica opaca tapara los huesos. Me proponía
que, en cierto modo, sublimara en el ángel mi pena por mi madre. La idea me
agradó. Seguí su consejo y, a pesar de mi actual incapacidad para pintar, hice
un esfuerzo y fui a mi estudio para hacer el dibujo. Pinté el esqueleto, pero
como no me gustaba dibujé otro encima y luego hice el ángel blanco. Días
después tuve una fuerte crisis de asma con bronquitis que me costó mucho
vencer. Estaba desesperada y tan fatigada que tuve que ir a descansar a la
montaña. Me sentía confusa y dudaba de todo y de todos. ¿Por qué la psicomagia
había fracasado esta vez, llegando incluso a provocar un resultado inverso al
que esperaba? Misterio... Me sentía desconcertada hasta que reflexioné y
recordé que, antes de dibujar el ángel, había hecho dos esqueletos, ¡dos
esqueletos para un solo ángel! Comprendí que, inconscientemente, me sentía aún
fuertemente atrapada por la pena, aquella pena que me hacía enfermar. A mi
regreso, repetí la psicomagia. Esta vez dibujé un esqueleto y, después, un
ángel. Al día siguiente, reduje las dosis de medicamentos a la mitad. Al otro
día, los suprimí del todo. ¡Estaba curada! Los actos de los que dan testimonio estas cartas
ponen de manifiesto diferentes facetas de la psicomagia. ¿Podría seleccionar
una última carta en la que, gracias a su asombrosa disciplina, haya
neutralizado un mecanismo psicológico común? Pienso, por ejemplo, en el miedo.
Es un hecho reconocido que, en muchos casos, el miedo enmascara un deseo
reprimido. ¿Tiene en su archivo algún «caso» que revele y resuelva esta
dinámica en sí muy banal? Tengo muchas cartas de este tipo, pero elijo
ésta
porque es la prototípica: Una noche de mayo, regresando de una de sus
conferencias,
en el portal de mi casa me atacó un hombre enmascarado que quería violarme. No
lo consiguió, pero pasé mucho miedo y seguramente trasladé mi espanto al lado
derecho del cuerpo, que a la mañana siguiente estaba como paralizado. Aquello
me provocó una gran aversión hacia los hombres, no soportaba su contacto y, a
veces, no podía ni estar sentada a su lado. El miedo se apoderó de mí y, si
volvía tarde a casa, subía los seis pisos corriendo. Yo, que nunca antes
cerraba la puerta con llave, me aislé del mundo exterior parapetándome detras
de tres cerrojos. Pero el miedo no se quedaba al otro lado de la puerta, sino
que me acompañaba siempre... Usted me prescribió un acto: «Ve a Pigalle y
compórtate como una puta. Da una excusa para no irte con los hombres que se
acerquen». Una coraza de plomo no me hubiera parecido más pesada... Elegí un 17
de julio porque el número 17 corresponde a la Estrella en el tarot y a
Acuario, mi signo, con lo que me ponía bajo su protección. No conocía bien aquel barrio, de modo que fui primero a reconocer el
terreno. Por supuesto, me resultaba muy difícil interpretar ese papel,
completamente nuevo para mí. El 17 por la noche, a las 9, vestida con
minifalda, una blusa muy ceñida, zapatos de tacón y medias de malla, y muy
maquillada me encaminé a Pigalle. Deseaba no encontrarme con ningún vecino por
el camino. En un andén del metro, un hombre se acercó para preguntarme, primero,
si tenía fuego, después, la hora y, por último, por una estación del metro. Yo
me sentía dentro de la piel del personaje y observaba lo que pasaba en mí. En
Pigalle me esperaba un amigo y su presencia me tranquilizó. Me senté en la terraza de un café elegido a propósito. Crucé las
piernas con descaro y encendí voluptuosamente un cigarrillo rubio, mientras
observaba mi entorno. Descubrí las miradas de los hombres, ávidas,
despectivas, perversas, etcétera. Mientras afrontaba aquellas miradas, notaba
que en mí, en mi vientre, surgía una nueva fuerza. Transcurrió una hora, se
acercaron cinco o seis hombres que querían subir conmigo a casa. Me negué,
pretextando una enfermedad benigna. Algunos debieron de pensar que tenía sida. Después de cenar con mi amigo Hervé, volví a casa agotada, pero ya no
tenía miedo y desde entonces he podido relacionarme con los hombres y subir mis
seis pisos sin problemas. He dejado de esconderme y me siento en paz. Este acto me ha permitido descubrir cómo en mí coexistían varios
personajes, manifestarlos, vivir mi miedo y superarlo. Experimenté una gran
liberación y la confianza de que en adelante podría avanzar, seguir mi camino.
Sin este acto, qué duda cabe, lo hubiera reprimido todo. Ahora siento que me
he abierto. El miércoles pasado, al volver de la conferencia, vi que un hombre me
seguía. Quería acostarse conmigo. Me vino a la memoria el acto y toda la fuerza
que había extraído de él. Discutí con ese hombre y pude ver el miedo en sus
ojos. Tomé conciencia de mi propia fuerza y él también la sintió. Salió del
edificio y yo subí a mi apartamento tranquila, confiada. Mucho amor,
alegría y armonía para usted y su familia. ¡Que esta bella carta cierre este breve epistolario
psicomágico! La imaginación al poder ¿No será la psicomagia demasiado simple y un
tanto efímera?
Un psicoanálisis requiere años y hay terapias que se prolongan durante largos
períodos... Un laberinto no es sino una maraña de líneas
rectas.
Me pregunto si, a veces, análisis y terapias no tenderán a introducir
sinuosidades en las rectas... Además, un acto tiene un carácter más
concluyente que cualquier palabra. No obstante, debo precisar una cosa: rara
vez prescribo un acto a una persona sin estudiar previamente lo que llamo su
árbol genealógico: su familia, padres, abuelos, hermanos, etcétera. O sea que cada uno de los actos que hemos examinado
no es a fin de cuentas sino un episodio de un proceso más largo. Sí, pero un episodio grave y decisivo. Si tengo
un
clavo en el zapato, todo mi mundo, mi sensibilidad, se verán afectados. Antes
de pretender ir más allá, afinar mi visión, tengo que extraer el clavo. Del
mismo modo, cuando sufrimos un trauma, toda nuestra existencia se resiente.
Importa, pues, remediar este trauma. Por otra parte, me parece que la psicomagia
ayuda a
resolver ciertos problemas concretos y específicos. La veo más como una
intervención puntual que como una terapia, digamos, global... Sólo hay una curación global: encontrar a Dios.
No
hay otra. Sólo el descubrimiento de nuestro Dios interior puede curarnos para
siempre. Lo demás es andarse por las ramas. Una terapia no puede ser sino
parcial. ¿Qué decir ya, a punto de dar término a estas
conversaciones que hemos mantenido? Es importante subrayar la importancia de la
imaginación. En cierto modo, aquí me he entregado a un ejercicio de autobiografía
imaginaria. No en un sentido de «ficticia», ya que todos los hechos
consignados son ciertos, sino en el hecho de que la historia profunda de mi
vida es la de un esfuerzo constante para expandir la imaginación, hacer
retroceder sus límites, aprehenderla en su potencial terapéutico y
transfigurador. Si algo enseño es imaginación. Alejandro Jodorowsky, profesor de imaginación. Exactamente. Enseño a la gente a imaginar.
Durante
la mayor parte del tiempo no tenemos idea de lo que puede ser la imaginación,
no concebimos siquiera la amplitud de sus registros. Porque, aparte de la
imaginación intelectual, existe la imaginación sentimental, la imaginación
sexual, la imaginación corporal, la imaginación económica, la imaginación mística,
la imaginación científica... La imaginación actúa en todos los terrenos,
incluidos los que consideramos «racionales». En todas partes tiene su lugar.
Importa, pues, desarrollarla para abordar la realidad, no a partir de una
perspectiva única, sino desde múltiples ángulos. Normalmente, visualizamos todo
según el estrecho paradigma de nuestras creencias y condicionamientos. De la
realidad, misteriosa, tan vasta e imprevisible, no percibimos más que lo que se
filtra a través de nuestro minúsculo punto de vista. La imaginación activa es
la clave de una visión amplia, permite enfocar la vida desde puntos de vista
que no son los nuestros, pensar y sentir a partir de diferentes ángulos. Ésa
es la verdadera libertad: ser capaz de salir de uno mismo, atravesar los
límites de nuestro pequeño mundo individual para abrirse al universo. Me
gustaría que los lectores de nuestro libro aceptaran, por lo menos, la idea
del poder terapéutico de la imaginación, de la que la psicomagia, a fin de
cuentas, no es más que una modesta aplicación. Lecciones para mutantes (entrevistas con Javier
Esteban) Nota preliminar Alejandro Jodorowsky
aceptó
que iniciáramos estas Lecciones
para mutantes sólo si resultaban
útiles
a los demás. Mi respuesta fue
que si lo eran para mí, hombre escéptico y un tanto averiado, podrían serlo
para otros. Así decidimos realizar este
trabajo que complementa, diez años después de su aparición, su mítica obra Psicomagia.
Estas entrevistas son, por
tanto, fruto de una experiencia
entre
alguien dispuesto a compartir
conocimientos y alguien que quiere aprender. Más que constatar certezas, nuestras palabras hilan
constantes dudas y amables
respuestas. Por sus circunstancias personales y por su
nivel
de conciencia, Jodorowsky ha abierto senderos y atajos en la búsqueda de la felicidad. Lejos de ser un
gurú (no le gusta esa figura), nuestro autor es un ser evolucionado de la especie
que, precisamente por
ello, se ríe de sí mismo. Sus recorridos son aptos para toda una generación
efervescente
de mutantes que hacen uso de fórmulas individuales de conocimiento y autorrealización.
Para sanar, para crecer, Alejandro
nos muestra que el hombre tiene a su alcance llaves como la meditación, el
arte, los sueños, ciertas sustancias sagradas, la
magia, la alquimia, el lenguaje, el humor o el tarot. A estas
técnicas está
dedicada la primera parte de Lecciones para mutantes. A lo largo de su ajetreada existencia,
Jodorowsky ha atravesado un formidable periplo humano de miles de
años en tan sólo unos
pocos, ha visitado culturas y conocido experiencias, formando al mismo
tiempo parte de
la vanguardia cultural con sus aportaciones al cómic, el cine o la literatura.
Este viaje por la memoria de la humanidad es un
continuo e imaginativo reto y un profundo ejercicio de superación, donde
antes que nada es necesario
saber quiénes somos, olvidando parte de lo aprendido, tal y como
revela el autor en la segunda
parte de estas lecciones. Jodorowsky concibe las experiencias de ruptura y cambio de un
modo personal, desconfiando de toda Iglesia,
«monigote» o comisionista del espíritu. Desde la libertad y para la libertad, utiliza una síntesis de vivencias que
resultan terapéuticas y necesarias
al último hombre: ese que ha dejado de luchar por la pura supervivencia y busca
su desarrollo interior. Al margen de
cualquier revelación o texto sagrado, de toda tradición dogmática o ideológica, Jodorowsky
entiende que la realidad debe ser
percibida en primera persona y realizada artísticamente. A esa formidable búsqueda, a ese loco tanteo, está
dedicada la tercera parte de esta entrevista. Las ideas del autor sobre los distintos
niveles de conciencia o tantas otras cuestiones entroncan con la
filosofía perenne en estado
puro, pero lejos de los estrechos marcos de las religiones tradicionales.
Aunque
hable de Dios, Jodorowsky no es teísta ni ateo, espiritualista ni religioso,
sino simplemente persona.
Para él, la salud es el equivalente único de la moral, porque nuestra
realización no puede esperar el más allá, sino que debe llevarse
a cabo en este mundo, rompiendo
los límites que lo
impidan. Algunas de estas ideas atestiguan el fenómeno llamado «religión a la
carta» que viene extendiéndose por nuestras sociedades en los
últimos tiempos. Alejandro es un visionario en la medida en
que su nivel de conciencia
se asoma más allá de los límites de su tiempo. Un «iluminado»
que detesta la posibilidad de
fundar una escuela, pero que dedica desde hace años su tiempo al
extraño empeño de la santidad civil. Sus
intuiciones sobre la sociedad, la religión y el destino de la humanidad han sido
recogidas en la cuarta parte, en forma de
visiones que incluyen un ejercicio de futurología donde el lector
encontrará muchas
de las ideas e impresiones
del autor. En estas entrevistas no podía dejarse de
mencionar la actividad terapéutica, que el autor considera fundamental y que
realiza en diversos talleres por todo el mundo. En el capítulo dedicado al
arte de sanar, Alejandro
repasa y aclara algunos aspectos ya expuestos en su Psicomagia. La última parte de este
trabajo es un canto a la vida que refleja la actitud feliz y luminosa
de nuestro personaje. La transcripción de las palabras de Alejandro
en ningún caso ha
sido fácil, pero sí respetuosa y en la medida de lo posible literal, aunque las
limitaciones de la escritura se han hecho evidentes al no poder recoger
toda la riqueza de
su discurso oral. Confío
en poder transmitir algunas de sus intuiciones a quienes buscan respuestas
y
experiencias en el maravilloso viaje de la existencia. He huido
de la entrevista
especializada en cualquiera de las técnicas que maneja el autor, aunque aquí
se hable de casi todas
ellas. Así es, en conclusión, esta obra de impresiones: una guía
para todos los que deseen
transformarse y no
un manual para eruditos; un testigo de su manera de hacer y de vivir,
una modesta
enseñanza en forma de diálogo en la que yo representaría a una nueva generación
de mutantes. He de confesar que creo que en principio
Alejandro aceptó
realizar estas entrevistas simplemente por ayudarme, aunque luego le gustara
el resultado y lo considerara útil para los demás. Fui a París con un cierto complejo de
entrometido. Durante aquellos días, me dedicó pacientemente
una hora y media diaria en su casa.
Al final de cada entrevista, yo podía traducir
mentalmente sus respuestas en ejemplos que caían como cataratas de imágenes. El estado de ligera
alteración de conciencia daba paso a
una agradable borrachera telepática. Preguntas
hilvanadas como cadenas de imágenes. Acabábamos hablando del halo de los santos, sin motivo alguno. A la salida, el
segundo día, me confesó: «No sé si resultará útil todo esto porque no me acuerdo
de nada de lo que te he dicho». Jodorowsky tuvo la delicadeza de contestar en estado de trance a mis preguntas. En esas horas de diván
me sentí como un escultor golpeando un
inmenso mármol del que saldría una cara, un
extraño retrato que a su vez sería un espejo para los demás. «¿Cómo lo ves?», me repetía, como si lo estuviera
pintando. Durante los días en que pude asistir a su casa la dinámica fue variando. A menudo mis preguntas reducían el
nivel
de su discurso, pero otras veces lo
catapultaban. Viajamos mucho juntos. La ebriedad a veces duraba horas. De
todas las imágenes que guardo de
aquellos días una me visita de vez en cuando en forma de sueño: somos pinceles que dibujan su propia vida, que se
transforma a cada instante. Javier Esteban París-Barcelona,
marzo-julio de 2003 Llaves
del alma I Sueño y vigilia son dos caras de la realidad
secretamente unidas. Entender los sueños es un camino para conocernos y para
cambiarnos, pero ¿hasta qué punto podemos hacerlo teniendo en cuenta que son regalos
que no pedimos? Sí podemos. Yo he pasado a lo largo de mi vida
por
distintos procesos con respecto al sueño. Venía de una familia neurótica,
estaba angustiado, tenía unos padres que se odiaban y ello me producía
pesadillas terribles. Tuve que vencer esas pesadillas enfrentándome a ellas,
derrotando mi neurosis. Es cierto que contaba con el don de hacer sueños
lúcidos, de dirigirlos, desde muy joven. Al principio, los sueños lúcidos se
presentaban en forma de tentaciones: me despertaba dentro del sueño y quería
obtener fama, hacerme millonario, tener experiencias sexuales. Al final, lo que
sucedía es que me quedaba atrapado. En el momento en que pedía cosas individuales,
me sumía en el sueño y consecuentemente perdía la lucidez. Volvía a meterme
dentro de un sueño ingobernable. Más tarde, en mis sueños comenzó a hacerse
presente el deseo de ser mago: jugaba con las imágenes, me volvía gurú, quería
poder. De nuevo, atrapado, perdía la lucidez. Los sueños van cambiando y puedes hacer dentro de ellos distintas cosas,
como un demiurgo. Pero después te das cuenta de que si uno sueña es por algo y
que no es sano interferir en el desfile de imágenes. Ha llegado, por fin, el momento en que soy simplemente un testigo de
mis sueños: los contemplo y descanso. Actualmente, no sé realmente si sueño o
no, porque en mis sueños el personaje soy yo tal y como soy en la vida real. ¿Mezcla la vigilia y el sueño? No, no es eso. Me refiero a que, cuando sueñas,
normalmente no eres tú, tienes otras personalidades, eres capaz de hacer cosas
que no haces en la vida real. En mis sueños, sin embargo, yo ayudo a la gente:
sigo dando clases, leo el tarot, doy conferencias. En realidad, ya no hay
diferencia entre lo que hago en mis sueños y lo que hago despierto. Eso al
margen de su lenguaje o contenido simbólico. Anteanoche, iba en un avión en
plena oscuridad y el avión entró en la luz. Lo que tengo ahora son sueños
felices, ya no tengo pesadillas. No tengo miedo porque controlo esas
situaciones. Duermo sin ninguna tensión. Se aceptan los sueños tal y como
vienen. En cierta manera -no digo que mi ego, porque no me estoy refiriendo
exactamente a mi personalidad- mi identidad se ha solidificado. Se ha
coagulado. Mi personalidad en el inconsciente es exactamente igual que en la
vida real. ¿Qué terapia recomienda para vencer las pesadillas? Yo comencé por Freud y resultó muy divertido:
para
él los sueños son deseos reprimidos, deseos frustrados, etcétera. Con Jung
también disfruté: soñaba y luego prolongaba los sueños en duermevelas, continuando
la historia, interrogando al sueño para ver qué me quería contar. Luego seguí
con los sueños despiertos, desarrollando la imaginación. Hay muchas terapias
magníficas. En los sueños lúcidos nos acercamos a lo que hacen las tribus de
los senoi, que trabajan con los sueños durante el día, realizándolos a través
de una especie de teatro. En otras escuelas los esculpen, hacen figuras, los
pintan... De este modo los introduces en tu vida real, ¿no? Pero todo esto es sólo para cuando estamos enfermos. Cuando te curas
ya no necesitas hacer nada. Simplemente vives, simplemente sueñas. No hay
represión. ¿Los sueños nos enseñan la verdadera naturaleza
de la vida? La vida nos enseña la verdadera naturaleza
de la
vida. Y la verdadera naturaleza de la vida es una mezcla de sueños y vida.
¡Porque toda la vida es sueño! Esto ya lo dijo Calderón, que tenía un nivel de
conciencia altísimo para su época. Cuando vives el ahora, ese instante nos
parece real, pero una hora después pertenecerá a la memoria, y las imágenes de
la memoria tienen exactamente la misma calidad que las imágenes de un sueño. Podríamos decir que vamos montados en un sueño y que todo esto, en la
medida en que vamos avanzando y viendo, se va infiltrando en el mundo de los
sueños y se va convirtiendo en sueño. Pero ¿qué ocurre con los sueños? Pues
todo lo contrario: soñamos y esos sueños se van introduciendo en nuestra vida
real. Los sueños se van haciendo realidad, como la realidad se va convirtiendo
en sueño. Todo lo que sueñas se acaba haciendo real. Usted cuenta que podemos acceder a los difuntos
que
aparecen en los sueños y que moran en un lugar de nuestra memoria, que pueden
darnos consejos y ayudarnos... Tenemos una mente colectiva, un inconsciente
colectivo
que está en algún lugar. Debe de haber una región de los muertos que se
encuentra en el inconsciente colectivo. Lo que se ha llamado «infierno» en
algunas culturas. A través de los sueños, también ha llegado
a ser
consciente de la existencia de la magia, ¿verdad? En los sueños lúcidos puedo cambiar voluntariamente
algunas cosas, pero hasta cierto punto. No puedo cambiar todo sino una parte
del sueño. Con la magia sucede lo mismo: puedes producir cambios en la
realidad pero no puedes cambiar toda la realidad. II En la base de su terapia son fundamentales
el arte y la poesía. Creo que todo ser humano debe dedicarse a escribir
poesía media hora al día, sin preocuparse de si lo que escribe es bueno o
malo, si va a tener éxito comercial o no. La poesía ha de ser una constante en
la vida para depurar el ego... Cada día deberíamos realizar un acto gratuito,
una cosa chiquita que sirva a los demás, como dar una chocolatina a un niño,
cosas simples. Yo he llegado a cierta depravación en la búsqueda de la bondad.
A veces deposito un billete en el bolsillo de un mendigo que está dormido,
para que crea que tiene suerte. Invento milagros. Aunque no creas en los
milagros puedes hacer pequeñas obras para ayudar a los otros. Esta habitación está repleta de cartas de agradecimiento en las que
se
me pregunta qué deseo en compensación por la ayuda otorgada. Yo respondo que
nada, porque ayudo gratuitamente. Hago todo esto en función del tiempo del que
puedo disponer para los demás. ¿Qué usa para acompañarse cuando crea? Desde hace treinta años trabajo siempre con
música
de fondo de arpas célticas, que producen un efecto un poco hipnótico. Si no
estoy muy inspirado, perfumo las suelas de mis zapatos o dibujo con un
pincelito empapado en miel un eneagrama1 en la planta de
mis pies.
Y, en momentos de sequía creativa, me tiño los testículos de rojo con pintura
vegetal. Dice que el arte cura. ¿De qué manera? El arte cura porque tenemos que curarnos de
no ser
nosotros mismos y no estar en el presente. Hay una frase hasídica que dice:
«Si no eres tú, ¿quién? Si no es aquí, ¿dónde? Si no es ahora, ¿cuándo?». Si
eres capaz de solucionar el cuándo, el aquí y el quién (el tú), estás siendo tú
mismo, y ya has logrado curarte. ¿Realizar arte es conocerse a sí mismo? Sí, pero conocerse a sí mismo es conocer a
la
humanidad y al universo. Es pasar de lo singular a lo plural. ¿Podría
explicarlo? Piensa que la necesidad de curación se produce
por
la falta de conciencia. La enfermedad consiste en que hemos cortado las uniones
con el mundo. La enfermedad es falta de belleza, y la belleza es la unión. La
enfermedad es falta de conciencia, y la conciencia es unión con uno mismo y con
el universo. ¿Qué artistas han logrado sanarse plenamente? Lo más difícil del mundo
es hacer un arte sublime. Poca gente lo ha conseguido.
Pero podría citar a René Daumal, que aprendió sánscrito, fue 1Símbolo.
Estrella con nueve puntas. (N.
del E.) alumno de
Gurdjieff, se realizó. García Lorca es el caso contrario: no pudo ni supo
hacerlo. Cuando lees Poeta
en Nueva York, te da pena. Ha dicho que la literatura no sirve si no cura.
¿Y
si sólo cura al autor? ¿Puede el arte curar a unos y enfermar a otros? Me recuerdas a esos artistas que dicen que
este mundo
no vale nada, que es una porquería, que no llegamos a nada, que Dios está
muerto y todas esas cosas. La literatura mala es eso. Ir a mostrar el ombligo,
decir cómo te tomaste el café con leche por la mañana, en medio del disgusto
general, cuando todo está podrido a tu alrededor. Mientras el mundo está muriendo,
yo me tomo mi café con leche. O realizo mi pequeño acto sexual. Eso resulta
anticuado. Hay que atravesar la cortina neurótica. Yo, por ejemplo, confieso
que no puedo leer a Proust. Está demasiado enfermo para mí y me puede contagiar
su neura. Si cada día veo casos de neurosis, para qué voy a leer a otros
enfermos. Hoy en día Kafka anda suelto por todas partes. Voy a echar una carta
y me encuentro con Kafka en la oficina de correos. Un funcionario lleno de
problemas. ¿Qué escritores y pintores salvaría? ¿Cuál
sería su
galería de arte curativo predilecta? ¡Vaya pregunta! En ella se traduce el concepto
del
campeonato de boxeo que se ha establecido en el arte, en el que podemos decir
cuál es el mejor cuadro, el mejor libro, la mejor música, etcétera. Pero yo no
veo la vida así. Veo, en el arte, estructuras. Por ejemplo: en el cine, más que la
mejor película yo preguntaría por géneros, por los mejores westerns o dramas.
Yo tengo mi casa llena de westerns, en mi biblioteca hay novelitas de Silver
Kane y de otros autores; y cómics, libros de filosofía oriental, de sufismo,
Cábala, magia, alquimia, psicoanálisis... Soy hombre de mi época, y en mi época
está Internet. Ya no se puede ni se debe hablar de la obra personal, tenemos
masas enteras de obras por secciones y no por autores. Internet ha
revolucionado todo esto. Yo tendría bibliotecas enteras. Mi ideal como humano
sería un viejo sueño: todos los libros de la historia de la humanidad, todos los cuadros de la historia, todas
las
películas, músicas, esculturas, etcétera. Y el arte que no sana, ¿también lo incluye? Aunque no sane -que eso es otra cosa-, entretiene.
Una persona sana puede leer a Cioran o Houellebecq y reírse mucho. Aunque yo
no produciría ese tipo de literatura, porque está superada totalmente. Pero
ahí está. Uno puede pasar de Kafka a Castaneda y seguir formándose. De la misma
manera que el hombre va mutando de unos niveles de conciencia a otros, el arte
va mutando de unos niveles de conciencia a otros. Es colectivo y no
individual. No puedo decir que el mejor pintor sea Leonardo. Podré decir que
él llego a otro nivel de conciencia, pero como era un individuo pudo llegar
solamente hasta cierto nivel. Si te fijas, a sus máquinas les faltaba el motor
porque carecían de energía. Esas máquinas maravillosas no disponían de lo
esencial, que es la energía; usaban una energía muy primaria y escasa, a base
de presión y agua. Leonardo no pudo resolver ese problema. Sus límites los
estableció la humanidad de entonces, cuya naturaleza es colectiva, ¿comprendes?
Si me hicieran la clásica pregunta de: «¿Qué libro te llevarías a una isla
desierta?», respondería que un ordenador con Internet. Es evidente. III ¿Cuál cree que es la verdadera finalidad del
lenguaje? ¿Cómo interpretarlo y hacerlo útil? El lenguaje es ante todo una actividad del
cuerpo,
se corresponde con la naturaleza del sistema nervioso. Desde mi punto de
vista, debemos ser capaces de producir un lenguaje bello y poético. Un lenguaje
sano. Las enfermedades mentales, como las enfermedades corporales, se reflejan
en la manera de hablar. Hay palabras dementes, enfermas, tuberculosas o
cancerosas; palabras que no son naturales sino violentas y criminales. La
enfermedad y el lenguaje insano se retroalimentan y resultan destructivos. A través del lenguaje, además, nos transmitimos enfermedades y
accedemos a niveles de conciencia inferiores. Los niveles de conciencia del
lenguaje coinciden con los del ser humano. De la misma manera que el cuerpo
humano ha ido mutando, el habla también. Si estancamos nuestro lenguaje, usamos
una forma y un contenido que ya no nos corresponde. Si empleamos un vocabulario
enfermo que no es el nuestro, nos va minando poco a poco. Ahí está el uso de lo malsonante, lo grotesco,
el exabrupto... Si te refieres a las palabrotas, te diré que
las
palabrotas son simpáticas porciones revolucionarias que están destinadas a romper
moldes familiares, sociales y de todo tipo. Tenemos la impresión de que se
tiene una gran libertad al pronunciar una palabrota, sin embargo su uso reduce
el nivel de conciencia. La palabrota no es útil, o lo es sólo al comienzo, para
liberarse. Al principio resulta revolucionaria, pero no conduce a ninguna
mutación. Es como el argot. La gente va deformando el lenguaje a través del
argot, que en principio puede ser útil en la medida en que establece fuertes
relaciones identitarias de grupo, pero que baja de golpe el nivel de
conciencia. El único lenguaje que nos sube de nivel de conciencia es el
lenguaje sublime: el del arte y la poesía. Por lo que dice, recrear un nuevo lenguaje
es
necesario para dejar de ver el mundo de una manera determinada. ¿Qué deberíamos
cambiar de nuestro lenguaje para cambiar nosotros? Estoy trabajando en un libro de definiciones
que se
llama Intelectualmente correcto.
Todos pensamos mal, y por
eso necesitamos
cambiar unos conceptos por otros. Yo he comenzado por cambiar las siguientes
expresiones: -Nunca por
muy pocas veces. -Siempre por
a menudo. -Ladrón por
alguien que se apoderó de
algo ajeno. -Infinito por
extensión desconocida. -Eterno por
fin impensable. -Eres mi
maestro por me enseñas a aprender de mí mismo. -Quiero hacer
por estoy haciendo cosas inútiles. -Quiero ser por
me desprecio. -Dame por permite
que yo tome. -Imítame por
no te respeto. -Mi mujer por
el ser con el que comparto
mi vida. -Mi obra por
lo que he recibido. -Así eres por
así te percibo. -Lo mío por
lo que ahora tengo. -Morir por
cambiar de forma. Estoy haciendo este libro escuchando a la gente
hablar por el camino, voy creando senderos en el lenguaje. También estoy
aportando definiciones que rompen con las que existen. Todas ellas se definen por
su propia negación: -Felicidad es estar cada día menos angustiado. -Decisión es
estar cada día menos confuso.
-Valentía es
ser cada día menos cobarde.
-Inteligencia
es ser cada vez menos tonto. Así podemos comprender las cosas de otro modo.
Considero
que hay que trabajar el lenguaje de esta manera porque, por simple falta de
entendimiento, avanzamos hacia una catástrofe. Estamos pensando mal. Así,
debemos sustituir en nuestro lenguaje: -Comienzo por continuación de. -Hermoso día por
hoy me siento bien. -Fracasar por
cambiar de actividad. -Yo
sé por yo creo. -Soy culpable
por soy responsable. ¿Cuál
es el mecanismo por el que pueden las Bellas
Artes aumentar nuestro nivel de conciencia? La explicación se encuentra en su propia definición:
arte bello y creación artística. La belleza es el límite máximo al que podemos
acceder a través del lenguaje. No podemos alcanzar la verdad, pero podemos
aproximarnos a ella a través de la belleza. En el lenguaje no hay verdad. La
belleza es lo que los iniciados llaman «el resplandor de la verdad». Es lo
máximo a lo que puede llegar el ser humano. ¿La fealdad se correspondería, por el contrario,
con
el nivel más bajo de conciencia? Al decir belleza hablamos de fealdad, al decir
luz
hablamos de oscuridad. Son opuestos. Al citar a una, ya estamos hablando de la
otra. Si tenemos que definir la fealdad, te diría que muchas veces yo busqué un
concepto antagónico a la belleza... Con este sistema de opuestos hablaba de
bueno y malo, de bello y feo. Pasé por todo aquello y al final me quedé con
dos conceptos-herramienta: útil e inútil. Útil es todo aquello que nos ayuda a
alcanzar niveles de conciencia más elevados; inútil es todo aquello que nos
rebaja el nivel de conciencia, lo que repercute sobre el sistema nervioso
provocando depresión y autodestrucción. El ataque a nuestra propia salud
conduce a la destrucción de los demás. Sin embargo, el nivel de conciencia más
alto conduce a la euforia de vivir y al deseo de inmortalidad, eternidad e
infinito. La inmortalidad se alcanza probablemente -ya que la muerte es un
fenómeno individual- de manera colectiva: exaltando y defendiendo a la
humanidad. La raza humana como colectivo puede ser infinita. La muerte es
individual, y saberlo ayuda a entender el mundo. La negación de la muerte es
la negación de lo individual. IV ¿Es necesaria la ebriedad para soportar la
vida? Emborracharse produce una gran alegría emocional,
pero el alcoholismo es horrible. Puede ocurrir que bebamos de manera
esporádica como escape o diversión, pero no es necesario. Pienso que la gente
inteligente tiene que abrir las puertas de la percepción, pero no hace falta
que lo haga como hizo Timothy Leary, que convirtió su mundo en ebriedad, se
hizo adicto y murió drogado, sin ser él mismo. Una cosa es romper con tus propios límites y otra, evadirte. No
recomiendo a nadie que se evada, no hago apología de esa ebriedad escapista. Ni
siquiera recomiendo la marihuana, porque es un prozac generoso, un calmante,
pero no es bueno estar sedado todo el día. ¿Y tomar hongos al menos una vez en la vida? Eso es distinto. La experiencia que produce
te
acerca a la metafísica y a la mística. Cuando se fuma marihuana por primera
vez, también se abren los sentidos: enseña a comer bien, a oler bien, a sentir
bien la música. Pero basta una o dos veces para aprender. Si no, acaba creando
un ejército de necios sensuales y perezosos que se sienten genios, así como el
alcoholismo acaba volviendo a la gente violenta, y esto de poco sirve. ¿Habría llegado usted a ser como es sin haber
tomado
sustancias alucinógenas? Yo no he llegado a nada. ¿Adonde he llegado?
(Se
levanta y gira sobre sí mismo.) No
se llega. En mi caso, necesité tomarlas
en un momento dado, hacia los 40 años, cuando iba a hacer La montaña sagrada
y tenía que interpretar a
un maestro. Necesitaba saber cómo era la mente
de un sabio. Yo no tenía esa mentalidad, y percibía mis límites. Entonces
contraté a un gurú, Oscar Ichazo, que fue uno de los creadores de la moda del
eneagrama y el maestro de Claudio Naranjo. Le pagué diecisiete mil dólares para
que me diera un LSD y me guiara. Era un ácido puro, un polvo que disolvió en
zumo de naranja. Una hora más tarde me dio un cigarro de marihuana. La primera
toma duró ocho horas, pasado un tiempo volvimos a tomar. Fueron dos sesiones
en las que aprendí mucho y rompí mis propios límites. Yo creo que estas
experiencias no deben hacerse por espíritu festivo, tampoco solo ni en compañía
de gente que no haya alcanzado un alto nivel de conciencia. Puede ocurrir que
durante la toma veas a esa gente como a demonios. Ésta es la explicación de por qué tomé este tipo de drogas. La
consecuencia es que me abrió la mente y me sirvió para demostrarme hasta dónde
podía llegar. Gurdjieff decía que las drogas son para eso: tú estás en el
sótano de un edificio y la droga te hace subir a la terraza de golpe. Estás en
el garaje y te hace saltar cincuenta pisos. Ves todo el horizonte, toda la ciudad,
y cuando vuelves, te das cuenta de que para llegar de nuevo arriba tienes que
trepar todos los pisos tú solo, sin drogas. Como en el mito de la caverna, pero pudiendo
otear más allá. Sí. Pero, en este caso, trepando con tu propio
esfuerzo, sin LSD. Se trata de llegar a ver sin drogas, y se puede hacer. De
otro modo no sirve. En Occidente, carecemos de un marco de referencia
o
de una cultura de usos para la toma de estas sustancias. Por ejemplo, los
hongos aquí se consumen de los modos más brutales, en fiestas, sin referencia
ni finalidad. A usted se los proporcionó María Sabina, la chamanita... Me los mandó a través de una persona llamada
Francisco Fierro, que era su asistente. Él sabía cuánto había que tomar, cómo
vomitar, qué hacer durante la toma y todo eso. Esa experiencia puede resultar
un ritual muy sabio si prescindimos de inyectarle dioses. Porque eres tú quien
tiene que hacer el viaje, sin
dejarte teledirigir desde fuera ni que te impongan arquetipos; entre otras
cosas, porque tus arquetipos están dentro de ti y tu viaje es tuyo. Muchos practican cultos sincréticos con la
ayahuasca, como con otras drogas. La ayahuasca no tiene por qué ser mezclada
con
santerías y cosas de este tipo, como ninguna otra droga. La ayahuasca hay que
tomarla tranquilamente, sin ritos, y guiada por alguien que la conozca, como
todas las drogas psicodélicas. Quiere decir que estas sustancias hay que tomarlas
con alguien que las conozca, pero que no proyecte una forma de cultura
religiosa o su interés o historia personal sobre los demás... Efectivamente, con alguien que haya desarrollado
su
espíritu y que actúe como guía, pero sin imponerte sus conceptos durante la
experiencia. Que cuando tengas angustia te muestre el camino de salida. Yo
estaba con Óscar Ichazo tomando y, de pronto, sonó el teléfono. Estaba en pleno
viaje, y me dijo: «Contesta». «Pero ¿cómo?», le pregunté. «Tú puedes estar en
dos mundos», contestó. Cogí el teléfono, hablé normalmente y seguí con la toma.
Ese es un buen guía. Pude, y cualquier persona puede estar en dos mundos: uno que se llama
real y el otro. Esa es una gran lección que sólo puede dar un maestro. Esto es
sólo un ejemplo de lo que podemos aprender en un viaje. O sea que la sustancia le abrió al conocimiento... Para mí fue un gran paso. Recomiendo hacerlo
al
menos una vez y de una manera guiada. Yo observé que mi mujer, Marianne, tenía
límites espirituales a pesar de hablar seis idiomas, ser joven y universitaria,
precisamente por haber recibido una educación francesa racionalista. Quería
seguir el camino del tarot
y le dije que no se podía quedar presa en esa cárcel de lo racional y que
necesitaba una experiencia psicodélica. Entonces la acompañé a Holanda.
Arrendé un cuarto cuya ventana daba al cielo y a las dos o tres de la mañana le
hice comer unos hongos para que el efecto llegara hasta la luz del amanecer. La
guié. Le fui marcando el camino y resultó ser una experiencia decisiva en su
vida. Si yo hubiera aprovechado que estaba en un viaje y la hubiera seducido,
ella habría perdido todo el beneficio de aquella experiencia. Incluso la marihuana debería ser tomada como algo iniciático, como el
alcohol en las fiestas báquicas. El ágape forma parte de esa cultura que hemos
perdido. ¿Qué extraño mecanismo de la conciencia puede
hacer
que estas sustancias rompan límites? Estamos acostumbrados a vivir en un mundo lineal,
en
una arquitectura cúbica y racional, y por eso estamos obligados en un momento
dado a romper las limitaciones. Muchas veces no podemos hacerlo, precisamente
porque estamos presos en la mente. Por eso tenemos que realizar una experiencia
en que nuestros mecanismos de percepción salten con el fin de conocer otros
mundos. Los chamanes eran gente primitiva; pero ahora
somos
nosotros los que queremos tomar hongos a nuestro aire, no con sus ritos. Yo no
voy a tomar nada con un chamán, a la antigua. ¿Para qué? ¿Para que tomando
ayahuasca se ponga a cantar a la Virgen María o a la serpiente? ¿Qué me importa
todo eso? Algunos seguidores de la terapia gestalt ponían discos de Wagner para
tomar ketamina. ¡No, por favor! Cuando tomas sustancias debes estar en la naturaleza, esperando que
llegue la luz del día, con la menor interferencia posible. Basta con un maestro
que te diga por aquí y por allá. Y con una o dos tomas es suficiente para que
el cerebro se te abra bien para toda la vida. En realidad no se trata de drogas. Una experiencia
de hongos no es como consumir drogas. Yo tenía un frasco con un polvo de hongo
y decidí dárselo a unos seres queridos porque pensé que era mejor dárselo yo a
que se lo diera cualquier imbécil con la excusa de montar una fiesta y hacer
tonterías. Imagino que estas sustancias son sagradas para
usted. Un momento, no caigamos en la trampa del concepto
«sagrado». Todo puede ser sagrado para un santo, hasta un excremento de
perro. Y para un ciudadano normal nada es «sagrado» sino quizás «útil». Hay que
decir que estas experiencias cambian de función y de resultado según los
niveles de conciencia que tenga quien las toma. Las sustancias psicodélicas
fueron, en primer lugar, tomadas por los chamanes, que tenían un nivel de
conciencia superior a la tribu. Mi tesis es que son recomendables sólo para
gente que tenga un alto nivel de conciencia. Hay gente con un nivel de
conciencia casi animal que puede perderse o acentuar su tendencia enfermiza con
las sustancias. Hay que tener mucho cuidado, no sólo a la hora de ver a quién
se las das, sino para decidir con quién las tomas. Tengo una frase que puede
resumir esta situación: «No se adonde voy, pero sé con quién voy». No se debe
tomar este camino con personas que son incapaces de absorber la vivencia,
porque te intentarán arrastrar y sacarte de tu viaje. Da drogas a los soldados
y los convertirás en asesinos. Da drogas a un santo y podrá hacer obras
magníficas. Mucho cuidado con esto. No pensemos, como pretendían algunos, que
al echar LSD en las fuentes de una ciudad vas a mejorar la sociedad. Eso sería
un peligro público. Por ejemplo, la ayahuasca ha caído en manos de gente con mentalidad
romántico-infantil y la ha convertido en religión. Grave error. Los grados de
conciencia bajos, de manera sistemática, malgastan estas energías. Pero está
claro que en un momento dado, cuando se accede a una formación social racional,
como la que nos imparten, es necesario que la gente que tiene responsabilidades
tenga una experiencia para que sepa qué hay más allá de lo racional. Pero habrá gente que no las necesite... Claro. En este momento yo no las necesito.
Es como
estar dentro de los sueños, y yo ya lo estoy. ¿Qué gano con ver alucinaciones
y cosas que ya conozco? La experiencia es hermosa, de acuerdo, pero ¿qué voy a
encontrar allí? Es útil cuando sientes que tienes un límite y tomas para que te
ayude a superarlo. La persona con bajo nivel de conciencia se asusta si
descubre que tiene un límite, se enoja y llora al saberlo. La persona con un nivel
más alto de conciencia lo único que desea es que le digan dónde están sus
límites para poder vencerlos, y lo agradece profundamente porque podrá
mejorar. La gente con bajo nivel de conciencia anda buscando que alguien le
confirme sus valores, pero la gente con alto nivel de conciencia lo que busca
es que alguien le marque sus defectos para superarlos. V ¿Podría explicarnos qué es realmente el tarot? El tarot es una máquina metafísica. Un organismo
de
imágenes y formas muy difícil de resumir, uno de los primeros lenguajes
ópticos de la humanidad. El tarot tiene 22 arcanos mayores. Si con el alfabeto
español se puede escribir El
Quijote, imagínate lo que
puedes hacer con
22 cartas, a las que hay que sumar otros 56 arcanos menores. El tarot responde a unas reglas de óptica proyectiva. Es como un
espejo que te permite desarrollarte en la medida en que vas viendo más y más de
ti mismo. Yo lo uso para los demás y también para mí, para asomarnos a este
espejo y poder comprendernos. Si, por ejemplo, le pregunto «¿Qué es rezar?»,
él me responde. «¿Qué es el amor?», me lo explica. «¿Quién soy yo?», y ahí
apareces. El tarot nos enseña el inconsciente del consultante y, si puede
ayudarle, le ayuda. Sirve para sanar. El tarot se puede usar para todo menos para
leer el futuro. Cuando la gente se interesa por el porvenir,
y me
pregunta por ejemplo «¿Voy a encontrar un hombre?», les contesto: «Eso no te lo
voy a decir porque puedo influenciarte, lo que te voy a explicar es por qué
hasta ahora no has encontrado un hombre». «¿Voy a tener dinero?», quieren
saber, y lo que les enseño es por qué no tienen dinero. «No sé si vivir en
Madrid, o Barcelona», me plantea otro, y, bueno, lo importante es saber por
qué no sabes decidirlo. Todo lo reduzco a la actualidad. En realidad yo no creo en el futuro, es una cosa que no quiero ni
tocar porque el cerebro tiene tendencia a obedecer predicciones. A la persona
que tiene un poquito de fe en ti, si le dices que se va a partir la pierna, se
la parte. A veces lo que ocurre es que esa gran máquina mágica que es el tarot,
cuando cae en manos de los pseudotarotistas, queda reducida a un instrumento
para leer el futuro. Lo convierten en un objeto. Es un crimen que se
desconozca que el tarot es una obra de arte sagrada. Ha dicho que para poder leer el tarot hay que
distanciarse del consultante, no interferir en su vida para nada. Sí y no. Para leer el tarot hay que identificarse
totalmente con el consultante, ahora bien sin interferir en sus asuntos. Hay
que respetarle, sin pretender influirlo o utilizarlo. Yo siempre lo he leído de manera gratuita -excepto durante unos meses
cuando empezaba, porque tenía que ganarme la vida- no porque fuera generoso,
sino porque el tarot es algo útil para los demás. Si cobro lo desvirtúo y, de
esa manera, no lo puedo conocer a fondo. Hacer tarot es hacer el bien y es
hacer arte. O sea que lo que hace con el tarot es «consultar
al consultante». Sí. Es como un contador Geiger. Te dice qué
pasa,
qué sucede, cómo va esa persona. Se lo dice a ella misma. Y a veces responde cuando existe una duda o una elección.
El tarot aclara, muestra la voluntad del consultante y ayuda a descubrir lo
que hay en él. ¿Cómo podemos entender lo que nos dice el tarot? Al principio tratando de desarrollar la telepatía,
intenté adivinar. Luego me dediqué simplemente a leerlo, lo que no me impide
tratar de ver cómo es la persona consultante, cómo están su salud, afectos,
sexualidad o intelectualidad. Acepto al consultante con sus límites, siento su
voz, noto cómo huele su aliento y, a veces, le toco. Capto todo lo que puedo
antes de echarle las cartas: veo cómo las mezcla, cómo se mueve, cómo actúa,
cómo me habla. VI A lo largo de la historia de la humanidad,
la
metáfora de la transformación personal ha tomado distintas formas. Una de
ellas ha sido la magia. ¿Es posible la magia sin superstición? La magia no es la superstición, la magia es
la
naturaleza del mundo. El mundo no es lógico ni racional, es mágico, y existe
una estrecha unión de todos los acontecimientos, por eso llamé a mi libro La
danza de la realidad, porque
todos los acontecimientos están ligados,
unidos; el tiempo no es lineal, los efectos algunas veces se producen antes que
las causas, hay misterios... El setenta por ciento del mundo no podemos comprenderlo,
como el chimpancé no comprende el noventa por ciento del mundo. Nos queda mucho
por aprender. La realidad es milagrosa, es mágica. Obedece a principios que no
son científicos. La realidad no es científica. Y cuando no entendemos esa naturaleza del mundo
creamos supersticiones... Exacto, y creemos en cosas que no son porque
las
necesitamos. ¿La magia trabaja sobre la realidad o sobre
nuestra
manera de ver el mundo? En la magia, si eres consciente, podrás ver
las
metáforas, las analogías: para que llueva, el chamán hace ruido con los dedos
en la tierra. Si has evolucionado te das cuenta de que esto, a un cierto
nivel, funciona porque esa analogía es útil. El inconsciente acepta las
metáforas, y cuando tú conoces las leyes del inconsciente te das cuenta de que
la magia maneja esas leyes. La magia trabaja sobre el inconsciente. Hablo del inconsciente de la realidad, no de nuestro pequeño
inconsciente. Al ser misteriosa, la realidad muestra que existe un inconsciente
personal, uno familiar, uno de grupo, uno del planeta, uno del universo... Así
es la realidad. El mundo es tanto lo manifestado como lo no manifestado. El
mundo es tanto lo que es como lo que no es. El mundo es tanto la posibilidad
que se nos aparece como las infinitas posibilidades que se nos ocultan. Uno es una conciencia inmortal, una exacta reproducción del universo.
Tu inconsciente es una partícula y al mismo tiempo la totalidad del cosmos. Y
digan lo que digan respecto a tu limitado cuerpo, eres la conciencia total. Te
cuenten lo que te cuenten de tu carne efímera, si llegas a integrarte en la
conciencia divina, eres inmortal. Sin embargo, para lograrlo hay que tener la
humildad de borrarse personalmente aceptando ser sólo un canal. Pero si te
presentas como un ser todopoderoso que lo sabe todo, serás un farsante. Por
más que yo trate de ser más de lo que soy, no soy más de lo que soy. Hay que
ser consciente de lo que somos. El poder más grande de tu vida es poder
ayudar, y el beneficio más grande que tiene el hombre es vivir en paz. Hay
misterios, pero uno no los domina. He conocido pequeños milagros telepáticos,
que cada día son un poco mayores. Pero no llego a las cosas que se cuentan en
las leyendas: «El maestro ve
a una persona, y conoce su nombre y fecha de nacimiento». No llego a eso, pero
llego a otras cosas. La telepatía existe, lo sé. ¿Cómo definirías la magia negra, frente a la
magia blanca? La magia negra es una magia enferma que intenta
aprovecharse de la naturaleza del mundo. Es una magia inútil porque se
encamina hacia la destrucción. Existe sólo en quien cree en ella. Abrirle la
puerta puede ser muy peligroso para uno. ¿Cómo se explica la existencia de una magia
blanca y otra negra? El espíritu tiene raíces profundas, ramas profundas.
Te puedes fundir hasta lo negativo infinitamente, en lo oscuro, o puedes
elevarte hasta la luz. Es una cuestión de elección. Pero de la magia negra no
quiero hablar porque, como ya he dicho, es una cosa enferma. La técnica ¿no es la magia actual aplicada? No sabemos qué es. Sabemos que funciona. Al
igual
que desconocemos qué energía mueve al universo. Todavía lo ignoramos. Podemos
intuir cómo funciona el mundo y a eso lo llamamos de muchas maneras, incluso
Dios. Lo que no llegamos a entender lo denominamos magia, pero en realidad es
una utilización de lo mágico. Estamos hablando de un uso de la magia, pero no
sabemos exactamente qué es. No lo controlamos. No podemos todavía. ¿Cuáles son las leyes de la magia? Son cuatro: querer, osar, poder y callar. Por
«callar»
entiendo «obedecer». La fuerza en reposo es la mayor fuerza, por eso a veces
cuento esa historia iniciática que relata cómo el hombre más fuerte del Imperio
chino hace su demostración de fuerza sacando una mariposa de una cajita y
diciendo: «Soy tan fuerte que puedo tomar una mariposa por las alas sin dañarla».
Eso es callar. El conocimiento hay que manifestarlo sólo cuando se nos pide, y si no
hay que callar. Una cosa es dar y otra obligar a recibir a los demás... ¿Y cómo interpreta «querer, osar, poder y callar»? «Querer»: si tú no quieres, no avanzas. Hay
quien no
quiere curarse. Los evangelios lo apuntan cuando Jesús pregunta al paralítico
si quiere andar, porque si uno no quiere, ni un dios te puede curar. «Osar»: curarte es hacer frente a los cambios que la curación te va
a
producir. El paralítico llevaba cuarenta años inválido, así que curarse para
él significaba no tener dinero porque no mendigaría más. Cuando estás enfermo,
en realidad, estás llamando la atención de los demás para que te cuiden, estás
pidiendo cariño. La enfermedad es una comedia de peticiones. El enfermo pide a
gritos que lo amen. Hay que osar ser curado, entrar en una nueva
individualidad en donde desconoces la dirección porque se produce un cambio y,
en cierta medida, una nueva personalidad. «Poder»: significa que una vez que estás haciendo las cosas, entras
en
lucha y no tienes que ser tu propio enemigo. Para poder hay que ser uno y no
ser otro, no luchar contra ti mismo porque ello te producirá una gran neurosis
de fracaso. «Callar»: significa que cuando intentas transmitir lo que ganaste,
lo
pierdes por exhibicionista. Éste es el problema que tienen algunos gurús:
muestran su santidad y la pierden en ese mismo acto. El verdadero maestro es
invisible: no tiene flores, ni collares, ni anillos, ni fotos, no tiene escuela
ni discípulos. Para el verdadero maestro toda la humanidad es su discípulo. De
manera disimulada desliza bienes y conocimientos que puedan elevar el nivel de
conciencia del otro. No necesita escuela ni ambiciona ser maestro. Es maestro
porque obedece a una voluntad universal que es superior a él. ¿Qué hace un alquimista? Lo primero sería definir qué es un alquimista:
el
que busca la piedra filosofal, el que cambia los metales viles en oro, el que busca
un disolvente universal y, por último, el elixir de la larga vida. La piedra
filosofal: el alquimista quiere desarrollar sus valores interiores hasta lo
increíble, hacer crecer su ser y, gracias a eso, a través de su nivel de
conciencia, poderse elevar a otras dimensiones. El elixir de la larga vida es una persona que acepta su vida y vive
todo lo que tiene que vivir sin autodestruirse. El disolvente universal es una persona que ha desarrollado en su
corazón el amor divino. Amor es lo que disuelve todas las resistencias. VII ¿Por qué nos curamos cuando reímos? En cierta manera porque al reírnos nos desprendemos
de lo que nos duele o tortura. La risa nos crea una distancia con nuestros
propios conflictos y libera los nudos. Ayuda momentáneamente. Abre los diques
y proporciona la felicidad durante unos instantes. Es tan buena como el
estornudo, que es rápido y liberador. Así funcionan también los chistes... Pero no existe un solo tipo de chiste, sino
muchas variedades.
Hay chistes agresivos, racistas o sexuales que son enfermos. La gente expresa
gran cantidad de enfermedades con este tipo de chistes que los libra de la
angustia de estar cargando con
esas cosas. Pero existen ciertos chistes, que podríamos llamar iniciáticos y
que tienen un contenido metafísico, filosófico, humano: son chistes profundos.
Esta manera de hacer humor fue siempre utilizada en las escuelas místicas: los
sufíes contaban historias sobre el sabio idiota Mulla Nasrudin, algo parecido
hacían los roshis zen, y también hay toda una serie de chistes sobre rabinos.
En las escuelas iniciáticas el chiste es un elemento importante con tanto valor
como los textos sagrados. Es increíble pero es así. De la misma manera tenemos
que entender los cuentos, por ejemplo los de hadas, que también son valiosos. Aunque nuestra cultura los denigra. Sí, porque nuestra cultura denigra todo lo
que es
profundo. Por ejemplo la ceremonia del té. El té era un elemento esencial en
las culturas orientales, en especial en China y Japón, como el café en el
sufismo. En cambio ahora lo tomamos a todas horas, cuando en realidad se trata
de productos sagrados, como lo es la marihuana. Cuando fui a Holanda y
pregunté cómo tomaban los hongos, me contestaron que los ponían en una pizza.
La gente se los come sin ningún sentido. Todo lo sagrado se ha perdido. Hace poco vendieron en subasta pública las obras de arte que dejó en
herencia André Bretón, y lo curioso es que lo mejor que tuvo fueron sus
piedras. Bretón se dedicaba a recoger bellos guijarros que para él eran la obra
de arte más grande que existía. Lógicamente, no tienen ningún valor comercial.
La poesía tampoco se vende. Eso es lo maravilloso del verdadero arte, que no
han conseguido que sea industrial. El hombre, cuando llega a un nivel de
conciencia adecuado, siente lo sagrado en todo lo que le rodea y el mundo cobra
así su sentido. Las plantas, las piedras, el chiste: son sagrados; las cosas
se van sacralizando. Conocí a un chamán que curaba la afonía con una infusión
de excrementos de vaca. ¿Recuerda algún chiste en especial? Cada día tengo uno predilecto. El de ayer era
acerca
de un hombre que gana la lotería y le preguntan si está contento con los
millones, y contesta: «No estoy contento, porque compré dos billetes: con uno
me tocaron los millones, pero con el otro no me tocó nada». En lugar de ver la
alegría de la vida, este hombre se aferra a lo negativo de ella. Hay que reírse de lo absurdo del mundo y no
creerse
nada..., pero ¿tampoco a nosotros mismos ni a nuestras propias mutaciones? Claro. Hay diferentes humores. El humor negro,
que
es distanciarse del mundo. El humor normal, que es reírse del mundo. El humor
pánico, que es carcajearse y estar feliz de la vida. No hay que reírse de, como
hace el humor vulgar, sino reírse con,
como hace el humor surrealista.
O
el humor pánico, que es reírse, sencillamente: ser feliz en medio del caos y de
la destrucción. Los chinos accedieron a este descubrimiento inventando el
juego de morir... Un maestro murió con la cabeza en el suelo y con los pies en
el aire, carcajeándose. Eso es entender la existencia. La estela de la vida I ¿Cree que podemos escapar de nuestro origen
o que
estamos determinados por él? Tenemos predestinaciones del pasado, sin duda,
pero
lo que hay que hacer es tomar conciencia de ellas y no obedecerlas. Podemos
elegir cada paso siguiente de nuestra existencia. En eso consiste nuestra
libertad, en no dejarse determinar por el pasado ni repetirlo. ¿Es posible intuir, como sostienen algunas
tradiciones, esas vivencias anteriores o influencias que pesan sobre nuestra
vida? No puedo hablar de vidas anteriores, pero sí
decir
que antes de nacer era algo -no sé qué- y que después de morir seré algo
-tampoco sé qué-. Eso es todo lo que puedo asegurar, el resto no lo conocemos.
Ahora bien, aunque imagináramos vidas pasadas, no sería posible asegurar que
fuesen verdaderas, no hay medio de probarlo. Ciertas interpretaciones religiosas, para explicarnos
el dolor, apuntan que quien nace ciego está pagando por algo que cometió en
otra vida, tal vez porque sacó los ojos a alguien... Bueno, ¡aceptémoslo! Pero esa persona a la
que
sacaron los ojos en otra vida está pagando que en una vida aún más anterior
también él sacó los ojos a alguien que a su vez en otra encarnación fue
verdugo, y así son todos culpables y no hay víctimas, o son todos víctimas y
no hay culpables. De modo que usted no cree que debamos justificar
las
desigualdades de origen por supuestas deudas kármicas. Efectivamente, porque además de ser falso resultaría
antiterapéutico. Las cosas no se pueden justificar por un destino. Estamos
marcados por la vida familiar, educacional y sociocultural. Es algo que
llevamos encima desde que nacemos, pero eso no significa que tengamos que
cumplir un destino. Uno ve el mundo de manera diferente si habla inglés,
español o francés. Somos seres amaestrados por una cultura que formatea
nuestro cerebro. Tenemos que luchar contra esa imposición para ser nosotros
mismos. Leyendo sus obras se tiene la sensación de
que
estamos obligados a liberarnos del estado condicionado en que nacemos... No tenemos ninguna obligación. Sería bueno
que nos
liberáramos, pero no estamos obligados. Para desarrollarnos, ¿necesitamos desapegarnos
de lo
que nos viene dado? ¿Para desarrollarse en qué sentido? Quiero decir espiritualmente. Krishnamurti se desarrolló mucho espiritualmente,
sin embargo algunos se suicidaron a causa de sus teorías. No se trata sólo de
desarrollarse espiritualmente, hay que ver qué nos interesa. Yo no creo en la
espiritualidad, yo creo en la salud. De acuerdo: para sanar, ¿es necesario que nos
despojemos de nuestro origen? Todo lo que traemos -somos como el gusano-
tiene que
retorcerse hasta convertirse en una mariposa. No debemos despojarnos de nada.
Lo que hemos recibido es un tesoro. No es necesario castrarse o eliminar una
parte. Hay que fecundar y mutar lo que nos viene dado. ¿Acaso no puede alguien ser feliz en su familia
o en
su casta, en su mundo o con su educación, y querer continuar con lo recibido? Si lo es, que continúe así. Pero todo el mundo
tiene
una cruz. La mía es la mía, la tuya es la tuya: yo sólo te puedo hacer
consciente de tu cruz y, a partir de ahí, te la quitas o no. Eso depende de ti. ¿Es posible que sin arreglar el mundo y la
sociedad
podamos estar bien con nosotros mismos? No podemos. O mejor dicho: seríamos islas de
perfección en medio de la imperfección. ¿No hemos mitificado la rebelión contra todo
lo
precedente como un rasgo de individualismo absoluto? Yo no utilizaría la palabra «rebelión» para
hablar
de esto. Si queremos que el mundo cambie, prefiero hablar de «mutación». Si
queremos transformar la realidad, empecemos por nosotros mismos. No pidamos al
mundo que nos cambie ni luchemos contra la sociedad. Tenemos que ser nosotros
mismos quienes afirmemos nuestros propios valores. La religión y las costumbres nos integran en
un grupo
que forma nuestra personalidad. ¿Acaso son mejores otras tradiciones que la que
nos ha correspondido? ¿Tiene sentido cambiar de religión? No, no tiene sentido. Pasar de una tradición
a otra
no tiene verdaderos efectos porque un dios es igual a otro. Es otra caricatura,
otra limitación. Hay que superar la limitación para lograr estar abiertos a la
vida. El siglo tiene que dejar de ser religioso para llegar a ser místico.
Habrá un momento en que todos los seres humanos del planeta posean el mismo sentimiento
místico y dejen de lado las religiones. No creo tampoco que haya una religión
mejor que otra. II ¿Cómo habría que tomarse el «qué dirán» de
nosotros los demás? Hay dos posturas: la de aquellos que tienen
en
cuenta el «qué dirán» y la de aquellos que se preocupan por el «qué diré yo de
mí mismo». Un bárbaro psicológico puede vivir en el qué dirán, pero una persona
que tiene un alto nivel de conciencia diría: «Esto es lo que yo quiero de mí,
precisamente porque soy consciente». Ahora bien, existen distintos niveles de conciencia. El primero es
un
nivel animal que piensa: «Lo que tengo, lo tengo yo». Por la calle se puede ver
gente así: mercenarios, ladrones o asesinos. Por encima de ese nivel está el
nivel infantil, donde todo es un juego superficial; en ese estado no hay
conciencia ni de infinito ni de eternidad, ni de muerte ni de universo. Después
hay otro nivel de conciencia adolescente donde todas las soluciones del mundo
están en la pareja, en esa reducida célula del amor, y que es un nivel que la
mayoría de las revistas del corazón, las historias de la televisión o el cine
desarrollan. Este nivel sirve para encontrar la felicidad en la pareja y todo
lo que conlleva. Pero si vamos más lejos se puede acceder a un nivel adulto, y
ahí aparece «el otro». Aún así, existe el adulto egoísta y el adulto con
conciencia social y planetaria. El primero explota a los más débiles o a los
menos inteligentes, crea industrias nocivas o acapara el poder político. Es
nefasto. El segundo comprende que el
otro es tanto como él, que se tiene que preocupar de las catástrofes sociales
y ecológicas, es decir del mundo en que vivimos todos. Conoce la
responsabilidad. Pero por encima de todos ellos existe un nivel de conciencia
cósmica donde el ser vive en el universo entero, espacio infinito, tiempo
eterno, permanente impermanencia... En ese nivel se encuentran esos grandes
temas como el «conócete a ti mismo». Y más allá todavía existe una conciencia
divina donde podríamos concebir qué es ese constructo que hemos llamado Dios. ¿Cree que es posible asomarse a ese nivel de
conciencia divina? Sí. Y llegar a la conclusión, para empezar,
de que
tenemos que dejar de hablar en nombre de Dios... Tenemos que dejar de pensar
que Dios nos va a arreglar las cosas, y decir que si Dios construyó mal este
universo, aquí estamos nosotros para rehacerlo. Si hay un Dios, estamos para
ayudarlo. Así nos apoderaremos del mundo y de nosotros mismos, haremos lo que
queremos con plena conciencia y con plena responsabilidad. En este nivel de
conciencia divina se encuentra el arte verdadero. Sin el desarrollo de la personalidad, ¿es posible
acceder a altos grados de conciencia? A veces, el desarrollo de conciencia coincide
con el
desarrollo de la personalidad, pero no siempre. Cada caso es diferente. Una
vez vino a verme Vittorio Gassman. Sufría una fuerte depresión y era ya un
artista célebre. Al hacer su árbol genealógico vi que su madre deseaba que
fuera actor y que él no quería, lo que pagó con dolor. Enfermó y padeció depresiones.
Era famoso, pero aquélla no era su vocación. Aunque era un gran actor, eso no
le servía de nada. Le recomendé muchas cosas: le dije que fuera a la tumba de
su madre, que matara a un gallo y llenara la tumba de sangre, que se untara el pene de sangre y penetrara a
su mujer con
furia. Me dijo que si no fuera Vittorio Gassman lo haría pero que, siendo lo
que era, no podía. Dos años más tarde, murió. No había contado esto antes, pero
es un buen ejemplo para mostrar que uno puede realizarse obedeciendo a los
demás e incluso tener éxito, pero si no eres feliz de nada te sirve. ¿Obedecemos predicciones ajenas permanentemente,
sin
ser nosotros mismos? El cerebro tiene tendencia a guiarse por las
predicciones,
hay que tener cuidado para no caer en eso. Usted suele hablar de la capacidad de la gente
para
programar incluso su propia muerte. Hay quien está convencido de que va a
morir a cierta edad y lo cumple... Así es. El cerebro se programa imitando a veces
la
edad de la muerte de familiares o personajes célebres. III ¿Somos niños disfrazados de adultos? Somos viejos disfrazados de niños, antiquísimos,
milenarios. En nuestra piel hay millones de células con una compleja memoria. Se dice que no debemos dejarnos llevar por
la
película de la vida..., pero eso no es tan fácil. Mucha gente se deja llevar, efectivamente,
por lo
que llamas la película de la vida. La mayoría quiere ser como los demás y eso
les conduce a una muerte en vida. Hay que llegar a encontrar lo que nos
distingue de los otros para llegar a ser algo. En cuanto intentamos ser parecidos a los otros, nos
convertimos en zombies. A menudo, en la juventud se anhela vivir la
vida de
otro, vivir a través de lo que viven los demás... Cuando yo comencé mis estudios de psicomagia
conocí
a distintos maestros. Uno de ellos fue Óscar Ichazo, que un día me dijo:
«Durante un tiempo me vas a imitar porque te he dado conocimientos que tú no
tenías: he marcado tu alma virgen». El alma imita durante un tiempo a aquel
que la ha despertado, pero eso dura muy poco si se es consciente y mucho si se
es ingenuo. Para sentir una vida plena ¿cree necesaria
una
reconciliación con los padres? Para mí fue enriquecedor conocer a Goyo Cárdenas,
un
criminal en serie que mató a diecisiete mujeres y las enterró en su jardín.
Estuvo durante diez años en un manicomio y luego se hizo abogado y tuvo
familia. Yo lo conocí en el periódico El Heraldo, tomando
café. Era un
señor muy afable. Le pregunté cómo había pasado por aquello y me dijo que ya
estaba olvidado todo porque había sido otra persona quien lo había hecho. Era sincero, porque creo que se pueden vivir muchas vidas en una misma
vida, en una misma persona y en un mismo cerebro. Existe la redención. Él pagó
su culpa y se redimió. Los valores que luego mostró Goyo Cárdenas estaban ya en
él incluso cuando era un criminal. Era un ángel en una personalidad desviada.
Cuando la personalidad desviada se disolvió, apareció su ángel. Yo creo que con
la familia ocurre lo mismo: nos hacen daño, es como una trampa, nos acortan la
vida, nos fastidian psíquica y socioculturalmente, nos proporcionan un limitado
nivel de conciencia, nos sacan de nuestro ser esencial, nos inculcan ideas que
no son nuestras, y en el momento en que nos encontramos en el mundo, todo
aquello se desploma y
tenemos que reconstruir la vida. Perdonamos porque no hay nadie culpable.
Generación tras generación, cada una es víctima de la anterior. Llevamos
muchos siglos siendo víctimas, pero al final comprendes que no ha de haber ya
más rencor. Yo llegué a pensar que mis padres eran culpables por haberme hecho
nacer. Pensaba que haciéndome nacer me daban la muerte. Los culpaba de muchas
cosas, pero luego entendí la frase de Buda que dice: «La verdad es lo que es
útil». Entonces me puse a pensar y me dije: «Yo era algo antes de nacer y elegí
a mis padres porque los necesité como escuela. Los límites que ellos me dieron
son lo que me han hecho y yo soy lo que soy gracias a ellos». Hay frutos
maravillosos de árboles torcidos. ¿Cree que es necesario «matar al padre», como
apuntó Freud? El acto simbólico de la muerte del padre es
absolutamente necesario, pero hay que hacerlo de forma inteligente, con lucidez
y sin rencor. Si percibes a tu padre de una manera violenta, es que no lo
estás matando: estás pidiendo que te ame porque lo necesitas. Pero si llegas a
poder verlo positivamente, sin su pedestal y sin tenerle miedo, ya no estás
rogando que te ame para poder existir... Y es ahí cuando le matas, cuando le
haces caer. Pero una vez derribado hay que reconstruirlo y adjudicarle los
valores, porque los padres tienen valencias esenciales, aunque sean monstruos:
nos dan la vida, dejan su huella en ciertas partes de nuestro ser y se
convertirán en el motor que nos permitirá llegar a ser quienes somos de una
forma consciente. Con el padre hay que aplicar esa máxima de la magia operativa que
dice: «Disuelve y coagula». Para poder superarlo hay que disolverlo
previamente. Poner todas las cosas en su sitio y observarlo intelectual, física
y sexualmente para ver quién es. Y después hay que coagularlo, rehacerlo en tu
interior como tú quieres que sea. Hay que realizar un trabajo interior y, una
vez que superas todo esto, recuperar al padre absorbiendo sus valores. ¿La crueldad de ciertos niños o preadolescentes
es
una creación frustrada? ¿Son culpables de lo que hacen? No hay culpa. Lo que tú llamas crueldad es,
en
realidad, inconsciencia. Un niño no es cruel a menos que esté enfermo. En su
comportamiento reproduce el psiquismo de la familia, como los perros. Es
ignorante y copia un ambiente. Hay padres que actúan como gurús. Cuando un
niño es racista no es el niño quien es racista, es el padre quien lo es. Si un
niño mata a otro niño, los padres son los criminales. El niño, en este caso,
está poseído. No podemos hablar de maldad infantil: los niños no son crueles,
eso es una leyenda; son sólo inconscientes e ignorantes, no saben. Reproducen
conductas de adultos. Ha escrito que las heridas de familia nunca
cicatrizan del todo. Cierto. Yo creo que el ser humano tiene conductas
animales pero también vegetales. El animal tiene células que cicatrizan y
cierran sus heridas. Sin embargo, si cortas una rama no vuelve a crecer: una
herida vegetal es para siempre y lo único que podemos hacer es cubrirla. Por
eso encontramos árboles con oquedades, que producen hongos que alimentan al
tronco. Nuestro corazón se comporta, en este sentido, como los vegetales. Si
le haces una herida nunca cicatriza, ahí permanece. Lo que podría suceder es
que nuevas experiencias vayan cubriendo de vida a esta herida. Yo no me consuelo de la muerte de uno de mis hijos, han pasado ya
muchos años y me sigue doliendo. Pero tengo una vida feliz junto a ese
recuerdo, aunque no exista el consuelo. He tenido la fuerza de crear, junto al
desconsuelo, otros amores, otras obras, otras satisfacciones. Se puede vivir
junto a las heridas. ¿Qué papel desempeñan en nuestra vida los amigos
y otros compañeros
de viaje? Yo tuve dos amigos en la infancia que fui
reproduciendo a lo largo de mi vida, a través de otras personas y
circunstancias. Los amigos son, en este sentido, como la familia: están siempre
ahí. Son un vínculo similar a la pertenencia a una generación, son
generacionales. Vamos todos juntos viajando en el mismo avión, somos pasajeros
del mismo tren. Son muy importantes porque somos seres gregarios y no hombres
lobo. Considero fundamental la amistad y el encuentro con los otros. Para saber
que una amistad es enriquecedora hay que saber por qué la cultivamos. La
amistad es crear algo juntos. ¿La juventud está llena de prejuicios que se
van
limando con el tiempo? Uno no va envejeciendo y dejando caer las etapas,
al
menos de acuerdo con mi experiencia. El niño siempre queda, el adolescente
queda, el joven queda, el adulto queda... A medida que uno va creciendo se va
convirtiendo en un grupo de seres y las personalidades se van sumando, porque
donde hay continuidad no hay separación. A lo largo de la vida no se fijan prejuicios, sino creencias. Yo me
acuerdo de que a los 30 años hice una cosa fundamental: cogí un cuaderno y me
dije: «Voy a escribir todas las ideas que tengo en la mente. ¿En qué creo?». Y
lo escribí, lo hice para sacármelas como piojos de encima. Y luego me dije:
estas ideas no son yo; las puedo utilizar y me pueden resultar útiles, pero no
son yo. El joven a veces cree que lo que piensa es él, como uno a veces
piensa que su coche o que sus zapatos son él. Pero las ideas son como las
camisas. No son uno mismo. En la juventud uno se puede equivocar, pero a medida
que avanza el tiempo las cosas se van disolviendo y va quedando lo importante,
el ser esencial. Durante la primera juventud aparecen los primeros
ídolos musicales o mediáticos. ¿Son necesarios o limitan nuestro desarrollo? Son necesarios para algunos. Yo no tenía ídolos
pero
me hice muy amigo del poeta Nicanor Parra, que era fundamental para nuestro
grupo y mayor que nosotros. A veces necesitamos maestros o guías, aunque en mi
caso de ciertas actitudes sólo me salvó el arte. Yo era artista y tenía que
hacer mi nombre y mi obra, y por tanto no podía entregarme al ciento por ciento
a otras personas ni a otras obras. Aun así, busqué maestros y visité a maestros. No me refiero sólo a los llamados maestros
espirituales sino a los mitos mediáticos, a los que tantos jóvenes quieren
parecerse. Nunca llegué a eso, afortunadamente. Para cierta
gente son necesarios debido a que carecemos de mitologías, y el cerebro
funciona con mitología inconsciente. Por eso los actores de Hollywood han
sustituido, lamentablemente, a los dioses paganos. Los futbolistas o los
cantantes forman parte del mismo fenómeno. Tienen sus roles y en cierto momento
pueden servir, pero ni son necesarios ni tenemos obligación de poseerlos. ¿Cómo se debe enseñar a entender la vida a
un joven o a un hijo? Habría que preguntárselo a mi familia. A mi
hijo
Cristóbal le llevé con 8 años a presenciar una operación de Pachita y le animé
a que metiera el dedo en una herida, a que viera cómo se hace un agujero en una
cabeza, cómo se cambia un pulmón... A esa misma edad hice que recibiera un
masaje de un gurú. Cristóbal se formó con grupos de chamanes, hice todo lo que
podía hacer por él, necesitaría todo el libro para contarlo. Eliminé la
palabra «padre», para que no existiera ese monolito. Nunca me llamó papá sino
«Alejandro». Jamás le impuse una ropa. Y así hice con todos mis hijos. Cuando
pasábamos por una tienda de juguetes y temblaban, les decía: «Entrad y
comprad lo que queráis...». Solían volver con pequeños juguetes pero, una vez,
mi hijo Adán apareció con un caballo de peluche de tamaño natural. Lo miró toda
la tienda, pero yo le compré
el caballo. Les di una educación muy consciente, muy correcta. Pero siempre se
cometen errores, muchos errores. A uno le di tres latigazos y más tarde,
cuando cumplió 15 años, hice que me los devolviera. Se había orinado detrás del
sofá y, mientras le pegaba, le decía: «Éste es un castigo formal, pero no lo
hago con enojo». Nunca me lo perdonó: por eso, en una ceremonia familiar, me
devolvió los golpes. Puente invisible I ¿A qué podemos aspirar en esta vida? A muchas cosas. Pero sobre todo a vivir largamente.
Para eso necesitamos trabajar en lo que nos gusta y, siempre que seamos seres
pacíficos, hacer lo que nos gusta. Debemos ser lo que somos y no lo que
quieren que seamos. Amar lo que amamos sin obligación, sin nudos neuróticos que
no podamos desatar. Desear lo que queramos y crear lo que seamos capaces de
hacer. Vivir con cierta prosperidad, sin derrochar. Pero una prosperidad
para todos, no una prosperidad basada en explotar al otro. Y, por supuesto, hay
que lograr ser inmortales, y para eso tenemos que vivir como si fuésemos
inmortales, pensando que tenemos mil años por delante para hacer lo que
queramos, pero sin olvidarnos de que en diez segundos podemos morir. Para muchas escuelas el conocimiento pasa por
el
placer, la felicidad, lo prohibido; para otras pasa por el ascetismo, el
cilicio, la entrega y el sacrificio. ¿Van todas al mismo sitio? Todos son caminos para encontrarse a sí mismo.
Ahora
bien, todos estos senderos hay que hacerlos con la mayor dignidad, porque somos mortales. No somos eternos y
nuestro estado actual se va a acabar. La vida nos vence en todo momento. Aunque
seamos titanes, somos vencidos. Sabiendo eso, uno puede trabajar más tranquilo,
con humildad. Se trata de llegar a la santidad, proponérselo. La felicidad no
consiste en tener cosas sino en sentir la alegría de vivir, en recuperarla. Se
puede perder en el vientre de la madre, porque podemos ser fetos neuróticos
cuando la madre nos quiere eliminar. En estos casos, recuperar la felicidad de
la vida resulta algo magnífico que permite nuestra unión con el universo en su
totalidad, con el tiempo y con el espacio, con la conciencia en su totalidad.
Es un estado de trance eufórico constante dentro de este cuerpo, posible porque
somos un pequeño cofre que contiene una inmensidad que, a su vez, está en la
más pequeña de nuestras células. A ese estado de euforia de vivir, ¿se puede
llegar
por muchos caminos? Sí, pero no de cualquier manera. Yo comencé
por el
arte. Hice teatro de vanguardia, poesía, escándalo, de todo. Después practiqué
la meditación. Horas meditando, tiempo, todo lo contrario de lo que había
hecho; pero siempre movido por una constante atención, por un constante deseo
de curiosidad y de conocer sin miedo. En eso consiste la audacia. Es el secreto
de la vida. Más allá de imaginar, de jugar con la mente
para no
estar presos en esta realidad, ¿el objetivo es cambiarnos, más exactamente
curarnos? Es que tú hablas de la mente, pero desde que
descubrí el tarot yo siempre hablo como mínimo de cuatro centros del ser
humano: intelectual, emocional, sexual y corporal. No sólo la mente hace juegos
y malabares, el centro emocional, el centro sexual y el corporal también
actúan. Hay que conocerse y observar. Por ejemplo: el centro intelectual
quiere ser, y llega a ser por el silencio. El centro emocional quiere amar, y
llega a amar por la indiferencia. El
centro sexual quiere crear, y llega a crear aprendiendo a fracasar. El centro
corporal quiere vivir, y llega a vivir aprendiendo a morir. Si la vida que nos rodea y el mundo que habitamos
son una construcción mental, ¿por qué no podemos salir de ella a voluntad,
cuando lo necesitemos, para marcar distancia y hacer un alto en el camino? Sí que podemos salir de ella a voluntad, pero
nos
exige valentía y un esfuerzo de nuestra parte. La meditación es una de las
vías posibles. ¿Hasta qué punto nuestra libertad consiste
en saber
y asumir que nuestro destino ya está escrito? No puedo decir que el futuro esté escrito.
Mis leyes
me dicen que cuando me preguntas por un futuro posible, ya estás mostrando tus
límites, al pensar que hay un solo futuro posible. Si yo abro mi mente a este
tema, y acepto que hay un futuro, debo reconocer que hay infinitos futuros
posibles y que voy eligiendo porque a cada momento se abre ante mí una posibilidad
diferente. Construyo mi futuro con mis pasos. No ve entonces nuestro destino de un modo lineal
ni espacial... No, lo veo como un abanico o una estructura
de
posibles futuros. Es decir, podemos construir nuestro destino, pero no
crearnos un destino. Hay diez mil caminos y todos dictaminados. Puedo ir por
uno de los diez mil caminos, pero no puedo inventar el diez mil uno. ¿En qué consiste entonces la libertad? La libertad interior consiste en poder elegir
libremente uno de los diez mil caminos, a lo que hemos llamamos libre albedrío.
Y si tienes un destino porque proyectas el árbol genealógico en el futuro,
entonces el futuro tiende a repetir el pasado y es de eso de lo que tenemos
que liberarnos. Tenemos que hacer futuros distintos del pasado e ir buscando
para llegar a ser uno mismo. Sus ideas podrían definirse como mutacionistas.
¿Somos mutantes? Todos lo somos. Hay muchas cosas que no comprendemos
porque nuestro cuerpo se está desarrollando. Hace poco conversé con un médico
que me decía que la glándula pineal era una glándula atrofiada. Le respondí que
el ser humano es un animal en evolución que no puede tener nada atrofiado en
él. La glándula pineal podría ser, por qué no, la semilla de un órgano que se
va a desarrollar y convertir en el cuarto cerebro. Cambió su visión científica
a pocas horas de una conferencia que iba a pronunciar en Los Ángeles. Lo que le
expliqué es que no hay nada atrofiado, que podría decirse exactamente lo
contrario, y me parecería más lógico. Estamos desarrollando algo nuevo desde
esa glándula, hay cosas que aún no comprendemos porque somos como
chimpancés... ¿Qué sentido tiene que no podamos entender
algo que
estamos destinados a descubrir? No podemos imaginar lo eterno. No podemos
concebirlo, y si no podemos comprender el universo, somos ignorantes y
limitados. Tú me preguntas por el sentido de todo esto, pero seguramente serán
nuestros descendientes quienes puedan comprenderlo. Nosotros estamos aquí para
producir un descendiente que usará el mismo cerebro que ya tenemos pero más
desarrollado. Si el cerebro reptiliano evolucionó hasta nuestros tres cerebros
humanos, creo sinceramente que estamos creando el cuarto cerebro, que no tiene
por qué ser material. En el Medievo lo intuyeron y lo pintaron en forma de halo porque así
lo veían, como un círculo dorado alrededor de la cabeza. ¿Qué explicación tiene que pintaran un halo? ¿Por qué
se inventaron el halo? Pues porque el halo es real. II ¿Qué consejo daría a un buscador de conocimiento,
a
alguien que se buscara a sí mismo? Yo empecé meditando. Pero antes busqué personas
que
tuvieran un nivel de conciencia más elevado que el mío, aunque no fui para
rendirles pleitesía ni con vocación de discípulo. Me puse en contacto con gente
que consideraba interesante. El error que cometí fue hacerme amigo de algún
maestro, porque ya no aceptas ni el intercambio ni la enseñanza. Con la amistad
se desequilibran los niveles de conciencia entre dos personas. Pero conociendo
a todas estas personas mi nivel de conciencia aumentó y aprendí mucho, hasta
que llegué a donde consideré válido. Cuando llegas a un nivel que estimas
importante, ya puedes y debes entregarte a los demás para que aprendan
contigo. De todas sus experiencias de conocimiento:
psicoanálisis, chamanismo, toma de sustancias, meditación..., ¿con cuál se
quedaría? El ejercicio más rotundo al que me he dedicado
durante años es a detener el pensamiento. Conseguir que en mi cerebro no entre
ni una sola palabra. Una vez que lo consigo, me quito de la cabeza hasta el
pensamiento que me dice que fui capaz de detener las palabras. Eso ha sido lo
más difícil. También practicar meditación fue para mí muy importante, aunque mi
camino ha tenido más que ver con la creación artística. ¿Desaconseja las vías racionales como la filosofía
o el estudio de la
ciencia? No lo desaconsejo, creo que todos esos caminos
son
también buenos. La filosofía me hizo plantearme preguntas que luego tuve que
resolver por medio de otras disciplinas. Los altos niveles de conciencia ¿se encuentran
en
las personas o en los grupos? Es difícil pertenecer a un grupo porque los
grupos constituidos
crean dependencias. Si habláramos con el sentido común que nos caracteriza,
deberíamos hablar del gran grupo de la humanidad, la humanidad entera.
Afortunadamente, hace tiempo que dejé de seleccionar gente, y todos los
miércoles me encuentro en el café con aquellos que quieren venir a que les lea
el tarot. A partir de una edad tienes que hacerte útil a los demás. Cuando has
vivido y la vida te ha dado una experiencia, sea buena o mala, llega un
momento en que debes transmitir lo que sabes. En lugar de convertirte en un viejo tonto, debes ir cada vez más
lejos. Ni existe el envejecimiento ni existe la decadencia mental. La memoria
puede tener menos capacidad para encontrar una palabra, o quizá puedas sentir
menos deseo sexual, menos virulencia, pero el deseo no tiene por qué haber
desaparecido. Si a lo largo de tu vida has trabajado las emociones, cuando
maduras empiezas a conocer sentimientos sublimes, que no tuviste cuando eras
joven porque la naturaleza no te lo permitía. Hasta los 40 años tienes que encontrarte.
La verdadera apertura de la conciencia no se puede hacer antes de esa edad. A
partir de ahí, empieza el camino. Usted señala que la contemplación es la técnica
que
perfecciona todas las cosas. ¿Qué entiende por contemplación? En la meditación, te inmovilizas y dedicas
tu
atención a lo que sucede en tu interior, como si estuvieras sentado al borde de
un río viendo pasar las cosas. Y la contemplación es lo mismo pero nadando en
ese río. Es decir, estás viendo lo que te sucede pero estás de pleno en la
vida, actuando. ¿Qué significa «estar poseído por el espíritu
del maestro»? Nuestro cerebro, que es amplio e infinito,
de la
misma manera que produce nuestra personalidad puede producir otras. Es decir,
aprendemos a construirnos una personalidad, los esquizofrénicos pueden tener
treinta personalidades, e incluso más. Cuando vas a ver a un maestro, ves otro
ser humano que tiene un nivel de conciencia más alto que el tuyo. ¿Qué ocurre?
Que persigues ese nivel de conciencia, tu cerebro lo persigue. Entonces tu
cerebro capta ese nivel y lo reproduce en tu persona, pero, como es la primera
vez que lo ves, lo identificas con su persona, con su ego, con su carácter... Y
el cerebro, en lugar de actuar como si tuviera tu forma, te da la forma del
otro, te hace sentir que tienes el cuerpo del otro, la personalidad del otro,
la aparente individualidad del otro. Esto produce una imitación, y creo que a eso te refieres con la
expresión «estar poseído por el espíritu del maestro». No es que el maestro
esté en ti sino que hay una imitación de un nivel de conciencia que estás
considerando superior al tuyo. ¿Y el maestro que cree ser el elegido? Bueno, es que en el camino de la mutación de
conciencia hay trampas. Lo expliqué en mi libro Los Evangelios para sanar. En
realidad tú eres un camino. Tu cerebro es un camino donde transitan todos los
dioses. Si en el camino veo un dios y me creo un dios, he caído en la trampa
del gurú. En realidad, somos el camino por donde pasan las cosas, no los
transeúntes. ¿Qué son las pruebas iniciáticas? En palabras de Castaneda, desafíos. Considéralas
así. Observemos algunos traumas: Una mujer es violada y eso le destroza la vida. Otra mujer es violada, se
baña, se limpia, llora, sufre, se repone, decide que nunca más va a hablar de
ello y continúa su vida. Lo mismo sucede en las guerras, algunas personas
quedan dañadas para siempre y otras, en cambio, se fortalecen. Hay que decir
que los traumas no producen la enfermedad, los traumas son los detonadores.
Hay una base de enfermedad dentro de nosotros que el trauma hace explotar. Y en
cuanto a las pruebas iniciáticas, consisten en lo siguiente: tienes un nivel
de conciencia y te encuentras delante de un acontecimiento. Tienes que
reaccionar de forma útil para ti y avanzar. La prueba es un desafío para que tú
te desarrolles. El sacrificio ¿es una trampa masoquista? Así es. Las religiones nos han confundido.
En
nuestra cultura, el cielo no estaba en la tierra, no estaba a tu alcance. Tenías
que ganarte el más allá padeciendo en la vida, y la Iglesia, diciéndote que
sufrieras, se hizo rica y poderosa. ¿Por qué puede sentirse miedo cuando nos aproximamos
a los arquetipos a través de los sueños, la imaginación o las sustancias
alucinógenas? La multitud, la gente en general, sólo cambia
de
nivel de conciencia cuando está en un serio problema, como por ejemplo ante una
catástrofe ecológica o el terrorismo. La multitud tiene miedo a los arquetipos
porque los arquetipos son contenidos de alta conciencia, y eso produce miedo a
la gente que no desea cambiar. Cada vez que nos enfrentamos a arquetipos, nos
estamos enfrentando a una disolución de la identidad. III ¿Hemos construido una piel invisible a la que
llamamos ego? No, la piel no es el ego. Nos acostumbran a
pensar
que es así, pero no es cierto. Miremos más lejos: imaginemos un león. Él llega
hasta donde llega su salto, ése es su territorio. Cuando ve que un animal entra
en su territorio, salta. También existen plantas cuya percepción alcanza mil
kilómetros de distancia, aves que logran con su vuelo distancias formidables, u
organismos que se dejan sentir muy lejos. ¿Y en el hombre? Pues a través de la
telepatía el ser humano puede dar la vuelta al mundo. El hombre no tiene
límites. Entonces, ¿qué sería el ego? Muchas veces se ha hablado del ego sin entenderlo.
En realidad, nosotros tenemos nuestro ser esencial y otra parte adquirida que
permite una identificación o identidad. Esta última es el ego, una identidad
adquirida que está al servicio de la esencia. El ego puede degenerar en
personalidades desviadas, esquizofrénicas o paranoides debido a que en el ego
es donde se hacen notar los traumas y los golpes de la vida. Usted reconoce que hace muchos años tenía un
ego
gigantesco. ¿Qué se puede hacer en nuestro mundo sin el ego? El ego es sordo. Sordo y ciego. El ego ha de
ser
domado. Es el núcleo de la doctrina hinduista. El ego se tiene que plegar ante la
esencia. En las actividades sociales se desarrollan los más grandes egos, como
en la universidad, donde una persona habla y habla aunque nadie esté atento, y
jamás escucha. Con ese tipo de gente no hay diálogo, sino un largo monólogo.
En la vida hay que entrar en el diálogo y escuchar a los demás. El ego es
necesario como la cáscara del huevo que envuelve la esencia. Eso de «matar al
ego» son locuras de los gurús,
que, por cierto, son grandes ególatras. Me estoy acordando de Osho, que, a
pesar de ser una persona inteligentísima, hacía poner su cara en las camisetas
de sus seguidores. En cada uno de sus libros había quince o veinte fotos de su
cuerpo. El ego puede llegar a convertirse en algo delirante. Este hombre se
pasó la vida luchando contra el ego y, sin embargo, no hacía sino fortalecerlo.
Se enfrentaba con el ego de los demás pero nunca con el suyo. Yo veo a los
gurús como payasos. Son necesarios, pero son grandes monigotes. ¿Somos esclavos de nuestros deseos? Todo el tiempo estamos deseando cosas: más
dinero,
más objetos. El mundo es puro deseo. Nos meten en la cabeza que no tenemos que
envejecer, miles de anuncios nos animan a agrandar los labios, arreglar los
pechos, estirar el pene o reafirmar nuestros glúteos. Deseamos y deseamos todo
cuanto vemos en los anuncios o en la calle. Cada vez que me conecto a Internet
me encuentro con cuatro proposiciones constantes: alargarme el falo, bajar de
peso, comprar prostitutas y ganar una fortuna sin trabajar... o aparecen bancos
imaginarios donde ganas millones. Ése es el grave problema de esta sociedad:
está llena de deseos de consumir y de aparentar, pero hay muy pocas ganas de
ser. ¿Deberíamos entonces aprender, como tantas
veces se
nos ha dicho, a vencer el deseo? Las escuelas orientales transmiten una sabiduría
muy
antigua que debería ser revisada. Se han idealizado mucho las enseñanzas de
Buda, y hay que tener cuidado. La leyenda de Buda, si se mira bien, se nos
muestra bastante lamentable: un joven rico que abandona a su esposa y a su hijo
para estar tranquilo, alguien que teme las cosas más naturales del mundo como
la muerte, la vejez, la enfermedad y la pobreza... Pero, claro, en su doctrina
se supone que la liberación del deseo nos otorga la salvación, que consiste en no renacer, sólo
porque cree en el renacimiento o en la peregrinación del alma, lo que es mucho
suponer y podría no ser cierto. Si yo no creo en la reencarnación, Buda se me cae. Para él hay que
escapar de esta vida para no volver a reencarnarse, y eso es un error. No hay
que escapar de nada. Hay que vivir la vida. Yo no sé si existe la
reencarnación, no podemos saberlo. No podemos establecer doctrinas comunicando
cosas en las que debo creer, como decir que vamos a parar la rueda de la
reencarnación, el karma, etcétera. Son creencias sospechosas. No las uso de
ninguna manera. Bien miradas, son tóxicas para cualquiera. IV Me gustaría preguntarle por la muerte... ¿La muerte qué es? Solamente un cambio, una
mutación. No tememos a la muerte, sino al cambio que supone. ¿Dónde aprendió eso? (Risas.) La
muerte es una palabra, y empecé a aprenderlo con el tarot. La
muerte es el arcano XIII y no
tiene nombre. Está situado en mitad de la baraja. Yo me he dado cuenta de que
una vez tuve 15 años y desaparecí. Luego tuve 30, después 40, y seguí
desapareciendo. En este momento tengo 74, soy otro pero sigo contento. Cuando
tenga 90 estaré alegre, cuando tenga 100 seguiré contento, cuando tenga 300
estaré estupendo, cuando tenga un millón de años seré una fiesta. ¿Cree que queda algo de nosotros cuando morimos? Le preguntaron a un maestro zen: «¿Qué hay
después
de la muerte?». Y él dijo: «No lo sé, todavía no me he muerto». Yo estoy aquí.
Pero sé que lo que soy avanza. El Carro de la carta del tarot está hundido en la tierra. ¿Hacia
dónde se dirige? La tierra se mueve y lo desplaza. Nosotros avanzamos con el
universo. ¿Qué me importa el después? Nunca me importó cómo sería a los 80
años, o a los 100, o a los 1.000 o a los 60.000. Lo que me importa es saber
quién soy ahora, no adonde voy... Cuando empiezas poco a poco a desprenderte de tu identidad, a ser un
humano genérico, dejas de verte en una edad determinada. Luego dejas de
identificarte con el tiempo en general. Después ya no te reconoces originario
de una patria o hablante de una lengua determinada. No te ves en tu nombre, no
te confundes con las cosas que posees, vas cesando en la identificación. ¿Pero dónde sostenernos en esa visión de uno
mismo? Te agarras a lo que eres. A la alegría de la
vida.
Eres cada vez más feliz y no necesitas el traje rígido del carácter o de la
personalidad. Te haces fluido, como el agua. Lao Tse dice: «Hay que ser como
el agua que toma la forma del vaso que la contiene». Vas por la vida tomando
formas y eso es magnífico. Hay un momento en que lo aceptas y te dices «Esto
que soy yo desaparece». Y una vez que eres consciente, todo el tiempo estás
ahí. Sientes en tus talones un abismo de vacuidad total, y vas avanzando como
una luz. Y esa luz que eres sabes que se la va a tragar el abismo. Existe la
esperanza de que te disuelvas con un goce infinito en el océano cósmico, y eres
tú, pero siempre que aceptes ceder tu
conciencia. El último don
que tú das es tu conciencia. Cuando lleguemos a la muerte, lo mejor que podemos ofrecer es una
perfecta y luminosa conciencia, una conciencia clara que hay que saber crear,
porque si no, como decía Gurdjieff, mueres como un perro, sin ofrendar la
conciencia ni construir un alma. Se dice que la potencia está encerrada entre
las
paredes del cráneo... Pero ¿dónde situaría usted nuestra conciencia? Fuera del cuerpo. El cuerpo es como el hueso
de un
melocotón, sin embargo la conciencia no tiene límites y está en constante
expansión. Usted sugiere que en un esfuerzo de imaginación
podemos liberarnos de lo aparente, de la misma forma que oyendo música o
jugando con la memoria nos podríamos trasladar a otro lugar. Sin embargo, no
basta con que juguemos con un puñado de imágenes... hay que cambiar para
mejorar, cambiar al sujeto que imagina, ¿no? Hay un tipo de imaginación que es casi industrial:
son los delirios. No hay que confundir la imaginación con el delirio constante.
Puedo imaginarme cualquier cosa todo el tiempo sin profundizar en nada: cuentos
y cuentos y cuentos sin ahondar en su sentido... O podemos, como Kafka,
sumergirnos hasta cierto nivel y estancarnos. Nunca accedió a la felicidad. Se
plantó en la neurosis. El esfuerzo es siempre necesario, pero ¿por
qué se
nos exige este esfuerzo permanente que es la existencia? En la vida hay que estar siempre atento, no
en
tensión. Noto que cuando dices «esfuerzo» lo sientes como algo desagradable,
pero yo no creo que haya que hacer cosas que detestamos sino cosas que nos
gustan. Cuando yo hablo de «esfuerzo» hablo de esfuerzo agradable: pintar,
danzar, vivir, son esfuerzos totalmente placenteros. Debemos hacer lo que nos
agrada en la vida y esforzarnos en ello. ¿La vida es una prueba? No. La vida es una escuela iniciática. O como
decía
Castaneda: un desafío. Para el guerrero, esto es lo importante. ¿Sirve de algo teorizar sobre la vida? Quien hace teoría de la vida es porque no la
conoce.
Pero el que la conoce, debe comunicar sus experiencias, enseñar lo que ha
vivido. Volvamos una vez más a la vieja y obstinada
pregunta
de ¿por qué existe lo que existe? Me llamó desde el hospital una mujer que estaba
muy
enferma de cáncer, y me preguntó: «¿Cuál es la finalidad de la vida?». Pensé y
le respondí lo que ella esperaba: «La vida no tiene sentido». Entonces suspiró
y dijo: «Eso es lo que esperaba oír». Al día siguiente, murió. Le contesté
aquello para consolarla, porque esa mujer no tenía remedio. Aunque yo creo que
la vida sí tiene sentido, un sentido que no tenemos por qué conocer. Es un
misterio. Esa idea de que todas las cosas tienen una finalidad es muy mental.
Por supuesto que tenemos un fin, pero no lo conocemos. Si no fuera así, yo no
estaría aquí. Tenemos una finalidad como humanidad en el universo. Tenemos un
destino y, sin embargo, no tenemos por qué conocerlo racionalmente. Y esto hay
que aceptarlo de la manera más sana posible. Convertir nuestro planeta en un
jardín. Enriquecerlo y enriquecernos. ¿En qué consiste eso de ser uno mismo? ¿Acaso
podemos llegar a saber quiénes somos? El conócete a ti mismo significa, en realidad,
que
tú eres el universo. Yo no tengo límites porque estoy unido al universo como
un organismo: el tiempo es mi vida, lo que sucede es mi vida y es la vida. Si
me conozco a mí mismo soy el actor y el espectador. Lo conocido y el conocedor
al mismo tiempo. Hasta cierto punto puedo pasar de actor a espectador, pero
hay un momento supremo en que el actor y el espectador se funden. Eso ya no es
conocimiento. Es conciencia pura, estado. ¿Qué significa realizarse a través de lo
transpersonal? ¿No se ha abusado de esta palabra? No es palabrería, es simplemente un constructo
útil.
Lo que entendemos por personal se corresponde con la actitud de encerrarte en
tu propia psicología y analizar todo a través de ti mismo. Lo transpersonal
significa aceptar que existe el otro, tenerlo en cuenta para percibir el mundo
y entender las cosas. En este sentido, lo transpersonal trasciende los límites. Tendríamos,
por ese camino, que llegar al pensamiento andrógino. Si tú fueras una persona
común pensarías primero como español, luego como hombre y, después, como
terráqueo. El ideal es pensar sin nacionalidad, sin definición sexual y sin estar
deformado por el sistema solar. ¿Podemos llegar a pensar que un día nos realizaremos? Eso es una trampa, porque nadie se realiza
plenamente. ¿Qué es realizarse? Se va avanzando como se puede. Por ejemplo,
hoy he estado escribiendo todo el día Los Technopadres, una
serie en
forma de cómic que me encanta. Soy feliz porque me gusta la escena que inventé.
Estoy eufórico porque estoy creando. Aunque sea una historia para niños o para
jóvenes, me fascina. Y cada mañana escribo un poema de cuatro o cinco líneas,
no tengo tiempo para más. Son pequeñas cosas que hago y que me gustan: Cuarto
abandonado casa sin
dueño el vacío
acecha bajo mis
palabras. Como
un ciego que
encontrara un tesoro en
la basura dejo
transcurrir el invierno. No
me
agradezcas. Lo que te he
dado me ha sido
dado sólo para ti. No
quiero que
me ames, quiero que
ames: los incendios
no tienen dueño. Al escucharlo, tengo la impresión de que nuestra
felicidad consiste en mirar el mundo de una determinada manera. No es una cuestión de percepción. Consiste
en ser
uno mismo. Cuando avanzas te percibes en tu totalidad. No se trata de
delimitar la realidad. Si decimos: «Yo quisiera conocer», estamos proyectando
la ilusión de tener un yo, que además conoce. Y no se trata de eso. Desde la
Antigüedad clásica respetamos mucho la expresión «Conócete a ti mismo», pero
en realidad es bastante confusa. La gente piensa que es algo parecido a que
salgas a encontrarte. En realidad cuando decimos «conócete a ti mismo», ese «ti
mismo» es el universo. El universo se conoce a sí mismo. «Conóceme», dice el
universo. En la voz de Dios, conócete a ti mismo significa... conóceme. Cuidado:
no pienses «Tú eres yo, yo soy tú». En verdad, «Tú no eres yo, pero yo soy tú». Los grandes maestros sostienen que tenemos
que aprender
a morir en paz. Pero para eso ¿hace falta todo este viaje? Sí, claro. La vida es aprender a morir con
tranquilidad, «jugar a morir» decían los chinos. Pero morir es entrar en un
proceso, como cuando lentamente de la niñez se pasa a la pubertad: el vello,
las hormonas... Lo vives como un cambio. Tú avanzas en la vida y empieza a
aparecer la vejez, que es otro período. El pelo se va poniendo blanco, los
dientes amarillos. Si luchas contra la vejez, envejeces con angustia. Si luchas
contra la pubertad, te
traumatizas. En un momento dado todos entramos en el proceso de la muerte, que
se puede y debe vivir exactamente como los otros cambios precedentes. La muerte no es más que un estado. ¡Nadie está muerto! ¡Nadie muere!
Todos nosotros entraremos en el proceso de la muerte, y lo maravilloso es que
lo aceptemos con la tranquilidad con la que entramos en la pubertad o en la
madurez. Visiones I ¿Qué piensa de los intermediarios del espíritu?
De
aquellos que se han organizado para enseñarnos los misterios de la vida. Últimamente he dividido el mundo -a pesar de
que
estas decisiones son arbitrarias- en seres y monigotes. La palabra «monigote»,
que se me ha adherido al lenguaje, me sirve para designar todos los constructos
mentales. Hay, por supuesto, monigotes útiles y monigotes inútiles. Y la
utilidad de los mismos varía según pasa el tiempo o cambian nuestras circunstancias
particulares. En cierto momento, un monigote inútil puede ser útil. El monigote útil es aquel que nos conduce a las mutaciones necesarias.
Los monjes, por el hecho de vivir en celibato, no son dignos de fe. Si todo el
mundo fuera sacerdote, se acabaría la raza humana. En este sentido, no son
buenos. No es posible llevar a Dios consigo ni comunicarlo a otros desde una
vida que va contra la naturaleza humana. Cuando estos monjes se organizan en sectas, surgen otros problemas. Supongo que tratan de monopolizar lo que llaman
verdad... Las sectas podrían ser útiles, el problema
es,
efectivamente, que su realidad consiste en apropiarse de Dios. La propiedad
privada de Dios. Luego declaran que quien no pertenece a la secta es infiel,
digno de destrucción. Son separadoras. No unen. Yo creo que en el futuro los
templos serán polivalentes. Existirán catedrales donde se celebren todos los
cultos, con libre acceso y compatibilidad absoluta. Posteriormente se eliminarán
los nombres de los dioses, que serán entidades anónimas. Si pones un nombre a
Dios te estás apropiando de él. La religión, igual que una Constitución, debe ser revisada, porque en
la medida en que el hombre va mutando, la religión tiene que cambiar. La secta
procede con prohibiciones. Aquello que el hombre no conoce lo llama Dios: es
una forma de superstición. En la medida en que el cerebro evoluciona, las
creencias ciegas y los tabúes se van desmoronando. ¿Cómo afecta esto a lo que usted llama salud...? Tenemos que ser muy conscientes de que debajo
de
cada enfermedad hay una prohibición. Una prohibición que viene de una
superstición. Por tanto, no recomienda ninguna Iglesia... No, pero tampoco esos templos de los maestros
zen,
ya sean españoles, americanos o mexicanos. Son monigotes que imitan tradiciones,
lenguajes y comidas japonesas. Pero las sectas poseen técnicas y conocimientos
interesantes. Claro. Pero para adquirir esas técnicas y
conocimientos no hace falta tanto circo. Cuando Ejo Takata me hizo llegar un
bastón zen, se lo devolví diciéndole: «No soy un maestro zen, no me des esto.
Nunca voy a ser un maestro ni voy a andar dando palos a nadie, me haces un
gran honor, pero no lo quiero. Mi vía es otra». ¿Qué sentido tiene que la humanidad haya producido
seres como Jesús o Buda? Cuando dices Jesús y Buda estás hablando de
seres
que para mí son imaginarios. Es como si me dices Don Quijote o Hamlet. Lo
mismo. Pero que sean imaginarios no me importa. Lo que me importa es la calidad
de su mensaje, que es maravillosa. En cierta manera están ahí, casi pueden ser
tocados. Están ahí, míticos, pero ahora hablamos de
seres
humanos. No sabemos si algunos seres humanos han recibido la revelación. Nunca
sabremos si el santo es un loco o si tiene alucinaciones. Y de las apariciones o revelaciones, ¿qué opina? Ver apariciones de la Virgen no me interesa.
No me
prueba nada. Ver a una muchachita transparente que me sonríe subida a un árbol
es para mí lo mismo que ver a un gorila subido a un árbol. Es tan curioso como
eso: no te sirve para nada. ¿Y qué explicación da a esos fenómenos? Se producen porque la gente anhela que existan,
se
trata de una alucinación colectiva. Jung decía que los platillos volantes son
un producto del inconsciente colectivo. Son sueños colectivos. ¿Por qué tenemos la sensación de que las religiones
son trampas para el espíritu? Las religiones se convierten en trampas desde
el
momento en que son límites. La divinidad no tiene nombre ni nacionalidad, y es
para todos. La religión viene a establecer parcelas en la realidad mística y, al final, sientes
los límites de cada religión y éstas se convierten en trampas. Por otro lado,
los libros sagrados llevan siglos siendo interpretados de forma aberrante por
monjes para quienes la mujer es el demonio, y acaban infectando los textos
santos con sus interpretaciones desviadas; luego, esto pasa a las escuelas, la
política, la sociedad... y acaba creando agobio. La religión, que debería ser
la panacea universal, se convierte en el veneno universal: todas las religiones. Usted estudió la Cábala, que además de tener
una
interpretación religiosa es un lenguaje. Sí, un lenguaje que produce muchos locos: en
hebreo
cada letra tiene un valor numérico, y cada palabra que lees es, y suma, una
determinada cifra. Entonces haces combinaciones y dices: «El número 87 es luna
(levana, en hebreo) pero también
la palabra carroña (nevela) suma
87, luego luna y carroña serían lo mismo». Es un sistema delirante;
la
Cabala te lleva al delirio. Nosotros somos adultos. No necesitamos creer en
cuentos de hadas. No podemos decir que un libro fue escrito por Dios. No
podemos decir que la Biblia, el libro sagrado, sea la palabra divina. Podemos
decir que es una novela, una obra de arte. Y los lenguajes son obras de arte.
Pero todos, no sólo el hebreo o el sánscrito. Puedo jugar con todos los
lenguajes de igual manera. ¿Qué relación ha tenido con el sufismo? En el sufismo, cuando lo conoces, descubres
grandes
bellezas. Es como la crema del Islam. Es un profundo misticismo, pero están presos
del Corán. Aunque Shams-de-Tabriz o Rumi eran almas muy
libres... Yo me decidí a sanar, al ser consciente de
que las
enfermedades vienen con los libros. Detrás de cada enfermedad hay un libro, sea
el Corán, los evangelios, el Antiguo Testamento, los sutras budistas... Todos
los libros, si son interpretados desde el fanatismo, producen enfermedades. Hay
que reinterpretar todos estos textos, hay que tomarlos como lo que son: obras
de arte. La Biblia, por ejemplo, es una novela maravillosa. Todas las creencias establecen metáforas para
explicar la existencia, pero la explicación de lo que nos ocurre sigue siendo
un misterio. Esta incomprensión, a veces, nos lleva a planteamientos
delirantes... ¿Cree que Dios es un ludópata? Es un juego intelectual interesante hablar
de Dios y
pensar que es un ser que juega, que tiene atributos, que se aburre, y que vence
el aburrimiento tirando los dados. Cuando Maimónides escribió su libro Guía
de los perplejos necesitó
tres tomos para tratar de definir a Dios y llegar
a la conclusión de que Dios es aquello de lo que nada se puede decir. Dios es
el impensable, el innombrable. Y yo añado que es el inamable, porque: ¿cómo
vas a amar lo que no conoces? Me gusta la idea de que juega, pero yo creo que
no es él quien juega. Es el ser humano quien juega: es la humanidad la que
juega. Johan Huizinga escribió un libro llamado Homo ludens que
es un
análisis del hombre como ser que juega. El hombre es un ser que juega y construye
las ilusiones a su semejanza. El hombre ha imaginado un Dios que juega... ¿En qué tiene fe? Cuando a Ramakrishna le preguntaron si creía
en
Dios, él respondió que no. «¿Cómo es posible que un místico tan grande no crea
en Dios?», le dijeron. «No creo porque le conozco», respondió. Yo no creo en el
concepto «fe», creo en el conocimiento. ¿Conoce? Hay cosas que conozco, sí. El tonto no sabe
pero
cree que sabe. El sabio no sabe
pero sabe que no sabe. Cuando el tonto sabe no sabe que sabe. Cuando el sabio
sabe, sabe que sabe. ¿Qué significa para usted el concepto «santo
civil»?
¿Quién lo sería? Yo soy una persona que me he propuesto hacer
el
bien, simplemente. No es que lo haya logrado, pero me lo he propuesto. Además
de ganarme la vida o tener hijos y mujer, como podemos hacer todos, me he
propuesto hacer el bien en la medida en que estoy en la sociedad civil. El
santo civil sería quien imita la santidad desde estas posiciones. Nadie es en
realidad santo, sino que imita la santidad. El santo sería el ser humano
perfecto, pero el ser humano actual aún está en proceso de evolución. Por eso
está obligado sólo a imitar la santidad. ¿Cómo podemos imitar la santidad? Por intuición. El santo escucha lo que debe
hacer. Y
esto nos viene del interior, de lo que llamamos Dios interior. Hay una
percepción en nosotros, algo que nos dice: «¿Qué es lo mejor en esta situación?
¿Cómo ayudar al prójimo?». Para el santo civil no existe el sacrificio; como todo el mundo,
elude el sacrificio masoquista de los santos y realiza una vida normal,
integrado en la sociedad. Pero, además, es consciente del mundo, es consciente
de que sus actos tienen que ser sanadores para los demás y para él mismo. La santidad no es algo que pertenezca a las religiones, ni significa
represión sexual. La santidad consiste en tener una conciencia cósmica y
divina. Cuando yo hablé de santidad civil me tomaron por loco, pero ahora se
está practicando. Era necesario hablar de santidad civil, y lo hice. Como también
digo que el arte para ser arte debe curar. Y muchos han comenzado a
practicarlo. Cuando descubres una idea y la comentas, a veces se extiende por
todas partes. Cuando abre una flor es primavera en todo el mundo. II ¿Hacer política es necesario para el desarrollo
de nuestra conciencia? Los políticos tienen una función social, son
nuestros empleados, somos nosotros quienes les pagamos. Hay que darse cuenta
de que un presidente sería nuestro encargado; los policías, nuestros
dependientes, como los cajeros del banco o los camareros. Los políticos son
nuestros servidores, no nuestros amos. Pero uno puede tener una pasión política... Yo nunca la tuve, odié siempre la política.
Jamás me
mezclé con esa gente porque, para mí, la política tendría que ser metafísica,
mística y arte. Yo recomiendo que se acabe con la política, que ahora es el
cáncer de la sociedad porque ya no significa nada. Actualmente, un presidente
no pinta gran cosa, encarna un viejo símbolo, pero detrás de él están las
multinacionales, los petroleros, etcétera. Podríamos vivir muy bien sin ellos,
sin monigotes y sin cargos representativos. La gente está aprendiendo, porque
los ve representados como guiñoles o imitados por humoristas en la televisión,
y ya no se deja confundir. Al mismo tiempo, usted dice que hay que cambiar
el mundo... Hay que cambiarlo, pero no desde la política.
Cuando
yo estaba en Latinoamérica, escritores muy célebres me decían que me
pronunciara, que tomara partido por la izquierda porque de lo contrario, me
advertían, nunca tendría éxito literario. También me decían que si no me
situaba en la izquierda me considerarían de la derecha. «¡Pronúnciate y tendrás
éxito literario! ¡Es lo que hemos hecho los demás! Si no, nos tendrás como
enemigos», me aclararon. No me puse de su lado porque considero que el arte no
es política, es la política la que debe convertirse en arte, pero no el artista
en político. ¿Cuál sería la utopía para la época actual? Para empezar, querría que todas las funciones
humanas las realizara una pareja, comenzando por la escuela. Es monstruoso que
los hijos salgan de la pareja y vayan a ser educados por profesores, sólo un
hombre o sólo una mujer, que es la negación de la pareja. Las clases deberían
darlas parejas de ambos sexos, y los niños ser educados por un hombre y una
mujer, de la misma forma que debería haber un Papa y una Papisa, un presidente
y una presidenta, no necesariamente marido y mujer. Es lo que haría como primera
medida política para la vida social: todas las actividades humanas tendrían que
realizarse en parejas complementarias. Vivimos alienados por un mundo que está a merced
de
la técnica, el mercado y el dinero. ¿Esto se debe al capitalismo o el problema está
dentro de nosotros? Si lo observas atentamente, lo que define al
hombre
o a los valores no es la cantidad, sino la calidad. La humanidad siempre ha
sido calificada por sus valencias. Otra cosa es la gran masa, que es la que en
el fondo dirige el mundo, porque los políticos necesitan de sus votos y tienen
que engañarla para legitimarse. Nuestra labor es otra, es crear gente
consciente. Todo lo que deseo para mí, lo deseo para los otros. Trabajar la
conciencia, para después repartirla. Que la humanidad no se hunda en la
catástrofe, porque entonces dominará la cantidad, y la masa tiene un nivel de
conciencia escaso. Hay que elevar el nivel de conciencia: la multitud no
representa al ser humano. En esta sociedad enferma surgen personas como
anticuerpos llamados a expandir la conciencia, pero ése es un trabajo que se
debe hacer desde la escuela, desde la calle, desde el arte, desde cada
palabra. Por eso hablo del arte para curar, y no de política. Tampoco sirven de nada los entretenimientos que adormecen; bueno,
quizá para soportar la vida, ¿no es cierto? Yo me divierto, me entretengo con las películas americanas como
un enanito, que sirven para embotar el cerebro, pero todo ese pseudoarte no
cambia la sociedad. Aunque, realmente, la sociedad no debe cambiar, debe
mutar... Y, poco a poco, va mutando. Si tomaras a cualquier ser mediocre de hoy
y lo trasladaras a la Edad Media, sería un genio. Vamos cambiando, vamos
mutando, pero la masa lo hace mucho más lentamente. La sociedad es como el
cuerpo de una gallina: las patas de la gallina son duras e insensibles, el ojo
es muy vivo, y hay seres que encarnan las células del ojo y otros que encarnan
las células de las patas, del ala o de su cloaca. Aunque no todos los seres humanos tienen la misma función, la
conciencia colectiva es totalmente necesaria. Hay, como ya dije, diversos
grados de conciencia, y eso es lo más importante: la mutación del grado de
conciencia. Si tuviéramos otro nivel de conciencia la humanidad sería
maravillosa. El problema es que el hombre de la calle tiene un nivel de conciencia
animal, infantil y romántico, que le hace seguir apoyando a quien no le
favorece, sea la clase política, el ejército... Desde la escuela y la televisión se hace una alabanza constante a las
guerras y al poder. Nuestra historia es la historia de las batallas y de las
imposiciones. La vergüenza de la humanidad. El ejército y la policía son
elementos represivos que parecen imprescindibles, pero que bien podrían no
existir. Yo propuse en Chile que el ejército cambiara su uniforme por un tutú
y aprendiera antes que nada a bailar ballet clásico, y que después estudiara
arreglos florales y jardinería para fertilizar nuestro desierto chileno y
convertirlo así en un jardín. III El futuro es algo que ya está pasando entre
nosotros. ¿Cómo ve el futuro de la especie, de esa humanidad de la que habla? Estoy cansado de pesimismo, la raza humana
siempre
cambia cuando está en peligro de muerte. Cuando empiece a morir gente por las
calles, acabaremos con la polución y otras barbaridades. Reaccionaremos por
necesidad. ¿Nunca es tarde? Nunca es tarde. Al mismo tiempo que se perfeccionan
los teléfonos móviles, los coches, la genética, las armas, también se
desarrollan otras muchas cosas que son buenas para la humanidad. El
descubrimiento de la energía atómica implicó hallazgos beneficiosos para la
medicina y la ciencia. El camino que ha tomado la genética nos parece ahora
monstruoso, pero es necesario porque estamos entrando en la vida. La clonación
hay que descubrirla si queremos evolucionar y abandonar nuestro origen primate.
En la alquimia una de las ideas de fuerza era el homúnculo: crear un ser
humano. Tenemos que ser capaces de hacerlo. La idea de la depuración de la raza
arruinó el deseo de que el hombre avance genéticamente, pero tendremos que
conseguir un cuerpo diferente ya que éste no responde a nuestros deseos
espirituales. Pero con la desaparición de culturas y especies,
la
destrucción de la Amazonia... el mundo no volverá a ser como fue. Pero podemos recrearlo con la genética. Gracias
a la
genética vamos a recuperar los animales que hemos exterminado. No hay que
ponerse en contra de la ciencia. Para mí el avance científico es muy positivo.
Como en la naturaleza: cuanto más progresamos en el mal, más lo hacemos en el
bien. ¿Por qué se tiene ese miedo al futuro? Mira, un animal tiene miedo porque se lo pueden
comer en cualquier momento. Para que esta sociedad funcione y no cunda el
anarquismo, tiene que funcionar el miedo. Hay varios terrores: el terror
económico (muy actual), el terror sexual (sida), el terror a la conciencia
(cuando una sociedad empieza a pensar en la pena de muerte), el terror
emocional (la guerra de sexos), etcétera. El terror es algo complejo: hace
construir defensas y mantiene la sociedad sin cambios. ¿Cómo imagina el mundo dentro de algunos años?
¿Qué
mutaciones le parecen posibles? Yo creo que en el futuro se va a cambiar nuestro
motor energético, nuestra energía. Los cambios de una sociedad son cambios de
energía. ¡Estamos obligados a volar todos! Pero no a volar como las aves, sino
a descubrir la fuerza antigravitatoria. No podemos concebir un futuro sin
vencer la gravedad. Todo va a cambiar. Una ciudad es un lugar con raíces, y se
van a acabar las ciudades. Viviremos en caparazones volantes. El cielo se
poblará, y el suelo estará libre de calles, caminos, no usaremos gasolina...
Vamos a volar sobre un jardín maravilloso poblado por todo tipo de animales.
Vamos a vivir en libertad. Va a cambiar el espíritu, va a cambiar todo. ¿Cree que nos dirigimos hacia un mundo sin
límites
materiales, hacia una espiritualización? Sí, y será un cambio paulatino. No habrá muebles,
trabajaremos con materiales inteligentes que se deshacen y recobran la forma,
robots portátiles, ropa curativa, que nos podrá decir nuestra temperatura y
nuestro estado en cada momento, tendremos casas pensantes que funcionarán
solas. Todo eso ya está desarrollado, pero se va a perfeccionar. Los
combustibles fósiles se acabarán: ya existen automóviles que funcionan con
hidrógeno, gas, aire comprimido. La polución terminará. El dinero evolucionará
hacia algo inmaterial. Si tenemos una nueva energía gratis, todos vamos a
disfrutar del ocio y de una vida larga. Desarrollaremos las artes, la belleza.
Hablaremos cantando quizá, como poetas. La telepatía, poquito a poquito, irá
estableciéndose como lenguaje. Habrá un medio de comunicación instantáneo y universal. La pareja mejorará
mucho y se hará consciente. No podrá ocurrir que, como ahora, unos coman y
otros no, por tanto desaparecerá el hambre. El hombre común tendrá que hacer
evolucionar su nivel. Somos gorilas, primates. Estamos en formación todavía,
pero vamos a volar. Aunque habrá muchas peleas y resistencias nacionalistas por conservar
las pequeñas cosas llegará un momento en que todo eso acabe porque será inútil.
¿Cómo terminará? Gracias a los niños. Esos hijos de los nacionalismos estarán
en un futuro comunicados con todo el mundo. Poco a poco, todas las
nacionalidades se van a entremezclar. Los lenguajes se van a entremezclar. Nos
espera un futuro maravilloso, tras pasar por enormes plagas necesarias para que
no invadamos el planeta y no acabemos con las otras especies. Siempre habrá
enfermedades para equilibrar la población. Pero nos curaremos con la mente. ¿Están condenadas a desaparecer casi todas
las
especies que nos han acompañado en la evolución? No. Las recrearemos. De una piel de tigre colgada
en
la pared sacaremos tigres. Pero ¿serán reales o virtuales? Reales. ¿Qué opinión
le merecen los experimentos genéticos? La genética es sagrada. No hay que oponerse
a ella. ¿Cree entonces que un día podremos llegar a
crear
belleza, como el ala de una mariposa o una flor? Claro, podemos coger un hueso o algo orgánico
para
recrear al animal: en una célula está todo. Recrear, pero no crear... Bueno, se podrán mezclar animales y especies... Por lo tanto, ¿la manipulación genética le
parece una necesidad? Me parece imprescindible. La conciencia nos
ha sido
entregada para que experimentemos. ¿Y la clonación? Es absolutamente imprescindible y hay que
experimentar a fondo. Durante una época no se avanzó a causa de prejuicios
religiosos, y ahora no se avanza a causa de prejuicios científicos,
económicos, políticos... ¡Tenemos que continuar! Hay quien piensa que la clonación puede vulnerar
derechos fundamentales de la persona. ¿Por qué, si la persona quiere? Hablo desde el punto de vista del que nace
clonado.
Se podrían crear cien copias de un humano y destinarlas a trasplantes de
órganos o a la esclavitud. Goethe escribió Werther y se suicidaron dos
mil jóvenes, y hubo quien dijo: «¿Por qué tenía que escribirlo? No se deben
escribir esas cosas». Así surge la censura, derivando de suposiciones de este
tipo. Pero, siguiendo el mismo razonamiento, también deberíamos quemar la
Biblia, porque ha producido más muertes que la bomba atómica. O todos los
textos budistas, porque hay quien se quema a lo bonzo. Todo tiene un peligro,
siempre. Pero porque exista ese peligro no vamos a impedir que las cosas sigan
su curso. Al igual que existe el peligro de crear ejércitos de zombies, también
existe la posibilidad de hacer una nueva humanidad superdotada, con larga vida:
una mutación de la humanidad
hacia algo infinitamente mejor de lo que somos ahora. Ése es el camino. No obstante, si analizamos la historia, cuando
se ha
intentado mejorar la especie se han producido fenómenos tan graves como por
ejemplo el nazismo. Pero en ese caso eran intentos de selección
racial
con fines de dominio. No era genética, no se trabajaba sobre el feto ni sobre
la célula, ni nada por el estilo. Eran sueños de la época, movidos por el deseo
de una raza superior que dominara a las otras razas. Pero de lo que yo hablo es
de una humanidad superior, no de una raza superior. De ahí que sea admitida la
genética. ¿Ves cómo hay barreras que nos impiden llegar a la verdad? Nos
quedamos clavados en la idea de que la genética tiene el riesgo de traer un nuevo
führer. Cambiemos el concepto: creemos una humanidad superior, y
entonces aceptaremos la genética. ¿Cree que en un futuro habrá un mundo virtual,
como
se está dibujando en Internet? No. La raíz de lo virtual es lo real. Por esto,
siempre, el mundo virtual se disolverá en el real. ¿Cree que las religiones, tal y como las entendemos,
serán cosa del pasado? Claro, un fenómeno histórico, un fósil. Habrá
místicos, pero las viejas creencias serán ya fósiles. Cuando veo películas con
sacerdotes, me río mucho: los curas son como un verdadero carnaval, los
rabinos son como un desfile de locos, los tibetanos, los Hare Krishna, todos
disfrazados como travestíes. Un religioso no necesita llevar uniforme. ¿Habrá nuevas Iglesias? Iglesias no sé, pero habrá grandes salones
de baile.
Todos esos lugares se reconvertirán en lugares de fiesta. ¿Cómo cree que se desarrollará el arte? Lo estamos viendo ya. Con los nuevos medios
nace el
arte polivalente. Es decir, ahora estamos acostumbrados a leer un poema, a
admirar una escultura o una pintura, a acudir a una función de teatro... En una
maquinita lo tendrás todo: literatura, música, voces, imágenes, tendrás una
tercera dimensión... El arte total. ¿Cómo evolucionará nuestro sentido del tiempo? Como viviremos mucho más, cuando tengamos tres
mil
años de vida será un placer estar viejo, porque estar viejo es estar en medio
del cosmos y del universo. Vamos a sentir el universo. Es un regalo divino que
nos da la vida. Estar vivo es un regalo inimaginable. Tenemos que ir trabajando
para mejorar esta maravilla. En el universo de sus cómics está muy presente
la
vida extraterrestre. ¿A qué se debe? Está presente porque existe. Como lo están
también
los problemas metafísicos, la política, como lo está todo. ¿Por qué en un cómic
no va a poder estar todo? Lo peor que hay son los géneros: el teatro cómico, el
teatro dramático, el melodrama... No creo en eso. No hay un planeta ni un sistema planetario: hay un cosmos, un universo
que está presente en cada segundo. ¿Cree que puede haber una civilización más
avanzada
en algún lugar del universo? Claro, es completamente creíble. ¿Por qué vamos
a
pensar que somos los únicos
seres que existen? La solución del fenómeno de la conciencia tenemos que buscarla
en todo el universo concebido como unidad. Y así como hay conocimiento y vida
en un lugar, podría haberlo en otro. Podría ser una forma de vida diferente a
la nuestra, incluso incomprensible. El arte de sanar El organismo, según usted, es un sumidero de
problemas no resueltos. Claro, porque cuando tú no quieres hacerte
consciente de lo que tienes, el cuerpo lo transforma en enfermedad. Todo secreto
tiende a aparecer de la misma manera que tiende a manifestarse lo oculto. La
naturaleza quiere que estés sano y que te realices, y cuando te reprimes,
reprimes algo de ti que acaba saliendo por algún lado. ¿De dónde vienen las adicciones que flagelan
nuestras sociedades? De carencias de la infancia, que las personas
intentan compensar de ese modo. El alcoholismo se produce generalmente por
falta de leche materna. Y la adicción a la heroína suele deberse a la falta de
ser, a la ausencia de reconocimiento, para así lograr llenar el vacío de no ser
amado. ¿La locura existe o es un invento de la policía,
como diría Topor? Sí existe. Necesitamos sueño y realidad. Hay
un
momento en que se borra la individualidad, y entonces el cerebro funciona sin
control, y llegamos a la locura. El cerebro es un universo en constante
expansión y movimiento. Vamos en una cárcel racional que navega dentro de un
loco. ¿Cuál cree que es la enfermedad más extendida? El sufrimiento emocional. La civilización nos
predispone a ello. Usted ha asistido a muchas operaciones en las
que
los chamanes curan a la gente. ¿Qué hay de realidad y qué hay de montaje en
las curaciones de los primitivos? Es lo que yo llamo «trampa sagrada». El chamán
realiza actos teatrales, imita poderes, e imitando poderes produce el efecto,
porque abre las puertas de esa cosa misteriosa que somos nosotros. Dudó siempre de lo que veía en ese tipo de
rituales,
pero luego le dio otro sentido, más bien metafórico, que integraría más
adelante en sus terapias. Yo partía de no creer en nada. No es que dudara,
es
que no quería creer en aquello. El paso positivo que di ante aquellas prácticas
fue eliminar el creer y el no creer, me quité estas dos actitudes de encima.
Los científicos no creen, pero creen en no creer. Es un error. Hay que
prescindir de prejuicios ante estos actos, experimentar tranquilamente y ver
los resultados. La manera de actuar del chamán es, en cualquier
caso, metafórica. Claro, porque el inconsciente procede con metáforas.
Si, por ejemplo, a alguien que te ha hecho mucho daño le das una bola pintada
de negro y le dices «Toma, éste es tu cáncer y no el mío, quédatelo», eso es
una metáfora. Pero el enfermo, más o menos, suele resistirse
a ser curado. No es que se resista más o menos, es que se
resiste
siempre, por una razón muy sencilla: la enfermedad, en sí misma, ya es una
resistencia. Una resistencia al mensaje del inconsciente. Se está produciendo
una prohibición y, en la medida en que te resistes a ella, creas una enfermedad. Cuando leo el tarot lucho como si estuviera en un combate de artes
marciales. Una pelea de karate con el consultante, que se resiste a ser
ayudado. El tarot es un arte marcial que trata de darte vida, pero el
consultante combate y se resiste. Luchas con las defensas que pertenecen a cada nivel de conciencia.
Pasar de un nivel de conciencia a otro es una batalla. La gente se defiende de
ser curada porque ha sido marcada por una preparación genética, sociocultural
y familiar que le otorga una identidad. La gente enferma está pidiendo algo,
quiere que la amen. Para poder ayudarla tienes que luchar para que acepte que
nunca va a obtener lo que no le dieron en la infancia. Paradójicamente, y al mismo tiempo, el enfermo
pide la curación. En realidad, el enfermo pide la curación para
que se
le vaya el dolor, no la enfermedad. Está pidiendo una aspirina metafísica.
Quiere que desaparezca el síntoma, pero se resiste a querer ver la esencia que
produce esa enfermedad. No la quiere ver porque perder la identidad es lo que
más tememos. ¿Es como el miedo a la muerte? No. Es mucho más que el miedo a la muerte.
El
cerebro no concibe el miedo a la muerte, pero sí el miedo a perder la
identidad, que es su equivalente. La persona que pierde la memoria se puede
decir que es un muerto vivo, que tiene que recomenzar una nueva vida. Sin decorado primitivo de fondo ni superstición,
¿qué queda de las ceremonias de curación realizadas por los chamanes? No es sólo una cuestión de decorado primitivo.
No
somos primitivos. Cuando estuve en la India, con motivo del rodaje de mi
película Tusk (1978), busqué un maestro. Me encontré con
uno que salía
del hotel y que estaba gordísimo, se había enriquecido y había engordado, se
había occidentalizado de una manera grotesca. Otro día vi un desfile de sadhus,
los hombres santos de la India, protestando porque el precio de la marihuana
había subido: estaban todos drogados. Las mujeres vendían sus saris de seda y
los compraban de nailon. Etcétera. Estos pueblos primitivos quieren venir aquí,
eso explica la invasión de chamanes de todo tipo que arriban a nuestras ciudades.
Todos los que vienen a salvar el mundo quieren entrar en la civilización, y lo
que les atrae es, sobre todo, el dinero. Eso es lo que les llama la atención de
Occidente. Es ridículo que nosotros, que hemos salido de la mentalidad
primitiva, que hemos llegado a la mentalidad racional, volvamos a buscar
secretos en lo primitivo. No podemos volver atrás. Debemos tomar ese
conocimiento, aplicarlo a nuestra mente racional e ir más lejos todavía. Pero hay quien se va a la selva en busca de
ritos,
chamanes y referencias que aquí hemos olvidado... La moda del neochamanismo es ridícula. Es bueno
visitar otros pueblos para aprender técnicas que hemos perdido, pero no para
imitarlos o reproducir sus supersticiones, sus dioses o sus ritos, que no nos
sirven. Es absurdo. Nosotros no seremos nunca pieles rojas ni indios del
Amazonas aunque nos lo propongamos. El libro de Antonin Artaud Los
tarahumaras es lamentable,
en cuanto que habla de ese pueblo con mirada de
turista. Se tiende a idealizar a los antiguos. No eran mejores que nosotros,
aunque el pueblo y el folklore siempre hayan conservado restos de un
conocimiento difunto que, por otra parte, no podemos emplear. La actitud tradicionalista
no es útil para nosotros. ¿En qué consiste la psicomagia? La psicomagia consiste en dar consejos para
solucionar problemas, aplicando de forma no supersticiosa las técnicas de la
magia. Los elementos con los que se cuenta son toda clase de actos simbólicos
que puedan ser propuestos a una persona. Lo primero de lo que tenemos que ser conscientes es de que cuando una
persona tiene un problema hay que introducirla en su problema, para que sea
consciente de él. Hay que llevarla al límite de su problema, no apartarla
enseguida de él, sino enfrentarla a sus miedos. Una vez superados éstos, la angustia
desaparece y la persona puede remontar. Si uno tiene miedo de algo, hay que
enfrentarle a ese miedo. Esto no es algo original: hay que poner a la persona
frente a su angustia. A partir de ahí, hay métodos concretos para ayudarla. En
el caso de que una persona haya sufrido toda su vida, lo único que puede
hacerse es dejarla morir y que renazca de nuevo. Esto se hace metafóricamente,
por ejemplo cambiándole el nombre y haciéndole una tarjeta de visita nueva. La psicomagia depende de soluciones creativas muy simples en las que
yo no tengo ningún límite. Son cosas no agresivas, cosas benignas, jamás
destructivas. Por ejemplo, si enterramos algo debemos plantar algo. La
creatividad no debe verse desde el lado del mal o como una posibilidad de hacer
mal, ¿comprendes? Porque la creatividad desde el mal se convierte en
destructibilidad. Y la destructibilidad no es interesante. ¿La psicomagia puede aplicársela uno mismo
o hace falta un maestro? Por supuesto que puede aplicársela uno mismo.
Yo lo
hago continuamente. Tengo fetiches propios y sagrados, y también cómicos. Me he
creado un altarcito, reflejos condicionados. ¿Qué características tiene que tener un hombre
para curar a otro? No se cura a otro, se ayuda a otro a curarse.
El que
quiere curar a otro es un vanidoso. Ni siquiera el otro se cura. Dios lo cura.
Yo creo que el motor de todo esto es la bondad. Cuando una persona desarrolla
en sí el sentimiento de la bondad, advierte los sentimientos del otro y hace
lo que puede para sacarlo del mal. Hay que ponerse en el lugar del otro y
hacer lo posible para que el otro descubra cómo curarse. Para eso es necesario
que el otro ascienda de nivel de conciencia y desplace su visión de las cosas.
Todos nosotros percibimos la vida desde un punto de vista, más o menos
variable, a una cierta altura. Cuando cambiamos ese punto de vista nuestra
vida cambia. ¿El terapeuta debe dejar la moral de lado para
curar? Debe ser amoral, pero no inmoral. La inmoralidad
revela una enfermedad. Ser amoral para el terapeuta significa no juzgar. Como
un médico: si un asesino tiene una herida, el cirujano le ayuda y le cose la
herida. De la misma manera debe actuar el terapeuta. Tiene que dejar de lado
los prejuicios, y más aún un terapeuta psicológico. Un cierto desinterés personal y distancia ¿son
imprescindibles para curar? Habría que precisar qué entendemos por «desinterés».
Está bien no querer nada de la persona, pero eso significa también cierto
cinismo e indiferencia. El terapeuta tiene interés en curar a la persona, y
precisamente ese interés hace que sea desinteresado. Hablo de los terapeutas
que no buscan ganar dinero ni timar a la gente, como hacen ciertos adivinos.
Hay otro tipo de interés, que se manifiesta cuando el psicoterapeuta tiene
complejo frente al consultante y quiere convertirse en un soporte para los
enfermos, reforzar su ego o explotar su interés narcisista. Otras veces se dan
intereses políticos o sociales. Conocí a una psicoanalista que destruía
sistemáticamente las parejas que se le acercaban porque odiaba al hombre.
También está el interés de ser amado. O el más simple: intentar hacerse amigo
del paciente, pero esto hay que dejarlo de lado para poder curar. Usted suele decir que curar es todo menos un
juego
surrealista... pero en sus recetas de psicomagia hay mucho de juego y hasta de
humor. Hay algo de humor, pero lo que ocurre es que
en el
momento que hacemos algo que nunca hemos hecho, ya estamos en el camino de la
curación. Hay que romper las rutinas. Como hablamos del lenguaje del
inconsciente o de los sueños, estos actos pueden resultar extraños en
apariencia. Es el camino contrario al seguido por Freud con el psicoanálisis y
los sueños. El psicoanálisis anota los sueños y los interpreta a la luz de la
razón, va de lo inconsciente a lo racional. Yo voy al revés: tomo lo racional
y lo vuelco al lenguaje de los sueños, introduciendo los sueños en el lenguaje
de la realidad. Los actos psicomágicos equivalen a construir sueños en la
realidad. Si estas cosas no suceden, hay que hacer que sucedan. La realidad busca
la liberación onírica, y hay que hacer que pase algo para que alguien se cure.
Todo lo que sale de lo racional hace reír o espanta. Risa o espanto son sólo
reacciones para salirse de lo común. La verdad es que la psicomagia se ha hecho
popular.
¿Cómo se lo toma? Encuentro por la calle muchos actos de psicomagia
que no he dado yo. (Risas.)
Es cierto que se está utilizando
mucho. Al
principio fui muy discreto. Estuve durante años dando consejos y anotándolos.
Luego vino Gilles Farcet, e hicimos el libro Psicomagia, que
él tardó cuatro
años en preparar, mientras yo seguía trabajando. Cuando el libro salió en
Francia tuvo un gran éxito y se tradujo al castellano y al italiano. La gente
se puso a buscarme, y entonces pude hacer experimentos. Durante un año recibí,
cada día, a dos personas en mi casa para tratar de elaborar las leyes de la psicomagia, pensé que
era parte de mi creatividad y que, antes de que yo muriese, tenía que poder
enseñársela a mi hijo Cristóbal, a mi mujer Marianne y luego a unos cuantos
terapeutas. Continúo formando gente, pero el proceso es muy lento. Se
necesitan, al menos, cuatro o cinco años de experiencia y mucha actividad
artística. La diferencia fundamental de esta terapia con el psicoanálisis es que
éste fue creado por gente que procedía de la universidad y de la ciencia,
mientras que yo he creado una técnica que viene del arte. Yo digo que un
científico no puede ser terapeuta. La curación es obra de artistas y poetas. Si
no, no puedes curar. Trabaja con el cuerpo a fondo, pero teniendo
en
cuenta la existencia de un cuerpo fantasma, sobre el cual usted ha investigado
mucho. Yo empecé a estudiar las religiones, el tantra,
el
yoga, la alquimia, el zen, la medicina china, la Cábala. Me di cuenta de que
cada cultura crea una biología imaginaria que funciona. Por ejemplo, estudié
que el chakra muladhara, que está entre el sexo y el ano, es como una flor de
cuatro pétalos que tiene en el centro un elefante con la trompa izada. En un
primer momento pensé: «Verdaderamente no siento que tenga ninguna flor entre
el pene y el ano». Pero cuando fui a la India decidí montar en elefante, para
ver qué era eso. Y entonces supe por qué decían eso de aquel chakra: cuando
montas en elefante sientes la fuerza de la naturaleza. El elefante avanza como
un giroscopio, no se inclina ni a la derecha ni a la izquierda, va como una
barca en un mar calmo. Es como una fuerza monumental de la tierra que la
sientes entre las piernas. Entonces me di cuenta de que esas flores y ese
elefante son metafóricos, hay que comprenderlo en su sentido cultural; son
localizaciones que se ubican en el cuerpo, pero son imaginarias. A mucha gente le digo que si quiere aprender masaje do-in, no presione
con el pulgar el cuerpo buscando míticos meridianos. Yo le enseño en una hora
a empujar con el pulgar todo el cuerpo de la persona, y los pacientes sanan.
Chakras y meridianos son biologías imaginarias. El cuerpo es un todo. Me
interesé por la biología imaginaria porque comprobé que, cuando imaginas tu
cuerpo, lo estás creando. Castaneda tiene una biología imaginaria fuerte, con
el punto de ensamblaje y todo eso, que viene del esoterismo europeo, el aura y
demás. También estudié los cuerpos mutilados, los llamados «miembros
fantasma». ¿Qué consejos daría para perder los miedos
que padecemos? Cada caso es distinto, pero siempre he dicho
que hay
que manifestarlos de una forma psicomágica. Hay que descubrir qué te da miedo y
hacerlo. Si una persona teme morir, le hago pasar por un funeral, la entierro
simbólicamente. A quien teme ser pobre le envío a otra ciudad a mendigar
durante un día. Les hago colocarse en el límite de lo que temen. Enfrentarse a
ello. Georg Groddeck dijo algo que me gustó mucho: «Tienes miedo a lo que
deseas». Si una persona tiene miedo a ser homosexual, le mando vestido de
travestí a un bar de homosexuales. Para vencer al miedo, hay que dejarlo
entrar en tu vida de forma concreta. ¿La medicina del futuro contemplará asignaturas
como
la psicomagia, el teatro o el psicochamanismo? La medicina del futuro tendrá que integrar
todo
esto, aunque ya está haciéndolo. Yo tengo muchos alumnos del doctor Hamer, que
han creado la biopsicogenealogía, que para mí es un delirio, pero que poco a
poco se hace evidente. Y mi amigo Jean-Claude Lapraz, médico fitoterapeuta, me envió durante
dos años a sus pacientes para que yo viera si existían problemas psicológicos.
Entre los dos llegamos a un principio de acuerdo que decía: «No presupongamos
que todas las enfermedades son psicológicas, pero vamos a observar qué hay de psicológico en las enfermedades».
Estudiamos los sucesos psíquicos en su relación con los corporales y, al mismo
tiempo, los dos hacíamos nuestro trabajo. Los médicos de hoy en día... ¿ejercen un poco
de psicochamanes? ¡Pero si para la gran mayoría de ellos tú eres
un
número y no tienes nada que decir! Hay que reformar radicalmente el estado de
la medicina: desde los hospitales hasta los hábitos. Enfermeras, médicos, no
saben tratar al enfermo, piensan que al enfermo hay que tratarlo de forma cruel
e impersonal, y eso no funciona. Ellos curan máquinas. Lo fundamental en la curación es que la persona se exprese y hable.
Notas, cuando curas a alguien, que se produce un cambio en la persona que ha
sido escuchada. Para curar tienes que saber quién es el paciente y en qué
terreno se desarrolló su enfermedad y su carácter. Para saber quién es, es
imprescindible desarrollar su árbol genealógico por lo menos hasta los
bisabuelos. Pero nada de esto se aplica hoy en la medicina convencional. ¿Qué opina sobre el suicidio? Si tienes una enfermedad grave, incurable,
el
suicidio es una opción posible. La gente tiene derecho a terminar con su vida.
La vida no es prolongar una agonía. La medicina actual prolonga el dolor, y eso
es terrible. ¿Cómo ve la forma en que nuestra sociedad afronta
la muerte? Es una monstruosidad cómo se nace y cómo se
muere.
Así no se debería venir al mundo, habría que recuperar el nacer y morir en el
hogar. Entender la vida La vida entera ¿no es acaso un milagro? Es rica. Si tú observas atentamente un prado,
te das
cuenta de que cada planta es de un verde diferente, cada mariquita es distinta
de otra. Muchos conocemos la anécdota de ese hombre que fotografió los copos
de nieve y descubrió que cada uno era diferente: miles de millones de copos,
cada cual con su forma. Es decir, todo es variedad, diferencia. Pero, al mismo
tiempo, todo está comunicado, estamos unidos por secretos hilos. La vida es
una creación milagrosa. Toda la realidad es una pura unión de hilos mentales,
emocionales... Hay que andar de puntillas, ligeramente, sobre
el
mundo sin padecer la realidad... Los pasos son importantes. Todo el ser se refleja
en
la planta de los pies, adonde llegan todas tus terminaciones. Los pasos nos
definen. Los seres amados, los perros y los gatos, por ejemplo, conocen
nuestros pasos. Pero hay gente que vive muy encerrada en su mente y se
despreocupa de sus pasos, como si la tierra fuera realmente sucia y pudiera
mancharle los pies. Cuando me fui de Chile yo tenía 23 años, a mi vuelta tenía 63. Las
calles estaban llenas de recuerdos, de emotividad; allí estaba toda mi
adolescencia, llena de poesía. Andaba sobre las aceras acariciándolas con las
suelas de los zapatos. Los actos hacia los otros deben ser tan delicados como
los pasos que damos en un terreno que es parte nuestra. ¿Qué significa «no padecer» la realidad? La persona que no controla su territorio no
controla
su existencia. Si uno no es consciente se deja llevar, no sólo exteriormente
sino también con los pensamientos que le asaltan. Es muy vulnerable a deseos y
sentimientos. Por ejemplo, vives tranquilo con tu mujer y, ¡catástrofe!, de
repente pierdes el control porque te has enamorado de otra. No hay que sufrir
la realidad, hay que navegar sobre ella, superar vientos y tempestades. En
medio de los golpes del mar y los signos, hay que avanzar tranquilamente y
mirar hacia el puerto a donde vas. En Nueva York, cuando estaba montando mi película La montaña
sagrada, tuve problemas de
todo tipo y empapaba con mi sudor seis o siete
camisetas cada noche. Fui a ver a un sabio chino que me habían recomendado. Era
poeta, gran maestro de tai-chi y médico. Nada más verme, me dijo: «¿Cuál es su
finalidad en la vida?». Yo me quedé traspuesto, sin respuesta. Él prosiguió:
«Si usted no me cuenta cuál es su finalidad en la vida, yo no le puedo curar».
Entonces entendí que si un barco atraviesa la vida sin finalidad no llega a
ningún puerto. Lo que permite que la vida no nos devore es tener una finalidad.
Cuanto más alta sea, más lejos nos llevará. Como místico no tengo más que una finalidad: conocer a Dios. No el
Dios del que se habla por todas partes, sino de esa cosa increíble que mueve el
universo. Más allá todavía: disolverme tranquilamente en él. Ésa es mi
finalidad y, para ello, no hace falta ser un gurú, ni un iluminado ni otro
monigote por el estilo. ¿Debemos actuar en la vida como en un gran
sueño? Como en un sueño lúcido, no como en una pesadilla.
Y
cuanto más lúcido es un sueño menos sueño es. Pasar el río es pasar la vida.
Plena felicidad a pesar del pleno sufrimiento. A mí las guerras no me gustan.
He pasado por muchas: empecé con la mundial... No soy de los que creen que el
ser humano deba angustiarse. Pero el hecho es que vivimos llenos de angustia... Recuerda que María y Zacarías ven un ángel
y que,
por dos veces, el ángel les dice que no teman. Estaba escribiendo Los
Evangelios para sanar y me
vino esta escena a la cabeza. Yo creo que el
ángel les quita el miedo. El primer paso para entrar en la conciencia divina y
cósmica es perder el miedo. ¿Por qué? Porque la esencia de los animales es
tener miedo, y ello nos limita. Nuestro cuerpo tiene miedo a ser comido. Esto
es lo primero y más básico. Películas como Alien o Tiburón se
dirigen a
ese fondo primitivo: ser devorado o no tener que comer. El miedo, por otra parte, es útil. Si los niños no aprendieran que
no
tienen que quemarse, morirían todos. El miedo preserva la vida, sin él no vivimos,
pero en cambio el pánico es otra cosa. La angustia es el miedo a lo
desconocido. Cuando no sabes de qué tienes miedo, entonces se produce angustia.
Lo esencial no es tanto librarse del miedo como no dejarse dominar por el
pánico. Dice que el amor crece en la medida en que
la
crítica decrece. ¿Cómo
debemos actuar frente a los defectos de los demás? El enemigo del amor es la crítica al otro.
Si
alguien te critica es porque no te ama. Hay que aceptar al otro tal como es.
Ahora bien, criticar es una cosa y el juicio objetivo es otra. Enjuiciar es
malo, pero saber qué le sucede a los demás es bueno. Hay que decir al otro: «Yo
no te critico porque te quiero, pero veo tus límites y me gustaría hacerte
consciente de ellos para que tú hagas lo que quieras». Eso no es crítica. Suele decir que «Lo que das te lo das, lo que
no das te lo quitas»... Y eso quiere decir que lo que haces al mundo
te lo
haces a ti mismo, y lo que no le das al mundo te lo quitas. Si yo guardo el
conocimiento, me lo quito. Yo tuve un maestro, un alquimista, que tenía 110
años y se ahorcó con un alambre en su cuarto. Tenía un conocimiento
enciclopédico y monumental pero lo daba en pequeñas frases... ¿Para qué le
sirvió acumular tanto conocimiento? ¡Se suicidó! El conocimiento se recibe y se da. Cuando das el conocimiento te
enriqueces. Si no das amor te lo estás quitando a ti mismo. Si yo comienzo a
ayudar a la gente, si empiezo a sanar a la gente, me empiezo a curar,
¿comprendes? Para ser terapeuta hay que estar enfermo. Lo primero que hay que
hacer para curarse uno mismo es curar a la gente. El mundo eres tú y soy yo. El
mundo no es nuestro, es lo que somos. Yo no quiero andar con los pies sucios.
¿Por qué tengo que andar por terrenos contaminados o entre árboles que se
están muriendo? Esto que padecemos nos lo estamos haciendo a nosotros mismos:
si envenenamos la atmósfera atacamos nuestros pulmones. Si ingiero tóxicos
como nicotina o alcohol estoy contaminando mi sangre, pero como la sangre es
de todos -mi sangre no es mía- estoy envenenando a la humanidad. Tengo otra frase más: «No quiero nada para mí que no sea para los
otros». Ha escrito que para transformarse hay que dar
y no
pedir, que es muy distinto. Para transformarse hay que dar, pero para
transformarse también hay que aprender. Uno se cierra y no admite el amor del
otro, el cariño ni la ayuda del otro. El verdadero salto es aprender a recibir,
que es tan difícil como aprender a dar. Y también hay que aprender a pedir lo
que uno necesita: justicia es darse a sí mismo lo que uno merece. Por eso en
los evangelios se dice: «Llamad y se os abrirá». Si yo pido una larga vida es
porque tengo derecho a pedirla. Si yo pido que se utilice otra energía
diferente a la del petróleo es porque tengo derecho a pedirlo, como que se limpien
los ríos o que cesen las guerras o que las fortunas no se acumulen en unos países
mientras otros pasan miserias. Tengo derecho a pedir que circulen las fortunas
por todo el planeta. Tenemos que aprender a pedir lo que es justo, y a no
pedir lo que no es necesario pedir. ¿Y la gente que no pide...? Un santo que no pide nada es un santo que vive
encerrado en sí mismo y que deja pasar el mundo... Es una decisión individual,
pero es necesario tener a quién transmitir tus conocimientos. Hace un momento
te mencioné a mi maestro alquimista, que poseía una sabiduría increíble y que
me revelaba los secretos con cuentagotas. Había sido prestidigitador, un
hombre famoso... Había puesto todo su dinero en el banco y, por un error
económico de la inflación, lo perdió y no sabía de qué vivir. Y, entonces, se
colgó de un alambre. Se ahorcó por no haber compartido con los demás. Yo tuve
una crisis profunda cuando lo supe y me interrogué por el final de aquel
hombre. Aprendí algo: la sabiduría que no das, la pierdes. A la muerte de ese
hombre, con la reacción que me produjo, comencé con mi Cabaret Místico, lugar
donde podía enseñar a los demás todo lo que yo aprendía a lo largo de la
semana. A veces me robaban ideas, pero eso no importa. Hay gente que dice que
hizo cosas que yo inventé. Me da igual. Una vez, este mismo maestro centenario y con cuerpo de adolescente,
me
contó que había estudiado artes marciales. «Yo también», le contesté. Estábamos
en Notre Dame, y me dijo: «Atácame». Yo me puse en posición de combate y él
movió su mano izquierda de una forma tan increíblemente bella que mientras la
miraba fascinado me dio una gran bofetada: «La belleza es el arma más
peligrosa», me advirtió. Yo tardé mucho tiempo en comprenderlo. Utilizó una
práctica secreta china que
consiste en dibujar con la mano una culebra que distrae al enemigo. Y así es la
belleza. El arma más terrible. El arma más poderosa del ser humano es la
imaginación. ¿De dónde viene la imaginación? La imaginación es un juego de construcción
que
tenemos. Por diversos caminos vamos adquiriendo materiales: palabras,
emociones, deseos, necesidades, sensaciones, percepciones. Todos estos
materiales los organizamos con nuestra conciencia racional, de la manera en que
hemos aprendido. Aunque seamos primitivos en el proceso de identidad y en
conocer nuestras propias posibilidades, los organizamos. En el cerebro, todas
estas piezas se acumulan y se pueden mezclar y ordenar con formas diferentes,
como en el juguete Lego. En este proceso no contamos solamente con lo que nos
viene dado de fuera, adquirido, sino con lo que se encuentra, misteriosamente,
en nuestro cerebro; lo que llamamos inconsciente. La imaginación es crear con
estos materiales. Cuando lees, estás imaginando mucho más de lo que estás
leyendo. La imaginación es un lenguaje más rico que el limitado lenguaje
oral... La imaginación supera los límites racionales. Existe una imaginación
visual, táctil, olfativa, bucal, auditiva, emocional, sexual o intelectual.
Una imaginación emocional que desarrolla tus sentimientos hasta lo sublime o
el crimen. Una imaginación sexual, como la del marqués de Sade; una imaginación
material, como la que tenía Marx, que veía el mundo a través de la economía.
Yo, a la imaginación, la llamo creatividad. La base de la vida. Si padecemos es
por falta de imaginación, por falta de creatividad. Después de todo, ¿tenemos algo que perdonar
a la vida? (Sonriendo.) Tu
pregunta es simpática, porque hace de la vida un objeto y de ti un
sujeto que está fuera de ella y que, además, la juzga. ¡Nosotros no somos
monigotes fuera de la vida! Para perdonar a la vida tendríamos primero que
perdonarnos a nosotros mismos. Y nosotros tendríamos que ser culpables de
algo y no lo somos. No hay culpa. Ni siquiera existe un criminal que sea
culpable él solo: todo crimen individual es producto de la familia, la sociedad
y la historia. Yo hablaba en términos de resentimiento hacia
la vida. Hay que perder los resentimientos: es el gran
trabajo de resolver la rabia y los rencores. Estamos llenos de rencores y frustraciones
por amor no obtenido. La enfermedad es falta de amor. ¿Y contra la falta de amor? La creatividad. ¿Podemos aprender a ser creativos? Por supuesto, inmediatamente te daré un curso. Curso acelerado de creatividad Introducción Cuando hablo de creatividad me estoy refiriendo
a un
cambio total en nosotros mismos. Si nunca he querido reflexionar en voz alta
sobre este asunto es porque lo que se va a escuchar es muy extraño. Sin
creatividad, el mundo marcha muy mal. Estoy seguro de que la mayor parte de las
enfermedades provienen de la falta de creatividad y de que los problemas sociales
que tenemos en el mundo se deben a esta carencia. La creatividad mal
comprendida provoca la guerra y los crímenes. Para trabajar con la creatividad hay que ser críticos con uno mismo
y
con todo lo que representamos. Cuando miro a una persona, puedo ver en qué
estado se encuentra su cuerpo. También puedo ver sus tensiones mentales, cómo
su espíritu está replegado. En otros, percibo las dudas que tienen sobre sí
mismos o bien oteo la educación recibida como una pesada costra, ya que los han
educado desde la racionalidad. Otros bailan todo el tiempo con las cosas del
pasado. Cuando miro, no lo hago con una mirada crítica sino con una mirada
creativa. Si leo el tarot a alguien veo a la persona íntegramente, porque
prescindo de mis límites para ello. Esto es sólo un ejemplo de creatividad. Quiero explicar qué es la creatividad en su conjunto y por qué la
creatividad es tan rara. La creatividad es tan extraña que con ella se puede
llegar a ser Cristo, Buda, la Virgen o Atenea. La creatividad está relacionada con la religión y también
con los mitos. A mí me ha salvado la vida. Por eso voy a introducir este curso
contando cosas de mi pasado. Os diré que nací en un barrio obrero, que mi padre tenía una tienda
y
era comerciante. Lo cuento en un libro que se llama La danza de la realidad.
Vine a parar a un mundo muy
limitado y pensé que la creatividad era la
única llave que tenía. Lo cierto es que me gustaba estudiar, era un buen
estudiante, pero me aburría un poco. Como mis tíos, a los que detestaba, eran
universitarios, abandoné la universidad. Entonces me dije a mí mismo: «La
única llave que puede salvar mi vida es la imaginación». Pero ¿cómo se desarrolla la imaginación? En mi caso no resultó
difícil. Yo había aprendido a leer a los 5 años y pasaba gran parte de mi
tiempo entre libros: cuentos de hadas, historias de todo tipo... Desarrollé la
imaginación a través de la lectura. El imaginario formado a través de los
libros es siempre un imaginario intelectual, pues pasa por las palabras. Pero
la imaginación es mucho más que eso. La creatividad desborda las palabras. Uno de los grandes enemigos para crear es la moral. Hay que ser amoral
para desarrollar la imaginación. La moral nos aprisiona el imaginario. Hay que
ser valientes y prescindir de esa muleta. Historia del imaginario El ser humano, desde el punto de vista histórico,
comenzó por vivir encerrado en lo que era, en sí mismo. Después se dio cuenta
de que podía dejar entrar dentro de sí elementos que no estaban en él, sino
fuera de su cuerpo. ¡Nos pusieron en la naturaleza, y resulta que la naturaleza
somos nosotros! Al principio, sin embargo, el mundo nos resultaba ajeno. Por ejemplo, supongamos que soy un salvaje: sé que el mundo no soy yo,
pero me doy cuenta de que hay árboles, vegetación, flores, musgo... Por medio
de la brujería, un día incorporo el árbol a mi persona. Creo un tótem vegetal.
Estoy unido al árbol, al tótem. Cuando se planta un árbol, ese árbol soy yo;
cuando se corta su tronco, yo muero. Cuando muero, depositan en mi boca
semillas, y de ella crece otro árbol maravilloso. De mi cadáver surge un
árbol, luego soy una semilla. Incorporando los árboles, comienzo a labrar la
tierra, porque me identifico con las plantas. Lo que está en la base de mi imaginación
es el mundo vegetal, y esto se ha transmitido hasta hoy puesto que los
fitoterapeutas utilizan las plantas para curar. Hay que entrar en el espíritu
de las plantas, pero a la inversa, abriendo una puerta para que el espíritu de
las plantas penetre en mí. Hasta que el espíritu de las plantas no haya penetrado
en mí, no seré creativo. Allí donde se termina el espíritu de las plantas está el Om Mani Padme
Hum, o el diamante en el loto. Aquí se concentra toda la religión tibetana. Del
pantano sale un loto en el que crece Buda- Toda la religión egipcia o budista
se asienta en la incorporación de una planta. Porque ésta se abre al sol, expande
su perfume, se hace dios. Yo soy una planta que crece del lodo, que crece de mi
inconsciente; crezco de la conciencia, del conocimiento, y de mí sale el Ser
de Luz. Todo esto tiene un remoto origen. La planta que incorporé en mí ha
abierto mis puertas. Hay un koan zen que dice: «Puerta abierta al norte,
puerta abierta al sur, puerta abierta al este, puerta abierta al oeste»- Es la
respuesta a lo que es el Buda. No se comprende lo que eso quiere decir, pero
al menos se comprende que algo se abre. La persona que no está iniciada en la
creatividad se dedica a buscar, pero le va a costar mucho abrirse. Para ser
creativo, hay que soltarse. Y así se entra en el zen, porque la divisa
esencial del zen es soltar amarras, liberarse. Cuando la humanidad prosigue su avance, el
hombre
deja entrar al animal en él. Absorbe al animal: los insectos, las ranas, los
tigres, los leones, los leopardos, las arañas... o sea, el tótem animal- Del
tótem animal nacerán todos los dioses: Apolo es una rana, por ejemplo. En muchas culturas se lucen
máscaras animales, de leopardos en México, de cocodrilos en África, e incluso
el zodíaco está simbolizado por figuras de animal y aún hoy en día perdura la
incorporación del tótem animal a nuestra vida cotidiana: utilizamos expresiones
como «ser un rapaz» o «hacer la guerra como depredadores». Hemos incorporado al
animal en nosotros. Así es como al principio el ser humano produjo su creatividad. De
cada cosa que incorpora, hace un dios. Con cada dimensión incorporada, crece
nuestro ser. Después de incorporar al animal, el hombre se hace cazador; puede
criar vacas, corderos... Si incorpora un tigre, puede cazar un tigre; si introduce
un elefante, puede domar un elefante. De ahí procede el dios Ganesha en la
India, con su cabeza de elefante. Para la cultura india la araña es Maya, la
que teje el universo; y este universo es un sueño, un sueño tejido en forma de
telaraña. En el tarot podemos ver que el arcano 8 es la Justicia, y la
Justicia es una descendiente de la araña. Todo ocho desciende de la araña: las
ocho patas, el símbolo de infinito y otras referencias. Pero hay que ir más lejos. El hombre contempla los movimientos de la
luna, los movimientos del sol; mirando las estrellas incorpora los ritmos del
cosmos. De ahí nacen la ley, la realeza; toda la organización de la sociedad
nace de la incorporación del ritmo cósmico. Por ejemplo, había un rey que en
noches de luna llena hacía regalos a su pueblo y cuando la luna desaparecía
era depuesto. Seguían la conducta de la luna. Se piensa por ciclos. La
inclusión de los astros en la organización social persiste todavía. Somos
regidos por un presidente, que simboliza el Sol, y por la mujer del presidente,
que simboliza la Luna. El Papa es un símbolo solar; la Papisa es un símbolo
lunar. La asimilación de los ritmos cósmicos es importante para nosotros. La
iluminación se hace con referencia a esos ciclos. Se dice: «Voy a iluminarme,
voy a convertirme en sol». Y brillamos como el sol. Es decir, que nuestro fin
supremo es convertirnos en Sol (Amon-Ra), porque la luna refleja la luz del sol. Lo que significa que el yo tiene
que ser como la luna, así de humilde, para reflejar en su totalidad la luz del
sol. Cuando al sol se le dio una significación masculina, nuestra sociedad
empezó a degenerar. En Alemania hay vestigios de una antigua civilización en la
que la luna era masculina y el sol femenino. Son restos de una sociedad
matriarcal en la que convertirse en sol significaba convertirse en mujer. Hoy
significaría convertirse en hombre, inconscientemente hablando. Todo esto no
quiere decir que debamos entender el sol como una representación papal o de
otro tipo. En el fondo el sol es una especie de andrógino esencial. Ya en el Siglo de las Luces, el hombre decide
ser
intelectual, puramente intelectual. Y la mecánica comienza a producir los
aparatos: los motores a gas, los mecanismos o las máquinas que funcionan con
energía manual, como los relojes. Y el hombre incorpora las máquinas. ¡Se imita
la conducta de las máquinas! Ha llegado el pensamiento racional. Incluso aún
hoy se tienen trazas de ese racionalismo del Siglo de las Luces. Cuando voy con
un francés al cine, dice: «Pero eso no es lógico, no es posible». Si vamos a
ver El resplandor, la película de Kubrick, cuando el protagonista
se
encierra y de pronto sale con un hacha, decimos: «Eso no es posible, no es
lógico, ¿quién le ha abierto la puerta?». Como no nos parece posible, no parece
aceptable. ¡Todo lo que no es lógico no nos vale! Esto que pongo como ejemplo
trasluce la introducción de la máquina en nuestro imaginario, porque las
máquinas son absoluta y totalmente lógicas. Tienen una finalidad muy clara,
luego el hombre tiene que tener una finalidad nítida. El budismo, por el
contrario, busca la iluminación sin finalidad. Estamos marcados por el racionalismo.
Ser racional es bueno, pero ser solamente racional es una lepra, es una peste,
una enfermedad. Cuando la sexualidad tomó el camino de la racionalidad a
través de la religión, por ejemplo, se produjo una catástrofe. Se creó una
moral racional que se ha extendido a toda la sociedad, y que es profundamente
destructiva. Al incorporar la racionalidad al sexo se crea un problema, que nos ha conducido más tarde, precisamente,
a romper la racionalidad. Como reacción a esa enfermedad aparecieron
Freud y
los surrealistas. El surrealismo fue muy importante porque comenzamos a
identificarnos con los sueños, recuperamos el reino de los sueños, en tanto
que es una parte de nosotros. Antes, en Grecia, el sueño era de los dioses, no
era para los humanos. Pero al incorporar el sueño, yo soy eso que sueño. Todavía un paso más. Ahora, en el siglo XXI,
tenemos ordenadores. Ello supone un cambio total de
nuestra mentalidad, porque en diez años hemos asumido todos los sistemas de la
informática. Ahora una casa se puede mirar desde todos los lados. Sabes, con
tu imaginario, que puedes entrar por la ventana, visitar un apartamento y
salir. Podemos mirar a una persona con la mente, ir por todas sus venas y todo
su cuerpo para llegar al lugar elegido. Quiero decir que se comienza a tener
una actitud de ordenador. Ésa es la mutación que estamos sufriendo en estos
momentos. Procesamos los datos de manera diferente. ¿Qué vendrá después? Bueno,
he hecho un breve recorrido histórico del imaginario. Lo que quiero explicar es que, si miro mis zapatos, que son de una época
racional, veo lo vegetal, zapatos como raíces. Veo lo animal, zapatos como
cuero, la materia de la que están hechos. Y también puedo vislumbrar adonde me
llevan, los zapatos como objeto, y eso es racional. ¡Surrealista: veo que toda
mi infancia está ahí dentro! Y en la época actual, los zapatos pueden ser
rojos, pueden ser verdes, amarillos; puedo cambiarles el color, puedo cambiar
la forma; hay diez millones de zapatos que puedo tener en los pies enseguida.
Soy libre para salir de mi prisión mental. Desde nuestra celda Comienzo esta parte del curso con la palabra
«prisión». Espero que esto sea una clave para vosotros. Para mí esta reflexión
ha sido muy importante. Es la realidad en la que vivo. He aquí la historia: yo
he nacido en un cuerpo limitado, me siento impotente. Todos tenemos cuatro
elementos: el intelecto, lo emocional, lo sexual y lo corporal. Vivimos en las
ideas, las emociones, los deseos y las necesidades. Estos cuatro elementos
están representados en los mandalas tibetanos, indios, hindúes, en la carta
del tarot El Mundo, etc. Es una división en cuatro partes, con el quinto
elemento en el centro. Éste es el verdadero recorrido a través de toda la
historia del arte de la humanidad. En cada una de estas cuatro partes tenemos
como guardianes a los dragones. Cada torre está firmemente protegida.
Recordemos la imagen de los leones que guardan la puerta de un templo, o las
gárgolas de Notre-Dame. Tenemos en el interior de nosotros unos guardianes
excelentes, que nos mantienen limitados y muy vigilados. Mi intelecto está
cerrado con llave, guardado; mis emociones, encofradas; mi sexualidad y mis
necesidades, custodiadas. Todo está protegido, y precisamente esos carceleros
que nosotros hemos creado son los que nos impiden ser creativos. Por eso lo que
estoy diciendo es un poco revolucionario, porque para ser creativos hay que
vencer a los guardianes y tirar las puertas, aunque no se les vea e incluso
aunque no se les identifique. Son como la bruja mala que había que vencer en
los cuentos de hadas; son el ogro, el miedo... Son nuestros custodios. Hemos
sido formados por la historia de la humanidad, por el desarrollo del planeta,
por la sociedad, por el país, por la familia. Todo eso vive en nosotros.
Nuestros vigilantes son prehistóricos. Poco a poco se han hecho fuertes, se han
encastillado. Nosotros necesitamos atacar a esos guardianes, librarnos de
ellos, el problema es que cuando se los ataca, nos sentimos amenazados,
desprotegidos, asoma el miedo. El último límite que hay que vencer para ser creativo es el de los
excrementos. Somos un cuerpo que expulsa materia en descomposición. La orina,
la saliva, el esperma, las menstruaciones... Estamos hablando sólo del cuerpo.
Una persona que tiene
profundos guardianes en sus excreciones no puede ser creativa. En la medicina
ayurvédica hay una escuela que utiliza la orina con fines medicinales. En
México encontré un sanador que curaba con toda clase de excrementos de
animales, y según él cada excremento tenía una capacidad medicinal diferente. En la creatividad psicomágica, a veces, cuando las personas están
bloqueadas, les hago pintar un cuadro con sus excrementos. Ese bloqueo suele
tener su origen en la infancia, en casos de familias muy exigentes con la
limpieza y que prohibían a los niños ensuciarse o comer con los dedos. Les
prohibían ser libres. Sed creativos Si alguien quiere ser creativo, debe tratar
de
practicar el siguiente ejercicio: uno se debe colocar sobre una superficie absorbente,
beber un litro o dos de agua, y después debe tratar de orinar haciendo un
dibujo y que el agua deje una traza. Sea como sea, debemos tener en cuenta que
para ser creativo el niño sucio debe existir en nosotros. En la excreción no
puede haber límites. Fui muy amigo de la pintora surrealista Leonora Carrington,
que había sido compañera de Max Ernst. La conocí en México. Me contó que había
sido también amante de Buñuel pero que, de repente, la abandonó. Entonces ella,
el día que tenía la menstruación, puso sus manos en la sangre, y las imprimió
por todo su apartamento. Fue su reacción creativa, un acto de psicomagia en el
que se utiliza la menstruación como un elemento de transformación. Yo he dado
muchos actos de psicomagia como ése. En la magia amorosa la sangre menstrual
es muy utilizada. Las excreciones, en general, son usadas para toda clase de
encantamientos. La magia muchas veces funciona a base de excreciones: las babas
del sapo, de la serpiente, de las arañas... Todo lo que nos parece personal, como
la excreción, es utilizado creativamente. Si se quiere ser generador no se debe tener ningún límite sexual, como
ocurrió con el primer gran pionero de esto, el marqués de Sade. Por eso el
surrealismo le adoptó: porque imaginó todo tipo de relaciones sexuales. Al leer
Los 120 días de Sodoma, Sade se revela como un científico que
investigaba todas las posibilidades del sexo sin límites. Puede ir de la antropofagia
al crimen sádico, al incesto, llegar a todo. Para poder despertar la
creatividad, hay que tener una imaginación sexual libre de toda moral, libre
de toda imagen religiosa. Hay que liberarse. Un artista tiene necesidad de
imaginar las más grandes aberraciones. Tenemos necesidad de desarrollar en
nuestra mente todas las posibilidades. Cuando alguien tiene imaginación, pero está desequilibrado, puede
asesinar a millones de judíos, como ocurrió con Hitler, o hacer que explote una
bomba atómica. En ambos casos, se desarrolló el lado oscuro que habita en
nosotros. Uno de los más grandes guardianes que nos vigilan es el superego, que
moldeado por nuestros padres, permanentemente nos dice: «Eso se hace, eso no
se hace, eso está prohibido». Al superego hay que incorporarlo, dominarlo,
pulverizarlo. Un ser creativo tampoco tiene límites emocionales. Esto quiere decir
que
tenemos que ser conscientes de que uno puede matar, traicionar, ser goloso,
vanidoso, avaro, colérico... Emocionalmente puedo y debo imaginar todo en mí.
Puedo ser un santo, puedo ser quizá el mayor benefactor de la humanidad, y al
mismo tiempo puedo ser un tipo que envenena las aguas para eliminar la vida. En
mi imaginario emocional debo romper todos los límites, vencerlos. Veamos ahora aspectos que se refieren a la creatividad y a lo mental.
La primera cosa que debo vencer es el imperio de las palabras. Si estoy ahogado
en las palabras no puedo ser creativo. Esto es lo que yo he hecho en mi
interior: he visualizado todas las degeneraciones del mundo. Yo no soy un depravado,
pero en el momento en que debo crear algo, tengo todos los elementos a mi disposición.
Cuando veo a una persona, prescindo, como sabéis, de los límites. Por tanto,
la persona puede decirme lo que le pasa: a mí no me va a sorprender. Una de
las grandes barreras en la creatividad terapéutica es la sorpresa. Un terapeuta
no puede sorprenderse, debe estar preparado para escucharlo todo, nada le
sorprenderá jamás porque él lo ha imaginado todo. Ahora bien, la extrañeza
maravillosa es algo muy distinto a la sorpresa. Decía que las palabras son la primera barrera -la más esencial- en
la
que estamos presos. Y eso sucede porque, generalmente, en nuestra civilización
se relaciona a la persona con todo lo que dice: «Yo soy lo que digo». Esta
idea aún persiste, a pesar de que con el surrealismo, Freud, Lacan y otros, se
rompió la idea de que se es lo que se dice. Y, sin embargo, pasamos todo el
día contándonos cosas. La amistad «imbécil» es encontrarse para decir cosas,
no para hacer cosas. Nos decimos cosas cacareando como en un gallinero. Nos
educamos hablando, no haciendo cosas. Por eso el refrán «Del dicho al hecho
hay mucho trecho». Nos pasamos la vida diciendo «Tú me has dicho eso», «Retira
inmediatamente lo que has dicho». Es muy infantil, es el infantilismo de una
educación verbal, donde sólo las palabras significan algo. Y la creatividad en
este estado es nula. Un mundo donde solamente hay palabras es un universo
donde no hay creatividad. Las palabras resultan histéricas cuando son tomadas
como un lenguaje donde el objetivo son las mismas palabras. La creatividad se
da fuera de las palabras. Cuando el poeta trabaja esencialmente con palabras,
entonces éstas explotan. Son dispersadas, rotas. Ejercicios de imaginación Lo anterior ha sido una pequeña
introducción más o menos teórica sobre la imaginación. Pero ¿qué hacer con
todos estos materiales? ¿Estamos dispuestos a deshacernos de viejas ideas? Ésta
es la base sobre la que hay que trabajar. Lo primero que hay que hacer para ser creativos
es
lo siguiente: vivimos en un límite espacial. El intelecto está comprimido por
la cabeza, y cuando se cierran los ojos, se está en la oscuridad. Cerrar los
ojos es como estar en una prisión. Cada vez que cierro los ojos, entro en una
mazmorra. Esta impresión del espacio viene del concepto de propiedad privada.
La sociedad ha creado la propiedad privada, el derecho al espacio que me
pertenece, pero no más. Estamos habituados a no ocupar demasiado espacio, a la
estrechez. En la educación familiar nos asignan un sitio en la mesa. En la
escuela tengo mi banco, no puedo salir de mi sitio. Nos han educado en él.
«¿Quién eres tú para decirme eso?»: las personas que se expresan así lo hacen
porque no tienen espacio. Consideran que no somos nada. Tenemos, pues,
aparentemente, un espacio ridículo. No somos grandes. Cuando se comienza con
estos ejercicios, no somos todavía grandes. Lo que tenemos que hacer es
decirnos: «Esa negrura que veo es la negrura del universo, de forma que, cada
vez que cierro los ojos, entro en el espacio cósmico». ¡Hay que partir de esta
idea! ¡Hay que crearlo! Yo me
sentía limitado mentalmente, y me dije: «¿Cómo puedo ser más inteligente o más
perceptivo?». Entonces cerré los ojos y me imaginé una luz, y puse la luz lo
más lejos posible en ese universo infinito que no podía alcanzar. Comencé por
un universo rectangular. Es decir, me proyecté hacia delante. Avancé y avancé.
Cada vez más lejos, perdido en el espacio. Después fui hacia la derecha, cada
vez más, hasta el infinito. Y a la izquierda, cada vez más lejos, hasta no se
sabe dónde. Y después hacia atrás, hacia la lejanía. Me sitúe en un universo
que tenía un delante y un detrás, una derecha y una izquierda. Y después fui
hacia arriba, cada vez más alto, lo más alto posible, y después hacia abajo,
cada vez más bajo, hasta el profundo abismo. Eso quiere decir que el espacio
hacia delante es infinito, hacia atrás es infinito, a la derecha es infinito, a
la izquierda es infinito, hacia arriba es infinito y hacia abajo es infinito.
Me gusta mucho el infinito, no le tengo miedo mentalmente. Y ahora se puede
hacer este ejercicio: descruzad los pies, poneos derechos, os podéis guiar por
una luz o simplemente pensar que vais hacia delante. Hay que hacerlo. Incluso
si uno no se siente capaz de hacerlo, hay que tratar de conseguirlo. Vamos a
cerrar los ojos y a comenzar de nuevo. Creced Otro ejercicio: imaginad que me miráis. Miradme.
Hay
una mirada matemática: a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo. Pero
también hay otro modo de mirar. Me concentro en el centro de mí mismo y, poco a
poco, crezco. Todo mi ser crece como una esfera. Para hacerlo bien tenéis que
estar completamente derechos. Veréis que ésa es la postura de la meditación.
Crezco como una esfera, avanzo por todo el planeta y, después, por todo el
universo. Yo crezco, lleno el universo. Siento que soy una esfera que ocupa
todo el universo. Eso es un gurú. Yo os recibo en mi esfera, ¿queréis que os
abrace? Yo os abrazo y es el universo completo el que os abraza. He ocupado
todo elespacio posible hasta el infinito. Os puedo decir que si podéis hacer
esto, llegaréis a ser Maestros. Aunque ser un Maestro completo es mucho más. Ahora lo lejano viene a mí, la derecha viene a mí, la izquierda viene
a mí, lo de abajo viene a mí, lo de arriba viene a mí. La esfera viene a mí. Cuando
hago este ejercicio, yo soy yo y cada uno es cada uno. En él están todas las
disciplinas orientales resumidas. Yo ocupo todo el universo, después el universo
viene a mí. Eso es todo. No se necesita meditar durante veinte años. Basta con
hacer este ejercicio, con practicarlo hasta conseguir hacerlo bien. Hay que
sentarse erguido y pensar en toda la amplitud que has imaginado, para recoger
toda esa amplitud en ti. Cuando estoy así, soy invencible. No se me puede
abatir. Soy un buda de piedra. No se me puede derribar porque he recogido todo
el espacio en mí. Y tengo la posibilidad de ir hasta el infinito. Vais a ir lo
más lejos posible, y después lo recogéis todo. Vais a resultar completamente
creativos. El ser que yo percibo no es exactamente el ser que yo soy, porque
tengo una sensación de mí. Mis padres me dijeron que yo era feo; por tanto, me
percibo como me han percibido. Y a veces me percibo según la mirada de los
otros. Pero, en realidad, tengo una sensación de mí. ¡Y la sensación de mí
mismo cambia! Cuando estoy deprimido, toda mi sensación corporal está falseada
por la depresión que tengo. Pero puedo percibirme de diferentes maneras, no
estoy obligado a percibirme siempre de la misma manera. Puedo cambiar mi
percepción de mí. Ahí está toda la magia chamánica. Expandios Ahora daremos un paseo por el chamanismo. Lo
anterior procedía del budismo. Crezco como todo el universo, y después me
recojo en mí. Yo soy la montaña, ¿pero qué montaña? ¿Qué soy yo? Ahora vamos a trabajar con la sensación. Imaginad que me
miráis.
Miradme un poco. Yo soy grande, sin
límites, estoy en el espacio. Después todo ese espacio está completamente en
mí. Gran comprensión, gran compasión. Yo soy la realidad. Toda esa fuerza -porque
crear espacio es crear fuerza- entra en vosotros. Como dicen en La guerra de
las galaxias: «Que la fuerza
te acompañe». Voy a crear la fuerza, la
fuerza está en mí. Y cuando la fuerza está dentro de uno es como una espada. Es
posible sacarla a través de mis diez dedos. Estoy concentrado en mí, mis dedos
se proyectan al infinito. Mis dedos son de una potencia incalculable. Y
fortalezco mi corazón. En este cuerpo concentrado tengo un corazón que crece
hasta el infinito. Ya no tengo necesidad de crecer como una esfera. Una parte
de mí puede crecer. Me recojo en mí mismo y mi corazón llena el mundo. Y ahora
que tengo una base sólida, mi corazón vuelve a mí. Y así, mi sexualidad puede
llenar el mundo, mi mente puede llenar el mundo, mi fuerza puede llenar el
mundo. Eso quiere decir que puedo hacer de la sensación de mi cuerpo lo que
quiera, ¿entendido? Lo que tú quieras. Esto yo lo he aplicado, por ejemplo, al masaje iniciático. Si se puede
abrir un corazón, ¿por qué no abrirlo con la mano? Entonces hago concentrar el
cuerpo, y después se comienza a abrir. Y la gente empieza a llorar. Porque han
vivido en un espacio limitado. Iluminaos Como puede verse, la sensación se puede cambiar.
La
idea de vivir en una prisión es superable. Por eso mismo puedo tomar lo que
quiera de mí, y puedo alejar de mí todo lo que es pesado. Y todo lo que no está
claro, yo no lo admito. Ahora proyectad una parte de vosotros. Hay que
proyectar solamente un trozo del cuerpo y alejar de nosotros las pulgas
depresivas. Cuando sintamos que no podemos más, haremos como los boxeadores:
«¡No estoy vencido!». Como un perro, expulso de mí las pulgas, expulso todo lo
que me frena y haré lo que tenga que hacer, así de simple. Puesto que son los
guardianes quienes nos fastidian, debemos expulsarlos. Y seguimos. Hay que
crecer como una esfera, volver a nuestro estado, y después, cuando se siente
uno sólido -porque este estado da una sensación de gran solidez-, darle salida
a cualquier parte del cuerpo. ¡Sin límites! Tu cuerpo, tu corazón, tus intestinos,
lo que quieras. Fortalece lo que tú quieras. Ahora vais a iluminaros al instante, vais a sentir ser un buda, vais
a
saber lo que es. Eso os servirá. No hay que deprimirse pensando que lo estáis
haciendo mal. Se empieza por hacerlo y se hace lo que se puede. Tomo en una
mano la fuerza, la energía, y comienzo a acumular toda la energía del universo.
Es el universo completo el que viene a mí... La energía va a llegar, y mi
energía va a llegar... ¡Ya está! Eso es la fuerza. Es dejarse ir. Una vez que
haces este ejercicio, puedes acumular la fuerza en tus manos y comunicarla a
quien quieras, a tu obra, a ti mismo. Hay que imaginar que se tiene, hay que
imaginarla aquí, crearla aquí. Masculino, femenino, derecha, izquierda,
colaborar juntos, padre, madre, las dos manos... ¡como una plegaria! ¡Dios mío,
ayúdame! Estoy así, rezando, y cuando estoy así la energía cósmica viene
realmente, se expande. Yo la creo. Soy creador de mi energía. En eso consiste
la creatividad. A veces hay en nosotros un niño que ha sido castigado. Un niño que
está atormentado porque le han puesto en un rincón. Le han fastidiado y se ha
puesto a la defensiva. Ese niño rechaza todo. Y ese niño, del que se ha
abusado, abusa de ti, abusa del adulto, abusa de tu fuerza, no te deja ser tú
mismo. ¡Y ya basta! Dejemos a un lado sus caprichos. Ahora mismo le hacemos
crecer. Al niño víctima se le hace crecer, ya está bien de fastidiar. Salgo de
mí y me lleno de fuerza. Soy capaz de llenarme de fuerza. Toda la energía que
llamamos espacio viene a mí. Sed ingrávidos Otro ejercicio: la persona no creativa obedece
a la
fuerza de gravedad. Sentimos la gravedad en nosotros. La Tierra nos dice todo
el tiempo: «Tú eres tierra, vas a terminar en mí». En todo momento sentimos que
debemos caer. Todo conduce a que nos desvanezcamos, a que nos deprimamos y,
poco a poco, caigamos. No podemos imaginar que haya otra fuerza que pueda
vencer el peso. Es así. Si yo tengo una sensación de mi peso, me sentiré
pesado. Pero si comienzo a expulsar el peso de mí, si saco todo el peso de mí,
me sentiré ligero. Puedo dominar esa sensación. Soy creativo cuando hago lo
que yo quiero con ella. ¡Puedo sentirme muy pesado o puedo ser ingrávido! De la
misma manera que mi cuerpo es oscuro en el interior pero puede estar lleno de
luminosidad. Eso es estar iluminado. Un ser iluminado sentirá que su cuerpo no
tiene peso. Tiene justo el peso necesario que él quiere, tiene la luz que él
quiere: está todo controlado. Ya no estoy prisionero de ninguna cosa, de
ninguna sensación. Puedo tener un peso de millones de kilos o de ninguno. Yo
controlo esa sensación de oscuridad y de luz, controlo la sensación de calor y
de frío. Esto nos lleva al yoga del Himalaya, y no hace falta ir allí ni ser un
yogui. Sólo tenemos que hacerlo. Recordemos el kung-fu chino, donde los
combates tienen lugar en el aire. Lo podemos hacer nosotros, sentirnos así de
ligeros. Esto tiene que ver también con la iluminación. Cuando estamos
iluminados significa que la sombra se ha ido. Y cuando se va hacia la luz, se
puede llegar a la sombra. No se está prisionero de la luz. Si llegamos a la
ligereza, podemos volver al peso; no hay que estar prisionero tampoco de la
ligereza. Trabajemos. Una vez adquirida esa sensación, acumulad la fuerza y
llenad el cuerpo de fuerza. En ese momento se es potente. Es lo que hacen los
gurús, con todo tipo de trucos de prestidigitación. Simbólicamente se traduce
así: «Yo puedo daros sin cesar la energía». Cuando hacen esto, hay una fuerza
infinita. El gurú ha trabajado con todo eso, y toma el lado imaginario, que es
ilimitado. Y la gente cree que se ha producido un milagro, pero ese milagro
podemos hacerlo cada uno de nosotros. Consiste, simplemente, en trabajar con la
sensación que tenemos de nosotros mismos. Puedo cambiar en todo momento lo que
percibo de mí mismo. Puedo ser grande, puedo ser pequeño. Es la sensación de mí
lo que varía, eso es todo. Puedo dar y puedo también tomar. Coger la energía
del mundo y tomarla de mí. Todo eso es el trabajo de ir hacia el infinito y
volver. El juego del tiempo y el
espacio No tenemos límite en el tiempo. Los sufíes
dicen:
«Ante Dios hay que vivir como si tuviéramos un minuto, ante los hombres como si
tuviésemos mil años». Eso quiere decir que un segundo es eterno, que lo
importante es desarrollarlo. En la India vive una mujer que abraza a todo el mundo que acude a
ella, y esas personas reciben una iluminación increíble. Eso mismo se puede
lograr si os sentáis y os concentráis en el espacio. Creáis la fuerza, una
fuerza infinita. Fortalecéis vuestro corazón. Después dejad entrar en vosotros
el infinito y la eternidad. El que abraza soy yo, pero hay millones y millones
de seres en mi espíritu; millones de mundos, millones de actividades en mis
brazos. Y todo el tiempo futuro viene: me coloco en el infinito y me coloco en
la eternidad. A partir de ese momento, nuestra prisión explota. Cuando uno va a buscar a un gurú, va a buscar lo que uno mismo podría
hacer: quieres que otro haga por ti lo que deberías hacer tú mismo, porque
piensas que no lo puedes hacer solo. Pero el gurú no ha recibido ese don del
cielo, él lo ha hecho, lo ha creado. Él ha trabajado para conseguirlo,
consíguelo tú. No podemos quedarnos con el niñito caprichoso que dice: «Me han hecho
daño, me han golpeado, por eso no hago nada. No tengo nada dentro, no soy
creativo». ¡Ya basta! Hagamos crecer al niño que tengo dentro. Ese ser es un
ser milenario; yo soy milenario. Antes de mí había todo eso, y después de mí
hay mucho más. He aquí a todos los seres humanos separados. Pero soy capaz de
realizar la unión. Cuando yo me muevo, todos los seres humanos se mueven. Es
como un collar: este hilo representa la sensación del espacio y del tiempo. Y
todos se mueven, eso es lo importante. En lugar de pedirle al otro que me
mueva, he de moverme por mí mismo. Esto soy yo, esto es el tiempo, esto es el
espacio. Es un collar sagrado. Estoy unido. Esto es lo que se llama un punto de
tracción. Desde ese punto, todo se mueve. Yo puedo considerarme como un punto
de fuerza. Lo que hago, todo el mundo lo hace. Es decir, es importante que yo
lo haga para que todo el mundo lo haga. Cuando hacemos este ejercicio, lo
hacemos en medio de la eternidad, en medio del infinito, somos el punto de
tracción de la humanidad. De la humanidad pasada y de la humanidad venidera.
Todos los muertos nos siguen, todos los no nacidos nos siguen. Parecerá muy
extraño todo esto, pero en realidad ¡es el pensamiento de Buda! Es lo que Buda
ha sentido, simplemente. Es así como está hecho nuestro cerebro. Cuando se
abre el cerebro, de una forma natural, se llega a esto. No son palabras, son ejercicios para la creatividad. No hay que ser
cobarde ni tener miedo de entrar verdaderamente en lo que es el ser humano.
Somos seres con todas estas capacidades, pero nos han limitado. Estamos en
este momento, aquí y ahora. Yo. ¡Pero no es así! Es el Todo el que está aquí y
ahora. En mí está toda la humanidad, arrastro a todos los hombres que han sido
y serán. Vivo en medio de todo el espacio. Es entonces cuando podemos
comprender este mudra donde la palma de nuestra mano mira al frente: «Yo estoy
aquí, y paro el mundo». Un artista debe pensar así, y hacer su obra planteándose
estos problemas. Bendecid el mundo Otro ejercicio: yo estoy en la eternidad,
sintiéndome en medio del futuro infinito y del pasado infinito. Abro mis manos
y cierro mis manos. Hago una bendición. Es decir, estoy en la eternidad y
bendigo al mundo. Eso es todo. Tenéis que hacerlo así porque un creador es
absolutamente paranoico. Se cree Dios. Y no hay que tener miedo de tomarse por
dios o por diosa. Yo os bendigo: tengo mucho para dar, soy fuerte, tengo todo
lo que hace falta para bendecir el mundo. ¡Basta de complejos de inferioridad!
Con todo esto ya tenéis todos los medios que suelen desplegar los fundadores de
sectas. A continuación te lavan el cerebro para que admires en ellos un poder
superior que tú no imaginas tener en ti, pero tú puedes tenerlo también. Para
eso hay que limpiar toda la oscuridad, porque estamos llenos de telarañas. Para
eso hay que empujar al niño que está en nuestro interior, hay que lavarlo bien,
limpiarlo, hacerlo crecer. Porque tenemos un guardián, la mente, que nos hace
reaccionar siempre igual. Pero haciendo este ejercicio, uno se convierte en
creador. Nadie puede hacerte nada, salvo matarte, y ni siquiera eso, porque hay
una vida eterna. Es decir, eres ya invencible. Y todo lo que existe lo puedes
tener. Si existe el talento, yo puedo tener talento. Mirad ahora cómo elevo mis
manos al infinito, van al infinito: yo tomo la vida. De la misma forma que
puedo dar la energía, puedo tomarla. Toda la creatividad, yo puedo tenerla.
Todo el dinero del mundo, yo puedo tenerlo. Todo lo que el otro tiene. ¿La
belleza? Yo puedo tener la belleza. ¿La energía? Yo puedo tener la energía.
Todo eso es para mí. Puedo tomar y puedo dar. Es fácil de imaginar. Es como un
juego. Pero tomar nos resulta también difícil, porque tenemos límites para
recibir. Cuando nos dicen «¿Quién eres tú para tener eso?, ¿por qué tú?», como
me dijeron mis padres cuando partí de Chile para estudiar con el mimo Marcel
Marceau; en mi caso la respuesta fue: «¿Por qué no?». Y lo hice. Llamé a su
puerta y trabajé con él. Pero desafié la prohibición. «¿Por qué tú?» «¿Y por
qué no?» «¿Por qué vas a hacer tú lo que yo no he hecho?» «Porque yo quiero y
yo puedo.» Eso es desafiar la prohibición. Y punto. Si te sientes bella, lo
serás. ¡Lo serás! ¡Seras fascinante! ¡Puedes fascinar a la gente! Pero tú no te
concibes como un ser fascinante. Vienes aquí para aprender a ser fascinante,
porque puedes serlo. La gente te ve como tú te ves, simplemente. Si yo me
considero inferior, los demás me verán o me creerán inferior. Pero si me veo
como un dios o una diosa, ¡así es como me verán los demás! No todo el mundo,
pero sí muchos, justo los necesarios. Por ejemplo, observemos a algunos músicos famosos. Todo el mundo cree
que son geniales, porque ellos han sentido previamente que eran genios. Luego,
con el tiempo, el mito se acaba porque los demás se van dando cuenta de que no
eran así. Puede funcionar durante un cierto tiempo, pero después hay que hacer
un trabajo espiritual para sostener este «sentirse bello». Porque si en el
interior de uno cesa esta sensación y no la hemos incorporado verdaderamente,
todo se deshace. Por lo tanto, hay que continuar con paciencia, constancia,
perseverancia. Si no se persevera, no se es creador. La creación es, ante todo,
voluntad. Nuestra acción creativa es una acumulación de fuerza y de paciencia. Disolved el yo Ya hemos creado el espacio. El espacio es el
aquí,
el tiempo es el ahora. En el aquí y en el ahora está el yo. Hace falta atacar
este yo. Hemos visto la prisión del tiempo, la prisión del espacio en la que vivimos
prisioneros del yo. Y aquí está la parte más difícil: hacer saltar el yo, eso
es lo más duro de todo. Porque estamos tan identificados con este yo que nos
defendemos y nos aferramos a él, no queremos cambiar. Somos tercos, somos
recalcitrantes, somos imposibles, somos un monstruo. Pura y simplemente somos
un monstruo y no lo soltamos. Decimos: «Así soy yo». Los romanos, los griegos, decían que el yo estaba en el vientre, que
de ahí nacían las ideas y que, después, se refugiaban en el cerebro. Otras
civilizaciones han puesto el yo en el pecho o en la nariz, no se sabe bien dónde ubicarlo. ¿Dónde está
el yo? Tenemos un yo y es muy difícil soltarlo. Entramos en el trabajo
chamánico: la disolución del yo. Actualmente lo observamos en la moderna técnica
digital denominada morphing,
con la cual podemos animar
y convertir una
imagen en otra. Es decir, hay que trabajar para aceptar los diferentes cambios
del yo, lo cual es muy difícil. Los actores hacen eso cuando van a interpretar
un personaje, pero no van muy lejos porque el actor es siempre el yo y el
personaje que interpreta. Pero aquí se trata de ver qué podemos hacer para
enriquecer el yo. Y es muy fácil. Pero nadie te lo dice. Si abro la
personalidad del todo, todo hablará a través de mí. Yo me convierto en ti, me
convierto en el otro. Pero ¿cómo? ¿De qué manera? Te dejo entrar en mí y te
expreso. En ese momento me convierto absolutamente en un creador, porque todo
habla a través de mí. Voy a poner un ejemplo. Ahí está Cristóbal, mi hijo, sentado en una
silla de madera. Me convierto en él: «Estoy aquí sentado como un receptor de
luz, sabiendo que en el tiempo infinito, eterno ante mí, voy a brillar; que la
luz se va a hacer; que estoy conectado con todo...». La creatividad consiste en
absorber al otro y expresarlo en sí. Y no solamente al otro, también las
cosas. Me convierto en silla: «Estoy contenta porque me gusta que haya un ser
sentado sobre mí. Cumplo mi papel, porque lo mantengo derecho, no dejo que se
fatigue; gracias a mí está aquí. Además, mi madera no está muerta. No hay una
sola polilla en mí. Me conservo bien, me mantengo fuerte, aunque sea antigua.
Voy a durar mucho. Quizás voy a durar más que él. Habrá desaparecido y yo
estaré todavía aquí. No hay que rechazarme. Yo lo sostengo. Con mis cuatro
patas yo soy la base material sobre la que él se puede sentar». Cuando empecé a estudiar pantomima, la primera cosa que nos enseñaron
fue que, para hacer gestos, no hay que hacer gestos. El principio de la
pantomima es permanecer neutro. Después se harán todos los gestos que se
quieran. Por lo mismo, la base de la imaginación es no tener imaginación, es
llegar a romper todo lo imaginario. A partir de ahí, se puede hacer lo que se
quiera. Si no se rompe lo imaginario, se estará siempre con los parásitos.
Durante todo el tiempo hay cosas que se mueven en nuestro imaginario. Hace
falta romper el diálogo interior, el lenguaje interior, ordenar el caos emocional,
la invasión de los deseos, el cuerpo indisciplinado. Hay que poder llegar a
dominar todo eso. Sed un punto Se puede hacer un ejercicio que es muy sencillo:
la
cosa más simple en que se puede pensar es un punto, ¿no? Supongamos que tenemos
un pincel o un lápiz y que vamos a dibujar un punto. Tendremos que crear
verdaderamente el punto con todo el espíritu, con todo lo emocional, como si
abriéramos un punto en el espacio. Hagamos el punto. Si es posible crear el
punto, haremos después muchas cosas con él. Pero hay que poner verdaderamente
toda la concentración en crear un punto. Es la primera cosa que se hace en los
movimientos de kárate. Los karatekas son personas capaces de crear un punto, un
punto de concentración mental y emocional. Creemos un punto intensamente, como
si en ese punto estuviera toda la energía del universo. Un punto de energía
total. Todo debe estar ahí. Hay que poner mucha fuerza para crear el punto.
Hay que hacerlo con todo nuestro ser. Toda nuestra concentración en un punto,
un punto, un punto... ¡Eso es todo! Bien, ¿podemos hacer un buen punto, un
punto perfecto, un punto concentrado? Bravo, es un buen esfuerzo. Ahora,
observemos. Yo tengo el punto aquí en la frente. Toda mi mente es un punto.
Estoy concentrado en un solo punto. Tengo un punto emocional, tengo el punto
aquí en mi pecho, y en el sexo, por todas partes. Puedo mover el punto, puedo
ponerlo en mi boca, aquí, allá, en mis ojos... ¡Mi voluntad es un punto! ¡Eso
es todo! Haced este ejercicio. Trabajad con el punto. Concentraos en la
energía del punto, introducid el punto en vuestro cuerpo. Es como el ejercicio
del espacio. Aquí todas las direcciones se concentran en un punto. Todos los pensamientos, todos
los sentimientos, todos los deseos. Cuando se aprende a hacer el punto, se
pueden realizar ya todos los movimientos que se quieran. Sea cual sea la disciplina
que se desee practicar, danza, teatro, kárate, artes marciales, todo se pone
en su lugar. Porque no es más que eso: hago un gesto, y mi intención va allí.
Haga lo que haga. Todo está concentrado, toda mi atención va allí, toda mi
concentración es clara, precisa. El kárate, en el fondo, consiste en crear un
punto concreto donde se pueda golpear, y así se puede llegar a romper una mesa.
Pero en desarrollar el punto se tarda años. Bellas Artes Ahora cantaremos, pero de forma imaginaria,
sin voz.
Cantaremos la canción más maravillosa. ¡Cantad la más maravillosa canción sin
sonido! Imaginad que cantáis con una voz maravillosa. Adelante. Esto es la
creatividad. Tenéis que cantar como los pájaros. Así se aprende. Con
concentración, con fuerza, hacedlo, esto no es un teatro... Podéis moveros,
avanzar, no estéis quietos. Cantad, poned toda la intensidad de un gran
cantante. Poned todo vuestro talento a cantar. ¿Os gusta, verdad? Es genial,
podéis cantar todo lo que queráis en el más completo silencio, con la boca
cerrada. Ya hemos cantado. Ahora vamos a crear. Haced
lo que
podáis, yo no puedo daros lo que vosotros no hacéis. Si cantáis, hacedlo a
fondo, será un gran progreso para todos, porque para el inconsciente vosotros
cantáis. Vuestro inconsciente os va a considerar cantantes si hacéis como que
sabéis cantar. El mensaje pasa hasta él, y estará satisfecho. Ya sabéis cantar,
¿entendéis? Ahora, en mi imaginación, puedo tocar el piano. Podéis utilizar
otros instrumentos, pero son más difíciles. Comencemos con el piano, con el
que se usan las dos manos, y luego podéis pasar al instrumento que queráis. Os
relajáis, tocáis apasionadamente el piano invisible y tratáis de imaginar lo
que estáis interpretando. Lo que queráis, pero tocad el piano. Este ejercicio
es maravilloso. Y cuando estéis cansados del piano, pasáis a otro instrumento.
Y llegaréis a lo mejor de vosotros. ¡Llegad a lo sublime con la música! (Pequeño paréntesis. Hasta ahora era un juego
de
niños. Los niños juegan así. Pero ahora va a ser vuestra profesión. Hace falta
llegar a lo sublime de vosotros mismos. No como una diversión. Hay que tocar,
pero sintiendo solamente lo mejor de vuestra alma. Que lo mejor de vosotros
toque. Hacéis una música de una inmensa espiritualidad. Tocad eso. Os pido la
mayor belleza espiritual, lo sublime. Sois los más bellos, podéis seducir a
la humanidad entera con vuestra música. No hay que infravalorarse, al
contrario, hay que valorarse. Eso llega solo. Empiezas, y después eso llega. El
concierto podría durar todo el día. Sería bueno que hicierais estos ejercicios
hasta dominarlos. Poco a poco, con la práctica, se van despertando nuestras
capacidades creativas, hasta alcanzar lo sublime.) Tened talento Ahora voy a proponer un ejercicio muy simple
que va
a estimular vuestro talento. ¿No tenéis talento? Pues vais a tenerlo
enseguida. No hay que dudar de uno. Tengo el talento cuando tengo la potencia.
Y tengo la potencia cuando tengo el derecho de vida o de muerte sobre los
otros. A partir de ese momento tengo la potencia. Dios es todopoderoso porque
puede matar cuando quiere. Y porque puede crearme cuando él quiere. Y si estoy
vivo es porque él me perdona. Luego la capacidad de matar, de perdonar, va a
crear el talento. Es simple. Me imagino que soy una cobra, que tengo veneno y
que delante de mí hay un mono. Estoy delante del mono, concentrado,
completamente ensimismado, me muevo, lo miro, lo hipnotizo, y el mono hace lo
que yo quiero. Es una actitud de talento. Os digo la verdad. Yo provoco que vosotros me
miréis. Yo provoco que vosotros estéis aquí. Yo os he creado. Hace falta que
os convirtáis en cobra. En vez de ser la víctima siempre, la ratita que está
hipnotizada, pasamos al otro lado. Somos nosotros quienes hipnotizamos a la
gente, ¿de acuerdo? Para eso hay que relajarse y después crear el punto,
hacerlo subir, y después nos balanceamos porque estamos listos para saltar,
pero no saltamos. Hacemos como que saltamos, pero no saltamos. Es así como se
hipnotiza al mono. Tampoco le mordemos. Sólo se le hipnotiza. Tenéis que
desarrollar esa capacidad de mirar hipnotizando. No es seducir, es muy
diferente a seducir. Con mi concentración mental, tengo al otro. Trabajad eso.
Eso es el talento. No estamos asistiendo a una reunión de cobras, sino a una
cofradía de sabios que son como cobras, que se respetan unos a otros porque
saben que su conocimiento es mortal. Ahora probad a rebasar vuestra cabeza al
expulsar la fuerza. Probad a sobrepasar el interior de vuestra cabeza: imaginad
que vuestros ojos están treinta centímetros más altos que el cráneo y,
sintiendo que sois una cobra, pensad que tenemos bajo el ombligo, dos o tres
dedos más abajo, un punto de concentración y que hay una fuerza que sale de
ahí hacia el exterior, que puede entrar en los otros. En el vientre. Eso es la
carta del tarot el Emperador. Él está sentado así, y la fuerza está ahí. Dibujad Ahora haremos un ejercicio de creatividad aplicada.
Como tenemos todas las herramientas mentales necesarias, la concentración, la
fuerza, todo lo que hemos estudiado en este curso, vais a imaginar que tenéis
una tela, del tamaño que queráis. Tenéis un pincel que puede cambiar de color
según vuestro deseo. Y vais a hacer un cuadro, un cuadro imaginario. Podéis
dibujar, podéis hacer grandes manchas, podéis cambiar los colores, como más os
guste. Después, sentaos por grupos y, haciendo gestos, describid el cuadro que
se ha pintado, ¿de acuerdo?
¡Empecemos! Mientras pintáis podéis poner una música imaginaria para que os
guíe. Si queréis ser creativos, ¡creatividad! Y si alguien tiene potencial
creativo, que continúe, que siga hasta que aparezca alguna cosa. Para el
inconsciente es como si se hubiera hecho un cuadro, ¿sabéis? Para el inconsciente,
lo que se ha hecho en lo imaginario es como si se realizara realmente. En el
sistema nervioso, cuando se imagina alguna cosa, se activan las mismas
conexiones. Lo que pasa es que la gente normal no se propone hacer cosas
semejantes, porque ellos no lo creen. En realidad, si se quiere ser creativo
sólo hace falta hacerlo. Si yo pinto diez o veinte cuadros como éste,
imaginarios, después podré hacer un cuadro real, estaré preparado para pintar.
¿Lo veis? Esculpid Y ahora, para terminar con esta serie de ejercicios,
hay que hacer una escultura. La escultura se hace en el espacio. Podéis
utilizar cualquier material, mármol, oro, bronce, lo que queráis. Y creáis un
personaje al que, si queréis sobrepasar, podéis convertir en abstracto. Pensad
qué escultura queréis hacer. Sois escultores. Vamos a poder manipular el
espacio creativamente. Es importante porque, si no se hace, habrá una dimensión
que no se habrá desarrollado. Hay que moverse alrededor del objeto, la
escultura nos obliga a abandonar la mirada fija, nos permite desarrollar
nuestro espíritu girando en torno al objeto creado. Una vez finalizada la
describiremos, porque también son importantes los comentarios. Antes de empezar
a esculpir, pensad bien en la materia que vais a escoger, debe ser una materia
que os guste. Y también la podéis colorear... Cread moda En este ejercicio, crearemos vestidos. Podéis
hacer
el traje individualmente o bien en grupo. Si lo hacéis en grupo, cada uno debe
hacer tres vestidos para los otros. Mirad bien a la otra persona y observad qué
vestimenta podría ensalzarla. No es una crítica. Hay que atreverse y dotar de
fuerza a la forma de vestir, como en un carnaval. Cread vestidos imaginarios. Y
veréis que, del mismo modo que podéis pintar y esculpir o hacer música, podéis
crear moda. Basta con ser osados. Si después de este ejercicio os encargan que
hagáis un desfile, ¡lo podréis hacer! Se trata de ver cómo es el otro. Puedes
cambiar los vestidos, hacer una operación estética, puedes llenar, quitar, eres
dueño del aspecto del otro. Eres su dueño. Empecemos. El arco iris Vamos a avanzar en la creatividad con un ejercicio
que es fundamental. Lo que voy a hacer es contar de 9 a 0 para que concentréis
la atención. Hay que escuchar bien. Para estar concentrados el mejor método, el
más simple, es imaginar los colores del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo,
verde, azul, añil y violeta. A medida que voy contando, me voy sumergiendo en
el rojo, y después veo que el rojo se va convirtiendo en el anaranjado, que el
anaranjado se convierte en amarillo, que el amarillo se vuelve verde, que el
verde se vuelve azul, azul oscuro, violeta. Esto es sólo para ocupar la mente
y no pensar con palabras. Sentid la llegada del color. Nueve... ocho... cada
vez más concentrados. Siete... más concentrados. Seis... más profundo, más
profundo. Cinco... más profundo, más profundo. Cuatro... más profundo...
Tres... más profundo, la escucha, la concentración, la receptividad. Dos... más
profundo... Ahora vamos a utilizar el inconsciente, uno... vamos a utilizar el
inconsciente... Tu espacio En el interior de ti tienes el espacio, el
territorio que amas. Hay un territorio que es tuyo. Puede estar al pie de la
montaña, en el campo, junto al océano, puede ser de tierra fértil, de arena;
de lo que tú quieras. Deja que te llegue tu terreno, imagina tu sitio ideal
para ti. ¿Lo ves?, ¿qué hay?, ¿hay sombras? ¿qué perfume tiene?, ¿hay pequeños
insectos?, ¿otros animales? Lo que haya, deja que llegue. Y en ese territorio
tuyo, paséate feliz, feliz: porque al fin tienes un territorio del tamaño que
quieres. Pequeño, grande, cada uno tiene el suyo. Es fundamental que el
inconsciente te dé tu terreno. La tierra que te pertenece. El trozo de planeta
que te pertenece. El paisaje en el que vivir. No escojas el paisaje de otros.
No escojas el de tus padres, escoge el tuyo propio. Toma la alegría de tu
terreno y allí observa cómo surge la casa, el habitáculo que es el tuyo. Es tu
casa ideal, donde quieres vivir, desarrollarte, acompañado o no, toda tu vida.
¿Cuál es la casa que quieres? ¿De qué tamaño?, ¿de qué material? ¿Cómo es?
Piensa cuál es tu espacio ideal. Sin límites. Cuando esa casa ideal te haya
llegado, rodéala, mírala bien, entra en ella y créale todo: los baños, las
camas, la cocina, los vasos, las cucharas..., todos los objetos de tu casa
ideal los vas a crear, y todas sus habitaciones. ¡Paséate y crea tu casa por
fin! ¡Para que sepas lo que quieres verdaderamente, sin límites! No hay límites
de dinero, no hay ninguna prohibición, no tienes que ser pequeño, ni mediocre.
Escoge en tu creatividad lo que quieres realmente, para que después lo puedas
realizar en la vida real. Tómate tu tiempo... Descubre cuáles son las
actividades que deseas hacer en esa casa..., los materiales..., eres el Gran Arquitecto.
Tu propio arquitecto. Tu propio creador... Tómate todo tu tiempo porque es
fundamental para ti saber cuál es tu territorio. Tu casa es tu ego, es tu yo
verdadero. Piensa también en cómo vas a estar vestido en esa casa. Qué
vestimenta te corresponde. Cómo deseas presentarte. En la cocina, sueña todo
lo que deseas comer. Cuál es tu alimento ideal. Y concéntrate en la compañía
ideal. Con quién deseas estar. Si quieres estar con alguien o no. Puede haber una sala de tarot, una sala
de cine, música, libros, animales, lo que tú desees. Sin límites. Imaginad,
en esta casa ideal, vuestra cama. Y esta parte del ejercicio también es fundamental, esencial, que la
hagáis bien. Estás en la cama, acostado, pero tu vida se ha acabado. Estás
muerto. Y de tu cadáver sale el ser nuevo que renace. ¿Cómo quieres renacer?
Estás acostado, un ser, un cuerpo que ha terminado, y te levantas con un cuerpo
nuevo. ¿Con qué físico?, ¿de qué sexo?, ¿de qué edad?, ¿cuál sería tu yo ideal?
Hay que imaginarse un yo ideal. El yo que tenemos no es nuestro yo ideal.
Tenemos uno ideal aunque esté lejos todavía. Daos permiso para imaginarlo.
Todos estos ejercicios son para eliminar la falta de confianza, para
enriqueceros. Si tienes tu terreno, si tienes tu casa, si tienes tu ser ideal,
te has enriquecido. Ahora, critícate como lo haría una persona de tu familia. Tu madre,
tu
padre, tu hermano. Habla en su nombre. Ponte en el lugar de alguien que se te
oponga. Porque si hasta ahora no habías imaginado nada de esto, es debido a que
en ti hay fuerzas que se oponen a que tú lo imagines. ¿Cuáles son estas fuerzas?
Encárnalas. Por ejemplo, habla como hablaría tu madre. O tu padre. Y critica.
Toda la nueva medicina habla del territorio, diciendo que una pérdida del
territorio crea las enfermedades. Porque el cerebro, dicen, actúa como un
animal que necesita su territorio. Aunque no creo que eso sea absolutamente
cierto, sí creo que el territorio es una parte muy importante. Por tanto,
cuando sabemos qué territorio nos corresponde, damos un gran paso hacia la
creatividad. Y la casa es el desarrollo de nuestro yo individual. Y si yo
invento la casa que quiero para mí, me permito existir yo mismo. Fuera de los
padres. Por eso, discutir con los padres, o crearos un cuerpo nuevo, es una
toma de libertad creativa que hacéis. La creatividad viene de una libertad
interior, de una valorización interior. Sé que lo tengo todo en mi interior,
por lo tanto puedo ponerme en acción. La imaginación trabaja con principios muy
simples. Liberaos del lenguaje Éste será un breve ejercicio de liberación
del
lenguaje. Estamos acostumbrados a hablar siempre como un ser normal. Tenemos
miedo a la locura. Sin embargo, los ríos que descienden por los techos
cubiertos de palomas serán siempre blancos y oscuros, para abrirse hacia el
túnel de todas las delicias... ¿habéis comprendido? ¿No? ¿Sí? Así es como
deberíamos hablar, debéis permitiros hablar un lenguaje completamente
disparatado al tratar de explicar un sentimiento. Hay que crear una
conversación, comunicarse con un lenguaje que sea verbal, que no sea
conceptual. ¿Preparados? Puedes elevar cualquier Sansón, impidiendo a Dalila
cortarle el cisne y manifestar sobre la mesa tres o cuatro cuentos que serán
deliciosamente azucarados, ¿de acuerdo? Y lo que se ha hecho con las palabras,
se puede hacer inventando las palabras, fía fa nara ké. Costrigun tost batché
quelaramanda droie pretcho ¡apande ketaka kiugala patchu! Erabutchi Kara mí.
Eso libera un poco. Hacedlo vosotros. Liberad el lenguaje. Cuando entréis en
esto, os va a gustar. Al principio os vais a sentir cortados, porque la más
grande prisión es el lenguaje articulado, el lenguaje lógico. Es un ejercicio
surrealista. Pero rompe el lenguaje normal para permitir una libertad creativa.
Y quizá salgan cosas de mal gusto, no importa. Cosas idiotas, cosas
infantiles. Pero saldrán también cosas bellas, de golpe. Probad a hacerlo, y
después pasaremos a las técnicas de la imaginación. Técnicas de la imaginación La imaginación tiene principios muy simples.
Algunos
creadores los han utilizado hasta el agotamiento. La base de la imaginación
tiene cuatro elementos, que son como los elementos matemáticos: disminución,
ampliación, división y multiplicación. Éstos son los cuatro elementos de la
imaginación. Primero están la disminución y la ampliación. Después la división,
a continuación la multiplicación. Y luego, la mezcla. Y con esas cinco cosas,
tendréis una imaginación de locos. Es muy simple. En la disminución hay que
reducirlo todo, en el imaginario, hasta que todo se haga pequeño. Por ejemplo,
ves pasar a alguien con un paquete, y en ese paquete puede llevar todo su
pueblo natal, o la ciudad donde ha nacido. Tenéis una enorme imaginación porque
habéis disminuido algo. Podéis disminuir cualquier cosa. En mi bolsillo
izquierdo puedo llevar a mi mamá, en mi bolsillo derecho tengo a mi papá. Los
hago discutir y luego los miro. Eso ocurre en la película Cariño, he
encogido a los niños, que
recrea este juego. Uno disminuye, disminuye y tiene que pelear con las arañas. Éstos
son, para mí, elementos fáciles de la imaginación. ¡Y son muy utilizados! Pero
también tenemos los gigantes: eso sería la ampliación. Puedes aumentar una
calabaza. El ejemplo típico sería la calabaza que crece y crece y alcanza el
tamaño del planeta, convirtiéndose ella misma en planeta. Y luego es tan grande que ocupa una galaxia. Dentro de
la calabaza, hay toda una historia, nace toda una humanidad. Esto es agrandar
cualquier cosa. Es simple. Haces crecer lo que sea, haces arte. En arquitectura,
tomas tres cajas de cerillas, las aumentas y haces un edificio. Es así como
proceden los arquitectos. Esto es hacer crecer. La imaginación tiene la posibilidad de hacer crecer o disminuir. La
imaginación japonesa ha creado los pequeños árboles enanos, o bonsáis, los
jíbaros reducen las cabezas, y el cine hace crecer un mono, por ejemplo, como
King Kong o Godzilla, o la bomba atómica, que es la amplificación de una
pequeña bomba. En mi caso, tengo un cómic que se llama Megalex, sobre
una ciudad que ocupa todo el planeta, si bien yo no fui el primero en hacer
esto. También es posible la ampliación de la fuerza (Superman). Todos
los superhéroes aumentan algo: por ejemplo Flash Gordon es el más rápido. Está
el personaje que lo atraviesa todo con la mirada, o aquel que lo escucha todo.
Eso se encuentra en los cuentos de hadas. O la persona que tiene una voz tan
fuerte que hace caer los edificios. Existe el hombre que puede poseer a
trescientas mujeres en una noche, etc. Imaginad esto: por la calle pasa un caballo, y piensas que hay una
invasión, que todo está lleno de caballos, que se están multiplicando, que es
una nueva peste. Ahora hay tantos caballos que tenemos que huir porque estamos
invadidos. Y en este punto podemos añadir un elemento: la mezcla. Los caballos
se convierten en carnívoros, y hay que escapar porque están devorando a los
humanos. Esto es la imaginación. Es decir, que la imaginación ha utilizado la
mezcla. (Pero estábamos hablando aún de la disminución y la ampliación.) Una persona se vuelve tan débil, tan débil, que hay que amarrarla con
hilos, como a las marionetas: es un presidente y tiene que hacer su discurso
así. Otro ejemplo: una persona pierde el poder y sus huesos se vuelven
líquidos, como agua. Podemos imaginarlo. Hay un cuento en el que una niña tiene los cabellos tan largos que su
enamorado puede subir por sus trenzas. Eso sería ampliación de la cabellera.
Aumentar, disminuir. (Muchas obras de Ionesco son de una gran simplicidad. En una de ellas
hay una mujer que sirve una taza de té, y después otra, y otra, miles de tazas
de té. En otra, hay champiñones que crecen, y después toda la casa está llena
de ellos. En otra, hay un muerto que crece y crece, y ocupa toda la escena. Y
en Las sillas hay una silla, otra silla, toda la escena llena
de sillas.
Esto quiere decir que el autor no tenía demasiada imaginación, porque utilizaba
simplemente el truco de hacer crecer las cosas. En todas sus obras hay algo
que se multiplica. ¡Eso se convierte en una norma!) Otro elemento de la imaginación es la situación en la que algo
comienza a faltar. Los alimentos faltan, el agua falta. Dune es
un
planeta donde no hay agua. Se hace toda una obra sobre un planeta que no tiene
agua. Se ha separado un elemento. Y separando un elemento de la naturaleza, se
hace un mundo imaginario. Os estoy mostrando los procedimientos de la
imaginación, fórmulas que luego podréis aplicar en cualquier momento a vuestro
mundo o para poder crear. Aumento, disminución. Se puede hacer. Una llamada telefónica, diez llamadas telefónicas, en todo el planeta
los teléfonos se ponen a sonar, los edificios se caen y hay una hecatombe. Por
multiplicación. Por aumento. Después, llega la división: hay una mano que anda
sola, te salta al cuello... y te estrangula. Y se escapa como si fuera una
araña. Esto es la división. O vas caminando por la calle y ves dos piernas que
andan sin el cuerpo. En un estudio de Jung sobre los cuentos de los pieles
rojas se habla de un héroe que quiere poseer a la hija del jefe. Entonces
envía su falo por el agua y el falo solo posee a la chica, dejándola encinta.
De esta manera consigue casarse con ella. Multiplicación. Algunos dioses hindúes tienen múltiples brazos. Y en
cada mano, un ojo. Multiplicación de brazos. Ganesha tiene cuatro brazos. Hay
también un dios griego con tres cabezas. En la Odisea, el
cíclope tiene
un solo ojo, en la frente. Eso
es disminución. En el caso del tercer ojo, hay un ojo de más. Eso sería
multiplicación. Y después,
con estos cuatro elementos, se produce la mezcla. La Esfinge de Egipto. Tiene
una cabeza humana, un cuerpo de león, alas de águila, una cola de vaca. Se ha
hecho un monstruo. Hay numerosos ejemplos en los cuadros de El Bosco, que
utilizaba mucho las mezclas de elementos. Un centauro es una mezcla de hombre y animal. Se
toma un elemento de uno, un elemento de otro, y
se juntan. Así se crean los monstruos. Un ángel es una mezcla de un ser humano
y un pájaro con sus alas.
Yo, durante mucho tiempo, he desarrollado estas mezclas. Me imaginaba,
por ejemplo, integrar una cabeza de elefante en un cuerpo que es una nube, y
cuatro escaleras como patas. Esta posibilidad de mezclar los elementos es una
posibilidad artística interesante, que el imaginario utiliza. Son técnicas que
tenemos a nuestra disposición. Fijaos en que todo el tiempo estamos viendo
aplicaciones de estas técnicas, en el arte, en la publicidad. Si domináis esta
técnica, podríais trabajar en cualquier agencia de publicidad. Y hay
otra
forma de imaginación, que es el imaginario del tiempo. El viaje en el tiempo.
En ese viaje, puedo ir hacia el pasado. Pero el problema es que, si se
modifica el pasado, se modifica el presente de donde he partido. Esto se llama
paradoja temporal, y ha sido extensamente desarrollado en la ciencia ficción.
Es uno de sus grandes temas. Si yo voy al pasado y mato a mi madre, entonces
yo no hubiera podido nacer porque ella no me habría parido. El viaje en el
tiempo es motivo central en muchas películas. Películas populares, como la
serie de Regreso al futuro. Por tanto, el imaginario trata de jugar con el
tiempo. Pero esto tiene una base edípica muy fuerte porque, si voy al pasado,
puedo seducir a mi madre y hacer de ella mi novia, y en ese caso podría engendrarme
a mí mismo con mi madre. O puedo seducir a mi padre en el pasado. Ésta es la
base del viaje en el tiempo. Interferir en el pasado significa interferir con
nuestros padres.
Después está la escatología, que es el imaginario del fin del
mundo.
De qué forma el mundo se termina.
Por el fuego, por el agua, por la peste, por el paso a otra dimensión. Hay una
gran parte del imaginario que trata del fin del mundo. Esto no os lo
recomiendo, aunque yo lo hago intensamente: imagino diversos modos de morir. Me
he imaginado morir ahogado, suicidado, precipitado desde un edificio, cortado
en dos. Me he proyectado mucho en el suicidio, en la muerte, para liberarme un
poco de mí mismo. Os repito que no os lo recomiendo. Si os angustiáis, no lo
hagáis. Es duro. Sobre todo imaginar la muerte de los seres amados. Es fuerte,
porque siempre existe la amenaza de que un ser amado desaparezca, y también
tememos la posibilidad de dejar de existir nosotros. Yo, para eliminar eso, he imaginado mucho. Me he convertido en la nada,
que es lo que pasa cuando se entra en la oscuridad. Me he puesto a imaginar el
negro, negro profundo, que disuelve mi yo en la vacuidad. Y después, la
emergencia hacia la existencia y la luz. Aplicaciones terapéuticas Vamos a trabajar con la sensación. Piensa en
cómo te
sientes, qué sensación tienes de ti, pues vivimos sensaciones que a veces son
un poco angustiosas. Por eso, os mostraré cómo trabajar esa sensación de
angustia. ¿Alguien tiene una sensación así? «Siento como si tuviera un muro en el pecho.» Escucha bien, esto es
imaginario. ¿Cómo es ese muro: de piedra, de metal, de cemento? Concéntrate,
trata de decirme cómo es. ¿De ladrillos rojos? De acuerdo. ¿De qué tamaño es,
te rodea como un tubo, dónde lo pones? Imagina ahora esos ladrillos rojos.
Imagina que son ladrillos que están a tu disposición. Es un material que es
tuyo, puedes hacer lo que quieras con ese material. En primer lugar, te
defiende: un muro puede defender. ¿De qué te defiende? Busca la sensación. No
hay que pensar, hay que ver qué sensación se tiene. Este muro es completamente
útil. Ahora medita sobre los ladrillos rojos. Son bonitos. Piensa que son
bonitos. Inyecta belleza a los ladrillos. Cada vez más belleza en ese muro,
¿vale? Es tuyo, te pertenece. Puedes hacer lo que quieras con él. Construye con
él cualquier cosa. Haces un espacio. Construyes un lugar. Pero imagínalo. Imagina
cómo es ese lugar, con esos ladrillos. Ves un lugar acogedor, puedes entrar
dentro. Luego has creado una puerta. He ahí la solución: no hay que eliminar el
muro, hay que abrir una
puerta. Y ahora, imagina el muro en ti, con una pequeña puerta por la que
puedes salir y entrar. Es una parte de ti que preserva tu individualidad. Este
muro preserva tu individualidad porque todavía es débil, por el momento, ¿de
acuerdo? Ahora fortifica tu individualidad. Los ladrillos rojos van a darte la
fuerza. Si te haces fuerte perderás el miedo. Nadie podrá invadirte,
¿comprendes? Hay que tomar el imaginario e incorporarlo. Trabajar la
sensación. Porque las sensaciones que se nos presentan son como símbolos,
podemos trabajar directamente con ellas. Una persona me ha dicho que siente que tiene
excrementos en el corazón y he contestado que el excremento es un abono, que
piense que añade tierra y que cualquier cosa puede crecer. Si la persona hace
crecer algo ahí la sensación cambia. «Siento algo en los hombros, algo que me aplasta.»
Bien, siente lo que te aplasta. Déjalo venir. No te defiendas, ¿de acuerdo?
Cambia la sensación. Piensa que eso viene del interior hacia el exterior.
Modifícate. Eso surge de tu interior, ¿sabes lo que es? Son alas que están
creciendo. Entonces, déjalas crecer. ¡Empuja! Empuja tus alas que van a
permitirte ir a donde tú quieras. Crea tus alas y mueve tus alas. Ve donde
gustes. Hacia tu terreno, hacia tu territorio, hacia ti mismo. Hacia tu
realización. Es así como se trabaja una sensación. «Siento como una bola de plomo en la zona del
plexo
solar.» Maravilloso. Imagina que tu cuerpo es el horno, el athanor alquímico. Imagina:
en otra encarnación eras un alquimista. La bola de plomo es la materia primera
que va a convertirse en oro. Entonces, deja que eso descienda para que llegue
al fuego del vientre. El vientre es el fuego de la Gran Obra. Trabaja, deja que
la bola descienda, en lugar de defenderte déjala que se caliente al fuego de
tu sexualidad, ¿de acuerdo? Poco a poco, ve haciéndola subir hacia donde
estaba, y a medida que vaya subiendo la haces cambiar de color, hasta que se convierta en dorada, y llegue al
centro del pecho. Y luego, la dejas brillar, proyectar sus rayos hacia todos
los lados. Hazla subir. Y así haces el oro. ¿Qué harás con el oro?: monedas,
dinero. Es la aceptación del dinero en tu pecho. La negación del dinero se
convierte en una bola. ¿Tienes problemas de dinero? ¿Sí? Pues ahora vas a tener
que fabricar tu dinero. Si al hacer subir esa bola, ese peso, te sientes
demasiado materialista, haz que se convierta en amor el dinero. Ama la propia
creatividad que te da ese dinero. Con la creatividad, la sensación de angustia
se irá. «Tengo picor en la cabeza, espinas que se me
clavan.» No nos vamos a preguntar qué son esas espinas. Simplemente vas a
aceptar la sensación, pero sin preguntarte el porqué ni qué significan, porque
podrían ser los pensamientos críticos que te han lanzado cuando eras niño,
cosas así. Vas a pensar que eso sale de tu cabeza, no que entra en tu cabeza.
Pero hace falta que verdaderamente trabajes con esa sensación. Y lo que sale de
tu cabeza se va a convertir en rosas, porque las rosas tienen espinas. Y
cuando te imagines que tienes rosas en tu cabeza, imagina que los insectos
vienen a polinizar. Y con el polen, van a polinizar otras plantas por el
mundo. De esta manera, tu malestar se convierte en un don para el mundo. Y después
podrás escribir poemas, podrás hacer lo que quieras. Todos tenemos que acabar con ese juego de «Mira
lo
que me has hecho» o «Tú no me quieres». Es una falta de creatividad. No
debemos regodearnos en la sensación de no ser amados. Precisamente, si tengo
esa sensación de no ser amado, hay que cambiar esa sensación y sentirse amado.
¿Y qué se puede hacer? Pues, para empezar, dejar de pedir. Si yo dejo de pedir,
estoy en la situación de dar y entonces diremos: «Tú no me quieres, pero yo te
adoro». Y en lugar de pasar la vida enfadándonos y fastidiando al otro y
sufriendo, diré «Basta», y se acabó el problema. Yo te amo. No voy a vivir como
una víctima toda mi vida. No. Yo te amo y eso basta. Si tú no me amas es tu
problema, no el mío. Ahí está la curación. Cuando se es creativo, ya no se está
centrado en la petición de algo, al contrario, lo fabricamos nosotros mismos.
Debemos poner amor allí donde no hay amor, y lo encontraremos. Porque, si
utilizas al otro como un espejo de tu falta de capacidad para amar, es porque
has ido a buscar a alguien que no te ama y eso es porque tú no puedes amar.
Eres incapaz de amar, y tu problema de no amar lo depositas en el otro, lo
proyectas como un espejo. Ama. Y si tú amas, el otro te va a amar, porque vas a
proyectarle tu amor. Comencemos por amar las cosas: el arte, la
gente,
nuestras obras, todo. Dediquémonos a crear y a amar. Porque la otra actitud me
conduce a no hacer nada, a estar todo el tiempo parado. La creatividad, por el
contrario, conduce a que hagas lo que debes hacer. Y lo que haces, lo
proyectas. Y si lo proyectas, lo recibes. Todo lo que le das al mundo, el mundo
te lo da. Todo lo que no le das al mundo, el mundo no te lo da. Hay que
liberarse, gracias a la creatividad, de la petición. Cuando nos decimos «Yo
quiero tener talento», debemos decir «¡Tengo talento!». ¿Por qué querría tener
talento, si lo tengo? Yo quiero tener éxito. ¡Pero si tengo éxito! Todo lo que
quiero, lo tengo. Entonces, dejo de pedir, y me pongo a hacer mi obra. ¡Eso es
todo! Si quiero tocar música, la toco. Si quiero cantar, canto. Si quiero
escribir, escribo. Si quiero ganar dinero, lo gano. Y punto. Porque a nuestro lado siempre está la prisión que nos impide
realizarnos. Papá, mamá, ¿verdad? Es la maldita prohibición que nos ha dicho:
sé víctima, vive como una víctima y hazte una víctima. Fastidia al otro. Pero
eso ya sería tema para otro curso menos acelerado. Apéndice. La psicomagia:
poesía aplicada al tratamiento de la locura Martín Bakero, psicoterapeuta y
doctor en psicopatología de la
Universidad París-VII Como los métodos de contención de la psicosis se han mostrado
radicalmente represivos, deshumanizantes, insatisfactorios en sus resultados clínicos
y han provocado efectos secundarios importantes, una de las preguntas que nos
formulamos como terapeutas de las psicosis es qué tratamiento emplear para que
la persona no sea afectada por los tratamientos electroquímicos aplicados en
ciertos casos agudos y crónicos. ¿Cómo restaurar los lazos entre el sujeto y la
realidad, bloqueados en la psicosis, sin que el sujeto pierda la memoria, la
psicomotricidad, o la imaginación? Como en los antiguos lugares de adivinación de Delfos o de Dandará,
y
asemejándose a los tratamientos que se practicaban en los templos de Asclepio,
el sanitarium de Georg Groddeck o los tratamientos de Alejandro
de
Tralles, la psicomagia supedita la razón a la imaginación: la solución viene
dictada por el síntoma de la locura, y es en esa dirección en la que la cura
desplegará sus velas; sobre todo si tenemos en cuenta que en griego «síntoma»
significa coincidencia (symptoma).
En vez de reprimir o tratar
de
eliminar los síntomas alucinatorios o persecutorios, la psicomagia encuentra
en la metáfora delirante una vía de curación del inconsciente, y a través de
actos poéticos la lleva a la realización simbólica. En este dominio, los sueños
suelen ser muy importantes. Por ejemplo, en la Antigüedad, Asclepio dejaba una
carta cada vez que aparecía, y esta carta se constituía en la clave de lectura
de la enfermedad, que permitiría curarla. Empédocles podía, a través de
metáforas mágicas, detener los vientos, causar o parar la lluvia; también él
curaba a través de actos que hoy podrían ser calificados de chamánicos. Ya que el síntoma en la enfermedad es un ensayo de curación, el
delirio en la psicosis es un intento para restablecer los lazos con la
realidad. La psicomagia creada por Jodorowsky extrae sus métodos de antiguas y
eficaces formas de curación vinculadas con la magia, de innovadoras y modernas
teorías psicológicas del inconsciente, y utiliza las más variadas técnicas del
arte de vanguardia calificadas como efímeros, happenings, instalaciones,
performances, etc., artes cuyos orígenes se remontan a siglos atrás: Diógenes
paseándose desnudo con una lámpara por Atenas, Sócrates entrando de espaldas a
un banquete para que no se advirtiera que llegaba tarde, Empédocles caminando
con sandalias de oro, los monjes taoístas durmiendo con la cabeza hacia el
suelo para acumular esperma en la mente y poder volar, los sacerdotes de
Babilonia salpicando a los fieles con el agua contenida en un jarro con forma
de seno de la divina Isis. Todos, desarrollos libres de la imaginación para
poder habitar el mundo en forma poética, es decir, que logran unir la razón
con la imaginación y la intuición. Hablamos de magia porque las leyes de la magia son las mismas que
rigen el inconsciente: la metonimia y la metáfora. La primera ley es la de
contigüidad, en la cual la parte se identifica con el todo; la segunda es la
de similitud, en la cual lo parecido actúa sobre lo similar. Al crear un acto
psicológico, estamos ocupando el lenguaje del inconsciente. Magia, psicoanálisis
y poesía. Numerosas tentativas en el tratamiento de la
locura
pueden demostrarnos que la psicomagia -sin que hubiera sido aún nombrada como
tal- había comenzado a ejercer sus beneficios hace ya miles de años. Y es que
la historia se escribe a veces de una manera retroactiva; así, sólo después de la invención
por Freud del psicoanálisis, nosotros podemos encontrar a sus precursores,
tales como Nietzsche, Sócrates o algunos filósofos estoicos, si bien esta
lectura comparativa sólo es posible a partir de la creación freudiana de tal
técnica. Jodorowsky, al inventar la psicomagia, da un nombre y funda una
técnica que ha conocido muchos logros terapéuticos a lo largo de los siglos,
pero que antes de él no podíamos distinguir, al no tener ésta un hilo conductor
que la caracterizara. La psicomagia viene a recobrar un dominio perdido: la
colaboración estrecha entre la terapia y el arte. Los alienistas no han cesado de buscar los posibles vasos comunicantes
entre las artes y la terapia para establecer un método de tratamiento. Es así
como en los primeros centros terapéuticos de la psicosis, conocidos en Bagdad
en el siglo V, se asociaban la música y
otras artes a la sanación. También en la Biblia existen numerosos ejemplos de
curaciones a través de métodos que hoy pueden calificarse de actos de
psicomagia: David curó a Saúl de un estado delirante tocando su arpa, Jesús
hizo que un ciego recuperara la vista untándole los ojos con saliva y arcilla. Melampo, terapeuta griego, curaba la locura de las mujeres dionisiacas
de Argos por medio de gritos rituales, danzas catárticas y otros actos que han
quedado registrados en la historia. Marcel Mauss cuenta también la curación de
Ificlo por Melampo: Fílaco, padre de Ificlo, deja descuidadamente junto a su
hijo un cuchillo ensangrentado mientras castra a un carnero. Ificlo huye
asustado y deviene estéril a causa de ello. Melampo lo cura haciéndole lamer
durante diez días el óxido del cuchillo encontrado en el árbol donde Fílaco lo
había clavado al ver huir a su hijo. Aquí vemos cómo el síntoma se había producido
por la identificación de Ificlo con el carnero castrado. Melampo es capaz de
curarlo haciéndole incorporar el elemento temido y transformándolo en aliado.
Placitus Sextus, médico latino del siglo
IV, sostenía que un buen
tratamiento para la fiebre era preparar una pócima disolviendo una astilla de una puerta por la que acabara de pasar
un eunuco. Marcelo Empírico, para extirpar los abscesos del ojo derecho, los
tocaba con tres dedos de la mano izquierda mientras tosía repitiendo tres
veces: «Las mulas no traen criaturas al mundo, ni la piedra produce lana; que
tampoco esta enfermedad culmine, pero si lo hace, que se marchite». Otra
prescripción oftalmológica característica de su libro De medicamentis empiricis
afirma: hay que pintar de
blanco una araña de patas muy largas y machacarla en aceite. Esta pócima quita
los puntos blancos de los ojos si se la usa con asiduidad, debiendo prepararse
una buena cantidad con bastante aceite para que no se acabe antes de terminar
la cura. Varios ejemplos en la Antigüedad dan testimonio de operaciones
mágicas basadas en la identificación, en la simpatía entre los objetos: una
gota de sangre sobre una fórmula mágica cierra una herida; un dibujo que
represente a un perro con las cuatro patas y el hocico encadenados sanará la
rabia. También hay operaciones mágicas colectivas, antecedentes de lo que
Jodorowsky denomina hoy «psicomagia social». Es el caso por ejemplo de los
amuletos públicos que existían en Egipto. Para inmunizarse de las picaduras de
las serpientes o de los escorpiones, se erigía en un lugar público una estatua
de una divinidad cubierta de inscripciones mágicas, se le agregaba un chorro
de agua desde la cabeza a los pies y luego se bebía ese líquido recogido al pie
de la estatua. Numerosos son los casos de curación de locos, a través de actos,
llevados a cabo por Alejandro de Tralles, eminente médico bizantino. Curó una
vez a un delirante que pensaba que no tenía cabeza haciéndolo llevar sobre
ésta un sombrero de plomo, y a un hombre que no podía orinar porque pensaba que
si lo hacía el mundo entero se inundaría, diciéndole que había un gran incendio
en las tierras que hoy ocupa Europa, y que sólo se podría extinguir si él
orinaba. A una paciente que pensaba que tenía una serpiente dentro de su
estómago que no la dejaba alimentarse le pidió que invocara a la serpiente,
dándole un vomitivo. Mientras ella vomitaba, él, rápidamente, lanzó una culebra que hizo creer a la mujer que el
reptil había salido de su vientre. También la sabiduría popular cuenta con remedios para tratar cierto
tipo de complicaciones. De estos procedimientos subsiste, por ejemplo, en
muchos países, el hacer pasar a un niño que tenga una fractura por la grieta
de un árbol expresamente hendido, y ésta después se ha de unir y curar. La psicomagia aporta una ayuda fundamental y un método radical en la
psicoterapia de la psicosis. Ella favorece que el sujeto vuelva a interesarse por
el mundo y recree una relación esencial con su entorno, gracias a la irrupción
fulgurante de la poesía, diálogo perdido tras la crisis inicial psicótica, ya
que la locura implica la ausencia de creación. Los actos simbólicos provocan
que el sujeto desbloquee sus mecanismos de defensa psicóticos y los ponga al
servicio de la belleza. Un acto psicológico, acompañado de un cuadro
psicoterapéutico adecuado, puede facilitar que el sujeto salga de su bloqueo
afectivo, y de su actividad psíquica autoerótica, para volver a dirigir su interés
hacia los otros. En algunos casos de autismo, donde jamás ha habido
comunicación con los demás, ciertos actos realizados por las familias de los
implicados pueden lograr que el sujeto enfermo comience a salir de su encierro
y acceda al lenguaje, el cual le estaba prohibido por algún secreto familiar
que puede remontarse hasta a tres generaciones. En los siguientes casos
clínicos que hemos seleccionado, podremos apreciar cómo los actos psicomágicos
han podido canalizar las angustias más primitivas, desbloquear las inhibiciones
más profundas y contener los síntomas psicóticos más agresivos y desestructurantes.
A veces podemos decir que la psicomagia ha actuado con una fuerza atómica que
sobrepasa la cura de electrochoques o de coma insulínico. Son los primeros
casos de una herramienta terapéutica fundamental, en los cuales la sola palabra
no es suficiente. El acto psicomágico prepara el camino a la palabra,
reintroduciendo la poesía en la existencia del sujeto, como un rayo de
imaginación que penetra en las tinieblas de la descomposición mental. 1.
Una persona se queja de que no puede dormir desde
hace meses, ya que piensa que su almohada está habitada por cucarachas que le
comen sus pensamientos. Ante tal temor no puede apoyar la cabeza en la almohada
ni conciliar el sueño, lo que le produce una insoportable angustia de
desintegración psíquica. Le proponemos que compre verdaderas cucarachas y que
las ponga sobre su almohada durante una noche. A la noche siguiente debe
reemplazar por cucarachas de plástico las reales. A la tercera noche debe
apoyar su cabeza en una almohada en cuya funda estén impresas imágenes de
cucarachas. Al cuarto día debe volver a dormir con su almohada normal...
Después de una semana de indagaciones y venciendo las resistencias que tenía,
lleva a cabo el acto prescrito, y desde entonces cesan sus temores y puede
conciliar el sueño. En este acto, yendo en el sentido inverso del
síntoma, hemos hecho aparecer los bichos temidos, sacándolos de lo imaginario
para hacerlos reales. Luego, poco a poco, hicimos que las cucarachas fueran
desapareciendo, retornándolas de lo real a lo imaginario, al igual que los
temores del consultante. 2.
Un adolescente de 14 años fue hospitalizado en un
servicio de psiquiatría. Se le diagnosticó esquizofrenia catatónica paranoide.
Su delirio consistía en no querer crecer, y se arrancaba el vello que le
estaba saliendo mientras permanecía frente al espejo haciendo extrañas
contorsiones y muecas con su cuerpo. Se arrancaba los pelos del bigote, la
barba, las axilas, el pubis, no sin gran dolor y sangre de sus heridas. El
equipo de profesionales decidió aplicar un tratamiento con neurolépticos
(antipsicóticos), y probó más tarde el electroshock cuando éstos se mostraron
ineficaces. El nuevo tratamiento sólo logró «embrutecer» al paciente y hacerle
perder algunas facultades cognitivas. El delirio manifestaba ser más fuerte
que los tratamientos de la psiquiatría clásica. El adolescente participaba en
un taller de poesía. Continuamente se le prestaban libros que desde luego perdía sin acordarse apenas de cuál
había sido la impresión de su lectura, en gran parte debido al electroshock
que por entonces se le suministraba dos o tres veces por semana. Como era el
menor del pabellón, todos (psiquiatras, psicólogos, enfermeros, internos) se
preocupaban mucho de su trastorno. Un día le hicimos llegar el libro de Osear
Wilde El retrato de Dorian
Gray, cuya trama trata de
un individuo que no
quiere envejecer. Unos días después de haber leído el libro, se pide a la
familia que le compre tela, pinturas y todos los implementos necesarios para
que el joven pinte su autorretrato. Al terminar el retrato, debía escribir al
pie: «Aquí está mi retrato que no envejecerá... Ahora yo puedo crecer tranquilo».
Al mes siguiente fue dado de alta, y si bien continúa con controles mensuales
en el hospital, pudo volver al colegio, que había abandonado un año antes de su
hospitalización. Actualmente sigue pintando, y ha terminado sus estudios. En este caso vemos cómo el sujeto, a través
del acto
psicológico, se identifica con el personaje que no envejece, logrando a
través de esta ficción poética volver a habitar el mundo. 3.
Un guarda de un taller de reparación de
automóviles, al acercarse a los 50 años, comenzó a sufrir una angustia considerable,
un total abatimiento psíquico y físico que lo anulaba como sujeto, y otros
síntomas propios de una potencial psicosis en vías de actualizarse. La única
actividad que parecía a veces interesarle era jugar con unos alambres haciendo
figuritas. Hablando con él, nos dimos cuenta de que había practicado ese juego
desde muy pequeño. Como toda la gente a su alrededor consideraba absurda esa
actividad en un hombre ya adulto y padre de familia, le habían prohibido tal
ocupación. Le propusimos que la retomara e ignorase las críticas de los demás,
ya que era la única labor que lo mantenía interesado y ligado a la vida, sin
la cual seguramente se habría suicidado o habría sucumbido a una crisis
psicótica. Le indicamos que diariamente inventara una nueva figura de alambre.
En un primer momento debería regalarlas. La producción de estos «pequeños
juguetes imposibles», como él los llamaba, aumentó exponencialmente, y comenzó
a repartirlos entre la gente que visitaba el taller donde trabajaba. Sus
angustias fueron disminuyendo al cabo de los meses. En vista de la evolución,
le propusimos que como pago por las pequeñas figuritas «imposibles» -cuya
descripción presentaba como desafío a la gente-, comenzara a pedir el alambre
que necesitaba para seguir creando. Entró así en una nueva relación simbólica
con el mundo, relación que, en un momento anterior, él y los demás habían
creído perdida irremediablemente. Hoy, es un hombre alegre y muy sociable. Gran
parte de su angustia ha desaparecido. El proceso activo de creación reactiva en este
caso
el deseo en el sujeto, quien, siguiendo nuestra indicación, comienza a vender
las figuritas de alambre, convirtiéndose en un artesano muy cotizado en su
medio. Logra así superar las prohibiciones de su círculo familiar, y realiza un
deseo infantil, que se transforma en el puente entre los otros y su mundo
interior. Frente a la angustia de perder para siempre la unión con el mundo,
ese puente pudo reconstruirse, gracias a esta actividad artesanal inducida por
nuestras indicaciones psicomágicas. 4.
Una joven de 16 años había perdido la audición y
los exámenes médicos practicados no revelaban ninguna lesión. Sus padres nos consultan desesperados sin saber qué hacer
por su hija. Asombrados, oímos que el padre es pianista y la madre cantante de
ópera. Nos damos cuenta de que su hija había optado por la sordera, al
sentirse marginada de la música que sus padres adoran. Se aproximaba el
cumpleaños número 17 de su hija, y su familia no sabía qué hacer para esta
fecha. Ante la inquietud de los padres, les planteamos un acto: debían acudir
a un artesano que les enseñase a fabricar pendientes. Luego, durante 16 días,
realizarían dos aros con forma de clave de sol. El día del cumpleaños de su
hija (17 días después de comenzar a hacer los aros, que equivalían a los 17
años de vida de la muchacha) debían regalarle los pendientes colocando la
madre uno de ellos en la oreja izquierda y el padre otro en la derecha. Así lo
hicieron, y su hija recibió feliz y contenta los presentes, y nos vino a
visitar portando los aros cual dos talismanes. Lentamente ha ido recuperando
la audición. Incluso ha comenzado a comprar discos de música... y los escucha,
a veces junto a sus padres. En este caso vemos la negación de unos padres
a que
su hija acceda al mundo de la música (reservado sólo para ellos, como
profesionales). Habían privado a su hija de participar de su deseo y de
identificarse con la sublimación de los padres: esta prohibición genealógica
hizo que su cuerpo respondiera con una sordera. Al aceptar los padres el hecho
de que su hija (so) portara la música en sus oídos, ella pudo recobrar la audición. 5.
Una paciente cree ser perseguida por el espíritu de
su ex amante. Sufre una crisis, y en su delirio comienza a elaborar una especie
de pequeños libros hechos con pelos de su pubis, naipes, fotos, uñas, sangre y
otros elementos corporales. Su familia se siente obligada a llamar a una
ambulancia ante lo extraño de tal situación, y ella misma relata este episodio
con una sensación de extrañeza total, calificando ese momento de «completamente
delirante». Tuvo que ser hospitalizada unos días. Como ese fantasma comenzaba a
reincidir, le advertimos que la crisis podría reaparecer si no tomábamos
medidas psicomágicas. Le proponemos repetir el momento del delirio -prescripción del
síntoma antes de que se produzca, para así controlarlo-, que reprodujera la
elaboración de los libros y todos los rituales delirantes que había vivido,
una vez al día durante 10 días (el tiempo que había durado su último ataque),
pero esta vez tenía que filmarlo y
enviarlo a la persona que ella creía que la perseguía. Desde que lo hizo no ha vuelto a tener esos temores paranoides, y se
ha dedicado, cada vez que algo la inquietaba, a hacer filmes en escenarios que
reflejan sus temores. Ella ha pasado de ser «víctima» de sus temores a
representarlos en escena, haciéndose así activa y responsable de su propio
devenir. 6.
Otro caso en el que utilizamos la visión y su
prolongación técnica, la cámara, fue el de una consultante que padecía psicosis
histérica. Ella afirmaba mantener contacto con espíritus del pasado que le
confiaban secretos de la humanidad, que no la dejaban vivir tranquila y que la
dejaban embarazada con sus voces. En su árbol genealógico aparecían muchos
sujetos que habían querido ser cineastas y que habían fracasado en tal iniciativa.
Esta persona trabajaba como diseñadora de moda, pero era una labor que le
aburría enormemente. Lo que a ella le interesaba inconscientemente era la
posibilidad de hacer filmes, de situarse en una posición creadora en torno a la
imagen en movimiento. Poco después su estado se agravó y comenzó a sufrir
pánico, desvanecimientos, pérdidas de consciencia, parálisis y otros
accidentes que podrían haber sido fatales. Ante la imposibilidad de continuar
el proceso terapéutico a través de la palabra, le dijimos que si no venía a la
próxima sesión con una película realizada, la hospitalizaríamos y le haríamos
tomar muchos medicamentos. A la sesión siguiente ella acudió con una hermosa
película acerca de un árbol en un jardín, donde mostraba cómo la gente se
acercaba y entraba en contacto con ese árbol que podríamos interpretar como
una metáfora de su propio estado psicológico. Desde ese día, puede filmar todos
los mensajes que ella cree recibir del pasado, y recientemente ha ganado un
premio en un concurso de cine experimental. 7.
Un hombre de 28 años vivía desde hacía diez años en
hospitales psiquiátricos. Su diagnóstico era de esquizofrenia paranoide y, su
síntoma principal, que escuchaba voces. A los médicos que lo trataban no les
interesaba el contenido de las voces; se contentaban con administrarle
medicamentos para que las voces desaparecieran, cosa que nunca se logró. Sin embargo
la angustia de desintegración, los manierismos esquizoides y la manía
persecutoria aumentaban. Lo conocimos en ese entonces, cuando nadie en el
sector de la psiquiatría sabía qué hacer con él. Organizamos un taller de voz
para él y otros esquizofrénicos que sufrían escuchando voces. Nuestra idea era
que pasaran, de meros sujetos pasivos «sufrientes» de la psicosis, a ser
activos, actores inspirados de sus propios miedos. Esta persona escuchaba
constantemente las voces de los personajes de dibujos animados que había visto
en su niñez. Le propusimos que una vez al día, durante un año, se vistiera con
las ropas de cuando era niño, e imitase ante un micrófono las voces de sus
personajes persecutorios. Para él no se trataba de imitar, sino verdaderamente
de encarnar a estos personajes. A veces se entregaba a la repetición de esas
voces que lo amenazaban con mucho dolor y dificultad. Poco a poco fue
identificando a los distintos personajes que hablaban en su cabeza y, a medida
que comenzaba a nombrarlos, la experiencia se hacía más alegre y gozosa. A los
ocho meses el hospital decidió darle el alta, pero en cada revisión nos
recitaba las voces de aquellos personajes, expresando una alegría y libertad
sin límites. Hasta el momento no ha necesitado volver a ser hospitalizado,
está casado y trabaja; su principal distracción es grabar las voces que él
«escuchaba cuando era niño» y mostrárselas a sus amigos. 8.
Una mujer presiente que pronto va a morir, que la persiguen
por la calle para envenenarla o estrangularla. Nos cuenta que su hermana, que
se llamaba como ella, había muerto estrangulada cuando aún era bebé mientras su
madre ofrecía una fiesta a sus amigos. Viendo en ese acontecimiento el origen
de sus temores, le proponemos el siguiente acto: debe vestirse de bebé y
ofrecer una fiesta a la que deben acudir sus padres, al igual que en la fiesta
donde murió su hermana. Cuando todos los invitados estén presentes, debe leer
el acta de su propia defunción, decirles a sus padres que le quiten el collar
que llevará puesto esa noche (ella siempre usa collares muy apretados en torno
al cuello), y lanzarlo a las llamas de la chimenea. Luego debe bañarse con agua
bendita -su familia era muy católica- y reaparecer en la fiesta vestida con
otra ropa, leer su acta de nacimiento con un nuevo nombre, y bailar en la
fiesta junto a sus invitados. Al realizar este acto la persona no solamente
se
liberó de sus miedos, sino que esa misma noche encontró -con su nueva personalidad-
al que es ahora su marido. 9.
Una persona que no podía tener relaciones sexuales
desde hacía años pensaba que «extrañas voces como agujas» penetraban los
poros de su piel. No podía tomar el metro ni ningún transporte público por
miedo a que las «ondas cerebrales» de la gente la penetraran, provocándole un
dolor agudo. Después de un tiempo de tratamiento sin que los síntomas mejoraran,
muere su padre. A los pocos meses ella se acuerda de que su madre, quien hasta
ese día ejercía un poder total sobre su hija, le había dicho cuando era niña
que ella podría penetrarla «con una aguja» para desflorarla. La paciente queda
en un estado semiletárgico después de la aparición de tal recuerdo. Cuando
recupera la consciencia, le prescribimos el siguiente acto: debe fabricar
durante la siguiente luna llena un objeto de arte en el que se vean distintos
tipos de vaginas penetradas por agujas. Luego debe regalárselo a su madre, y
nunca más volver a verla. Para nuestra sorpresa y su bienestar, ella realizó
el acto inmediatamente, porque se acercaba la luna llena (que simboliza a la
madre). Diseñó objetos que representaban múltiples vaginas, de niñas y
adultas, penetradas por agujas de todos los tamaños y formas. Agujas que
también podían ser voces o miradas. Se lo dio a su madre al día siguiente y nunca
más ha vuelto a verla. Desde entonces no ha vuelto a tener problemas para
utilizar los transportes públicos ni para tener relaciones sexuales y ha
conocido el orgasmo. 10.
Un joven viene a consultarnos porque le transpiran
y le tiemblan las manos, lo que no le permite estrechar la mano de la gente,
dificultándole enormemente la vida, lo cual le ha llevado a intentar
suicidarse. Me cuenta que sus padres lo obligaron de niño a usar guantes,
incluso en verano, como castigo a un robo que había cometido. Le decimos que le
robe un guante a su padre y otro a su madre, que los utilice durante un mes en
verano y estreche la mano a toda la gente con los guantes puestos; también le
indicamos que después los queme, haga una crema con las cenizas y se unte las
manos con ella todas las mañanas durante un año. Así lo hizo, y desde entonces
no ha vuelto a tener tales problemas. 11.
Una paciente dice estar «poseída por una imagen
negra, una sombra» que la persigue. Nos cuenta que la relación con su madre es
desastrosa, pues desde su infancia le ha oído decir que es horrible y que está
loca. Su padre siempre estuvo ausente. En su adolescencia tuvo que ser
hospitalizada a causa de manías persecutorias o de crisis psicóticas en las que
creía ser la Virgen María o estar poseída por espíritus. Los psicofármacos y
los tratamientos psiquiátricos clásicos sólo habían logrado que desaparecieran
los trastornos de personalidad, pero dieron lugar a esa especie de sombra negra
que la perseguía, imagen que su madre le había inculcado desde que era niña. Ella nos cuenta que su madre se viste siempre con un abrigo negro.
Para liberarla de su influjo, le decimos que se dé un masaje por todo el cuerpo con una foto de su madre, que luego
se vista con sus ropas, sobre todo el abrigo negro, y que pasee toda la mañana
por donde su madre lo hace regularmente. Al mediodía (momento en que el sol,
símbolo paternal, está en su apogeo) debe quemar esas ropas, hacer un paquete
con las cenizas y lanzarlas al Sena sin mirar hacia atrás. Luego, ha de ir a
comer su pastel preferido y hacerse unas fotos, en las que podrá comprobar que
no había ninguna sombra siguiéndola. Desde ese momento no necesitó tomar más
medicamentos, pues desapareció la angustia que tenía. Semanas después dejó la
casa de su madre para ingresar en un convento, desde donde me escribe
regularmente para decirme que se encuentra muy feliz. Había olvidado decirme
que el pastel que se comió después de tirar las cenizas de la imagen de su
madre era un pastel que llaman «religiosa», en francés. 12.
Un niño de 8 años que acude a un centro de
hospitalización diurna para infantes con conflictos de tipo psicótico, se
queja porque siente una enorme angustia ligada a su cuerpo, en especial ganas
de arrancarse los ojos o clavarse un cuchillo, pero sobre todo porque tiene una
pesadilla recurrente que no lo deja dormir, en la que se le aparece un monstruo
que lo quiere devorar. La única manera que él ha encontrado para calmarse es
acostarse en la cama de su madre, pero eso perturba las relaciones familiares. A través de las entrevistas con el niño y sus padres, nos enteramos
de que éste había sido víctima de abusos sexuales por parte de un medio-hermano
mientras se encontraban en la casa de la madre del niño, ya que sus padres
están divorciados. Él se había sentido muy desprotegido por ella, ya que había
sufrido los abusos en repetidas ocasiones estando la madre en casa, aunque
ella no se había percatado. Durante un largo tiempo, a este hermanastro se le prohibió permanecer
en el municipio donde vivía nuestro consultante. Las angustias volvieron durante una visita ilegal que aquél
hizo a su familia, encubierto por el padre. Comprendimos que el trauma vivido
volvía a florecer, y sobre todo el sentimiento de desamparo en relación a sus
padres. Como el niño en cuestión, durante el tratamiento, comenzaba a
manifestar un gran interés por la botánica y la germinación de plantas en
general, le propusimos el siguiente acto a sus padres y a él: debía pedir al
padre que le regalara una semilla de una planta que diera frutos y que la
madre preparara la tierra que sembrar en un macetero. El niño debía confeccionar
con plastilina el monstruo que lo perseguía en sueños. Luego, la madre debía
acompañar al niño mientras éste enterraba el monstruo insultándolo y colocar
sobre él la planta. Inmediatamente después del acto las angustias
desaparecieron y el niño ha ido desarrollando una gran capacidad cognitiva,
destacando su excelencia en todas las ramas, especialmente en ciencias
naturales. Ha recuperado la confianza y ya no necesita dormir con su madre. El
uso de la plastilina le ha permitido modelar y dar cuerpo a las imágenes que lo
aterrorizaban, y eso ha apaciguado su angustia. La transmisión de la capacidad
de reproducción, por parte del padre, al hacerle entrega de la semilla (los
frutos representan los ojos), y el hecho de enterrar el monstruo perseguidor
-una representación del hermanastro que abusó-, han hecho que la cólera
contenida se transforme en una corriente creativa, despertando la curiosidad
intelectual y la capacidad de creación en nuestro consultante. Encontré a Alejandro Jodorowsky en el año 1996, durante un taller sobre
psicomagia y psicogenealogía que él impartía en Chile para psiquiatras y
psicólogos. Yo lo seguía y admiraba desde hacía tiempo por su fascinante
carrera como creador y artista de vanguardia. En ese tiempo yo tenía dudas en
torno a optar por ser poeta o terapeuta, ya que los dos eran caminos vitales
para mí. Buscaba un camino que pudiera conciliar las dos vías. Jodorowsky había
ido desde el arte a la terapia con toda la capacidad de invención que eso
implica. Cuando llegó mi turno en el taller, le planteé mi dilema y me dijo:
«Tú ya estás iniciado, ahora necesitas que alguien te confirme». Inmediatamente
escribió en mi pecho con su dedo lo que para mí se convirtió en un tatuaje
indeleble: «Poeta y psicoterapeuta». Desde ese momento me di cuenta de que
podía seguir los dos caminos sin necesidad de renunciar a ninguno de mis
deseos, como había hecho mi padre dejando la música para dedicarse
completamente a la ingeniería. Si los dos caminos eran importantes para mí,
podía seguir ambos y que se retroalimentaran entre sí. Luego me sugirió: «Ya has leído muchos libros,
ahora
tienes que ir a buscar las fuentes vivas...». Entonces le prometí ir a trabajar
con él. «Pero antes publica tu libro de poesía», me dijo. Publiqué mi libro Vía
Láctea, que fue editado un
día antes de mi partida a Francia. Llegué con él a París, y se lo dejé a
Alejandro en su casa. Unos días después llamé a su secretaría, quien me puso
en contacto directamente con él: «¿Dónde estás?», me preguntó. «Aquí en la
tierra», le contesté. Me leyó el tarot unos días después en un café donde él
comenzaba su nueva temporada. Sacó tres cartas: el Carro, la Torre [o Maison
Dieu] y el Juicio... Yo tenía en mis manos el libro Arcano 17 de
André
Bretón. Desde entonces fuimos estableciendo poco a poco una relación de
confianza, de enseñanza y de amistad. Él me ha mostrado infinitas cosas, entre
otras el tarot y la psicomagia; yo he aportado humildemente mi pasión por la
poesía y la terapia de la locura. Poco a poco he ido aplicando las leyes de la
psicomagia a la terapia de los locos. Un camino que comienza y que empieza a
rendir sus primeros frutos. Martín Bakero |
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